«La economía de la sociedad capitalista, es tal que solo el capital o el proletariado se puede convertir en una fuerza dominante, no existe otra fuerza en la economía».
La noche del 24 al 25 octubre Lenin anuncia la victoria del socialismo en Rusia (según el antiguo calendario gregoriano), lo que se traduce el 6 y 7 de Noviembre de 1917 en el calendario occidental.
El pasado viernes 6 y sábado 7 de noviembre, celebramos 103 años del evento más transcendental del siglo pasado, que cambió la historia y destruyó las ilusiones que existían en torno a los personajes de las clases dominantes, así como el mito de que la burguesía era imperecedera como clase.
Octubre de 1917 fue la victoria del proletariado y las clases oprimidas de la tierra sobre los explotadores capitalistas, lo que anunciaba la era de las grandes mayorías, es decir, de la revolución proletaria en Rusia y en todo el mundo.
El asalto al cielo que pregonaba Marx se había logrado. Las clases dominantes y su gobierno provisional (socialrevolucionarios y mencheviques), habían sido derrotados e iniciaban la construcción de un nuevo Estado, un Estado obrero, con leyes que permitieron lograr conquistas sociales, económicas y políticas, que hasta entonces habían sido negadas a los trabajadores en cualquier país capitalista.
Lenin y Trotsky no vacilaron ni un instante, ganando a la mayoría de la dirigencia bolchevique a la posición de llevar a la Revolución hasta el final. Todas las experiencias de las luchas obreras hasta entonces, fueron colocadas a la orden del día para aplicar con rigurosidad el marxismo a la realidad Rusa, y destrozar el edificio primordial del orden burgués.
Sacaron las lecciones de la lucha de los trabajadores franceses contra la burguesía en Francia en 1848, y las lecciones de los primeros embriones de gobiernos obreros: La Comuna de París de 1871 y el Soviet de 1905 durante la primera revolución rusa. Armados teóricamente con estas lecciones, prepararon con paciencia la caída del Estado burgués, logrando al final barrer todo el podrido aparato represivo e institucional burgués que hasta entonces existía en Rusia.
Marx señaló en el Manifiesto Comunista, que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, es decir, que los grandes cambios sociales son el producto de la lucha de clases, y solo se producen cuando las clases intervienen como tal en la historia. Esta es una enseñanza que se ha comprobado a lo largo de la historia: en la antigüedad, las rebeliones de los esclavos; en la Edad Media, las revueltas campesinas; el papel jugado por la burguesía para derrocar al feudalismo en el siglo XVII; y en el capitalismo, las luchas de la clase obrera contra la burguesía.
La Revolución rusa confirmó sin duda alguna esta experiencia. Cuando los trabajadores actúan como clase, tienen la fuerza para destruir a su enemigo histórico de clase, la burguesía, construyendo un nuevo Estado en el que los explotadores no tienen ningún poder, porque han sido ya expropiados, por lo que toda la riqueza social producida por los trabajadores pasa a ser administrada por la clase trabajadora misma, para así empezar a construir una sociedad donde la riqueza social esté al servicio de las mayorías, y no de las minorías.
La revolución proletaria rusa barrió a todos sus enemigos de clase y sus aliados, los desapareció de la escena histórica. Esta experiencia vive aún en la conciencia de sectores importantes de los trabajadores rusos, y en cualquier momento éstos volverán a levantarse armados con las tradiciones de Octubre para enterrar definitivamente a sus sepultureros: la clase capitalista que surgió de la burocracia estalinista, y que en la actualidad gobierna económica y políticamente al país.
Sobre esta clase burguesa señala el historiador ruso Aleksei Gusev: «Antes la burocracia atacaba a Trotsky como aliado de la contrarrevolución, en la Rusia actual, se le ataca como la figura de la revolución». Tales son las contradicciones de la clase capitalista rusa. Después de la caída de la revolución a finales de los 80, la burocracia que dirigía la Unión Soviética terminó por convertirse en la clase capitalista de esa nación, destruyendo todas las conquistas de Octubre, y con ellas, a la propia revolución.
La Revolución rusa, ¿fue un fenómeno específicamente ruso?
Los falsos amigos y adversarios de una revolución pueden encontrarse con facilidad en todas partes. Ellos apuestan a mantener el control de la vieja clase que ve amenazados sus privilegios, por lo que trabajan de forma obstinada para intentar convencer a los trabajadores del mundo, que la Revolución rusa es un fenómeno desconectado de la lucha de clases internacional.
