El 23 de octubre fue el 50º aniversario de la Revolución Húngara de 1956. Este movimiento de las masas húngaras significó la culminación del creciente descontento que evidenciaba Europa del Este en aquella época. Fue una auténtica rebelión contra la Durante siglos Europa del Este ha contemplado muchas convulsiones y la época actual no es una excepción. A partir de la caída del Muro de Berlín y del intento de restablecer el capitalismo en la zona, millones de personas se empiezan a plantear la pregunta crucial de nuestros tiempos: si el estalinismo era un sistema detestado y en quiebra que nos alegra ver derrotado y el movimiento hacia el capitalismo condena a miles de personas a la pobreza, el desempleo y la desesperación, ¿hay algún sistema social que pueda proporcionar trabajo, casa y esperanza y, si es así, cómo podemos alcanzarlo? Lo mejor que podrían hacer las masas de Europa del Este, y en concreto los húngaros, es tener en cuenta lo que sucedió en 1956 ya que les proporcionaría las ideas y la dirección a seguir. Citando a Leslie Bain, periodista y testigo de los acontecimientos de 1956: “Ningún acontecimiento de la historia reciente ha sido tan falseado, distorsionado y mancillado como la Revolución Húngara”.
La verdad
Al parecer no era conveniente contar la verdad acerca de una pequeña nación que se sublevó, luchó y perdió. Según los comentaristas capitalistas fue simplemente una maniobra para librarse de la represión rusa y de un dictador comunista, mientras que para los estalinistas fue una contrarrevolución instigada y apoyada por la CIA para acabar con el “socialismo”. Es cierto que la exigencia de la retirada de las tropas rusas del territorio húngaro fue un asunto de enorme importancia en todas las declaraciones de la gente y que el odio hacia el régimen estalinista fue el principal combustible de la revolución. Sin embargo, el alzamiento rápidamente se alejó de demandas básicas como esas y se convirtió en lo que Bill Lomax describe en su libro Hungría 1956: “Una revolución social no con el propósito de restaurar el régimen anterior sino con el de crear un orden social radicalmente nuevo, un orden que fuera más democrático que el Oeste capitalista y más socialista que el Este comunista”.
Lomax fue uno de los pocos cronistas de la revolución que comprendió que se trataba de un movimiento claramente dirigido hacia el establecimiento de la democracia obrera, con Consejos Obreros, Milicias Obreras y la verdadera libertad democrática que él consideraba un sistema completamente nuevo pero que los marxistas conocen como el restablecimiento de las ideas y de la práctica de Lenin y de los primeros días del joven régimen soviético que siguió a la Revolución Rusa. 1956 en Hungría significó la puesta en práctica de la revolución política de Trotsky y por eso fue ahogada en sangre como lo fue.
Así pues, ¿cómo sucedió y qué pueden aprender de sus acontecimientos los socialistas de hoy? Las semillas del descontento se sembraron en toda Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial y durante el establecimiento forzoso de los llamados regímenes “socialistas” a imagen de la Unión Soviética estalinista. Mientras que en las primeras elecciones al parlamento húngaro en 1946 se presentaron varios partidos, no pasó mucho tiempo antes de que el sistema totalitario de partido único se estableciera respaldado por los únicos representantes auténticos del poder del Estado en esa época, el Ejército Rojo. Cualquier disidente de la línea del partido era rigurosamente reprimido y perseguido, hecho que originó y alimentó el odio hacia el régimen. Se celebraron juicios públicos al más puro estilo de los años 30 y un gran número de comunistas de mucha antigüedad, que habían sobrevivido a la clandestinidad, fueron entonces acusados de ser agentes del imperialismo occidental o amigos de “ese perro de Tito” y ejecutados.
En el campo, la tierra se sometió a la colectivización forzosa, lo que originó pobreza y descontento. En las fábricas, mientras que a los obreros se les decía que éstas les pertenecían, las normas de producción, cada vez más aceleradas y agobiantes, les hacían sentir como esclavos y posiblemente peor que bajo el régimen capitalista anterior a la guerra. Después tuvieron al menos sindicatos independientes, pero también éstos llegaron a ser parte de la maquinaria del Estado, con burócratas, tanto en los sindicatos como en los partidos, que vivían bien a costa de las masas. A causa del sistema, de la expropiación y de la intolerable malversación de gran parte de la riqueza nacional por parte de la burocracia, los niveles de vida eran considerablemente inferiores a principios de los años 50 que los del período inmediatamente posterior a la guerra. La nueva casta de burócratas, funcionarios y todo tipo de espías, se acercaba al millón de personas en un país de nueve millones de habitantes, de los cuales sólo tres y medio trabajaban productivamente.
