Volvemos a publicar este artículo que fue escrito originalmente para conmemorar el centenario de Lenin en 1970. Los primeros síntomas de la degeneración burocrática en Rusia ya fueron advertidos por Lenin en los dos últimos años de su vida políticamente activa. Pasó sus últimos meses luchando contra estas tendencias reaccionarias, dejando una herencia vital de lucha en sus últimas cartas y artículos. La lucha de la Oposición de Izquierda antiestalinista, dirigida por Trotsky tras la muerte de Lenin, comienza realmente aquí.
En el último periodo activo de su vida, Lenin estuvo absorbido principalmente por los problemas de la economía soviética bajo la Nueva Política Económica. En 1921, bajo la presión de los millones de pequeños propietarios campesinos, el Estado obrero se había visto obligado a desviarse de la senda de la planificación e industrialización socialista con el fin de conseguir grano para los hambrientos trabajadores de las ciudades. La vieja práctica de la Guerra Civil de requisar el grano tuvo que ser abandonada para aplacar a los campesinos, cuyo apoyo era necesario para que el estado obrero no sucumbiera ante la reacción. Se restableció un mercado libre de cereales y se hicieron concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes mientras que las principales palancas del poder económico (bancos e industrias pesadas nacionalizadas y el monopolio estatal del comercio exterior) siguieron en manos del Estado obrero.
Esta retirada a la que se vieron obligados los bolcheviques no era para crear una sociedad socialista y sin clases, sino para salvar a millones de personas de morir de hambre, para reconstruir una economía destrozada y para proporcionar casas y escuelas primarias, es decir, para arrastrar a Rusia al siglo XX.
El triunfo del socialismo exige un desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel inédito en cualquier sociedad existente anteriormente. Sólo cuando se eliminen las condiciones de miseria y pobreza general, el pensamiento del hombre podrá elevarse a horizontes más elevados que la lucha cotidiana por la vida. Las condiciones para esta transformación ya existen en el mundo actual. Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir con toda sinceridad que ya no es necesario que nadie se muera de hambre, ni que no tenga hogar, ni que sea analfabeto.
El potencial está ahí: en la ciencia, la técnica y la industria creadas por el propio desarrollo del capitalismo, que aprovecha todos los recursos del planeta, aunque de forma incompleta, anárquica y sin desarrollar. Sólo sobre la base de un plan de producción integrado y armonioso puede realizarse este potencial. Pero esto sólo puede llevarse a cabo sobre la base de la propiedad común de los medios de producción y de un plan socialista democrático.
Estas verdades elementales del marxismo fueron dadas por sentado por Lenin y los bolcheviques. No condujeron a los obreros a la victoria en octubre de 1917 con el fin de «construir el socialismo» dentro de las fronteras del antiguo imperio zarista, sino para dar el primer golpe de la revolución socialista internacional:
«Nosotros hemos empezado la obra”. Escribió Lenin en el cuarto aniversario de la Revolución de Octubre. “Poco importa saber cuándo, en qué plazo y en qué nación culminarán los proletarios esta obra. Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto el camino, que se ha indicado la dirección”.
Para Lenin, la importancia primordial de la Revolución Rusa fue el ejemplo que proporcionó a los ojos de los trabajadores del mundo. El fracaso de la ola revolucionaria que recorrió Europa en el período 1918-21 fue el factor decisivo en el desarrollo posterior. Sobre la base de una revolución europea victoriosa, la enorme riqueza mineral potencial de Rusia, su vasta fuerza de trabajo, podrían haberse unido a la ciencia, la técnica y la industria de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Unos Estados Unidos Socialistas de Europa podrían haber transformado la vida de los pueblos de Europa y Asia y haber abierto el camino a una Federación Mundial Socialista. En cambio, como resultado de la cobardía e ineptitud de los dirigentes obreros, las clases trabajadoras europeas se enfrentaron a décadas de penurias, desempleo, fascismo y una nueva guerra mundial. Por otra parte, el aislamiento del único Estado obrero del mundo en un país atrasado y campesino, abrió la puerta a la degeneración burocrática y a la reacción estalinista.
La derrota de la clase obrera alemana en marzo de 1921 obligó a la República Soviética a buscar sus propios recursos para sobrevivir. En un discurso pronunciado el 17 de octubre de 1921, Lenin expuso las consecuencias:
“Debéis recordar que nuestro País Soviético, sumido en la miseria tras largos años de pruebas, no está rodeado de una Francia o una Inglaterra socialistas, que podrían ayudarnos con su alto nivel técnico e industrial. ¡Nada de eso! Debemos recordar que ahora toda su técnica adelantada y su industria desarrollada pertenecen a los capitalistas, los cuales obran contra nosotros”.