Estos señores señalan tanto ayer como hoy, que la Revolución de Octubre fue un producto específico de la coyuntura particular que se desarrolló en aquel momento Rusia, es decir, de la guerra y del desmejoramiento brutal de las condiciones de vida en ese país. Su fin ha sido tratar de separar la lucha del proletariado ruso de las grandes luchas en Europa y en el resto del mundo.
Es cierto que el incendio social que arrancó en febrero de 1917, y que terminó por destruir al capitalismo en ése país, fue la consecuencia, como ya hemos señalado, de la destrucción barbárica de los niveles de vida de los trabajadores al utilizar los presupuestos del país en la guerra, pero ello no fue un fenómeno únicamente ruso.
En 1917 se desarrollaron de forma paralela huelgas en Alemania y en Francia, especialmente en la industria armamentista. En Gran Bretaña grandes huelgas estuvieron a la orden del día, y también en Italia los trabajadores realizaron grandes manifestaciones que llevaron al levantamiento de los trabajadores en Milán, hecho que planteó la cuestión fundamental del poder: ¿quién gobierna la sociedad? ¿La burguesía o los trabajadores?
Estados Unidos no se salvaría de la ira que recorrió el mundo en aquel momento. El naciente imperio norteamericano se verá sacudido por grandes huelgas mineras, huelgas en los astilleros navales, etc. En España, se desarrolló del 10 al 13 de agosto una poderosa huelga, seguida de combates armados. En varios países la lucha de clase alcanzaría su máxima expresión. Las profundas contradicciones sociales, la mayoría de las veces ocultas bajo la fachada de aparente estabilidad que normalmente muestra la sociedad burguesa, terminaron por salir a la superficie.
Los de abajo, los explotados, decidieron luchar para cambiar el orden existente, tal y como hemos podido ver en la última década en Venezuela, Bolivia, Chile, Nigeria, Francia, Irak, Irán, Líbano, Puerto Rico, Haití, etc. En efecto, el alzamiento revolucionario en Rusia no fue un fenómeno únicamente ruso ni específico de una época. Hoy por hoy, al igual que en 1917, los oprimidos se han lanzado con audacia y arrojo en una lucha por liquidar el viejo orden que solo ofrece miseria, enfermedades y sufrimiento.
Pero, volviendo a 1917, la revolución rusa triunfante impulsó inmediatamente la revolución en Alemania 1918 y la revolución en Hungría en 1919, que serán trágicamente derrotadas y ahogadas en sangre por las oligarquías de esos países, gracias al nefasto papel jugado por sus mejores aliados, los reformistas, que aman a la revolución de palabra, y la odian en los hechos.
Aunque a pesar de dichas derrotas, este impulso continuaría extendiéndose a otros países. Sin embargo, en las experiencias revolucionarias que ocurrirían a continuación, el movimiento revolucionario careció del instrumento que hizo posible la revolución rusa: un partido bolchevique, firmemente basado en el análisis marxista de la sociedad, en el programa socialista revolucionario, y en los métodos políticos del marxismo. Esa carencia de partidos y direcciones revolucionarias, sentó las bases para numerosas derrotas, una tras otra.
Varias crisis revolucionarias ocurrirán en los años posteriores a 1919. Situaciones revolucionarias se van a continuar sucediendo en Europa, como la revolución alemana de 1923, y en China, en 1925-1927. A pesar de lo que los intelectuales enemigos de la revolución socialista intentan mostrar, el octubre ruso no fue un fenómeno aislado o específico, sino uno de carácter universal.
Más aún, como explicó de forma brillante Leo Trotsky en su teoría de la revolución permanente, el marcado atraso de la vieja Rusia zarista, ligaba necesariamente los destinos de la Revolución rusa a la revolución mundial. En el VII congreso del Partido Bolchevique Lenin señalará: «la realidad es que sin revolución en Alemania nosotros peligramos». Desde que Lenin llegó a Petrogrado el 3 de abril, se dirigió a los trabajadores con las palabras de «viva la revolución socialista mundial», entiendo claramente la necesidad del carácter internacional de la revolución proletaria.
Por otro lado, en lo que respecta a la situación interna de Rusia, planteó la consigna: «ningún tipo de apoyo al gobierno de los capitalistas», al mismo tiempo que hacía un llamamiento al partido para luchar porque los soviets se hicieran del poder, explicando que los trabajadores no necesitaban una república parlamentaria, una democracia burguesa. Los trabajadores no necesitaban ningún gobierno excepto el de los sóviets de los diputados obreros, campesinos y soldados pobres. Tales eran las líneas de Lenin para profundizar la revolución.