Stalin
Fue la muerte de Stalin en 1953 la que marcó el movimiento hacia una relajación parcial de la extrema dureza del régimen húngaro. El descontento tanto en Hungría como en el resto de la región, especialmente en Alemania del Este, subrayó también la necesidad de implantar reformas y de empezar un movimiento desde abajo. De hecho, los trabajadores húngaros ya habían atacado varias veces al estalinismo organizando huelgas en la fábrica de hierro y acero Matyas Rakoski en los suburbios industriales de Csepel en Budapest, así como en Ozd y Diosgyor en el este de Hungría. Protestaban por los bajos salarios, el sistema de trabajo y los recortes alimentarios. Las huelgas en Csepel sólo duraron 48 horas y tuvieron como resultado un considerable aumento en los sueldos debido a lo inquieto que estaba el régimen por echar tierra sobre el asunto.
Imre Nagy llegó a ser primer ministro y presentó su Nueva Vía, que significó la amnistía para los prisioneros políticos, la abolición de los campos de internamiento, un movimiento hacia el aumento de la disponibilidad de los productos de consumo y la relajación de los censores en las publicaciones y radiodifusiones. La Nueva Vía no fue algo revolucionario sino un reflejo del descontento que se estaba creando entre las masas y una solución al mismo por parte de un sector de la burocracia. Sin embargo, esto no detuvo a muchas capas de la sociedad que empezaban a respirar más libremente y reflejaban de forma cada vez más abierta el deseo de una mayor democracia.
Las primeras agitaciones llegaron de un grupo de periodistas pertenecientes al periódico del partido Szabad Nep. Como se suele decir: “en momentos de tormenta las copas de los árboles son las primeras que se mueven”. Los intelectuales en Hungría tenían una tradición independiente y este período no fue una excepción. Sin embargo, muy pronto cambió la línea de Moscú y la preocupación por la posibilidad de un movimiento que la burocracia no pudiera controlar produjo una restricción. Irme Nagy fue apartado de todas sus puestos en el partido y la Nueva Vía se abandonó. La siguiente en moverse fue la Asociación de Escritores, cuya presidencia dimitió en bloque y elaboró una memoria en oposición a la censura, exigiendo mayor libertad de expresión. El resultado condujo a la fundación del Círculo de Petofi, que organizó distintos debates públicos.
El verdadero empuje hacia la expresión abierta del descontento, al menos entre los intelectuales y las mentes más abiertas de los dirigentes del partido, se produjo después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el que Kruschev pronunció su “discurso secreto” que denunciaba los crímenes de Stalin. Esto sucedió en 1956 y le siguió una explosión de debates políticos. El Círculo de Petofi empezó a organizar charlas públicas, primero acerca de cómo se aplicaban las decisiones del XX Congreso en Hungría y posteriormente sobre una gran variedad de temas como la libertad de prensa, economía, historia, educación o filosofía. Las escuelas y universidades eran un hervidero de actividad donde todo el mundo hablaba constantemente de política.
Descontento
El nivel de descontento y frustración también quedó patente en las muestras de odio manifiesto contra los burócratas del partido y sus lacayos. La gente escupía en sus coches hasta que el miedo les impidió incluso circular por la calle y en revistas políticas y literarias empezaron a aparecer artículos y poemas cada vez más audaces; y el régimen, que comenzaba a sentirse asediado, toleraba su publicación. Dora Scarlett, comunista inglesa que reside y trabaja en Hungría desde 1953 escribió: “Sería erróneo pensar que `el Partido" seguía existiendo como tal, con un control unificado. Sus componentes se estaban disgregando: por un lado el diminuto y rígido núcleo en torno a Erno Gero, por otro, la masa de miembros que en mayor o menor medida se dejaban llevar por la corriente de oposición, denuncia y acción independiente”.