Para sobrevivir, era necesario conciliar el deseo del campesino de obtener beneficios, incluso a costa de la clase obrera y de la construcción de la industria, única base real para la transición al socialismo.
Las concesiones otorgadas a los campesinos, pequeños empresarios y especuladores («Nepmen») evitaron el colapso económico en 1921-22. Se restableció el comercio entre la ciudad y el campo, pero en condiciones muy desfavorables para la primera. La reducción de los impuestos al campesino recortó los fondos necesarios para la inversión en la industria. La industria pesada se estancó, mientras que gran parte de la industria ligera estaba en manos privadas. Incluso la reactivación de la agricultura fortaleció el elemento capitalista, no el socialista, de la sociedad soviética. Los «kulaks» (campesinos ricos), que disponían de las fincas más grandes y fértiles y del capital necesario para el equipamiento, los caballos y los fertilizantes, obtuvieron enormes beneficios. De hecho, pronto quedó claro que, bajo la NEP, la diferencia entre ricos y pobres en los pueblos crecía de forma alarmante. Los kulaks se dedicaron a acaparar grano para hacer subir los precios, e incluso compraron el grano de los campesinos pobres para vendérselo más tarde, cuando los precios subieran.
Estas tendencias fueron observadas con ansiedad por Lenin, quien advirtió repetidamente de la necesidad de que la clase obrera mantuviera el control sobre las palancas de la economía. En el IV Congreso de la Internacional Comunista, en noviembre de 1922, Lenin resumió el asunto:
“La salvación de Rusia no está sólo en una buena cosecha en el campo -esto no basta-; tampoco está sólo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo -esto tampoco basta-; necesitamos, además, una industria pesada. Pero, para ponerla en buenas condiciones, se precisarán varios años de trabajo. La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como Estado civilizado, sin decir ya que también como Estado socialista”.
En este período, Lenin abordó el problema de la electrificación como un área posible en la que se podía abrir una brecha en el sólido muro del atraso ruso. Trotsky, por su parte, estaba preocupado por la planificación estatal global de la industria, que prácticamente se había perdido de vista bajo la NEP. En todo momento insistió en la necesidad de reforzar el «Gosplan», la Agencia de Planificación Estatal, como medio de fomentar una reactivación general planificada de la industria. Lenin, al principio, desconfiaba de la idea, no porque rechazara la planificación, sino por la lacra de la burocracia imperante en las instituciones soviéticas, que, temía, convertiría un Gosplan ampliado y reforzado en un juego de papel.
Por muy diferentes que fueran sus planteamientos sobre esta cuestión, Lenin y Trotsky estaban completamente de acuerdo sobre la urgente necesidad de fortalecer los elementos socialistas en la economía y de acabar con el retroceso en la dirección del «capitalismo campesino». Sin embargo, era tal la presión del interés de los kulaks que incluso una parte de la dirección bolchevique empezó a doblegarse. La cuestión de qué camino tomaría el poder soviético se planteó a bocajarro en la controversia sobre el monopolio del comercio exterior que estalló en marzo de 1922.
El monopolio del comercio exterior, establecido en abril de 1918, fue una medida vital para asegurar la economía socialista contra la amenaza de penetración y dominación del capital extranjero. Bajo la NEP, el monopolio se hizo aún más importante como baluarte contra las crecientes tendencias capitalistas. A principios de 1922, a petición de Lenin, A.M. Lezhava redactó unas Tesis Sobre el Comercio Exterior que subrayaban la necesidad de reforzar el monopolio y supervisar estrictamente las exportaciones e importaciones. A pesar de ello, el Comité Central del Partido estaba dividido. Stalin, Zinóviev y Kámenev se opusieron a las propuestas de Lenin y abogaron por la relajación del monopolio, mientras que Sokolnikov, Bujarin y Piatakov llegaron a pedir su abolición.
El 15 de mayo, Lenin escribió la siguiente carta a Stalin:
“Camarada Stalin: En vista de la situación creada propongo que, después de consultar a los miembros del Buró Político, se apruebe la siguiente directriz: «El CC ratifica el monopolio del comercio exterior y resuelve suspender en todas partes los estudios y preparativos vinculados con la fusión del CSEN y el Comisariado del Pueblo de Comercio Exterior. Debe ser firmada reservadamente por todos los comisarios del pueblo». Devolver el original a Stalin sin sacar copia”.
Al mismo tiempo, escribió a Stalin y a Frumkin (vicecomisario del pueblo para el comercio exterior) insistiendo en que había que «prohibir formalmente todas las conversaciones y negociaciones, comisiones, etc., relativas a la relajación del monopolio del comercio exterior».