La revolución: Las masas irrumpen en el gobierno de su propio destino
Tal y como señalara el viejo León en el prólogo de su Historia de la Revolución Rusa, las revoluciones son los momentos donde las masas intervienen directamente en los acontecimientos históricos.
Estos momentos son totalmente diferentes a los tiempos donde la historia corre a cargo de los monarcas, presidentes, ministros, burócratas parlamentarios y demás instituciones burguesas, que se erigen más bien para falsificar la realidad social, en tanto son representantes directos de la clase capitalista, e intentan disfrazar con conceptos abstractos, ora consciente, ora inconscientemente, quien detenta realmente el poder en la sociedad capitalista.
Los burócratas del estado burgués, los representantes políticos de la clase dominante, nos hablan de “democracia», de “unidad nacional», etc., pero su interés real es sostener un sistema en el que generan más privilegios para sí, más riqueza para una minoría, mientras empobrecen al pueblo trabajador, pero, al mismo tiempo la clase dominante crea a sus propios sepultureros.
Tal como lo afirma Trotsky en su Historia de la Revolución rusa: «en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra pública, derriban a sus representantes tradicionales y con su intervención crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos como nos los brinda su desarrollo. La historia de las revoluciones es para nosotros por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de su propio destino».
1917: La victoria socialista en Rusia cambia la historia de la humanidad
Los preparativos para la insurrección están en marcha. El II Congreso de los Soviets de Rusia, legitima la insurrección armada. El Comité Militar Revolucionario del soviet de Petrogrado, presidido por Leon Trotsky, donde participaban los bolcheviques y los social revolucionarios de izquierda, derriban al gobierno provisional que presidía Kautsky. El congreso decide dar la tierra a los campesinos y lanza un llamado para establecer la paz.
Los millones de proletarios, campesinos y soldados que habían llevado a cabo la Revolución de febrero, derribando el edificio del poder burgués bajo las consignas «pan, paz y tierra», se sintieron engañados por los conciliadores en el gobierno, que intentaban desviar el objetivo y colocarlos a la cola de la carreta de la burguesía. Por ello empezaron a desprenderse de ese carruaje y tomar posición con los bolcheviques, a fin de lograr satisfacer sus demandas.
Empujados por esta voluntad de lucha de las masas, que crecía con la descomposición del mundo burgués, de la cual la sangrienta guerra de rapiña imperialista es su máxima expresión, las masas oprimidas ven en el partido bolchevique su partido y logran por primera vez en el mundo echar abajo el podrido edificio de las clases opresoras, y con él al sistema capitalista, preparándose a su vez para sentar las bases de una nueva sociedad, de donde será desterrada la explotación del hombre por el hombre.
Se puede afirmar sin exageración, que el 25 de octubre –según el antiguo calendario gregoriano de Rusia-, se organiza la victoria que marcará un antes y un después en la historia universal. Por primera en toda la historia humana, la clase oprimida de la sociedad toma su destino en sus propias manos, convirtiéndose en la clase gobernante, por encima de las clases históricamente explotadoras. Todos los militantes bolcheviques y millones de trabajadores en Rusia y el mundo festejaron el amanecer de la revolución socialista mundial.
Cabe destacar que las masas derribaron al gobierno provisional y barrieron con todo un Estado de podredumbre, prácticamente sin derramamiento de sangre. A la burguesía ni siquiera le dio tiempo de enterarse que había sido barrida del poder. Los bolcheviques tomaron el palacio de invierno (sede del gobierno), y una nueva clase apareció con voluntad de cambiar toda la sociedad, de acabar con la explotación del hombre por el hombre.
Los socialistas revolucionarios debemos inspirarnos en los grandes acontecimientos de octubre de 1917. Es la hora de desaparecer y barrer al sistema capitalista. De no superarse, este sistema opresivo, enfermo y senil reducirá al planeta a la barbarie, produciéndose catástrofe ambiental tras catástrofe, crisis económica tras crisis, guerra tras guerra. Como señalara Rosa Luxemburgo, la humanidad debe elegir entre socialismo o barbarie.
Nuestra tarea fundamental es hacer la revolución socialista. En Venezuela y en el mundo observamos diariamente como el capitalismo nos conduce a situaciones de vida cada vez más espantosas e inimaginables. Nuestra tarea es seguir el ejemplo de la Revolución rusa, barrer definitivamente al capitalismo de la faz de la tierra, y para ello, urge construir una organización marxista revolucionaria internacional que gane a las masas trabajadoras para el programa de la revolución proletaria, y las conduzca a la toma definitiva del poder. La existencia misma de la especie humana sobre la tierra depende de ello.