Entrevista al camarada Alan Woods en ocasión al Congreso Internacional por los 100 años de la Revolución Rusa.
En una charla a fondo, el destacado dirigente trotskista galés Alan Woods aporta su mirada crítica a la hora de reconstruir la verdad histórica sobre la Revolución Rusa.
Fría se derramaba la mañana en las calles solitarias de Granadero Baigorria, donde entre el aroma del café recién hecho y las tostadas nos esperaba uno de los celosos guardianes del legado de Lev Davidovich Bronstein, más conocido como Trotsky.
El hielo previo a la entrevista se diluyó ante el recuerdo compartido de dos coterráneos de este hombre de cuerpo generoso. Las historias del gran actor Richard Burton y del poeta Dylan Thomas, tan galeses como este afable trotskista, sirvieron como pórtico al diálogo.
Alan Woods, nacido en Swansea (Gales), en 1944, a los 16 años ingresó a las Juventudes Laboristas, defendiendo las banderas del marxismo. Estudió ruso en la Universidad de Sussex y más tarde en Sofía y Moscú. Ha escrito numerosos artículos y libros que abarcan un amplio espectro: política, economía, historia, filosofía y arte.
Woods se ha implicado de lleno en la defensa de la revolución bolivariana de Venezuela. Amigo personal del fallecido presidente Hugo Chávez, fue fundador de la campaña internacional Manos Afuera de Venezuela. En la actualidad es el editor de la revista marxista británica Socialista Appeal y el mayor referente de la Corriente Marxista Internacional (CMI).
Invitado por los organizadores de las jornadas de recordación y homenaje al centenario de la Revolución Bolchevique de 1917, que se realizaron recientemente en la Facultad de Humanidades y Arte rosarina, Woods charló largamente con Cultura y libros.
—¿Cuáles son las enseñanzas que podemos rescatar para el movimiento obrero internacional de la gran gesta revolucionaria de octubre de 1917 en Rusia?
—Nuestro primer deber es recuperar la verdad histórica, porque se ve que en este aniversario de este acontecimiento tan importante existe una avalancha de propaganda denunciando que los bolcheviques eran unos monstruos que comían niños, que Lenin y Trotsky eran unos dictadores sanguinarios. Eso no tiene que extrañarnos. En el siglo XIX, el célebre historiador escocés Thomas Carlyle, cuando hizo una biografía de Oliver Cromwell, el gran revolucionario británico del siglo XVII, dijo: “Antes de escribir esta obra tuve que arrastrar su cadáver por debajo de una montaña de perros muertos”. Es decir, insultos, calumnias, distorsiones. Recuerdo que en 1989, durante el 200° aniversario de la Revolución Francesa, que coincidió con la caída del Muro de Berlín, fue extraño que la burguesía francesa, que debe todo a esa gran revolución democrática, propiciara una avalancha de libros denunciando a Robespierre y al Terror. En realidad lo que hay es un pavor, por parte de las clases dominantes, a la revolución en general. Y muy especialmente respecto de la Revolución de Octubre. Para la clase dominante nunca es suficiente derrotar a una revolución. Tienen que cubrirla con una montaña de distorsiones y calumnias, de modo que las nuevas generaciones no sean capaces de entender lo que realmente fue esa gran gesta, con la evidente finalidad de evitar revoluciones en el futuro. Actualmente el sistema capitalista está en una crisis muy profunda, en una situación muy peligrosa para la burguesía. Entonces, el fantasma de 1917 sigue vivo. Cuando hablamos de la Revolución Rusa no lo hacemos sólo de los acontecimientos de hace un siglo, sino que estamos hablando de ahora, y sobre todo del futuro. Entonces tenemos que aclarar y extraer las relaciones, que son muchas y muy interesantes. Es un deber que tenemos todos y no sólo los marxistas. Debemos alcanzar la verdad histórica de este gran acontecimiento.
—Podemos considerar que a poco de tomar el poder los bolcheviques en octubre se produjo el fracaso en 1919 de la revolución espartaquista en Alemania, encabezada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, y la caída ese mismo año de la República de los Consejos húngara, liderada por Bela Kun. Eso complicó en sus inicios a la Revolución Rusa…
—Diría que eso fue decisivo.
