Las bases fundamentales del crecimiento económico estadounidense, a diferencia de otras épocas históricas, no son saludables. Es cierto que los beneficios en 2006 de la gran banca, los fondos de inversión y las empresas manufactureras han mantenido t Las bases fundamentales del crecimiento económico estadounidense, a diferencia de otras épocas históricas, no son saludables. Es cierto que los beneficios en 2006 de la gran banca, los fondos de inversión y las empresas manufactureras han mantenido tasas elevadas. Sin embargo, una parte nada despreciable de estos resultados lo representan los ingresos financieros de las empresas, derivados de la venta a crédito y la concesión de hipotecas. Por ejemplo, la gran banca norteamericana recaudó en 2006 entre el 30-40% del total de las ganancias empresariales del país, cifra inusitadamente elevada comparada con el 10-15% que obtenía en el periodo de 1950 a 1960 y que confirma la aseveración de Lenin respecto al completo dominio del capital financiero en la época imperialista.

Por otra parte, el incremento de las adquisiciones y fusiones de empresas, que en el año 2006 movieron cerca de 1,2 billones de dólares igualando el récord del año 2000, también están detrás de estos abultados resultados. Los activos de las empresas se engordan gracias a la contabilidad de las acciones cotizadas, que siempre se disparan ante estos movimientos especulativos, pero el valor en bolsa de las empresas no tiene mucho que ver con su valor real, ni con su patrimonio o con su volumen de producción y venta. Es lo que tienen las burbujas financieras, que las expectativas de negocio atraen como un poderoso imán a los capitales ociosos. En estos momentos existen cinco billones de dólares en fondos de inversión que se mueven todos los días en el mercado buscando oportunidades de negocio y que gobiernan el destino de millones de hombres y mujeres.

Vientos de recesión

Las alarmas sobre la recesión mundial han sido activadas recientemente por uno de los gurús de la “ciencia económica estadounidense”, el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan. En una conferencia pronunciada en Hong Kong en marzo de este año, Greenspan afirmó sin rodeos: “En Estados Unidos los márgenes de beneficio han comenzado a estabilizarse, lo que supone un signo inicial de que estamos en la parte final de un ciclo. Es posible que podamos sufrir una recesión en los últimos meses de 2007, aunque la mayor parte de los analistas no están haciendo esta valoración, sino que, en realidad, sólo prevén para 2008 cierta ralentización”. Razones no le faltan al ex presidente de la Fed para realizar semejante advertencia. Y no es el único.
Según el informe anual de la ONU, World Economic Situation and Prospects 2007 – Situación y perspectivas para la economía mundial 2007, una caída moderada de los precios del sector inmobiliario puede ralentizar el crecimiento de la economía estadounidense a una tasa de 2,2 por ciento en el 2007. Pero el mismo informe también advierte que existe la posibilidad de que una reducción más dramática en el precio de la vivienda en Estados Unidos de, por ejemplo, el 15%, tenga profundas repercusiones. Una caída semejante, indica el informe, “no sólo cortaría el crecimiento estadounidense a un ritmo por debajo del 1% en el 2007, sino que también reduciría de manera importante el crecimiento económico mundial en por lo menos un punto porcentual”. Esta posibilidad, que el semanario británico The Economist viene señalando desde hace años, puede provocar una crisis de grandes dimensiones, incluso de riesgo de crac, en los mercados financieros.
Las líneas contenidas en el citado informe, que fue presentado a principios de año, quedaron confirmadas el miércoles 14 de marzo con la caída de la bolsa mundial. La crónica del diario El País en su edición del día después no alentaba al optimismo: “Nerviosismo y miedo a una recesión en EEUU. Estos fueron los sentimientos que dominaron ayer a los inversores, que dieron muchas órdenes de venta y provocaron la segunda mayor caída del año del IBEX 35, el 2,7% (…) El crecimiento de la morosidad hipotecaria de EEUU, que ha llegado al 4,6%, podría provocar una caída del consumo y acelerar una recesión”.
La concesión de cientos de miles de millones de dólares en hipotecas en los EEUU durante los últimos años, gracias a los bajos tipos de interés, ha impulsado vigorosamente al sector de la construcción y el florecimiento de cientos de miles de empleos, hasta el punto de que cuatro de cada diez puestos de trabajo creados en EEUU en los últimos diez años están relacionados con el sector inmobiliario. Pero al mismo tiempo este fenómeno ha provocado un endeudamiento de las familias sin precedentes y un riesgo de impagos que amenazando al sistema bancario afectaría al conjunto de la economía. En poco más de un año, 36 entidades bancarias norteamericanas especializadas en créditos hipotecarios han quebrado y desaparecido del mercado. Un escenario que se puede repetir en el Estado español de una manera aún más dramática.
Para apreciar el enorme riesgo en que se encuentra este sector baste un dato: el valor de las hipotecas en los EEUU aumentó, entre 2000 y 2006, de 4,8 billones de dólares a 9,5 billones de dólares.

