Las movilizaciones de masas en EEUU contra el gobierno reaccionario de Donald Trump no han hecho más que comenzar, como lo prueban las protestas contra la prohibición de entrada de ciudadanos de 7 países de Oriente Medio, incluida la deportación de solicitantes de asilo, incluso de residentes de estos países. También tuvimos la orden de iniciar la construcción de un muro que separe EEUU de México para impedir la inmigración «ilegal» y la decisión de incrementar un 20% los aranceles a los productos mexicanos, lo que ha provocado también protestas en el país. En este artícuo, escrito en la semana posterior a la investidura de Trump nuestros camaradas de la CMI de EEUU trazan un cuadro muy completo de las perspectivas que aguardan a la presidencia de Trump.
Y así comienza la era Trump: con protestas en todo el mundo, con pesimismo y polarización. El espectáculo inaugural cuidadosamente diseñado tuvo que ser protegido por 28.000 agentes. La policía militarizada retuvo a la gente esperando durante horas en los puestos de control de vehículos, llegando incluso a confiscar cualquier fruta que encontraron, por temor a que la caravana presidencial fuese victima de lanzamientos de todo tipo de vegetales con la televisión en pleno directo. En 2008, casi dos millones de estadounidenses acudieron en masa a ver a Obama después de su promesa de «el cambio en el que podemos creer». En 2012, después de cuatro años de amarga decepción, más de un millón acudieron. Trump, que dice tener el apoyo de la mayoría de los estadounidenses,atrajo a 700.000-800.000 como máximo, de acuerdo con estimaciones de los expertos.
El día después de su toma de posesión, más de 3 millones de estadounidenses (en total el 1% de la población) participó en la Marcha de las Mujeres en todo el país poniendo claro al nuevo comandante en jefe que no serán intimidadas por su intolerancia. Algunas estimaciones calcularon alrededor de 4,6 millones. Esta es una respuesta adecuada al «látigo de la contrarrevolución» que representa la presidencia Trump. La historia demuestra que incluso los movimientos que comienzan con demandas democráticas-liberales básicas pueden adquirir un carácter revolucionario sobre la base de los acontecimientos. La era Trump estará repleta de material combustible, por decirlo suavemente. La administración más anti-obrera de las últimas décadas ha tomado oficialmente posesión de la Casa Blanca, y una avalancha de medidas de austeridad y ataques a la clase obrera están en el orden del día.
Inmediatamente después de su toma de posesión, los ataques se pusieron en marcha. Menos de una hora después de su presidencia, Trump suspendió indefinidamente un programa de primas de seguro de hipoteca que aumentan inmediatamente los costos para los prestatarios de la clase trabajadora en alrededor de 500 dólares al año. Otros ataques fueron detallados por The New York Times: «¿El informe del Departamento de Trabajo sobre lesbianas, bisexuales, gays y personas trans en el puesto de trabajo? Anulado. ¿La exposición de la Casa Blanca sobre la amenaza del cambio climático y los esfuerzos para combatirla? Anulado».
El primer acto de Trump fue firmar una orden ejecutiva declarando su intención de derogar el Obamacare. La Ley de Asistencia Asequible, que es su nombre exacto, es ampliamente repudiada y por una buena razón. En virtud de este paquete de financiación colosal a las grandes corporaciones, las mutuas privadas (HMO) y las compañías farmacéuticas han florecido, las primas para las familias trabajadoras se han disparado, millones de personas siguen sin tener acceso a la asistencia sanitaria, y sólo los más pobres de los pobres han recibido un mínimo alivio. El 58% de los estadounidenses son partidarios de su sustitución por un sistema público de fondos federales con prestación de asistencia sanitaria para todos.
Trump puede oponerse demagógicamente a las farmacéuticas y a las HMO, pero esto no sería nada más que frenar parcialmente los excesos de una parte del sistema para preservar el sistema en su conjunto. Al igual que Obama y los Demócratas antes que él, cuando controlaban todos los poderes del Estado desde el 2008 al 2010, Trump y los Republicanos no es que vayan a poner en práctica la atención sanitaria universal. Desprecian el Obamacare por el simple hecho que da a entender que el gobierno debe dar a los pobres, aunque sea el más mínimo subsidio, y mucho menos proporcionar una atención de calidad para todos.
