La decisión de Theresa May, a finales del pasado año, de posponer la votación de su acuerdo sobre el Bréxit con la UE ha hecho poco más que proporcionar un breve respiro a su insoluble dilema. Su paquete negociado sigue siendo odiado por todos los sectores. En lugar de atraer a la gente a su propuesta, el período navideño ha endurecido por igual la determinación de los partidarios del Bréxit (Brexiteers) y de los que quieren quedarse en la UE (Remainers).
Cada jugador está ahora involucrado en un juego de gallito ciego de alto riesgo, esperando a ver quién parpadea primero en el período previo a la inminente fecha límite del 29 de marzo. Los fervientes Brexiteers están esperando una salida sin acuerdo – la opción por defecto si no se acuerda ninguna otra alternativa para entonces. Los devotos Remainers se están esforzando, con la esperanza de que se celebre un segundo referéndum.
Corbyn todavía está (correctamente) pidiendo elecciones generales. La Primera Ministra, por su parte, espera que la visión del abismo que se aproxima rápidamente, gane suficientes conversos aterrorizados a favor de su acuerdo.
Aquellos que presionan por un ‘Voto Popular’ creen que su posición se ha visto fortalecida por la votación de ayer en el Parlamento, donde se aprobó una enmienda al proyecto de ley de finanzas del gobierno que ata las manos de los ministros que persigan un Bréxit sin acuerdo.
Sin embargo, esta medida no impide que se produzca una salida convulsa de la UE. Lo único que puede impedirlo es que se vote una alternativa en el Parlamento. Pero cada equipo se ha metido en su propio rincón, sin que nadie pueda conseguir una mayoría en la Cámara de los Comunes.
Como señala Stephen Bush de New Statesmen: «Nadie está motivado para hacer nada para asegurar el apoyo parlamentario a su solución preferida a la crisis de Brexit, porque los intereses de todos parecen beneficiarse de la amenaza de estar al borde del precipicio, a pesar de que ese resultado sólo es deseado activamente por una minoría de brexiteers ultra-comprometidos».
Pateando la lata
La votación sobre el acuerdo de Bréxit de May está prevista para el martes 15 de enero. Esto irá precedido de (otros) días de debate en el Parlamento.
Si Theresa May es derrotada y su querido acuerdo es rechazado, se le pedirá a la Primera Ministra que regrese a Bruselas y reabra las renegociaciones. Pero los líderes de la UE ya han dejado claro que no habrá concesiones.
Es probable que el gobierno tire del cordón de emergencia y busque una extensión del plazo del Artículo 50. Actualmente, sin embargo, May no quiere mostrar ninguna intención de hacer esto, ya que la privaría de su arma principal en este momento: la amenaza de un Bréxit sin acuerdo.
Incluso si se optara por la alternativa de la prórroga, sólo sería (una vez más) darle una patada a la lata para alejarla un poco más en el camino. Y necesitaría del apoyo unánime de los otros 27 países de la UE, permiso que podría no concederse si la intención del Gobierno del Reino Unido es simplemente retrasar un poco más las cosas.
Al mismo tiempo, los líderes europeos -al igual que las grandes empresas británicas- tampoco desean un divorcio caótico con el Reino Unido. Esto les obliga a cooperar a regañadientes con la Primera Ministra. Pero esto también tiene sus límites.
Apuesta
Si el acuerdo de May se rechaza este martes, es posible que se proponga un acuerdo al estilo del que Noruega tiene con la UE. Pero tampoco es seguro que el Parlamento lo acepte. Dependerá de quienes actualmente están comprometidos en un segundo referéndum para que abandonen su cruzada. Y, en la actualidad, estas damas y caballeros creen que su estrella es la que más brilla.
El Partido Laborista de Corbyn podría intentar aprobar un voto de censura al gobierno. Pero también es probable que esto fracase. Después de todo, se necesitaría el apoyo de los diputados del DUP (unionistas norirlandeses, extrema derecha) o de un sector de los conservadores para que se aprobara, diputados que probablemente no serían bien acogidos en una nueva elección general. Sería un caso de pavos pidiendo que llegue la Navidad.
Con todas las demás vías bloqueadas, las peticiones de un segundo referéndum se harán más fuertes. Pero esto tampoco eliminaría el punto muerto en el Parlamento. En cambio, sólo transferiría el punto muerto a un nuevo nivel. Después de todo, el resultado de un «voto popular» dependería de la pregunta planteada en dicho referéndum. Esto se convertiría en un campo de batalla político.
Aunque un nuevo referéndum sería preferible a un Bréxit sin acuerdo para los capitalistas, sigue siendo una apuesta muy peligrosa para ellos. Por esta razón, las grandes empresas han sido muy cautelosas a la hora de apoyar la demanda, ya que podría abrir una caja de Pandora.
Si se convocara, no está garantizado que los que están a favor de la permanencia ganen. El intento de revertir el Bréxit podría resultar desastroso si los votantes optaran por la opción de no llegar a ningún acuerdo con la UE. Este sería un escenario de pesadilla para los capitalistas.
Aunque los que están a favor de la permanencia ganaran, lo más probable es que lo hicieran con una pequeña mayoría. Cualquiera que sea el resultado, conduciría a una amargura y polarización extremas en toda la sociedad.
¡Elecciones generales ahora!
Los trabajadores se encontrarán en una situación imposible en caso de que se celebre un segundo referéndum. Si el Partido Laborista apoyara a los Remainers, alejaría a millones de votantes obreros que quisieran irse. Una capa podría pasar a los conservadores. Sólo se podrían recuperar sobre la base de un programa socialista audaz.
Jeremy Corbyn es consciente de este peligro y ha insinuado que el Partido Laborista no se opondría al resultado de 2016. Pero esto llevaría a una división abierta en el Partido Laborista sobre el tema, ya que son los blairistas (el ala derecha) los que más fervientemente defienden la permanencia en la UE, con la esperanza de continuar en el Mercado Único.
Uno puede imaginar los aullidos de la ‘traición’ del campo del Bréxit en el caso de una victoria de los Remainers. Barry Gardiner, ministro de comercio internacional en la sombra del Partido Laborista, advirtió que un segundo referéndum impulsaría a la extrema derecha y podría conducir a la «desobediencia civil». Se desataría un infierno.
May sería humillada y forzada a irse. El Partido Conservador se dividiría. En estas circunstancias, un brexiteer como Boris Johnson podría ser elegido como líder, apoyándose en la respuesta reaccionaria.
Un resultado inverso al de 2016 socavaría aún más la fe en la democracia parlamentaria. El ultranacionalista UKIP, la derecha conservadora y la histérica prensa de derecha lanzarían una feroz campaña contra el «establishment» y la traición a los 17,4 millones de personas que anteriormente votaron a favor de irse. Habría un aumento del chovinismo nacional y de la xenofobia. Las repercusiones podrían ser inmensas.
Esto podría hacer retroceder temporalmente la conciencia de clase, ya que la división en la sociedad no sería entre la izquierda y la derecha, sino entre dos bandos de la clase dominante.
Al mismo tiempo, ninguno de los problemas a los que se enfrenta la clase dominante se resolvería. Más bien, las tensiones y contradicciones sólo se exacerbarían. Este escenario haría que la política británica fuera aún más convulsiva y podría conducir a una mayor parálisis parlamentaria.
Por eso lo que necesitamos es un gobierno laborista socialista, no un segundo referéndum.