La respuesta de Stalin fue evasiva: «No tengo ninguna objeción a una ‘prohibición formal’ de las medidas para mitigar el monopolio del comercio exterior en la etapa actual. De todos modos, creo que la mitigación se está volviendo indispensable».
El 26 de mayo, Lenin sufrió el primer ataque de su enfermedad, que lo dejó fuera de actividad hasta septiembre. Mientras tanto, a pesar de la petición de Lenin, se volvió a plantear la cuestión de la «mitigación» del monopolio. El 12 de octubre, Sokolnikov presentó una resolución en el pleno del Comité Central, para la flexibilización del monopolio del comercio exterior. Lenin y Trotsky estaban ausentes, y la resolución fue aprobada por abrumadora mayoría.
El 13 de octubre, Lenin escribió al Comité Central a través de Stalin, con quien ya había discutido el asunto. Lenin protestó contra la decisión y exigió que la cuestión se planteara de nuevo en el próximo pleno de diciembre. Posteriormente, Stalin escribió a los miembros del CC:
«La carta del camarada Lenin no me ha persuadido de que la decisión del CC fuera errónea… No obstante, en vista de la insistencia del camarada Lenin en que se retrase el cumplimiento de la decisión del Pleno del CC, votaré a favor de un aplazamiento para que la cuestión pueda volver a plantearse para su discusión en el próximo Pleno al que asistirá el camarada Lenin».
El 16 de octubre se acordó posponer el asunto hasta el siguiente pleno. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del pleno, Lenin estaba cada vez más preocupado porque su estado de salud no le permitiría hablar. El 12 de diciembre, escribió su primera carta a Trotsky pidiéndole que asumiera «la defensa de nuestra opinión común sobre la necesidad incondicional de preservar y reforzar el monopolio del comercio exterior». Las cartas escritas por Lenin indican claramente el bloque político que existía entre Lenin y Trotsky en esta época. Demuestran la fe implícita de Lenin en los juicios políticos de Trotsky, una fe nacida de años de trabajo común a la cabeza del Estado soviético. Y no es casual que en esta época Lenin no recurriera a nadie más para defender sus opiniones en el Comité Central. Incluso sus otros confidentes, Frumkin y Stomoniakov, no eran miembros del Comité Central.
Al enterarse de los preparativos de Lenin para una lucha y de su bloque con Trotsky, el Comité Central se echó atrás sin luchar. El 18 de diciembre, la resolución de octubre fue anulada incondicionalmente. El primer asalto en la batalla contra el elemento pro-kulak en la dirección del partido fue ganado por la fracción leninista. La batalla fue continuada después de la muerte de Lenin por Trotsky y la Oposición de Izquierda, que fueron los únicos que mantuvieron en alto la bandera y el programa de Lenin frente a la contrarrevolución política estalinista.
Friedrich Engels explicó hace tiempo que en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son el dominio de una minoría, ésta utilizará y abusará de su posición en su propio interés. Debido al aislamiento de la revolución en un país atrasado, los bolcheviques se vieron obligados a recurrir a los servicios de una serie de antiguos funcionarios zaristas para mantener el estado y la sociedad en funcionamiento. Estos elementos, que habían mantenido en jaque al gobierno obrero en los primeros días de la revolución, se fueron dando cuenta de que el poder soviético no iba a ser aplastado por la fuerza armada. Una vez pasados los peligros de la Guerra Civil, muchos antiguos enemigos del bolchevismo comenzaron a infiltrarse en el Estado, en los sindicatos e incluso en el partido.
La primera «purga», en 1921, no tuvo nada que ver con los posteriores y grotescos juicios inculpatorios de Stalin, en los que se asesinó a toda la vieja cúpula bolchevique. Nadie fue juzgado, asesinado o encarcelado. Pero se crearon comisiones especiales del partido para expulsar del mismo a los miles de arribistas y burgueses que se habían afiliado para favorecer sus propios intereses. Los delitos por los que se expulsaba a la gente eran «el burocratismo, el arribismo, el abuso por parte de los miembros del partido de su estatus partidario o soviético, la violación de las relaciones de camaradería dentro del partido, la difusión de rumores infundados y no verificados, insinuaciones u otros informes que reflejen al partido o a miembros individuales del mismo, y que destruyan la unidad y la autoridad del partido».
Para llevar a cabo una lucha contra la burocracia, Lenin abogó por la creación de una «Comisión de Inspección Obrera y Campesina» (RABKRIN), como máximo árbitro y guardián de la moral del partido, y como arma contra los elementos ajenos al aparato estatal soviético. En el centro de la RABKRIN, Lenin colocó a un hombre al que respetaba por su capacidad organizativa y su fuerte carácter: Stalin.