—Lenin dijo, cuando cayó la revolución alemana: “Estamos perdidos”…
—Sí. Y dijo que estaría dispuesto a sacrificar la Revolución Rusa si eso pudiera suponer el triunfo de la revolución en Alemania. Desde el punto de vista del proletariado internacional sin duda era más importante. Esto es vital aclararlo, porque Lenin y Trotsky jamás pensaron que la Revolución Rusa iba a ser un acto singular, una revolución en un solo país, porque esto en general es imposible. Sobre todo en un país terriblemente atrasado como lo era la Rusia zarista. Pensaban a la revolución como un primer acto en un drama mucho más grande, es decir la revolución internacional, sobre todo en Alemania. Todas las expectativas estaban allí, como parecían indicarlo los hechos de 1918, en que la tripulación de la flota de mar sublevada, habiendo arrojado al mar a la oficialidad, entró desplegando las banderas rojas en el puerto de Hamburgo, en medio de una huelga general. El poder estaba realmente en manos de los obreros alemanes. ¿Y cuál fue el problema? Justamente un problema de “dirección”. Los dirigentes socialdemócratas devolvieron el poder a la burguesía alemana. Luego se produjo la tragedia del levantamiento espartaquista en 1919, que terminó con la represión y el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht. Eso deja a la Revolución Rusa aislada en medio de un atraso socioeconómico espantoso.
—Después hay que sumar el armado del Ejército Blanco por parte de la burguesía europea para avanzar sobre el poder bolchevique…
—Exactamente. Hay una serie de calumnias que se dicen sobre que la Revolución fue un hecho sanguinario. Nada más lejos de la verdad. De hecho, en Petrogrado la revolución de octubre fue increíblemente sin violencia. Hubo apenas víctimas. Diez años después de la revolución, Sergei Eisenstein estrena Octubre, donde hay una escena muy famosa y dramática que es la toma del Palacio de Invierno. Como cine es magistral, pero como historia es muy discutible. En realidad murió más gente en la filmación de esta escena que en la real toma del Palacio de Invierno. Por un estallido accidental murieron un par de actores, mientras que en la realidad no murió nadie. Fue una revolución pacífica porque en los nueve meses previos, mediante un trabajo ejemplar de propaganda y agitación, los bolcheviques ganaron la mayoría en los soviets (asambleas populares) de Petrogrado, Moscú y la mayoría de las ciudades. También se dice que no fue una revolución sino un golpe de Estado hecho por una pequeña minoría de conspiradores. Un cuento de hadas.
—También contribuyó mucho el desastre del ejército zarista en la guerra, en medio de una hambruna terrible en el campo y en las ciudades, que motivó un gran crecimiento de los bolcheviques en los meses anteriores a la toma del poder…
—Sí. Además durante el interregno de la revolución burguesa de febrero, encabezada por los mencheviques y los socialistas revolucionarios (SR), no fueron capaces de dar al pueblo ruso lo que necesitaba: paz, pan y tierra. Los bolcheviques precisamente fueron los únicos que plantearon esas consignas, de allí su crecimiento y la posibilidad de tomar el poder con tanta facilidad.
—En ese momento obtienen el aval del campesinado ruso, que era mayoritario y pugnaba por el acceso a la tierra en manos de los grandes terratenientes zaristas…
—Totalmente. De esa manera acceden al poder casi sin víctimas. Después sí vino un mar de sangre, durante la Guerra Civil…
—¿Pudo haber influido en el proceso revolucionario la forma organizativa del Partido Bolchevique como un partido de cuadros y no de masas, tal como se desprende de la caracterización que realiza Lenin en el “Qué hacer”?
—No estoy muy de acuerdo con esa definición. Empieza como un partido de cuadros. Pero ya en octubre o noviembre era sin dudas un partido de masas. La Revolución Bolchevique fue la más democrática y popular de toda la historia. Así lo expuso claramente el periodista John Reed, en Diez días que conmovieron al mundo. Y también tenía esa visión Rosa Luxemburgo.
—Considerando la “dictadura del proletariado”, que es una categoría de Marx y Engels, y pensando en la Revolución Rusa, ¿cómo se dio en los hechos esa praxis respecto del Partido Bolchevique?
—Hay gente que afirma, y es una calumnia más, que el estalinismo viene de alguna manera del bolchevismo. Una suerte de pecado original de Lenin y su concepción del “centralismo democrático”. Esto es absolutamente falso y absurdo. ¿Y cuál era el modelo de Marx?
