El martes 8 de agosto, a la una y cuarto, los restos mortales del compañero Ted Grant fueron incinerados en una ceremonia sencilla pero solemne en el crematorio de East Essex. Era un maravilloso día de verano con el cielo claro y azul. Casi cien comp El martes 8 de agosto, a la una y cuarto, los restos mortales del compañero Ted Grant fueron incinerados en una ceremonia sencilla pero solemne en el crematorio de East Essex. Era un maravilloso día de verano con el cielo claro y azul. Casi cien compañeros y amigos de Ted se reunieron para darle su último adiós.
Muchos más no pudieron asistir porque estaban fuera de vacaciones, fuera de Londres o incapaces de asistir por motivos de trabajo. Pero muchos habían viajado largas distancias para estar presentes. Había unos cuantos de Escocia, además de compañeros de Pakistán, Sri Lanka, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Grecia, Rusia y España.
Entre los presentes estaban veteranos trotskistas de los días del PCR y la WIL, incluidos Arthur y Brian Deane, los últimos representantes de una destacada dinastía proletaria, la familia Deane de Liverpool, que han sido compañeros de Ted desde los años cuarenta. Jimmy Deane, desgraciadamente, murió unos años antes que Ted, quien se había mantenido lealmente con él hasta el final. También estuvo presente un veterano ex – parlamentario laborista: Stan Newens.
En el momento señalado, nos alineamos detrás del ataúd y marchamos lentamente hacia la sala, que resultó ser demasiado pequeña para albergar a tal número de dolientes. Aquellos que no pudieron encontrar un sitio permanecieron solemnemente al lado del ataúd, sobre el que se esparcieron unos cuantos ramos de flores rojas. Ted abandonaba esta vida como la había vivido, como un austero revolucionario proletario que no tenía tiempo para la pompa y la ceremonia.
El acto fue introducido por el compañero Rob Sewell, quien conocía a Ted desde que era un colegial en Swansea en los años sesenta. Rob dio la bienvenida a los compañeros y prestó un caluroso tributo a Ted como un marxista excepcional y un gran hombre, antes de presentar al primer orador, el compañero Lal Khan, dirigente de la Corriente Marxista de Pakistán, que ha conseguido avances espectaculares en los últimos años, y de los que Ted estaba particularmente orgulloso.
Lal Khan, que era amigo cercano de Ted, pronunció un discurso solemne pero emotivo que causó un gran impacto en todos los presentes:
“Ted Grant nos enseñó a todos cómo amar la vida de una forma diferente. El significado real de la vida es luchar por una vida mejor para todos, luchar para cambiar la sociedad. Ted siempre quiso ir a Pakistán, pero eso no fue posible. Pero aunque nunca puso un pie en Pakistán, es ampliamente conocido, querido y venerado allí. No es casualidad que el país donde más obituarios de Ted Grant han aparecido en la prensa sea precisamente Pakistán. Gracias a las ideas, los métodos y las tradiciones que hemos aprendido de Ted, hemos construido ya el mayor Partido Comunista de la historia de Pakistán. Honraremos su memoria de la última forma que él desearía: construyendo una fuerza marxista de masas capaz de llevar adelante la transformación socialista de la sociedad”.
Después de Lan Khan, se dirigió a los reunidos el compañero Alan Woods: “Siempre es triste decir el adiós final a alguien con el que has trabajado y luchado. Durante los cuarenta y seis años en que conocí a Ted, nunca recuerdo haberle visto triste o deprimido. Al contrario, siempre estaba lleno de un optimismo y un entusiasmo que era contagioso y que era capaz de transmitir a todos los que le rodeaban. Hasta el final mantuvo su fe, esa fe que puede mover montañas. No era una fe religiosa. Ted no tenía tiempo para la religión, “alcohol espiritual”, como lo llamaba. ¡No! Era una fe en las ideas del marxismo, las teorías del socialismo científico que él comenzó a estudiar a la edad de 14 años cuando comenzó a leer El Capital. Era una fe en la capacidad de la clase obrera para cambiar la sociedad, que tenía desde que comenzó su carrera revolucionaria hace muchos años, en los oscuros días en Sudáfrica. Nunca perdió esta fe”.
Alan continuó prestando tributo a Ted como gran comunicador: “Tenía una maravillosa capacidad para explicar las ideas más complicadas en el lenguaje más sencillo. Era capaz de hablar exactamente de la misma forma para marxistas eruditos, a trabajadores normales, a miembros del Partido Laborista, sindicalistas e incluso burgueses (…) La única persona que se aproximaba a Ted en este aspecto fue Pat Wall”.
“La muerte nos llega a todos”, continuó, “y como materialistas no creemos en el cielo o el infierno más allá de la tumba. Pero la inmortalidad es posible. Vivimos en la memoria de nuestros amigos, compañeros e hijos. Ted no tuvo familia excepto el movimiento, esa era la única familia que siempre quiso. Y mantendremos su memoria viva luchando por sus ideas y la causa del socialismo”.
Alan terminó su discurso solemne citando un poema latino llamado Exigi Monumentum (“He alzado un monumento”). En este poema el autor dice que él ha levantado un monumento a su ser amado, no en piedra ni en bronce, sino en forma de un poema que vive para siempre. “Nosotros construiremos un momento a Ted Grant, no en piedra, ni en bronce ni en tinta, sino un monumento imperecedero de organización proletaria que transformará el mundo”.
Después de este conmovedor tributo a Ted por sus amigos y compañeros de toda la vida, Rob Sewell anunció que se celebraría un acto en memoria de Ted el próximo 9 de septiembre, al que todos estaban invitados. Después leyó las palabras del Testamento de Trotsky:
( … )
“No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos.
(…)
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
“Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”.
Entonces los compañeros vieron como las cortinas se cerraban y el ataúd desaparecía de nuestra vista. Alguien dijo: “¡Adios Ted!” Cantamos Bandera Roja y La Internacional y todo se terminó. En ese momento todos sentimos que se había terminado toda una época. Pero la vida es eterna y la lucha continúa. Ted no querría vernos de ninguna otra manera.