Entre otras funciones importantes, el RABKRIN examinaba la selección y el nombramiento de los trabajadores responsables del Estado y del partido. Quien tenía el poder de frenar la promoción de algunos y avanzar en la de otros, obviamente tenía un arma que podía servir a sus propios intereses. Stalin no tuvo escrúpulos en utilizarla para los suyos. El RABKRIN pasó de ser un arma contra la burocracia a un semillero de intrigas arribistas. Stalin utilizó cínicamente su posición en el RABKRIN, y más tarde su control del Secretariado del partido, para reunir en torno a sí un bloque de hombres sumisos, nulidades cuya única lealtad era hacia el hombre que les ayudó a ascender a posiciones cómodas. Desde el más alto árbitro de la moralidad del partido, el RABKRIN se hundió en las más bajas profundidades del cinismo burocrático.
Trotsky se dio cuenta de lo que ocurría antes que Lenin, cuya enfermedad le impedía supervisar de cerca el trabajo del partido. Trotsky señaló que «los que trabajan en el RABKRIN son sobre todo obreros que han tenido problemas en otros campos», y llamó la atención sobre la «extrema prevalencia de la intriga en los órganos del RABKRIN, que se ha convertido en un tópico en todo el país».
Lenin siguió defendiendo el RABKRIN contra las críticas de Trotsky. Sin embargo, en sus últimos trabajos vemos que sus ojos se abrieron a la amenaza de la burocracia desde este sector y al papel de Stalin que la guiaba. En su artículo Cómo debemos reorganizar la Inspección Obrera y Campesina, Lenin relacionó la cuestión con la deformación burocrática del aparato estatal obrero:
“Nuestro aparato estatal, excepto el Comisariato del Pueblo de Relaciones Exteriores, es en máximo grado una supervivencia del pasado, que ha sufrido en mínimo grado cambios de alguna importancia. Sólo ha sido ligeramente retocado en la superficie, pero en todos los demás aspectos es la más típica reliquia de nuestro viejo aparato estatal”.
Sin embargo, en el último artículo de Lenin, escrito el 2 de marzo de 1923, «Mejor menos, pero mejor», lanzó el ataque más mordaz contra el RABKRIN:
“Hablemos con franqueza. El Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza en la actualidad de la menor autoridad. Todos saben que no hay instituciones peor organizadas que las de nuestra Inspección Obrera y Campesina, y que en las condiciones actuales nada podemos esperar de este Comisariato del Pueblo.”
En el mismo artículo, Lenin incluyó un comentario dirigido directamente a Stalin: “Dicho sea entre paréntesis, tenemos burócratas, no sólo en las instituciones soviéticas, sino también en las del partido”.
El hecho de que Lenin señalara a Stalin como el potencial cabecilla de una facción de burócratas en el partido es un ejemplo de su clarividencia. En ese momento, el poder de Stalin en el «aparato» era invisible para la mayoría, incluso de los miembros del partido, mientras que la mayoría de los dirigentes no lo creían capaz de utilizarlo, en vista de su notoriamente mediocre dominio de la política y la teoría. Incluso después de la muerte de Lenin, no fue Stalin, sino Zinóviev, quien encabezó la «Troika» (Zinóviev, Kámenev, Stalin) que empujó al partido a dar los primeros y fatídicos pasos para alejarse de las tradiciones de Octubre bajo el pretexto de un ataque al «trotskismo».
No fue casualidad que el último consejo de Lenin al partido fuera advertirle contra el abuso de poder «desleal» e «intolerante» de Stalin y abogar por su destitución del cargo de Secretario General.
La derrota de la revolución obrera europea dio aún más importancia al trabajo de la Internacional Comunista por una revolución de los pueblos esclavizados del Este. La Revolución de Octubre dio un poderoso impulso a la lucha de las colonias contra sus opresores imperialistas. En particular, la orgullosa consigna de «Los derechos de las naciones a la autodeterminación» blasonada en la bandera del bolchevismo animó a los millones de oprimidos de Asia y África.
Casi el primer acto del gobierno obrero fue reconocer la independencia de Finlandia, aunque eso significaba inevitablemente conceder la independencia a un gobierno capitalista hostil. Naturalmente, los marxistas defienden firmemente la unión de todos los pueblos en una Federación Socialista Mundial. Pero esa unidad no puede realizarse por la fuerza, sino sólo por el libre consentimiento de los obreros y campesinos de los distintos países. Sobre todo, cuando los obreros de una antigua nación imperialista toman el poder, tienen el deber de respetar los deseos de los pueblos de las antiguas colonias, incluso si desean separarse. La unificación puede lograrse más tarde, sobre la base del ejemplo y la persuasión.
