Rosales, los demás dirigentes contrarevolucionarios y el imperaialismo,enfrentados a tener que aceptar la victoria sin paliativos de Chávez o denunciar un supuesto fraude y llamar auna lucha que sabían que no podían ganar bajo ningún concepto han dec Rosales, junto con los otros dirigentes contrarrevolucionarios y el imperialismo, enfrentados a tener que aceptar la victoria sin paliativos de Chávez o denunciar un supuesto fraude y llamar a una lucha que sabían que no podían ganar bajo ningún concepto, han decidido tomar la calle de en medio.
Rosales ha aceptado que Chávez ha vencido pero, para intentar mantener a su base radicalizada, movilizada y desviar la atención a la contundencia de la derrota, se ha sacado de la manga una acusación de fraude a medias o supuesta adulteración de los resultados que habría inflado una diferencia, según él, mucho más ajustada. Por falsa, absurda e infundada que sea la acusación, su formulación forma parte de una estrategia más global diseñada por el imperialismo que ha condicionado toda la actuación de la oposición contrarrevolucionaria durante los últimos meses.
Los objetivos del imperialismo y la contrarrevolución
Desde que Manuel Rosales se impuso como candidato único de la oposición contrarrevolucionaria venezolana, los marxistas explicamos que esta decisión había sido impuesta por el imperialismo estadounidense y formaba parte de una estrategia para intentar recomponer a su base social y preparar una nueva ofensiva contrarrevolucionaria en cuanto las circunstancias se lo permitan.
Toda su campaña electoral ha ido orientada hacia ese objetivo. En primer lugar, volver a motivar e intentar recomponer su base social y volver a movilizar al menos una parte de ella. Su lectura, desde un punto de vista de clase opuesto, tenía algunos puntos en común con la de los marxistas. Ellos ven las contradicciones internas que existen en el campo revolucionario, la lucha entre reforma y revolución, el choque entre las aspiraciones de las masas -animadas por el discurso revolucionario de Chávez- y la burocracia procapitalista que se desarrolla en todas las instituciones del estado. También ven la persistencia de los problemas económicos y sociales que genera el capitalismo e intentan utilizar esas contradicciones demagógicamente para minar la base social de la revolución y construir una base, o al menos recuperar puntos de apoyo significativos, entre los sectores pobres de la población menos concienciados políticamente.
El discurso chovinista contra la venta de petróleo a precios solidarios a Cuba y otros países latinoamericanos, la distribución de la tarjeta "Mi Negra" (una tarjeta de crédito que en el caso de que Rosales ganase supuestamente daría a cada portador crédito para comprarse toda una serie de bienes), son un modo de medir cómo está la moral revolucionaria de las masas y hasta qué punto pueden quebrar ésta o no. El resultado les ha sido mucho más desfavorable de lo que pensaban. Una parte de la dirigencia contrarrevolucionaria, dirigida por un sector del imperialismo y representada, aparentemente, por el propio Rosales, ha juzgado que al menos ha conseguido volver a movilizar a una parte de su base social de clase media. Tenían la esperanza de incidir entre los sectores más atrasados políticamente de las masas y, aunque no lo han conseguido, creen que si siguen por este mismo camino podrán convertir este piso político de entre 3,5 y 4 millones de personas que les han votado en una buena base para lanzar una estrategia de desgaste a medio plazo que puedan rentabilizar.
Eso se combina con su táctica de negociar y presionar a los sectores reformistas del movimiento bolivariano para intentar frenar, o al menos ralentizar y distorsionar lo máximo posible, el desarrollo de éste. De este modo, esperan que las contradicciones internas que ya existen hoy dentro del campo revolucionario puedan mantenerse e incluso profundizarse y darles el chance que necesitan para cambiar la correlación de fuerzas.
Todo indica que la oposición venezolana estaba dividida. Por un lado, hay un sector más radical e impaciente, que estaba dispuesto a ir a una batalla decisiva este mismo domingo o incluso antes, con sectores que ya plantearon no presentarse a las elecciones (como los adecos) o que planteaban retirarse o lanzarse a una ofensiva violenta en toda regla en la misma jornada electoral tras desconocer la victoria de Chávez. Frente a ello, muchos rumores apuntaban a que Rosales y, según se decía, Petkoff eran partidarios de una especie de "como vaya viniendo vamos viendo" contrarrevolucionario.