El denominado «Contrato con los votantes Americanos» de Trump es, en realidad, un contrato contra los trabajadores estadounidenses. Es una declaración abierta de guerra de clases, un asalto capitalista unilateral contra los trabajadores, la juventud, las mujeres, los latinos, los negros, los musulmanes, los inmigrantes, los pobres, y todos los explotados y oprimidos por el sistema de propiedad privada de los medios de producción. La crisis del capitalismo debe ser pagada. Los capitalistas quieren que paguemos nosotros. Declaramos: «¡Debemos hacer que los capitalistas paguen su crisis!» No tenemos más alternativa que la lucha. Las protestas de este fin de semana fueron sólo el principio del principio.
El camino hacia el Trumpismo
La elección de Trump es el fruto amargo del llamamiento al “mal menor”, la desilusión con Obama y la capitulación de Bernie Sanders a los Clinton y al Partido Demócrata. Para aquellos trabajadores que votaron por Trump, representa un intento confuso de protesta por la incapacidad orgánica del capitalismo de beneficiar a la mayoría. A pesar de las cifras macroeconómicas proclamadas por Obama en su «adiós al mundo cruel» de la presidencia, las cosas son objetivamente peor ahora para la mayoría de lo que eran hace diez años.
El crecimiento económico con Obama ha sido imperceptible en el mejor de los casos con un promedio de crecimiento económico de sólo el 2,5% por año. Pero el promedio global oculta la realidad. Mientras que el 20% de las capas superiores de la población estadounidense se beneficiaron del crecimiento de los ingresos en un 5%, el 80% restante vio un promedio del 0%. Pero incluso estas cifras ocultan el hecho de que el 1% se apropió del 95% del crecimiento total de los ingresos, mientras que los más pobres entre los pobres y una parte importante de la llamada «clase media» han caído en picado en un precipicio.
Después de casi una década de crisis, millones de estadounidenses han perdido la fe en los partidos, los políticos y las instituciones del sistema. De acuerdo a CBS News, «El Edelman Trust Barometer 2017 encuentra una disminución de la confianza en cuatro de los sectores más importantes, incluyendo los medios de comunicación, ONG, empresas y gobierno. El nuevo informe llama al 2017 el año de la «Crisis de confianza’, donde la población en masa cree que los sistemas están fallando y son cada vez es menos creíbles».
Las magras multitudes que se reunieron para ver a una estrella de televisión realizando el juramento de lealtad a la Constitución de Estados Unidos tiene grandes expectativas en su candidato. Desesperados por el deseo de un cambio real, un puñado de trabajadores en un puñado de estados tiró los dados y votó por un ignorante multimillonario. Para ellos, un voto para Trump representó una triunfante declaración de «¡estás despedido!” a la élite rica y odiada de ambos partidos. Como un trabajador del cinturón industrial expresó en la víspera de la elección: «Nadie ha sido capaz de resolver mis problemas. Trump dice que él puede». El cambio ha llegado en efecto, pero no va a ser el tipo de cambio que la mayoría de los seguidores de Trump tenían en mente.
«Un desgraciado hervidero de escoria y villanía»
Las divisiones intratables en la clase gobernante de Estados Unidos, que dada la profundidad de la crisis, ya no pueden gobernar a la antigua usanza, se puso en clara evidencia a través de las primarias y asambleas de los partidos Demócrata y Republicano. En realidad, nadie esperaba que Trump ganase, incluyendo el propio Donald. Ahora se ha hecho de una forma chapucera a toda prisa un revoltijo de administración que refleja la naturaleza ecléctica y reaccionaria de su programa.
Una rápida revisión de su del gabinete deja claro qué tipo de gobierno presidirá: El ejecutivo de una de las multinacionales más grandes del mundo como Secretario de Estado; un negacionista del cambio climático para la Agencia de Protección Ambiental; el ejecutivo de una gran empresa de comida rápida como Secretario del Trabajo; un cruzado a favor de la privatización como Secretario de Educación; un Secretario de Energía que una vez promovió el cierre del Departamento de Energía; un fundamentalista cristiano islamófobo al frente de la CIA; un Secretario de Defensa apodado » Perro loco».