En 1921, el Ejército Rojo se vio obligado a intervenir en Georgia, donde el gobierno había intrigado constantemente con Gran Bretaña y otras potencias capitalistas contra el Estado Soviético. Lenin estaba muy preocupado porque esta acción militar no fuera vista como la anexión de Georgia a Rusia, identificando así al Estado soviético con los opresores zaristas. Escribió una carta tras otra instruyendo a Orzhonikidze, el representante del Comité Central en Georgia, para que siguiera una «política de concesiones en relación con la intelectualidad y los pequeños comerciantes georgianos”, y abogando por el establecimiento de una “coalición con Jordania o los mencheviques georgianos similares”. El 10 de marzo, envió un telegrama instando a la necesidad de “observar un especial respeto por los órganos soberanos de Georgia; mostrar una especial atención y precaución con respecto a la población georgiana”.
Sin embargo, las actividades de Orzhonikidze en Georgia estaban relacionadas con la camarilla de Stalin en el partido. Stalin estaba trabajando en propuestas para la unificación de la Federación Socialista Soviética Rusa con las demás repúblicas soviéticas no rusas. En agosto de 1922, mientras Lenin estaba fuera de combate, se creó una comisión en la que Stalin era la figura principal para elaborar los términos de la unificación.
Cuando aparecieron las tesis de Stalin, fueron firmemente rechazadas por el Comité Central del partido georgiano. El 22 de septiembre, los dirigentes bolcheviques georgianos aprobaron la siguiente moción:
“La unión en forma de autonomización de las repúblicas independientes, propuesta sobre la base de las tesis de Stalin es prematura. Es necesaria una unión de esfuerzos económicos y una política común, pero deben conservarse todos los atributos de la independencia”.
Las protestas de los georgianos no fueron escuchadas. Stalin se empeñó en aprobar sus propuestas. La comisión se reunió los días 23 y 24 de septiembre, bajo la presidencia del títere de Stalin, Molotov. Esta rechazó la resolución georgiana, con un voto en contra (Mdivani, el representante georgiano). El 25 de septiembre, los materiales de la Comisión fueron enviados a Lenin, que estaba convaleciente en Gorki. Sin esperar la opinión de Lenin, y sin siquiera una discusión en el Politburó, el Secretariado (el centro de Stalin en el partido) envió la decisión de la Comisión a todos los miembros del CC para preparar el Pleno de octubre.
El 26 de septiembre, Lenin escribió al Comité Central a través de Kámenev instando a la cautela en esta cuestión y advirtiendo contra el intento de Stalin de apresurar el asunto. (“Stalin tiende a ser algo precipitado”) Lenin había quedado con él al día siguiente. Todavía no sospechaba hasta qué punto había llegado Stalin para forzar la unificación. Sin embargo, incluso esta carta indica su oposición a cualquier afrenta a las aspiraciones nacionales de un pequeño pueblo y a reforzar así el dominio del nacionalismo.
“Lo importante es que no demos pábulo a los «independentistas», que no destruyamos su independencia, sino que organicemos otro nuevo piso, una federación de repúblicas iguales en derechos.”
Las enmiendas de Lenin pretendían suavizar el tono del proyecto original de Stalin para dar cabida a los “independentistas”, a quienes consideraba, en este punto, equivocados. En respuesta a los suaves comentarios de Lenin, Stalin escribió a los miembros del Politburó el 27 de septiembre una serie de bruscas y hoscas réplicas, entre ellas la siguiente:
“Sobre el tema del párrafo cuatro, en mi opinión el propio camarada Lenin se “apresuró” un poco… Apenas hay duda de que su «apresuramiento» suministrará combustible a los defensores de la «independencia», en detrimento del liberalismo nacional de Lenin”.
La grosera respuesta de Stalin fue la expresión de su inconfesable molestia por la “intromisión” de Lenin en lo que consideraba su dominio privado, acentuada por el temor al resultado de la intervención de Lenin.
Los temores de Stalin estaban bien fundados. Tras su discusión con Mdivani, Lenin se convenció de que el asunto de Georgia estaba siendo mal manejado por Stalin, y se puso a trabajar en la acumulación de pruebas. El 6 de octubre, Lenin escribió un memorando al Politburó, Sobre la lucha contra el chovinismo nacional dominante:
“Declaro una guerra a muerte al chovinismo ruso. Lo comeré con todas mis muelas sanas en cuanto me libre de la maldita muela”.
Lenin aún no había comprendido toda la importancia de lo ocurrido en Georgia. No sabía que Stalin, para fortalecer su mano, había llevado a cabo una purga de los mejores cuadros del bolchevismo georgiano, sustituyendo el viejo comité central por elementos nuevos y más “flexibles”.