El marxismo nos enseña que la primera condición de la revolución es una fisura o crisis en la clase o estamento gobernante. Hacia el verano de 1956 la situación comenzaba a ser crítica para el régimen húngaro: el ala reformista exigía el retorno de Irme Nagy, los intelectuales se mostraban cada vez más desafiantes a través de artículos, poemas e incluso reivindicaciones abiertas de una mayor libertad artística, en las universidades se debatía fervientemente y el Círculo de Petofi constantemente sacaba a la luz temas controvertidos con los que aguijonear al régimen.
En junio de 1956 la clase trabajadora se unió abiertamente al descontento general cuando, tras la brutal represión sufrida por los huelguistas de Poznan en Polonia, demostró su solidaridad con sus hermanos polacos mediante una nueva oleada de huelgas y disturbios diversos. En julio, el odiado Matyas Rakosi fue por fin destituido como secretario del partido pero no se ofrecía nada nuevo que pudiera aplacar el descontento. Fue finalmente el 6 de octubre de 1956 cuando las masas tomaron definitivamente conciencia de que tenían a su alcance la capacidad para organizarse. Esta fecha se había propuesto para volver a celebrar el entierro de Laszlo Rajk, una de las víctimas de las purgas de 1940. La cúpula del partido aprobó finalmente la celebración y esperaba que el acto se desarrollase con discreción, sin notoriedad, pero tras mucha insistencia accedió a enviar algunos oradores del partido y a dar publicidad al evento. Sin embargo nadie, ni siquiera las masas, esperaban que, como ocurrió, 200.000 personas acudieran al funeral y fue al final de la jornada cuando un grupo de unos 200-300 estudiantes desfilaron bajo las banderas húngara y comunista en dirección al centro de la ciudad cantando canciones revolucionarias y gritando:
“¡No nos detendremos a medio camino, el estalinismo debe ser destruido!”
Las ideas de los estudiantes habían fermentado durante los últimos meses. A principio de curso habían pedido que una representación de miembros del Comité Central acudiera a la universidad y respondiera a sus cuestiones acerca de la sovietización de la cultura húngara, las tropas soviéticas en Hungría, el sistema normativo en las fábricas y los privilegios de la elite del partido. Diez días después del funeral de Rajklos, universitarios de la ciudad de Szeged exigieron el fin de la obligación de estudiar ruso y convocaron una huelga en apoyo a su reivindicación. Al final de esta reunión decidieron crear una organización estudiantil independiente y enviar representantes en busca de apoyo a otras universidades. Por último, el 22 de octubre, en una reunión de 24 horas, los estudiantes de la Universidad Tecnológica de Budapest redactaron una lista con 16 reivindicaciones y convocaron para el día siguiente una manifestación en solidaridad con sus hermanos polacos y como vehículo de sus demandas. El día comenzó de un modo desorganizado. Las masas se reunieron en un mismo lugar pero faltaba un plan de acción definido y los políticos, intelectuales e incluso algunos de los propios dirigentes estudiantiles mostraron cierta reticencia a encabezar la marcha. Era como si la magnitud de los acontecimientos venideros pesaran ya sobre el ánimo de todos aquellos que sabían perfectamente bien que una vez que las masas se han alzado es muy difícil detenerlas.
La manifestación
En líneas generales la manifestación discurrió pacíficamente. Tan sólo los estudiantes de Derecho acudieron con pancartas y algunos repartieron copias de la lista de reivindicaciones. A lo largo del día, cada vez más gente se fue sumando a los estudiantes, algunos por mera curiosidad, otros plenamente identificados con sus objetivos y demandas. Entre éstas, figuraba, en primer lugar, la inmediata retirada de las tropas rusas, la creación de una organización estudiantil independiente y libre y muchas otras que evidenciaban la toma de conciencia de los universitarios acerca de las necesidades de los obreros, intelectuales y demás estratos sociales. Demandaban también el replanteamiento de la economía húngara sobre una nueva base, la apertura de todos los acuerdos internacionales, la sustitución de las leyes responsables del estado renqueante de la producción, la amnistía de los prisioneros políticos, la pluralidad de partidos y el voto libre y secreto en las elecciones. Posteriormente, cuando terminó el turno matinal en las fábricas, los trabajadores industriales se unieron a la manifestación incrementando así la cifra de asistentes y el peso social de la multitud.