En una muestra de su estilo de gobierno bonapartista, que ha evitado en gran medida los canales «normales» de la comunicación, prefiere planificar la transición presidencial a través de Twitter desde la comodidad del rascacielos Trump – «La Casa Blanca Norte», y varios de sus otras propiedades de lujo. Sin embargo, las divisiones, las deserciones, y renuncias han plagado sus semanas como presidente electo. En la víspera de su investidura en el cargo más importante del mundo, Trump había recibido la aprobación de sólo dos de sus 15 nominados del gabinete y nombró sólo a 29 de los 660 de los puestos ejecutivos en los distintos departamentos.
Donald J. Trump es único en cuanto al grado de falta de preparación para dirigir el país más poderoso del mundo. La administración de una vasta burocracia del gobierno y la economía y el poder militar más grande del mundo es muy diferente de manejar y dirigir que un conjunto de edificios llamados pomposamente Trump, campos de golf, centros turísticos y casinos arruinados de su familia. Según los expertos, «Sr. Trump ha tenido poco interés en las minucias de su transición, diciendo que era «mal karma» involucrarse demasiado… En un momento dado, quiso poner fin a la planificación en su conjunto, por superstición. «En 21 años de trabajo en el Departamento de Estado y en ocho años sirviendo allí, he visto transiciones rocosas y experimentado lo que se siente en una transición hostil, pero nunca he visto nada como esto», dijo, Strobe Talbott, el presidente de la Brookings Institution».
La inestabilidad, el proteccionismo, y la «desglobalización»
En la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo temporal y parcialmente superó los límites «naturales» del Estado-nación y del mercado a través del proceso de «globalización». Del mismo modo que el crédito puede ampliar el mercado más allá de sus límites «naturales», una mayor integración económica también puede contribuir a esta expansión del mercado . Sin embargo, sobre una base capitalista, esto tiene sus límites inherentes, y el proceso ahora se está revirtiendo. Aunque la causa principal de esta espiral negativa es la crisis objetiva del sistema, las acciones subjetivas de los individuos pueden tener un efecto recíproco sobre el proceso general. Esto, a su vez, tiene un efecto multiplicador en la conciencia de todas las clases y los individuos.
Los capitalistas de todo el planeta están nerviosos por lo que Trump representa y lo que hará. La directora del FMI, Christine Lagarde, es una de los miembros destacados de la clase dominante que ha expresado sus profundas reservas sobre el futuro. En la víspera de la investidura de Trump, manifestó en el Foro Económico Mundial (FEM), el portavoz de la «clase multimillonaria» que se reúne cada invierno en Davos, Suiza, que teme la inestabilidad económica mundial debido a sus políticas proteccionistas.
La fragilidad de la economía mundial es claramente evidente cuando un solo tweet o rueda de prensa de Trump pueden dar lugar a giros salvajes en el mercado de valores. No sólo ha amenazado con una guerra comercial con China, sino también con Alemania, por no hablar de su amenaza de imponer aranceles sobre México y multas a las empresas estadounidenses que fabrican en el extranjero. El presidente número 45 de los Estados Unidos ha prometido anular la Asociación Trans-Pacífico (TTP) y renegociar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (TLC).
Esto es comprensiblemente popular entre los antiguos trabajadores industriales, que culpan a la globalización por la caída en picado de sus condiciones de vida. Sin embargo, el libre comercio favorece a la mayoría de las grandes corporaciones que se benefician de estos acuerdos a costa de los trabajadores y de las empresas más pequeñas. Esto pone a Trump directamente en desacuerdo con una amplia franja de la clase dominante, cuyos intereses, Trump representa en última instancia.
El Foro Económico Mundial está extremadamente preocupado por las aguas agitadas que vienen. En su último Informe Global de Riesgos, nos encontramos con la siguiente valoración: «Algunas personas se preguntan si Occidente ha alcanzado un punto de inflexión y ahora podría embarcarse en un período de desglobalización».
«America Primero» desde la perspectiva de Trump, esbozado en su discurso inaugural proteccionista y xenófobo, significa que todo lo demás le importa un bledo. Como él inequívocamente declaró: «A partir de este día en adelante, una nueva visión gobernará nuestra tierra, de ahora en adelante, va a ser sólo ‘¡América primero! ¡América primero!’ ” y continuó: «Vamos a seguir dos reglas simples: Comprar americano y contratar americano»
Su objetivo parece bastante simple: revivir el pasado de «grandeza» de América mediante la exportación de la crisis y el desempleo al resto del mundo que no sea Estados Unidos. Sin embargo, al hacer esto, amenaza con deshacer el orden de posguerra puesto en marcha con enorme trabajo por las anteriores generaciones de presidentes .