Lo que sabía era suficiente para despertar las sospechas de Lenin. En la semana siguiente comenzó a recoger discretamente información sobre el “asunto” georgiano, y consiguió que el Comité Central enviara a Rykov y Dzerzhinsky a Tiflis para investigar las quejas de los bolcheviques georgianos.
Los días 23 y 24 de diciembre, Lenin comenzó a dictar a su secretario sus famosas cartas al Congreso. Insistió en que debían ser secretas. El trabajo de Lenin avanzó lenta y penosamente, interrumpido por ataques de enfermedad. Pero a través de todo ello, se hace cada vez más clara la idea de que el enemigo central estaba en el “aparato” burocrático del Estado y del partido, y en el hombre que estaba a su cabeza, Stalin.
En La situación real en Rusia, Trotsky registra la última conversación que tuvo con Lenin poco antes de su segundo ataque. En respuesta a la sugerencia de Lenin de que Trotsky participara en una nueva comisión para luchar contra la burocracia (ver “Cómo reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”). Trotsky respondió lo siguiente:
“‘Vladímir Ilich, a mi parecer, en la lucha actual con el burocratismo en el aparato soviético no debemos olvidar que tanto en el centro como en las provincias se está efectuando una selección especial de funcionarios y especialistas en torno a ciertas personalidades y grupos del partido, es decir, el Comité Central, etc. Atacando a los funcionarios soviéticos se combate a los líderes del partido. El especialista es un miembro de su séquito. En tales circunstancias, yo no podría emprender esta labor’.
“Vladímir Ilich reflexionó un momento y dijo: ‘Es decir, que yo proponga una lucha con el burocratismo soviético y usted quiere añadir a esto el burocratismo de la Comisión de Organización del partido’. Yo me eché a reír ante aquella salida inesperada, porque no se me había ocurrido una expresión tan clara de mi idea, y respondí: ‘Así lo entiendo’.
“Entonces, Vladímir Ilich repuso: ‘Está bien, le propongo la formación de un bloque’. Yo dije: ‘Siempre estoy dispuesto a formar un bloque con un hombre bueno’”.
Esta conversación es importante por la luz que arroja sobre el contenido de las últimas obras de Lenin, especialmente el famoso “Testamento”, las cartas sobre la cuestión nacional y “Mejor poco, pero mejor.” El tono de sus cartas se vuelve cada vez más agudo, sus objetivos más claramente definidos, cada día. No importa la cuestión que trate, el pensamiento central es el mismo, la necesidad de combatir la presión de las fuerzas de clase ajenas en el Estado y en el partido, el desarraigo de la burocracia, la lucha contra el chovinismo gran ruso, la lucha contra la camarilla de Stalin en el partido.
A pesar de las insistentes peticiones de Lenin de que sus notas se mantuvieran estrictamente secretas, la primera parte del “Testamento” llegó a manos del Secretariado y de Stalin, quien inmediatamente se dio cuenta del peligro de la intervención de Lenin y tomó medidas para impedirla. Se ejerció una fuerte presión sobre las secretarias de Lenin para evitar que éste descubriera cualquier noticia que pudiera “molestarle”.
Sin embargo, Lenin se enteró por Dzerzhinsky de que, entre otras tropelías perpetradas por la facción de Stalin, Orzhonikidze había llegado a golpear a uno de los opositores georgianos. Esto puede parecer poca cosa si se compara con el terror estalinista posterior, pero conmocionó profundamente a Lenin. Su secretaria anotó en su diario del 30 de enero de 1923 las palabras de Lenin: “En vísperas de mi enfermedad, Dzerzhinsky me ha hablado de los trabajos de la comisión y del «incidente» y esto me ha inferido un duro golpe”.
Para comprender la enormidad de este crimen, es necesario conocer las relaciones entre el nacionalismo ruso (más correctamente gran ruso) y las minorías nacionales que, bajo los zares, eran tratadas con el mismo desprecio y la misma bárbara arbitrariedad que a los negros y a los indios bajo el Imperio Británico. La tarea histórica de la Revolución Rusa fue elevar a estas minorías despreciadas a la categoría de hombres de pleno derecho, con sus propios derechos y dignidad. La idea de que un representante de la nación gran rusa abusara o golpeara a un georgiano era un crimen contra el internacionalismo proletario, una monstruosidad zarista que habría sido castigada de la forma más drástica: con la expulsión del partido, como mínimo. Por eso Lenin descargó su ira contra Stalin y Orzhonikidze, exigiendo “un castigo ejemplar para los responsables”.
Stalin puso todos los obstáculos para que Lenin no recibiera información de Georgia. Numerosos pasajes de los diarios de las secretarias de Lenin dan una clara imagen de este acoso burocrático:
“Jueves 25 de enero ha preguntado [Lenin] si hemos recibido los documentos [del comité gregoriano]. He respondido que Dzerzhinsky sólo había regresado el sábado. Y por ello no he podido pedírselos todavía.