Fue un discurso de Erno Gero, el primer secretario del Partido Comunista, retransmitido por radio, lo que hizo que los ánimos se incendiaran y cambiara rápidamente el humor de la población. El político denunció a los manifestantes como enemigos del pueblo y anunció que no atendería una sola de sus demandas, además de amenazarles con el arresto a menos que disolvieran la manifestación inmediatamente. En ese momento la manifestación original se escindió en varias diferentes. Un grupo se acercó hasta el edificio del Parlamento y pidió ser recibido por Irme Nagy mientras que otro se dirigía al edificio de la radio nacional para solicitar permiso para radiar sus reivindicaciones. Sobrevino en ese momento la primera batalla de la revolución con el resultado de la toma del edificio por los insurgentes, muchos de los cuales, no obstante, cayeron en la contienda. Bajo la presión de los acontecimientos la burocracia gobernante comenzó sus maniobras, accediendo, en primer lugar, al ascenso de Irme Nagy al cargo de Primer Ministro y, a continuación, a desmantelar el HVA (el equivalente húngaro de la KGB), a abrir negociaciones con los rusos para la retirada de sus tropas y, por último, a abolir el partido y reimplantarlo bajo un nuevo nombre. En un principio las masas se inclinaron por conceder el beneficio de la duda a esta serie de medidas pero éstas fueron pronto superadas por los acontecimientos en calles y fábricas, a medida que la revolución se desplegaba en toda su complejidad. La variedad de puntos de vista, opiniones y grupos que -tanto antes como durante estos acontecimientos- intentaban reformar el antiguo régimen se convirtió en algo totalmente irrelevante frente al poder del pueblo. Un movimiento que había comenzado con simples, en ocasiones incluso básicas, demandas patrióticas entró a través de la lucha al debate y la organización, en una fase mucho más elevada. No era ya únicamente un movimiento de autodefensa: se había convertido en un alzamiento armado para el establecimiento de una sociedad nueva.
Los tanques
Cuando llegaron los tanques rusos para someter a los insurgentes se encontraron con una milicia bien organizada, que improvisaba con una valentía sorprendente y que no sería fácil de derrotar. Hubo también casos de confraternización entre los soldados rusos, una vez que estos descubrieron que habían sido engañados y que su misión consistía en disparar contra los obreros húngaros. A pesar de haber sido informados acerca de una insurrección fascista en Budapest, muchos de los soldados servían permanentemente en Hungría y hablaban el idioma local de modo que, tan pronto entraron en contacto con la gente, se percataron de lo que realmente ocurría y abandonaron la lucha.
Una de las atrocidades más infames de la actitud contrarrevolucionaria de los dirigentes estalinistas húngaros fue la masacre de civiles desarmados a las puertas del edificio del Parlamento cometida el 25 de octubre. En su día se culpó de ella a los tanques rusos; es mucho más probable, sin embargo, que su objetivo fuese precisamente impedir la citada confraternización entre las tropas soviéticas y los civiles. Existen múltiples versiones del suceso pero no fue por casualidad que las ametralladoras situadas en las azoteas vecinas al Parlamento abrieran fuego en el preciso momento en que dos tanques rusos, cubiertos con banderas húngaras y cargados de revolucionarios, hicieran su aparición.
Con gran rapidez varios grupos de combatientes fueron surgiendo en puntos estratégicos de la ciudad. La mayoría de estos lugares, si no todos ellos, se encontraban en los distritos obreros y la mayoría de los combatientes eran asimismo trabajadores y jóvenes. Cuando preguntaron a uno de estos jóvenes por qué estaba luchando respondió: “¿Por qué no? ¡No tengo nada que perder! ¿Te gustaría a ti vivir con 600 florines al mes (menos de 10 dólares)?” De hecho, una gran parte de los combatientes eran muy jóvenes, algunos de 10 o 12 años de edad.