De esos polvos
vienen estos lodos

De la misma manera que en otros campos de la actividad social, las leyes de la dialéctica rigen y gobiernan la economía con asombroso rigor. Lo que ayer era fuente de prosperidad y crecimiento se convierte, de manera brusca y repentina, en causa de crisis y derrumbamiento económico. La gigantesca burbuja inmobiliaria alimentada tercamente durante una década y que ha producido miles de millonarios y multimillonarios en todo el mundo, incluido el Estado español, amenaza con acabar en un desastre.
La reducción de las ventas de viviendas y sus efectos inevitables en la contracción del mercado de la construcción se sentirán en toda la economía. El patrimonio de los norteamericanos se reducirá, obviamente, ante la caída de los precios del mercado inmobiliario y esto afectará al empleo y al consumo. Los temores de la onda expansiva no son para tomarlos a broma: según las cifras que maneja el sistema bancario norteamericano, un billón de dólares en ARM [siglas en inglés de Hipotecas de Tasa Ajustable] debe ser reajustado en 2007, por lo que se podría prever que millones de propietarios de casas, demasiado endeudados, no podrán pagar sus hipotecas.
Este endeudamiento hipotecario de la población estadounidense no es el único desequilibrio nocivo que sufre la economía norteamericana. De ser el mayor acreedor del mundo, los EEUU han pasado a convertirse en el mayor deudor del planeta (su deuda neta interna y externa es del 150% de su PIB), mientras la tasa de ahorro, es decir, las grasas acumuladas del sistema y que le confería estabilidad, son negativas: hecho insólito desde el crac de 1929.
Por otra parte, el déficit actual por cuenta corriente (la medida más amplia del comercio pues incluye no sólo el intercambio de bienes y servicios sino el flujo de inversiones entre países) asciende a 857.000 millones de dólares, equivalente al 6,5% del PIB estadounidense. Esto significa que EEUU debe atraer unos 70.000 millones de dólares al mes para financiar semejante deuda. Para mantener el chorro de dólares extranjeros, provenientes en su mayoría de los bancos centrales de China, Corea y Japón, la Reserva Federal tiene que aumentar los tipos de interés, lo que a su vez empeora la situación del mercado inmobiliario, encarece las hipotecas, frena el gasto de los consumidores y dificulta las inversiones productivas, afectando al crecimiento general.
Muchos economistas norteamericanos están asombrados por los paralelismos entre la situación actual y el período precedente a la Gran Depresión. Como en los años veinte la burbuja financiera se alimentó de la expansión de la deuda personal, y la adquisición de acciones se financiaba con préstamos bancarios. También en los años veinte, la brecha entre los más ricos y la inmensa mayoría de la población se agrandó espectacularmente: entre 1920 y 1929 el 75% de la población captó tan sólo un 45% de la renta nacional, mientras el 25% superior de la población recibió más de un 55%. También entre 1923 y 1929, la producción promedio de cada trabajador de la manufactura aumentó un 32%, mientras que en el mismo periodo los salarios sólo lo hicieron en un 8%. ¿Acaso no es esta la melodía que se toca actualmente en todo el mundo, incluso en un tono más agudo?

Sobreproducción

Una contracción seria de la economía norteamericana tendría efectos inmediatos en reducir las exportaciones asiáticas, afectando inmediatamente a las empresas manufactureras chinas, coreanas y japonesas. Por eso, los gobiernos de estos países siguen aceptando su papel de socios capitalistas y financian el déficit comercial y presupuestario de EEUU, pues de no hacerlo acelerarían la recesión de la economía norteamericana y, consecuentemente, de sus propias economías. Exactamente igual que en 1929, una recesión de la economía norteamericana puede tener efectos devastadores en la economía mundial.
Los indicadores de la crisis se están dejando sentir en muchos terrenos. Además de los señalados anteriormente, un indicio claro es la destrucción de empleo cualificado en los países capitalistas desarrollados. El sector de la automoción es un buen barómetro al respecto. Tan sólo este año, las previsiones de los tres grandes de Detroit (General Motors, Chrysler y Ford) pasan por suprimir 100.000 empleos en sus plantas de EEUU y Canadá. El objetivo obviamente es mantener la tasa de ganancia a través de la reducción de costes laborales, es decir, obtener más plusvalía absoluta y relativa de la fuerza de trabajo. Todo esto después de una ofensiva sin cuartel contra los salarios: los ingresos promedio de un obrero de la manufactura estadounidense es un 17% inferior a lo que ingresaba en 1972.
La crisis del sector de la automoción no es un detalle, indica que la sobreinversión ha llegado al corazón de la producción capitalista. Las ventas de coches alimentadas por los bajos tipos de interés en los últimos años también está llegando a sus límites. Aunque el mercado se pueda ampliar, como ha ocurrido en la última década, la competencia de las distintas industrias automovilísticas es feroz y no hay mercado para todas. La acumulación de capital choca con los límites objetivos de la sobreproducción que, inevitablemente, aflora precisamente en el pico del boom económico. Lo mismo se puede aplicar a otras ramas de la producción. A partir de ese momento comienza la espiral de caída en la tasa de beneficios, desinversiones, despidos masivos, cierre de fábricas, en definitiva, destrucción de fuerzas productivas.
A pesar de los intentos por ocultar esta realidad, el horizonte está lleno de sombrías perspectivas para la economía mundial que tendrán hondas repercusiones en la lucha de clases.