Después de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente después del colapso del estalinismo, EE.UU era la superpotencia imperialista mundial incuestionable, sin precedentes, tanto en la esfera económica como militar. En 1945, con gran parte del mundo en ruinas, los EE.UU. representaban el 50% del PIB mundial. Ahora es menos de la mitad de esa cifra. Esto es aún mayor que su cuota de 4,4% de la población del mundo, pero representa una caída dramática de la supremacía abrumadora del pasado.
Este declive económico se expresa necesariamente en las relaciones mundiales. El imperialismo norteamericano es una sombra de lo que fue. Sus humillaciones en Afganistán, Irak y Siria y la intromisión de varias potencias imperialistas regionales en sus antiguas zonas de influencia son ejemplos claros.
La diferencia entre el sector Trumpista de la clase dominante, y Obama, Clinton, y la mayoría del resto de los capitalistas es que estos últimos tratan de mantener un status quo mundial y doméstico que ha perdido su pie en la economía. La perspectiva de Trump es el reconocimiento que la época de la hegemonía de Estados Unidos sobre el mundo está muerta y enterrada. Esto no es debido a su mayor penetración o sofisticación, sino más bien, por la misma razón cruda que un reloj averiado acierta con dar la hora dos veces al día.
Sin embargo, esto representa un malentendido fundamental de la economía capitalista. Es ingenua utopía pensar que la economía de Estados Unidos puede desacoplarse del resto del mundo o iniciar guerras comerciales o de divisas sin represalias ni consecuencias. A pesar de que el inconmensurable ego retroalimentado de Trump supera a la mayoría de los humanos, EE.UU. no puede siempre desafiar las leyes de la gravedad económica capitalista. También se ve limitado por los parámetros de un sistema en crisis terminal.
La transformación de la economía no es una cuestión de voluntad subjetiva, sino de relaciones sociales y económicas fundamentales. La propiedad privada de los medios de producción y el estado nacional han creado limitaciones que sólo pueden ser superadas por el socialismo internacional. Esta es la gran contradicción que la humanidad debe resolver en el período histórico que hemos entrado.
A pesar de su demagogia favor de los trabajadores, Donald Trump no trata de nacionalizar los medios de producción bajo el control democrático de los trabajadores. Por el contrario, trata de minimizar el papel del gobierno en un momento en que sólo posiblemente la intervención del Estado puede apuntalar un sistema vacilante.
El «golpe de Trump»
Durante los primeros 100 días de gobierno de Trump podemos esperar un torbellino de medidas y presiones a su mayoría Republicana en el Congreso para imponer sus políticas. Aunque muchas de estas propuestas pueden seducir a aquellos votantes de la clase obrera que se creyeron su retórica demagógica, la desilusión llegará más pronto que tarde. Su plan para crear 25 millones de empleos puede sonar muy bien en el papel, pero bajo el capitalismo es pura fantasía.
Entre 1948 y 2016, la tasa promedio de desempleo era del 5.8%. Hoy en día se sitúa en el 4,7%. Los marxistas entendemos que, si bien esto subestima descaradamente el verdadero estado del desempleo y subempleo, significa que hay poco margen para una expansión masiva de puestos de trabajo. Este es más o menos el mejor resultado que se puede alcanzar bajo el capitalismo.
Aunque no está garantizado, el proteccionismo de Trump, la atenuación de las regulaciones en los sectores financiero y energético, y algún tipo de programa de obras públicas, pueden conducir a la creación de algunos millones de empleos. Pero el «golpe de Trump» no puede durar indefinidamente y no devolverá los millones de empleos de calidad que se han ido perdiendo desde los años setenta.
Los economistas capitalistas serios reconocen que no es China, sino la tecnología, lo que representa la mayor amenaza para los empleos de calidad en la industria manufacturera. Una vez más, según el Foro Económico Mundial (WEF, según sus siglas en inglés): «No es una coincidencia que los desafíos a la cohesión social y la legitimidad de las autoridades coincidan con una fase altamente perturbadora del cambio tecnológico».