Mientras tanto se sucedían otros acontecimientos, como la convocatoria de una huelga general y la formación de consejos obreros en todas las fábricas. A pesar de que estos consejos se encontraban aún en su fase embrionaria, y de que la mayoría de sus miembros se hallaban luchando, las ideas y propuestas acerca de la organización de la producción industrial por los propios trabajadores y de la gestión de los barrios obreros ya estaban sobre el tapete.
La lucha continuaba pero como resultado, por un lado de la actuación de varias unidades del ejército húngaro (que se aliaban con los revolucionarios o permanecían neutrales), y por otro de la obvia necesidad táctica del Ejército Rojo de reagruparse y reemplazar las tropas afectas a los revolucionarios por otras de refresco que no hablasen húngaro, se llegó a un acuerdo para que las tropas rusas iniciaran su retirada de Budapest el 29 de octubre.
Durante la semana siguiente tuvo lugar un florecimiento de la libertad en las fábricas y demás lugares de trabajo, en los teatros, en los clubes literarios y en todos los diferentes estratos de la vida industrial, política y cultural. Los consejos obreros y los comités revolucionarios se convirtieron pronto en los únicos órganos de decisión y ejecución reconocidos por los húngaros. Incluso durante los combates, pero sobre todo después de que finalizasen, el pueblo llano comenzó a llevar las riendas de la vida social. Todos los estamentos de la sociedad se pusieron manos a la obra para activar una nueva sociedad: el ejército eligió el Comité Revolucionario del Ejército del Pueblo Húngaro, parte integrante del Comité Revolucionario para la Defensa Nacional; es decir, ciudadanos armados, no un ejército permanente.
Escritores, estudiantes, actores, músicos, escolares, amas de casa… todos se aunaron y constituyeron sus propias organizaciones en una atmósfera de libertad y entusiasmo revolucionarios. La revolución se extendió a las ciudades de provincias y a las aldeas, especialmente hacia las áreas de alta actividad industrial y minera donde también surgieron consejos de trabajadores y comités revolucionarios que enviaron representantes a Budapest. El nuevo gobierno dirigido por Irme Nagy incluyó en sus filas a algunos políticos no comunistas, decretó la salida de Hungría del Pacto de Varsovia y continuó llevando a cabo su programa de reformas. Las negociaciones con los trabajadores avanzaron en tanto que el 5 de noviembre se acordó el regreso a los puestos de trabajo.
Los trabajadores
Sin embargo, algunas de las organizaciones obreras provinciales habían enviado mensajes de alarma a Budapest acerca de nuevas maniobras de las tropas rusas y en la mañana del 4 de noviembre comenzó un nuevo asalto, esta vez no sólo a Budapest sino a la nación entera. En esta ocasión la táctica fue diferente. Los testimonios de los testigos oculares confirman que esta vez ni un solo soldado ruso salió de su tanque. Los ataques no se dirigieron únicamente contra las barricadas y las unidades, sino que se incluyó como objetivo la intimidación deliberada de la población de Budapest. En una de las carreteras principales unos cuantos tanques reducían la marcha y abrían fuego de manera sistemática para destruir al azar viviendas y edificios a cañonazos. Estas tropas procedían de Asia Central y en esta ocasión sí que estaban firmemente convencidos de que su misión consistía en abortar una insurrección fascista.
La clase obrera entró en acción al instante. La huelga general continuó y la batalla se organizó de un modo brillante. Haciendo frente a dificultades abrumadoras, con un armamento ínfimo pero con muchísima iniciativa, se resistió a los tanques. Una treta popular que al parecer tuvo especial éxito consistía en arrancar el mango a las sartenes y colocarlas boca abajo en mitad de la carretera. Con esto se conseguía que o bien el tanque se detuviera por miedo a las, en apariencia, minas o bien que los soldados salieran de los vehículos para inspeccionar el artefacto, convirtiéndose así en blancos vulnerables al armamento ligero. Fue en las fortificaciones de la clase obrera de Csepel, Ujpest, Kelenfold, Angyalfold, Zuglo y otros muchos distritos industriales donde la resistencia se mantuvo fuerte durante más tiempo. Un luchador, Mark Molnar, que bajo el régimen de Rakosi fue despojado de su rango militar y se hizo carbonero, dijo acerca de la lucha en Csepel: “La rutina era simple: cada hombre pasaba ocho horas luchando, ocho horas trabajando en la fábrica para construir escudos y armas de fuego y ocho horas durmiendo. Desde el primer momento en que llegué se me asignaron estudiantes de medicina voluntarios y ya supe dónde poner mis heridos”. A su entender la organización “era mucho mejor de lo que había sido con la plantilla oficial húngara, yo no tenía más que luchar”.