El sábado he llamado a Dzerzhinsky; ha dicho que los documentos los tiene Stalin. He enviado una carta a Stalin, pero no se hallaba en Moscú. Ayer, 29 de enero, Stalin ha telefoneado diciendo que no podía remitir los documentos sin la aprobación del Buró Político. Me ha preguntado si yo no le he dicho a Vladímir Ilich algo más de lo necesario: ¿cómo tenía él conocimiento de los asuntos corrientes? Por ejemplo, su artículo sobre la Inspección Obrera y Campesina [RABKRIN] demuestra que le son conocidas ciertas circunstancias. He respondido que yo no le digo nada y que no tengo ningún motivo para creer que él esté al corriente. Vladímir Ilich me ha llamado hoy para saber la respuesta y me ha dicho que se batirá para que le entregaran esos documentos”. [Énfasis mío-AW]
Estas pocas líneas revelan crudamente la manera bravucona y burocrática con la que Stalin intentó defender su posición contra Lenin, a quien temía mortalmente, incluso en su lecho de muerte. No puede haber una ilustración más clara de la “grosería” y “deslealtad” de Stalin a la que se refiere Lenin en su “Testamento”.
La actitud de desconfianza de Lenin hacia la comisión de Dzerzhinsky y el comportamiento del Comité Central se refleja en sus instrucciones a sus secretarias:
“1) ¿Por qué el antiguo CC del PC de Georgia fue acusado de desviacionismo?
“2) ¿De qué falta de disciplina se les acusó?
“3) ¿Por qué se acusa al Comité Transcaucásico de suprimir el CC del PC de Georgia?
“4) Los medios físicos de supresión “biomecánica”.
“5) La línea del CC del PC (del PCR(B)) en ausencia de Vladímir Ilich y en su presencia.
“6) Actitud de la Comisión. ¿Examinó sólo las acusaciones contra el CC del PC de Georgia o también contra el Comité Transcaucásico? ¿Examinó el incidente de la “biomecánica”?
“7) La situación actual (la campaña electoral, los mencheviques, la supresión, la discordia nacional)”.
Pero la creciente comprensión de Lenin de los métodos desleales y deshonestos de elementos de la dirección del partido le hizo desconfiar también de su propio secretariado. ¿No estaban ellos también amordazados por Stalin?
“El 24 de enero Vladímir Ilich me ha dicho: ‘Ante todo, por lo que hace a nuestro asunto «clandestino»: sé que usted me engaña’. A mis seguridades en sentido contrario, me ha dicho: ‘Sobre esto tengo mi opinión’”.
Con dificultad, el enfermo Lenin logró enterarse de que el Politburó había aceptado las conclusiones de la Comisión de Dzerzhinsky. Fue en ese momento (del 2 al 6 de febrero) cuando Lenin dictó Mejor Poco, Pero Mejor, el más abierto ataque a Stalin y a la burocracia del partido hasta entonces. Los sucesos de Georgia habían convencido a Lenin de que el chovinismo podrido del Estado era el indicio más peligroso de la presión de las clases ajenas:
“Nuestro aparato estatal es hasta tal punto deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente de qué modo luchar contra sus deficiencias, recordando que esas deficiencias provienen del pasado, que, a pesar de haber sido radicalmente cambiado, no ha sido superado…”
En su última aparición pública en una reunión política, el Undécimo Congreso del PCR(B), Lenin había advertido que la máquina del Estado se estaba escapando del control de los comunistas:
“La máquina se escapó de las manos, como si fuera, no en la dirección que el conductor deseaba, sino en la dirección que alguna otra persona deseaba; como si la condujera alguna mano misteriosa que no está autorizada a hacerlo, sabe Dios de quién es, tal vez de un especulador, de un capitalista privado o de ambos; sea lo que fuera, la máquina no marcha en la dirección que supone quien está sentado al volante, y a menudo marcha en una dirección completamente diferente”.
El veneno del nacionalismo, el rasgo más característico de todas las formas de estalinismo tenía sus raíces en la reacción de los pequeños burgueses, los kulaks, los hombres de la NEP y los funcionarios soviéticos contra el internacionalismo revolucionario de octubre.
Lenin propuso luchar contra esta reacción en el próximo Congreso, en alianza con Trotsky, el único miembro del Comité Central en el que podía confiar para defender su punto de vista.
Se propuso tratar personalmente la cuestión del RABKRIN y estaba “preparando una bomba” para Stalin. Su convicción de que el “aparato” del Partido conspiraba para mantenerlo fuera a toda costa queda ilustrada por la observación de su secretario de que “aparentemente, además, Vladímir Ilich tiene la impresión de que no eran los médicos los que daban instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central el que daba instrucciones a los médicos”.