Desestabilización y negociación: dos caras de la misma moneda contrarrevolucionaria
Si lograban recomponer su base social en un grado y a un ritmo que permitiese lanzar una ofensiva golpista o desestabilizadora con unas mínimas posibilidades de imponerse seguramente hubieran estado dispuestos a intentarlo. No obstante, como esto no era lo más probable, lo que aconsejaba la situación era seguir manipulando y utilizando para preparar en una ofensiva a medio plazo a esa base social que han logrado movilizar y radicalizar parcialmente haciéndoles creer, con una gran inversión de medios financiada por el imperialismo, que la victoria era segura y podrían salir por fin del odiado gobierno de Chávez. Si quedaba alguna duda, la respuesta masiva el pasado domingo por parte de las masas revolucionarias a la marcha contrarrevolucionaria del sábado y el ambiente de movilización, organización y voluntad de lucha que las masas han manifestado antes, durante y después de la jornada electoral les dejó claro que lanzarse a una ofensiva podía ser contraproducente. Un analista burgués se lo advertía en CNN la misma víspera de las elecciones.
Miedo a las masas revolucionarias
Algunos dirigentes reformistas del movimiento bolivariano planteaban durante la jornada electoral que era la "madurez democrática de la población venezolana" (que es la más abstracta de las abstracciones) o un cambio en la naturaleza o forma de pensar de esos dirigentes contrarrevolucionarios lo que les había decidido replegarse y no buscar un enfrentamiento frontal por ahora. No obstante, la auténtica razón ha sido el miedo a la disposición a luchar hasta el final que han visto en las masas. Esto finalmente se ha evidenciado en el cinismo con que Rosales "aceptaba" su derrota. “Nos han vencido pero por menos”. No dicen abiertamente que haya fraude, porque les obligaría a romper la baraja y lanzarse a una lucha que hoy no pueden ganar. Pero tampoco les dicen a sus seguidores que las elecciones han sido limpias porque seguramente temen que eso acabe de poner en evidencia ante ellos que les engañaron cuando les hicieron creer en la victoria segura, lo cual volvería a desmoralizarles. Por otro lado, eso también permitiría que algunos de los sectores contrarrevolucionarios más impacientes les arrebataran una parte de su base social.
El objetivo de la contrarrevolución y el imperialismo es el que dijimos hace varios meses desde la CMR: aprovechar el piso político alcanzado en estas elecciones para empezar desde ya a preparar una nueva ofensiva contrarrevolucionaria con el objetivo de tumbar a Chávez y a la revolución. Para ello, al tiempo que continúan con su demagogia, desgaste, engaños a sus seguidores y calumnias contra la revolución, intentarán aprovechar el saboteo de cualquier política económica progresista que representa el mantenimiento del control de las empresas y la propia quinta columna infiltrada dentro del proceso revolucionario que representa la burocracia.
En estos momentos lo tienen muy complicado. La victoria aplastante de la revolución redobla el ánimo entre las bases revolucionarias y, aunque pueden mantener a un núcleo de su base, también generará nuevamente entre sus seguidores desmoralización y escepticismo al menos por un periodo. Pero sólo hay una manera de impedir que la contrarrevolución levante cabeza más pronto que tarde y encuentre posibilidades para volver al ataque: aprovechar esta nueva victoria para romper su poder totalmente mediante la expropiación y estatización de la banca, las grandes empresas, la tierra bajo control obrero y la sustitución del actual estado por un estado obrero basado en voceros elegibles y revocables en todo momento por las bases formadas por los obreros, campesinos y demás sectores populares revolucionarios. Si no hacemos eso, la contrarrevolución recompondrá una y otra vez su base social de clase media y en un momento u otro aprovechará el desencanto y frustración de los sectores más atrasados políticamente de las masas para sus fines contrarrevolucionarios.