“Hoy hemos hecho historia de Europa”, dijo Zapatero la noche del 20 de febrero. Esas palabras resumen el tono de la valoración que el gobierno y los dirigentes del PSOE han hecho del referéndum sobre la Constitución Europea. Según el presidente del g “Hoy hemos hecho historia de Europa”, dijo Zapatero la noche del 20 de febrero. Esas palabras resumen el tono de la valoración que el gobierno y los dirigentes del PSOE han hecho del referéndum sobre la Constitución Europea. Según el presidente del gobierno el triunfo “rotundo” del sí indica que la población ha expresado la voluntad de participar “activamente” en la construcción política de Europa.
El problema de ese análisis, tan adobado de triunfalismo y euforia, es que no está en armonía con la realidad y con el dato que más salta a la vista: el referéndum del 20-F se ha saldado con un nivel de abstención (57,68%) sin precedentes en ningún otro referéndum ni proceso electoral de carácter estatal.
El primer hecho político que pone de manifiesto la bajísima participación en el referéndum es que el llamado “proyecto europeo” no provoca ningún entusiasmo social, a pesar de que la campaña del PSOE ha tenido como eje central identificar Europa con más democracia, paz y prosperidad, ocultando deliberadamente aspectos más concretos de la Constitución Europea que sacralizan las privatizaciones, las reformas laborales, la guerra preventiva y otros aspectos abiertamente reaccionarios.
En los años 80 los dirigentes del PSOE tuvieron mucho más éxito en identificar la Unión Europea como un “proyecto” más progresista en materia social y como un garante contra los peligros involucionistas por parte de los sectores más reaccionarios del apartado del Estado. Eso no era verdad tampoco entonces, puesto que las conquistas sociales y democráticas en Europa no fueron producto del “talante” de la burguesía europea sino de una peculiar etapa histórica abierta tras la Segunda Guerra Mundial, marcada por el miedo de la clase dominante a la revolución en Occidente, el crecimiento económico y otros factores. El contexto en el que se ha celebrado estas elecciones es completamente distinto al de hace dos décadas, sobre todo porque el desmantelamiento de las conquistas sociales en Europa es muy evidente y todas las “directrices” europeas que llegan al Estado español están asociadas a privatizaciones y cierres, como ha sido el caso de Izar.
La abstención del 20-F tiene una clara lectura política: la socialdemocracia, y en general la burguesía, tienen cada vez más dificultades para ilusionar a la sociedad, y a los trabajadores en particular, en torno a un proyecto que es cada vez más percibido como algo ajeno a sus intereses.
No deja de tener cierta ironía que el presidente de la Comisión Europea, algo así como “el presidente de todos los europeos”, el derechista portugués Durao Barroso, el mismo día que felicitaba a Zapatero por su triunfo, sufría una derrota verdaderamente histórica y contundente en su propio país a manos de la izquierda. Todo un símbolo de las creciente dificultad del “europeismo” como una cortina de humo para encubrir políticas descaradamente anti-sociales.
Como era previsible el sí fue la opción mayoritaria, logrando un 76,73% de los votos frente al 17,24% obtenido por el no y el 6,03% de los votos en blanco. Pero hay que relativizar la “contundencia” de la victoria del sí, teniendo en cuenta no sólo el altísimo nivel de abstención sino el contexto en el que se desarrolló la campaña. Así, a pesar de la descarada parcialidad de la campaña institucional, que se ha volcado por el sí; a pesar de la campaña del PSOE, con todo el margen de confianza que le confirió la victoria del 14 de marzo contra la derecha; a pesar de que los sindicatos han defendido el sí y a pesar de que también el PP pidió el sí, el hecho es que tan sólo una de cada tres personas con derecho a votar el 20-F se inclinaron por esa opción.
