«Amigos, sólo se trata de hacer negocios. Porque pobres van a seguir existiendo y de ellos se tendrán que ocupar las ONG». Héctor Monsy Huergo, ingeniero agrónomo en Clarín Rural, Buenos Aires
«Amigos, sólo se trata de hacer negocios. Porque pobres van a seguir existiendo y de ellos se tendrán que ocupar las ONG». Héctor Monsy Huergo, ingeniero agrónomo en Clarín Rural, Buenos Aires
De un tiempo a esta parte se insiste, cada vez más, en que el suministro de petróleo tiende a disminuir y, por tanto, hay que encontrar una energía que lo sustituya. Por otra parte, muchos países se han comprometido a disminuir sus emisiones de gases contaminantes, lo que implica reducir la dependencia de la energía proveniente de combustibles fósiles.
Eso ha propiciado que cada vez se insista más en promover los agrocombustibles (palabra que expresa mejor el carácter de estos energéticos que «biocombustibles», como veremos), presentándolos como una modalidad de energía ecológica, que no contamina, renovable, perenne y que, además, serviría para que muchos agricultores, que ahora abandonan las tierras, pudiesen tener cultivos alternativos con los que poder seguir en el campo.
En el año 2005 el Gobierno español retiró el impuesto de los hidrocarburos a los carburantes biológicos, para así hacer más fácil el poder acercarse a cumplir el protocolo de Kyoto. Crecieron las plantas de producción de biodiésel, etanol, etc. A pesar de que la exención de impuestos suponía 1.000 millones de euros de beneficios al año, las petroleras que controlan la distribución de los carburantes no estaban dispuestas a adecuar las gasolineras. Pero empresas como Acciona, Abengoa y otras que invirtieron en las plantas de biodiésel y etanol, no quieren perder la posibilidad de ganar mucho dinero y han presionado al Gobierno para que cumpla los objetivos del protocolo de Kyoto a los que se comprometió.
Mercantilización de la energía
Está claro que no son sus ganas de luchar por «un medio ambiente sostenible» lo que está detrás de sus actuaciones. El capitalismo es el único sistema en la historia de la humanidad que tiende a mercantilizar todos los aspectos y componentes de la vida social. La energía requerida para el sostenimiento de la vida es también concebida como una mercancía más. La mercantilización se extiende a toda la naturaleza: los ríos y montañas, bosques y plantas, toda la biodiversidad del planeta. Si esto produce desastres para la humanidad, el capitalismo aprovecha estos desastres para hacer nuevos negocios.
El penúltimo capítulo de los desastres de un sistema social, que se niega a desaparecer, es el de la utilización de alimentos para convertirlos en combustibles de los coches y todoterrenos de los habitantes de los países desarrollados. Los datos muestran que es imposible sustituir la energía fósil (petróleo y gas) por los agrocombustibles. La superficie agrícola no es infinita. Recogiendo datos de Atilio Borón, antiguo director del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO),: «dado que una hectárea ‘produce una tonelada bruta de bioetanol o biodiesel (… ) haciendo una estimación muy generosa, para sustituir el consumo de petróleo y gas necesitaríamos casi cuatro veces (3,91) la superficie mundial dedicada a cultivos y pastos. (…) Para centrar el problema, si quisiéramos sustituir sólo el 5% del consumo de petróleo y gas, necesitaríamos sacrificar el 20% de la superficie agrícola total de cultivos y pastos, pero si nos referimos sólo a la superficie de cultivos, este 5% requeriría disponer del 64% de la tierra cultivable en el mundo» (…) En consecuencia, la oferta de agrocombustibles tendrá que proceder del Sur, de la periferia pobre y neocolonial del capitalismo. Las matemáticas no mienten: ni los EEUU, ni la Unión Europea, y tampoco la China o la India, tienen tierras disponibles para sostener al mismo tiempo un aumento de la producción de alimentos y una expansión en la producción de agroenergéticos. (…) La deforestación del planeta, sobre todo de su gran reserva amazónica, podría ampliar (aunque sólo por un tiempo) la superficie apta para el cultivo. Pero eso sería tan sólo por unas pocas décadas, a lo sumo. Esas tierras luego se desertificarían y la situación quedaría peor que antes» (Atilio Borón, Biocombustibles: el porvenir de una ilusión, Rebelión, 11-05-2007).
De los 20 millones de toneladas de grano que se produjeron más en 2006 que en 2005, 14 millones se destinaron a la producción de combustibles y sólo 6 millones para alimentos. También el grano se desvía de la alimentación de los animales: pollos, pavos, cerdos, y el incremento del precio provoca la desaparición de granjas, con el consiguiente aumento del precio de carne, huevos, leche, etc. Por supuesto, quienes más lo van a notar son los pobres que empezarán a pasar hambre, ya que por cada 1% de subida en el precio de los alimentos básicos, se agregan 16 millones de personas al grupo de quienes pasan hambre.
¿Energía limpia y renovable?
El último viaje de Bush por América Latina tenía un objetivo muy claro: lograr que Lula y el gobierno brasileño aceptasen ampliar el cultivo de plantas para la producción de agrocombustibles. «Todos nosotros sentimos la obligación de ser buenos guardianes del medio ambiente» declaró Bush. Nadie se lo cree viniendo de alguien que no firma el protocolo de Kyoto, que está dispuesto a llenar los parques naturales de Alaska de torres para extraer el petróleo que pueda haber, etc. Intentan convencernos de que la energía producida con los agrocombustibles es limpia y renovable, lo que no es cierto.
No es verdad que los biocombustibles sean una fuente de energía renovable y perenne, dado que el factor crucial en el crecimiento de las plantas no es la luz solar sino la disponibilidad de agua y las condiciones apropiadas del suelo.