Al final, sin embargo, hasta Csepel cayó y con ella la resistencia armada. "El poder de hecho estaba en manos del Ejército Rojo que ocupaba las fábricas y, mano a mano con el gobierno títere de Janos Kadar que se había establecido el 4 de noviembre, intentaba restablecer su disciplina totalitaria. No obstante, la huelga general era sólida en todo el país, sabían que puesto que la resistencia armada no era posible en ese momento, la única arma que les quedaba era la huelga.
El invierno
A medida que se acercaba el crudo invierno húngaro el gobierno se desesperaba por mantener en marcha la producción, la extracción de carbón, la generación de energía y sobre todo por conseguir que los trabajadores volvieran a las fábricas bajo guardias armados. Pero eso no lo iban a hacer. Es más, seguían insistiendo en sus demandas, reuniéndose primero en las fábricas y extendiéndose gradualmente en comités revolucionarios de distritos para finalmente formar el Consejo Obrero Central del Gran Budapest. No iban a volver al trabajo hasta que se reunieran. La intimidación continuó, así como los arrestos, palizas, torturas y ejecuciones que, de forma lenta pero contundente, les amenazaban. Los trabajadores respondieron organizando sus propios periódicos, milicias y reuniones que, cada vez con más frecuencia, se celebraban de manera ilegal. Los consejos obreros expusieron sus reivindicaciones de democracia obrera en la producción, entre ellas:
1. La fábrica pertenece a los trabajadores.
2. El consejo obrero es el órgano de control supremo de la fábrica y es elegido democráticamente por los trabajadores.
3. El consejo obrero elige a su propio comité ejecutivo, que se compone de 3-9 miembros que llevan a cabo las decisiones y tareas dictadas por él.
4. El director, que es empleado por la fábrica, así como los empleados de mayor categoría son elegidos por el consejo obrero. La elección tiene lugar después de una asamblea general convocada por el comité ejecutivo.
5. El director es responsable ante el consejo obrero de cualquier asunto que afecte a la fábrica.
El trabajo de estos consejos se desarrolló con los más altos niveles de democracia. Todos los cargos y representantes estaban sujetos a una destitución automática y muchos consejos reemplazaron a sus principales cargos y los secretarios y delegados durante estos meses. Muchos consideraban que sus dirigentes tenían que ser destituidos tan pronto como dejaran de ser representativos para las masas que los habían nombrado. En los períodos revolucionarios los acontecimientos se desarrollan tan deprisa que los dirigentes son puestos a prueba a cada instante y los que no dan la talla son inmediatamente sustituidos por otros que sí la dan. Esto se puede también contemplar desde un punto de vista diferente: muchos dirigentes no darían ningún paso hasta que sus organizaciones así lo decidiesen. Sandm Rarr, un trabajador de la fábrica de herramientas Beloiannis, hizo esto en varias ocasiones después de ser elegido Presidente del Consejo Obrero del Gran Budapest, con lo que elevó la democracia obrera a un nivel de refinamiento que no se había vuelto a ver desde la Revolución de Octubre de 1917. Este sistema continuó incluso después de que se reanudara la lucha y los trabajadores siempre encontraban tiempo y oportunidades para ejercer el control directo sobre sus representantes.
Aunque muchos de estos consejos obreros se establecieron solamente con el fin de organizar la producción y defender a los trabajadores, fue inevitable, especialmente cuando las persecuciones aumentaban, que empezaran a cooperar y finalmente a unirse.