La deficiente campaña por el no
Es imposible, por otro lado, derivar del apoyo obtenido por el sí o por el no una opción homogéneamente identificada con la derecha o con la izquierda. De hecho, una de las peculiaridades de este referéndum es que se ha producido en un contexto en el que se ha combinado, por un lado, un ambiente de gran polarización política, que se arrastra desde las históricas movilizaciones (huelga general 20-J, Prestige, guerra de Iraq, 11-M) que precedieron y dieron lugar a la victoria de la izquierda el 14 de marzo, con el hecho, por otro lado, de que los dos principales partidos que canalizaron en sentidos opuestos esa polarización, defendieron el sí.
Es sintomático, y además diferencia este referéndum de los procesos electorales anteriores, el hecho de que en esta ocasión la abstención haya afectado de forma mucho más homogénea a todas las capas sociales. En anteriores comicios, principalmente los que resultaron en una victoria para la derecha, la abstención ha sido mucho más acentuada en los barrios obreros que en los barrios ricos. En una misma ciudad la participación llegaba con frecuencia a 20 puntos de diferencia. Eso era un reflejo de la incapacidad de los dirigentes de los partidos de la izquierda de movilizar su propia base social.
El 20-F esa diferencia ha quedado muy reducida. En el municipio de Madrid, por ejemplo, la participación ha sido similar en el distrito Puente de Vallecas, con un 42,42%, que en el barrio de Salamanca, con un 43,56%. En relación a las pasadas elecciones europeas es perceptible una mayor abstención en los barrios en los que la derecha gana con una holgada mayoría. Así, en términos generales podemos decir que el peso relativo de las capas sociales que votan a la izquierda ha sido mayor respecto a otras elecciones y que tanto en los votos por el sí como por el no ha pesado mayoritariamente el electorado que generalmente vota a la izquierda.
En general en el voto sí ha pesado fundamentalmente un voto de confianza en el gobierno PSOE, frente a la percepción de que la abstención o el no pudiese ser utilizado por la derecha contra el gobierno. Pero también el voto no ha sido fundamentalmente de izquierdas. De hecho, el carácter del no en las Comunidades Autónomas donde esa opción ha sido sensiblemente más elevada que la media, como ha sido el caso de Euskadi, Navarra y Catalunya (33,66%, 29,22% y 28% respectivamente), la cuestión nacional ha tenido un peso evidente, y la base electoral de los partidos que optaron por el no (Batasuna y ERC) son de izquierdas. Es verdad que el no ha sobresalido de la media en los barrios más acomodados de Madrid y de la Comunidad de Valencia, pero sería erróneo atribuir ese voto de la base más derechista del PP un efecto decisivo en el conjunto del no. Una cuarta parte de los votos obtenidos por el no se concentran en tres comunidades autónomas: Euskadi, Navarra y Catalunya.
Otro hecho remarcable es la poca incidencia que ha tenido la campaña por el no hecha por IU y el BNG. La campaña por el no de IU ha sido muy débil, incapaz de arrastrar al electorado de la izquierda. No se vinculó el voto no a una alternativa concreta al proyecto de Europa diseñado por los empresarios y banqueros. El problema de fondo es que los dirigentes de IU no se han atrevido a denunciar el carácter capitalista de la UE ni a explotar a fondo todas las contradicciones de la campaña del PSOE. Durante la guerra de Iraq Llamazares llegó a plantear que el gobierno francés y alemán, los mismos que estaban y están llevando adelante una política decididamente antiobrera, eran “aliados tácticos” del movimiento contra la guerra. Los dirigentes del PSOE, mientras centraban su campaña en el carácter “progresista” de Europa, hacían ruedas de prensa conjuntas con Chirac, un representante inequívoco de la derecha francesa cuya política social en nada se diferencia a la aplicada por Aznar cuando estaba en el gobierno. Nada de eso se denunció. Tampoco se dio una batalla seria para llevar ese debate en las fábricas y a la base de los sindicatos, cuyos dirigentes defendieron el sí con la boca pequeña, conscientes de que una campaña demasiado ruidosa les podría traer algún problema. Es significativo que en localidades gobernadas por IU, como Córdoba o Rivas-Vaciamadrid el no haya obtenido un 16,6% y un 19,52%, un poco debajo y un poco por encima de la media estatal respectivamente. En cambio, en Marinaleda, cuya ayuntamiento está gobernado por Sánchez Gordillo, dirigente del SOC, el no ha sido abrumadoramente mayoritario (71,01%).