No es cierto que no contaminan. Si bien el etanol produce menos emisiones de carbono, el proceso de su obtención contamina la superficie y el agua con nitratos, herbicidas, pesticidas y desechos, y el aire con aldehídos y alcoholes que son cancerígenos. El supuesto de un combustible «verde y limpio» es una falacia.
No es cierto que se libera de la dependencia de los combustibles fósiles. La producción de etanol sólo puede reemplazar un pequeño porcentaje del consumo mundial. En Brasil, el presidente Bush habló de generar un mercado mundial para el bioetanol, pero toda la producción de Brasil sólo representa menos del 3% de los 680.000 millones de litros por año de nafta y gasoil que consume Estados Unidos. Se omite, además, que para la producción de los bioenergéticos se requiere una utilización intensiva de maquinarias pesadas, transportes, herbicidas y pesticidas, todo lo cual supone un aumento en la utilización del petróleo y sus derivados.
Más allá de los análisis económicos sobre la rentabilidad del bioetanol, desde el punto de vista energético la energía neta que se obtiene es apenas positiva o incluso negativa. Es decir, se obtiene menos energía que la que se invierte.
La imposición de cultivos orientados hacia la producción de combustibles hará que grandes plantaciones de caña de azúcar, palma africana y soja acaben con bosques y pastizales en países como Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador y Paraguay. El cultivo de soja, por ejemplo, ha causado ya la deforestación de 21 millones de hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones de hectáreas en Argentina, dos millones en Paraguay y 600.000 en Bolivia. En respuesta a la presión -y los incentivos- del mercado global, próximamente se espera que sólo en Brasil la deforestación alcance una cifra adicional de 60 millones de hectáreas.
Grandes negocios para las multinacionales
Otra consecuencia de la producción de los agrocombustibles es el gran negocio que están empezando a hacer las multinacionales. Uno de los «beneficios» era que los agricultores podrían tener cultivos alternativos que les reportasen más ganancias. Pero no es así. Las multinacionales de semillas y fertilizantes (Monsanto, Syngenta, Bayer, DuPont…) se frotan las manos y buscan acuerdos con las multinacionales de la industria y distribución alimenticias que dominan el comercio mundial de los cereales (Cargill, ADM, Bunge…) para dominar el sector. Está claro que los agricultores no van a salir beneficiados cuando estas empresas controlen las semillas transgénicas, el procesamiento de producción de agrocombustibles y el transporte.
Por otro lado debemos recordar que el cultivo de agrocombustibles (la soja en concreto) está provocando grandes desplazamientos de campesinos: en Brasil por cada nuevo empleo que crea desplaza a once trabajadores antiguos. En Argentina el área cultivada de soja se incrementó en una década el 126% a expensas de la producción de lácteos, maíz, trigo, frutas, etc. Esto ha provocado que, mientras en 1998 había 422.000 granjas, en 2002 sólo quedaban 318.000.
Otro problema es la extensión de los latifundios. Las tierras son ocupadas por las multinacionales. En Brasil las tierras se venden por internet para la producción de soja, caña y otros productos de monocultivo. Como explicaba Horacio Martins del Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST), en La Habana, en el VI Encuentro Hemisférico de Lucha contra los TLCs y por la Integración de los Pueblos: «Vivimos una verdadera avalancha del ‘imperialismo verde», que traerá devastación creciente de tierras, en especial en el bosque amazónico y en la sabana».
Además, como continúa el informe de Gerardo Cerdas sobre el anterior Encuentro: «Sumado a lo anterior, la geopolítica internacional del imperio norteamericano exige estabilidad social en Brasil, o sea no se puede tolerar lucha por la tierra (…). Por otra parte el trabajo esclavo es una realidad en todos los ingenios, en el 2006 el Ministerio Público inspeccionó 74 ingenios sólo en Sao Paulo y todos fueron procesados por tener decenas de trabajadores y trabajadoras esclavos, sin contratos, sin seguros, sin comida adecuada, sin agua, obligados a pagar deudas enormes a sus patronos, entre otras muchas cosas. (…) Sabemos ahora que es la misma situación en todos los países de América Latina y el Caribe (…); con el crecimiento de la producción de etanol, es de esperar que aumente también la depredación de la fuerza de trabajo de miles de campesinos e indígenas en todo el continente».
Debemos acabar con el capitalismo
La cita con la que iniciábamos el artículo nos muestra la verdadera cara del capitalismo. Los ricos del planeta sólo se interesan por acumular riqueza, sin importarles qué va a ser del resto de la vida en la tierra. Está claro que el modelo de vida impuesto por el sistema capitalista nos conduce al desastre. 800 millones de vehículos (la mayoría en el mundo desarrollado) necesitan mucha energía. Pero esa energía no se puede conseguir a costa del hambre y la miseria de la mayoría de los que habitamos el planeta. Los combustibles fósiles son finitos. La ciencia posibilita que se pueda investigar la producción de energía limpia. Ahora se desarrolla cada vez más la eólica, solar, etc. Pero siempre los capitalistas argumentan que no son muy rentables. Habría otras energías como la proveniente del hidrógeno, limpia y renovable, que se ha empezado a investigar, pero que los empresarios la abandonan porque es muy caro.
Está claro que, la única solución a los problemas provocados por este sistema senil, es su sustitución por otro, el socialismo, en el que los trabajadores seamos dueños de la tierra, los medios de producción y los gestionemos para el beneficio de todos, no sólo los que ahora habitamos el planeta, sino para las generaciones futuras. En esa tarea estamos los compañeros de la Corriente Marxista Internacional.