Budapest
El Consejo Obrero del Gran Budapest se estableció ante la intimidación de los tanques rusos y del reagrupamiento de la Seguridad del Estado húngara tan sólo 10 días después de la segunda intervención rusa. En algunas de sus reivindicaciones se puede observar la naturaleza claramente política de este órgano:
1. La retirada de las tropas soviéticas de Budapest y de todo el país.
2. Elecciones libres bajo un sistema multipartidista.
3. Propiedad socialista de las fábricas.
4. El mantenimiento de los consejos obreros y el restablecimiento de sindicatos libres.
5. El derecho a huelga y asamblea, libertad de prensa y religión, etc.
Además surgió de forma espontánea entre los representantes de los trabajadores el debate sobre su papel en la sociedad, que ya en parte había sido introducido por los intelectuales del momento. La edad, la experiencia, los antecedentes y la comprensión de estos dirigentes obreros variaba enormemente: muchos tenían alrededor de 40 años, eran veteranos de la resistencia comunista anterior a la guerra y habían participado en luchas sindicales; otros eran muy jóvenes y aportaron a la discusión la valentía e inflexibilidad propias de su edad. Algunos pensaban que los consejos obreros no debían desempeñar un papel político puesto que este hecho podía conducir al error del pasado, es decir, el partido reemplazando a los trabajadores. En su opinión los consejos obreros debían organizar la vida económica del país, unos sindicatos libres e independientes representar los intereses de los trabajadores y, por último, los partidos (de los cuales habría un gran número) deberían encargarse de la vida política del país.
Había otros claramente a favor de la creación de consejos obreros revolucionarios en los barrios y ciudades para finalmente fundar uno nacional como único modo de salvaguardar y, en última instancia, desarrollar los logros de la revolución. Cualquiera que fuera el punto de vista predominante, la realidad dio lugar a un caso claro de doble poder en Hungría durante los meses de noviembre y diciembre de 1956 y aquellos que se dieron cuenta pudieron comprobar su relevancia tanto en la vida política como en la vida económica del país. De hecho, el 4 de noviembre el Consejo Obrero del Condado de Borsod envió una delegación de 28 trabajadores a Budapest para reunirse con Irme Nagy. En el programa que presentaron se incluía sustitución del Parlamento por una Asamblea Nacional compuesta por delegados de los consejos obreros.
Hay que reconocer que en una atmósfera en que la resistencia era continuamente reprimida, donde los arrestos tenían lugar a diario y cualquier organización tenía que actuar bajo 1a atenta mirada de las fuerzas rusas y de la reorganizada HVA, no era sencillo el desarrollo de la democracia obrera. Fueron los preparativos para el establecimiento del Consejo Obrero Nacional que había de celebrarse el 11 de diciembre lo que forzó al régimen de Kadar a acelerar sus medidas represivas, primero intentando limitar los derechos de los consejos obreros a funcionar en las fábricas y, posteriormente, declarando ilegales todos los consejos. El 11 de diciembre todos los dirigentes del Consejo Obrero del Gran Budapest fueron detenidos y el resultado fue una huelga general de 48 horas en protesta por este hecho y para insistir con más fuerza en las reivindicaciones de los consejos. Las huelgas y alguna resistencia esporádica continuaron hasta octubre de 1957, momento en que se abolió el último consejo obrero. La jurisdicción sumaria de los llamados “Tribunales Populares” legitimaron los arrestos, detenciones y torturas a los que los obreros, y en especial sus dirigentes, fueron sometidos. Los logros conseguidos por el Consejo Obrero Central del Gran Budapest al organizar dos huelgas generales masivas y seguidamente organizar el Consejo Obrero Nacional, con un claro programa de democracia obrera para luchar contra la opresión, pasarán a la historia como uno de los acontecimientos más importantes del movimiento obrero mundial. El ejemplo de la valentía, iniciativa y capacidad de los trabajadores húngaros para desempeñar la tarea impuesta por la historia es más sorprendente aún si tenemos en cuenta que durante la revolución el movimiento produjo dirigentes, programas y una fuerza combativa que surgió espontáneamente, sin un partido revolucionario, y que su lucha llegó hasta el final.