—La Comuna de París de 1871…
—Exactamente. Es imposible de concebir algo menos totalitario, menos burocrático y más democrático. Esto se ve en los escritos de Marx, pero también de Lenin. Hoy la palabra dictadura tiene ciertas connotaciones, sobre todo en la Argentina. Cuando Marx adopta esa categoría, él no estaba pensando en Hitler, Mussolini, Franco ni Videla. Porque sencillamente eso no existía. Él toma la idea de los romanos, que constituían una sociedad relativamente democrática dentro de ciertos límites, al menos para aquellos que no eran esclavos. Pero en tiempos de emergencia de una guerra, temporalmente, se daban ciertos poderes excepcionales al “dictador”, generalmente por el lapso de un año y luego se quitaba. Esa fue la idea que Marx pensó para lo que sobrevenía a la toma del poder por el proletariado. La cuestión de cuánta violencia sería necesaria dependería de la situación objetiva. En principio se hace inevitable la aplicación de cierta violencia. Un ejemplo actual: en Venezuela, en 2002, hubo un golpe de Estado y toman el poder los banqueros, los grandes empresarios y la Santa Madre Iglesia…
—Un tema que resulta muy urticante para los partidarios de la Revolución Bolchevique es la cuestión de la represión del Ejército Rojo al soviet de marineros, obreros y soldados en Kronstadt, en 1921, que tenía mayoría de anarquistas con los bolcheviques en minoría…
—Eso es discutible…
—En realidad es un dato histórico. Ahora bien, si los anarquistas en Rusia no hubieran sido tan combatidos por los bolcheviques, y dado que no querían volver al capitalismo de ninguna manera, sino profundizar la revolución, ¿no hubiera sido importante que permanecieran participando activamente del proceso revolucionario para oficiar de contrapeso a cierto autoritarismo de los bolcheviques?
—Vamos por partes. El papel de los anarquistas en la Revolución Rusa fue insignificante. En todos los soviets, que eran centenares, que yo sepa ellos tenían la mayoría sólo en uno, Kronstadt. Eran una pequeña minoría…
—No así en la Comuna de París de 1871…
—Sí. Pero en Rusia ese espacio fue ocupado por los socialistas revolucionarios, que defendían los intereses del campesinado, que no necesariamente coinciden con los intereses de la clase obrera. Cuando se tomó el poder, los bolcheviques no prohibieron a los anarquistas. Incluso Trotsky dice que en algún momento discutieron la posibilidad de darles un territorio para que hicieran sus experimentos sociales. Otro error es identificar a los marineros de Kronstadt de 1917 con los de 1921. En el 17, aunque había anarquistas, la gran mayoría de los marineros en Kronstadt eran bolcheviques. La mayoría de ellos fueron al frente en la guerra contra los blancos y allí murieron. Para 1921, la Guerra Civil ya había terminado y ese fue el problema. Durante la Guerra Civil, los campesinos, al darse cuenta de que los blancos eran los viejos terratenientes que venían a quitarles sus tierras, lucharon como tigres junto a los bolcheviques. En el año 1920 hay una gran hambruna, como consecuencia de la destrucción de la mayoría de los cultivos. Seis millones de rusos murieron de hambre. Petrogrado y Moscú perdieron la mitad de su población. Esto era un grave peligro para la revolución. Claro, el campesino en general no es ni socialista ni comunista, sino un pequeño propietario. Quiere vender su pan a la ciudad, pero ésta, por la destrucción y el colapso, no podía darles lo que ellos pretendían para hacer un intercambio justo. Ante esta situación los bolcheviques lamentablemente tuvieron que intervenir militarmente para resolver la situación.
“No se puede hacer una revolución a medias”
En cuanto a Latinoamérica, desde la izquierda y los sectores democráticos progresistas se han seguido con atención los sucesos ocurridos en Venezuela, desde que el chavismo accedió al poder planteando una praxis política caracterizada como propia de una democracia plebeya, basada en una república plebiscitaria de tendencia igualitarista.
—¿Cómo ve la actual coyuntura venezolana y cómo cree que va a derivar en el futuro?
—He participado activamente junto a la revolución venezolana, al tiempo que he tenido una relación muy estrecha con el fallecido comandante Chávez. A él le dije muchas veces, personalmente y a través de los medios masivos de comunicación, y desde el inicio del proceso venezolano, que no se puede hacer una revolución a medias. Chávez era un gran hombre, muy inteligente, honesto, audaz y valiente, a quien yo respetaba mucho. Él sí quería hacer la revolución, estoy muy seguro de eso. Lo que pasa es que no sabía muy bien cómo hacerla y no completó el proceso. Además estaba rodeado de burócratas estalinistas, gente inclusive bastante corrupta. Entonces se han hecho grandes cosas, pero a medias. Y lo que no se puede hacer es combinar elementos del socialismo con medidas propias del libre mercado. El resultado que sobreviene es el caos, y el caos sin duda favorece a la contrarrevolución, tras la cual se está movilizando todo el poder del imperialismo. Lamento decir también que la oposición venezolana tiene el apoyo de algunos grupos de izquierda, sobre todo de la Argentina, que no saben distinguir revolución de contrarrevolución. Hay que estar atentos y ver todas las alternativas de este proceso, que sin dudas sigue abierto.