En el caso del BNG el problema fue similar. Es sintomático que en Galicia, donde el BNG llegó a convertirse en el partido de izquierdas más votado, el peso del no haya estado por debajo de la media estatal. Durante años los dirigentes del BNG han argumentado que la Unión Europea era el marco propio para ejercer el derecho a la autodeterminación de Galicia, puesto que en ese proyecto estaba implícito “la desaparición de los Estados”. En las pasadas elecciones europeas se presentaron en coalición con CiU y el PNV, dos partidos de derechas y que además han apoyado el sí en el referéndum Los dirigentes de esa coalición llevan pilotando, desde hace años, un giro a la derecha del BNG que les está llevando a un divorcio cada vez mayor con su base de apoyo tradicional. Todo eso ha tenido explica el débil efecto de su campaña por el no, incluso en las localidades en las que tiene un peso mayoritario.
El futuro de la Constitución Europea
Otro aspecto a señalar es la incidencia del referéndum en el Estado español en el resto de Europa. Zapatero y en general los gobiernos europeos aparentan entusiasmo por el hecho de que “España haya abierto el camino” a los demás países en el proceso de refrendar la Constitución Europea. Sin embargo los titulares de la prensa internacional no destilaban optimismo precisamente. Así, en Le Figaro se podía leer “Un sí decepcionante”; The Guardian se preguntaba qué puede esperarse de la gente de Yorkshire o Aberdeen si ha habido tanta apatía “en Andalucía o Toledo” resaltando el fuerte sentimiento europeísta arraigado en España; Le Temps titulaba su editorial con un “Europeos, sin exageraciones” y vaticinaba dificultades en el proceso de ratificación en otros países, y así podríamos continuar.
En un artículo de Cinco Días publicado al día siguiente del referéndum y titulado “La alta abstención presagia una ratificación complicada” se puede leer: “La ausencia de euroescépticos convertía a España en el país propicio para el pistoletazo de salida. Pero el 57,7% de abstención registrado confirma el riesgo evidente del resto de referéndum anunciados (Francia, Reino Unido, Polonia, Portugal, Holanda, República checa, Dinamarca, Irlanda, Luxemburgo). Sobre todo en aquellos países donde la importante movilización de los partidarios del no puede sacar partido de la escasa participación. (…) Se trata, pues, de un terreno minado no sólo para la mayoría de los gobiernos que los convocan, sino, sobre todo, para el propio futuro de la Constitución Europea”. Uno de los países clave será Francia, cuyo referéndum se acaba de anunciar para antes del verano. En este país la CGT, el principal sindicato, pide el no, en un contexto de intensas movilizaciones contra los ataques del gobierno de la derecha. Además, la campaña por el sí del PSF estará lastrada por la profunda división en el partido, en cuyo referéndum interno el no obtuvo un 45% de apoyo. En Gran Bretaña las encuestas son mayoritariamente favorables al no. Y, como señala el artículo antes citado “la situación puede ser especialmente delicada para alguno de los socios más recientes, como la República Checa o Polonia. En ambos países no sólo se espera una escasísima participación, sino incluso una posible victoria del no en la consulta”.
En síntesis: ha ganado el sí pero esta Constitución Europea hecha a medida de los capitalistas está teniendo un gestación muy problemática, su nacimiento no está despertando ningún entusiasmo e incluso es una posibilidad que acabe en aborto. En el caso de que finalmente sea aprobada no cortará la creciente respuesta de los trabajadores europeos a la ofensiva que la burguesía está llevando a la práctica en todos los países. El ataque a las conquistas históricas de trabajadores sitúa a Europa en un contexto histórico en que el enfrentamiento entre las clases tendrá un carácter cada vez más duro y en el que la lucha por una Europa socialista se revelará cada vez más como una urgente necesidad.