Durante siglos la historia ha sido escrita por los vencedores. Las masas desposeídas raramente han contado con sus propios cronistas, por lo que las generaciones siguientes tienden a mirar hacia los acontecimientos del pasado a través de los ojos de la clase dirigente. Sin embargo, en nuestro siglo se han alcanzado unas cotas sin precedentes de falsificación de la historia, a lo que contribuyeron los dirigentes estalinistas de Hungría después de 1956. La mayor calumnia que se haya dicho jamás en contra de una lucha heroica de la clase trabajadora es la arrojada contra los trabajadores húngaros de 1956. El régimen estalinista de Janos Kadar, que torturó, asesinó, encarceló y golpeó hasta la muerte a lo mejor de la clase trabajadora húngara y de la juventud, se atrevió a vender el mito de que había sido una contrarrevolución que pretendía restaurar el capitalismo.
Los revolucionarios
Un gran número de auténticos revolucionarios, algunos supervivientes de la lucha, pasaron muchos años rebatiendo esta mentira por todo el mundo pero en Hungría no fue necesario, le gente tenía ojos y oídos y sabía lo que pasaba. Es reconfortante leer que el humor negro, característico de los húngaros, surgió también para combatir la opresión, puesto que ésta es más fácil de soportar cuando uno se ríe de ella. En la ciudad de Salgotarjan aún hoy en día hay un dicho para responder a la calumnia de que los trabajadores y mineros, que fueron brutalmente reprimidos por el HVA en la manifestación, eran en realidad fascistas y reaccionarios: “¡Mientras las fuerzas locales de seguridad disparaban pacíficamente por el centro de Salgotarjan, se vieron sorprendidas por un ataque depravado e infundado de mineros fascistas que les arrojaban hogazas de pan!”
Para el resto del mundo hay una gran cantidad de documentos que proporcionan un testimonio en contra de esta mentira goebbeliana. Ninguna organización, que en un momento determinado destacara o esperase destacar, reclamó la vuelta del capitalismo. De hecho todas ellas se aseguraron de que en sus reivindicaciones no se incluía tal petición. Una organización que se autodenominó Movimiento Democrático de Independencia Húngaro, y que representaba principalmente las ideas de los intelectuales y comunistas del período anterior a 1956, incluyó el 6 de diciembre un resumen de su programa en una publicación llamada 23 de Octubre:
1. Independencia total e incondicional.
2. Democracia política sobre la base de la libre actividad de los consejos obreros, comités revolucionarios y partidos políticos.
3. El mantenimiento de la reforma agraria y de la propiedad social de las fábricas, minas y bancos.
Lo que le faltó al movimiento de Hungría de 1956 fue una dirección clara y consciente que leyera y comprendiera los análisis de Trotsky sobre la degeneración de la Revolución Rusa y la necesidad de una revolución política para depositar el poder en manos de la clase trabajadora. Si hubiera existido una dirección así, los acontecimientos podrían haber sido diferentes. Sin embargo, la lección está aprendida en la actualidad. Incluso sin contar con esa dirección los trabajadores húngaros elaboraron un programa para la consecución de la democracia obrera siguiendo claramente la línea de los cuatro puntos que Lenin planteó en El estado y la Revolución. Los Consejos Obreros húngaros de 1956 eran en realidad soviet y los cuatro puntos de Lenin acerca de la elección y revocabilidad de todos los cargos, la rotación de obligaciones y el armamento general del pueblo, se llevaron a la práctica, aunque no se expresaran exactamente en estos términos. Los trabajadores húngaros añadieron una demanda más que surgió de su propia experiencia: la pluralidad de partidos siempre y cuando se aceptase la propiedad común de los medios de producción, es decir, las ganancias del socialismo.
El régimen estalinista de Janos Kadar se resquebrajó y desapareció bajo sus propias contradicciones, el caos económico y el odio de la gente. Lo que le reemplazó generó miles de falsas esperanzas que se frustraron según el capitalismo se iba haciendo realidad.
Las tradiciones
La clase trabajadora húngara posee tradiciones gloriosas que produjeron los héroes de 1956, pero habrá que redescubrir su experiencia y crear una nueva tradición. El único camino para conseguir paz, empleos, hogares y libertad política y económica pasa por otro 1956.
El camino hacia esa sociedad pasa por la democracia obrera con la que soñaron y por la que combatieron los miles de luchadores de la libertad que dieron sus vidas por ella. El destino de esta generación de trabajadores húngaros es hacerla realidad. Ni nosotros ni ellos podríamos celebrar el 40 aniversario de la revolución de 1956 de mejor forma que trabajando por lograr ese objetivo.