Más precisamente, es la innovación tecnológica dentro de las limitaciones con fines de lucro del capitalismo lo que nos impide usar estas maravillas para reducir la semana laboral al mínimo. Actualmente, Estados Unidos tiene la mayor producción manufacturera de su historia. Sin embargo, este volumen ahora puede ser producido por muchos menos trabajadores que en el pasado. Las investigaciones realizadas por la universidad de Ball State revelaron que sólo el 13% de las pérdidas de empleos en la industria manufacturera durante las últimas décadas se debieron al comercio, mientras que el resto se perdió por mejoras en la productividad y la automatización. Un estudio realizado por la American Economic Review estimó que entre 1962 y 2005 la industria del acero perdió 400.000 empleos -el 75% del total. Y sin embargo, la producción de acero no disminuyó durante ese período.
Trump culpó explícitamente a Washington y a los políticos de la globalización, la deslocalización y la descomposición social. La capital del país es, sin duda, un pozo político lleno de criaturas que hacen la apuesta de los grandes negocios. Pero los políticos y los grupos de presión son meros actores de una tragedia humana mucho mayor. Wall Street y la lista Fortune 500 son los que determinan en última instancia el acceso al trabajo, a la vivienda, a la atención sanitaria y a la educación.
Los capitalistas no son «creadores de empleo», sino fabricantes de ganancias. En su incesante búsqueda de satisfacer el apetito de sus accionistas, recorren el mundo para encontrar las materias primas y mano de obra más baratas. Cuando los obstáculos regulatorios se ponen en su camino, siempre encuentran una vía de escape. La competencia capitalista los obliga, bajo pena de extinción, a aumentar continuamente la productividad.
Como explicaba The New York Times: «Cuando Greg Hayes, el director ejecutivo de United Technologies, acordó invertir 16 millones de dólares en una de sus fábricas Carrier, como parte de un trato para mantener algunos empleos en Indiana en lugar de trasladarlos a México, dijo que el dinero se invertiría en la automatización. ‘Lo que, en última instancia, significa que habrá menos empleos’, dijo en CNBC».
Esto se agrava por el hecho de que los capitalistas ya producen más de lo que pueden vender en el consumo interno y en el mercado mundial.
Detrás de la consigna nacionalista «hacer América grande otra vez» reside el deseo de volver a las condiciones idealizadas e irrepetibles de una capa sustancial de la población durante el auge de la posguerra: el relativamente pleno empleo y la mejora constante de la calidad de vida, vivienda asequible, educación, atención médica y un mundo seguro contra el terrorismo y la incertidumbre. Por mucho que lo intente, Trump no podrá cumplir, porque no puede cuadrar el círculo del capitalismo.
La tormenta política de los partidos
Lo que se está desarrollando ante nuestros ojos no es simplemente una crisis política, sino una crisis del régimen del capitalismo americano. El sistema bipartidista, el fundamento del gobierno capitalista desde la Guerra Civil, es frágil y vulnerable. Su control sobre las masas disminuye con cada elección. Tanto el ascenso como la caída de Sanders y la victoria final de Trump ensancharon las fisuras de esta configuración. Cada uno a su manera, expresaron el descontento reprimido, sacudiendo la inercia social y política de las últimas décadas.
Ambos entraron en la campaña, efectivamente, como independientes. Sin embargo, mientras que Sanders se sometió a la presión de la dirección de su partido adoptivo, el Demócrata, Trump no lo hizo. Sanders está actuando con mesura para mantener las cosas dentro de los canales seguros de los Demócratas, pero Trump no ha seguido el guión y es una clara y actual amenaza para su propio partido, el Republicano.
A pesar de las falsas sonrisas y caras de felicidad, la mayoría de la clase dominante desprecia a Trump. En parte, porque avergüenza a un sistema que prefiere disimular o esconder su decadencia. Pero sobre todo, porque es impredecible y sólo tiene sus propios intereses en mente, no los del conjunto de su clase. Su irrupción fulminante en las elecciones y su triunfo –aunque su igualmente antidemocrática oponente sacara más millones de votos populares que él- ha expuesto la farsa de la democracia burguesa y les ha obligado a tragarse su victoria.
Además, para apaciguar su ego y ganar por cualquier medio necesario, ha despertado a la clase obrera, tanto a aquélla que espera que sea la respuesta a sus aflicciones, como a la que es consciente de su naturaleza completamente reaccionaria. Su arrogancia y desmesura servirán de látigo de la contrarrevolución, acelerando el ritmo de la lucha de clases. Por todo esto, su clase no puede perdonarlo.