Las sospechas de Lenin estaban muy bien fundadas. Una de las ideas que se barajaron seriamente en el Comité Central en ese momento fue la impresión de un número especial y único de Pravda, especialmente para el consumo de Lenin, ¡para engañarlo sobre el asunto de Georgia!
El argumento de que todo esto fue por el bien de la salud de Lenin no se sostiene. Como él mismo explicó, nada le agitaba y disgustaba tanto como las acciones desleales de los miembros del CC y el tejido de mentiras con que se camuflaban. La verdadera actitud de Stalin hacia el moribundo Lenin se reveló en un incidente verdaderamente monstruoso en el que se vio involucrada Krupskaya, la esposa de Lenin: al intentar defender a su marido enfermo de las groseras importunaciones de Stalin, fue recompensada con burdos abusos por parte del “leal discípulo”. Krupskaya describe el incidente en una carta a Kámenev del 23 de diciembre de 1922:
“Lev Borisovich,
“Con respecto a la breve carta escrita por mí al dictado de Vladímir Ilich con el permiso de los médicos, Stalin me llamó ayer por teléfono y se dirigió a mí de la manera más cruda. No llevo en el partido apenas un día. En todos los 30 años no he oído ni una sola palabra grosera de un camarada. Los intereses del Partido y de Ilich no son menos queridos para mí que para Stalin. Ahora necesito el máximo autocontrol. Sé mejor que cualquier médico lo que se puede o no se puede decir a Ilich, porque sé lo que le molesta y lo que no, en todo caso mejor que Stalin”.
Krupskaya rogó a Kámenev, amigo personal, que la protegiera “de las groseras injerencias en mi vida personal, de las indignas trifulcas y de las amenazas”, y añadió que en cuanto a la amenaza de Stalin de llevarla ante una comisión de control “No tengo fuerzas ni tiempo para perder en esas estúpidas disputas. También soy un ser humano y mis nervios están al límite”.
La amenaza de Lenin de romper toda relación de camaradería con Stalin y sus acusaciones de “grosería” en el “Testamento” se explican a menudo con vagas referencias a este incidente. Pero, en primer lugar, lo que hizo Stalin no fue un asunto “personal”, sino una grave ofensa política, castigada con la expulsión del Partido. La ofensa se ve magnificada por el hecho de que la posición de Stalin en el Partido le obligaba a erradicar tal comportamiento, no a defenderlo.
Sin embargo, este “pequeño incidente” debe verse en su contexto adecuado. Es sólo la más desagradable y obvia de las manifestaciones de deslealtad de Stalin.
Los últimos días de actividad de Lenin se dedicaron a organizar su lucha contra la facción de Stalin en el Congreso. Escribió una carta a Trotsky pidiéndole que asumiera la defensa de los camaradas georgianos, y a los dirigentes georgianos comprometiéndose calurosamente con su causa. Hay que señalar que expresiones tan enfáticas como “de todo corazón” y “con los mejores saludos de camaradería” se encuentran muy raramente en las cartas de Lenin, que prefería un estilo de escritura más comedido. Era una medida de su compromiso con la lucha. También hay que señalar que el bloque de Lenin constituía una facción política, lo que más tarde los estalinistas denominaron “bloque anti-partido”. Los estalinistas ya habían organizado su facción que controlaba la maquinaria del partido.
Fotieva, la secretaria de Lenin, anotó las últimas notas de Lenin sobre la cuestión georgiana, evidentemente como preparación para un discurso en el Congreso:
“Las instrucciones de Vladímir Ilich de que se diera una pista a Stoltz de que él [Lenin] estaba del lado de la parte perjudicada. Que se le diera a entender a alguien de la parte perjudicada que él estaba de su lado. Tres momentos: 1) No se debe luchar. 2) Hay que hacer concesiones. 3) No se puede comparar un Estado grande con uno pequeño. ¿Lo sabía Stalin? ¿Por qué no reaccionó? El nombre de “desviacionista” para una desviación hacia el chovinismo y el menchevismo demuestra la misma desviación con los chovinistas de la nación dominante. Recopilación de impresos para Vladímir Ilich”.
El 9 de marzo, Lenin sufrió su tercera apoplejía que lo dejó paralizado e impotente. La lucha contra la degeneración burocrática pasó a Trotsky y a la Oposición de Izquierda. Pero Lenin sentó las bases del programa de la Oposición, contra la burocracia, contra la amenaza de los kulak, por la industrialización y la planificación socialista, por el internacionalismo socialista y la democracia obrera.