Trump ha apelado a los «estadounidenses olvidados», afirmando que ahora gobiernan el país. Pero no se equivoquen: Trump forma parte del 1% y no ha olvidado a qué clase representa. Estados Unidos está gobernado firmemente por la clase capitalista y el sistema capitalista. La mayoría de la clase obrera sólo gobernará cuando tengamos nuestro propio partido político de masas y consiga el poder político y económico para la clase obrera.
No porque Trump esté en última instancia del mismo lado de la clase dominante, significa que actuará siempre en el mejor interés de su equipo. La clase dominante se encargará de frenar al nuevo presidente, pero al disponer Trump de su propia base de apoyo financiero y (por ahora) social, esto será más fácil decirlo que hacerlo.
Trump es un vanidoso, narcisista y un mentiroso inveterado. Un gángster mezquino y vengativo, que no perdonará ni olvidará a quienes lo han menospreciado. Puede tratar de jugar el papel presidencial, pero no podrá disimular tan fácilmente su naturaleza. Si la presión del aparato y de los parásitos de Washington no son suficientes para someterlo, siempre hay otras opciones para la clase dominante. Éstas incluyen la destitución y la retirada del poder, y la tradición estadounidense de asesinatos presidenciales en circunstancias sospechosas.
Con la esperanza de seguir siendo relevantes, los Demócratas están demagógicamente posando como la «izquierda». A pesar de su humillante derrota en 2016, guardan esperanzas en las próximas elecciones debido a los cambios demográficos en todo el país. Además, la guerra civil dentro del campo Republicano está latente y podría estallar en cualquier momento. En un sistema bipartidista, los Demócratas pueden seguir beneficiándose de ser «el otro partido» hasta que la clase obrera construya el suyo propio.
En este contexto, el indulto de Chelsea Manning y otras conmutaciones de penas de presos políticos por parte de Obama a última hora, aunque bienvenidas, es una pequeña concesión a la izquierda después de años de acoso y persecución a activistas, denunciantes e inmigrantes. Esperan que los supuestos «progresistas» como Elizabeth Warren, Bernie Sanders, Joe Biden, Michelle Obama y Keith Ellison puedan canalizar la ira contra Trump [para calmar] las arenas movedizas del Partido Demócrata. Lamentablemente y, a pesar del trato que recibió durante las primarias, Bernie Sanders es uno de los que más se esfuerza en esto.
En la primera mitad de 2016, Sanders mostró el inmenso potencial que existe para un partido socialista de masas en este país. Millones de personas respondieron a su llamamiento por una «revolución política contra la clase multimillonaria». Pero jugó el partido amañado de los Demócratas y perdió. Para aquellos que pensaban que era diferente del resto, el respaldo de Bernie a Clinton fue una dura lección sobre la traición que es inherente al reformismo.
Sin embargo, incluso ahora, dado el vacío político que existe, podría servir como un polo de atracción a la izquierda de los Demócratas. Sin embargo, parece haber abrazado el papel de «Flautista de Hamelín». El espectáculo de su respetuosa participación en la fiesta de investidura de Trump habrá significado seguramente la última gota para muchos de sus antiguos partidarios.
Ante la ausencia de un partido obrero de masas o socialista a quien recurrir, los trabajadores estadounidenses probaron primero la promesa de cambio ofrecida por Obama y los Demócratas. Ahora, millones de votantes se abstuvieron por completo, pero algunos de ellos esperan que las promesas demagógicas de Trump se cumplan. De nuevo tendrán que aprender de la manera más difícil. Pero se sacarán conclusiones.
Como trabajadores, sólo podemos derrotar a los capitalistas si luchamos con nuestros propios métodos y organizaciones, independientes de la patronal y de sus partidos. La colaboración de clases en las empresas y en las urnas ha sido un desastre absoluto para los trabajadores estadounidenses. Tarde o temprano, de una forma u otra, se formará un partido de, por, y para la clase obrera. Los líderes sindicales han claudicado en esto y han acatado los mandatos de la patronal durante décadas. Pero la presión está creciendo. La actuación de Sanders ayudó a contenerla esta vez, pero no será capaz de evitar una ruptura decisiva con los Demócratas para siempre.
La lucha política por sí sola tampoco será suficiente. Los trabajadores también tendrán que luchar por un mundo mejor, en la calle, en su lugar de trabajo y en las universidades. Las condiciones determinan la conciencia. La resistencia aislada y atomizada contra la patronal es inútil. Sólo la acción colectiva de masas puede llevar a luchas serias y victorias. Con el tiempo, la base de los sindicatos y los millones de trabajadores no organizados se moverán en la dirección de los métodos de la lucha de clases: la huelga, la ocupación y la huelga general. Se construirá una nueva etapa de militancia en la lucha de clases y una dirección representativa de los trabajadores. No hay otra alternativa.
Una bomba económica y social
A pesar de lo que digan los expertos, se vislumbra otra crisis económica. Después de una larga «recuperación sin alegrías», incluso una crisis técnicamente modesta puede tener un efecto devastador sobre la conciencia y hacer que millones de personas rompan con el sistema. A Obama se le dio el beneficio de la duda, ya que fue visto como el heredero de un desastre creado por GW Bush. Pero la luna de miel de Trump ya ha terminado para la mayoría, y aquellos que confiaron en él para cambiar las cosas no le darán el beneficio de la duda si la próxima crisis comienza bajo su mandato, sobre todo teniendo en cuenta sus promesas exageradas.
Incluso antes de que la economía siga decreciendo, los defensores más ardientes del sistema temen la reacción de la desigualdad social desenfrenada del capitalismo. Según el Informe Global de Riesgos: «es necesario reactivar el crecimiento económico, pero el creciente estado de ánimo populista anti-sistema sugeriría que se puede haber sobrepasado el estadio en que éste remediaría por sí solo las fracturas sociales: la reforma del mercado capitalista debe añadirse a la agenda… La combinación de desigualdad económica y polarización política amenaza con ampliar los riesgos globales, desgastando la solidaridad social sobre la que descansa la legitimidad de nuestros sistemas económicos y políticos».
En otras palabras, incluso un crecimiento económico sustancial no bastará para superar la «desgastada solidaridad social» –eufemismo de «intensificación del conflicto entre las clases». Esta situación es inquietante para la clase gobernante.
Esto no es una prueba, es capitalismo
Trump, que fue elegido por menos del 25% de la población y perdió el voto popular, entra en la presidencia sin legitimidad y con uno de los índices más bajos de aprobación en la historia. Incluso algunos barones políticos del establishment han tildado su presidencia de ilegítima públicamente.
La canción de R.E.M., «Es el fin del mundo tal como lo conocemos» parece haber disfrutado de un renacimiento en las últimas semanas. Es, sin duda, el fin del mundo tal como lo conocemos. A pesar de los movimientos de Wisconsin, Occupy, y Black Lives Matter, los años de Obama fueron la «calma antes de la tormenta» en comparación con lo que está por venir. Los años venideros estarán llenos de luchas: contra la austeridad, el racismo, el sexismo y la xenofobia, y por el empleo, la salud, la educación y la dignidad humana básica. La vida es lucha y de la lucha viene el cambio. A través de la experiencia de victorias y derrotas, la conciencia de clase de los trabajadores y jóvenes se forjará sobre una base más alta y más amplia que nunca.
El ritmo de los acontecimientos se está acelerando. No podemos ser categóricos, debemos esperar lo inesperado. Muchos cambios agudos y repentinos se perfilan, obligándonos a estar alertas. Millones de estadounidenses están buscando una salida revolucionaria. Se hace palpable que si queremos sobrevivir al cambio climático, a la guerra, al terrorismo y a la precarización, toda la humanidad debe estar unida y empujar en la misma dirección. Se puede ver el potencial de un futuro mejor a nuestro alrededor. Pero tal unidad es imposible mientras nuestra especie esté dividida en clases. Tal futuro es imposible bajo el capitalismo.
No hay mejor momento que el centenario de la Revolución Rusa –la primera gran victoria de la clase obrera mundial- para participar en la lucha por el socialismo. Los últimos 100 años demuestran que sin una dirección revolucionaria con visión de futuro, que se prepare y luche para ganar el poder político y económico, hasta las más heroicas luchas de la clase obrera caerán en la derrota. Para ganar un mundo nuevo, debemos educar, agitar y organizar. Únete a la Corriente Marxista Internacional y ayúdanos a que Estados Unidos y el mundo sean realmente grandes por primera vez en la historia -¡¡a través de la revolución socialista!