Los medios de comunicación de la burguesía bombardean constantemente al público general con la idea de que en los países capitalistas desarrollados se «consume demasiado», lo lógico debería ser entonces consumir menos. Cuando utilizan la palabra «nosotros» ellos quieren decir por supuesto la clase obrera y la clase media, no los ricos. Ellos intentan inculcar en los trabajadores un sentimiento de culpabilidad. Lo que pretenden es un programa de austeridad que implica recortes de los salarios reales y menos gasto en el estado del bienestar. Esto se adecúa muy bien a las necesidades de la clase capitalista que pretende reducir los costes de producción para ser aún más competitivos en el mercado.
El propósito de este artículo es demostrar que la escasez de alimentos que afecta a muchos países este año no se debe a ningún desastre natural, o al hecho de que haya demasiados seres humanos que alimentar. Los datos lo demuestran y nos ocuparemos de este tema a lo largo de este artículo.
En 1859 Marx explicaba lo siguiente:
«Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización». (Carlos Marx. Prólogo a la Contribución de la Economía Política. 1859).
Lo que Marx dice en el párrafo citado anteriormente es que no es posible ninguna nueva sociedad hasta que no han nacido las fuerzas materiales de la nueva sociedad. A lo largo de un período de aproximadamente dos siglos, el capitalismo ha creado unas masivas fuerzas productivas. Este hecho también se aplica a los alimentos, no sólo en términos absolutos sino también en términos relativos, es decir, en proporción al número real de seres humanos que habitan el planeta.
El problema no es de producción sino de distribución. Hay cientos de millones, en realidad miles de millones, de personas que pasan hambre no porque no se produzca suficiente comida, sino porque no pueden permitirse comprar la comida que se produce. De esta manera, tenemos «sobreproducción» de alimentos, no en el sentido de que se produzcan más alimentos de los necesarios, sino en el sentido de que hay demasiados para que puedan ser absorbidos por el mercado. Siempre debemos tener en cuenta que para los capitalistas sólo existen los individuos si tienen poder adquisitivo, es decir, dinero en sus bolsillos para gastar. Si no tienen dinero entonces no entran en sus estadísticas.
Eso es así si lo miras desde un punto de vista económico. Pero desde el punto de vista político la situación es muy diferente. A principios de este año tuvimos disturbios alimentarios en docenas de países a través del mundo. Estas personas inexistentes desde el punto de vista del mercado salieron a las calles en Haití y forzaron la dimisión del primer ministro. De esta manera tenemos un incremento de la inestabilidad social y político, una consecuencia directa de los límites del capitalismo.
Por encima de la crisis alimentaria tenemos la crisis generalizada del capitalismo que ha tenido un gran impacto en la conciencia de los trabajadores de todo el mundo. Miles de millones de personas están cuestionando el sistema bajo el que viven. Este sistema se suponía era el mejor que podíamos esperar, si creemos a los medios de comunicación de masas, a los gobiernos y presuntos expertos económicos.
Para los marxistas lo que está ocurriendo en el mundo no es una sorpresa. En realidad, lo sorprendente no fue en absoluto el crack financiero. Lo sorprendente fue lo que tardó en llegar. Durante años habíamos avisado de que esta crisis estallaría tarde o temprano. Si se leen los artículos publicado en Marxist.com durante estos años, se podrá ver que explicamos de una manera consistente y sistemática que la acumulación de esas enormes cantidades de deuda, es decir, capital ficticio, finalmente llevaría a una crisis severa.
En 2006 explicamos:
«Hemos entrado en el período más turbulento de la historia mundial. Una sacudida tras otra está sacudiendo los cimientos del sistema. La situación mundial se caracteriza por una extrema inestabilidad, que se refleja en el callejón sin salida del sistema capitalista a escala mundial. El mundo se ha hundido en un torbellino de conflictos, guerras y terrorismo. Las tendencias contrarrevolucionarias en la actual situación mundial son obvias. Son una expresión de la lucha por la supervivencia de un sistema socio-económico ha superado su utilidad histórica y se ha convertido en una barrera para el progreso humano. El viejo sistema está en una situación de enfermedad terminal pero se niega a morir». (La revolución mundial y las tareas de los marxistas. 2006).
Una indicación de que en 2006 no exagerábamos es el actual callejón sin salida del capitalismo mundial. Cuando decíamos que «hemos entrado en el período más turbulento de la historia mundial» algunos dudaron de que fuese cierto. ¿El período en el que hemos entrado realmente podría ser más turbulento que la primera mitad del siglo XX que presenció dos guerras mundiales y la peor crisis económica experimentada por el capitalismo? Nadie puede dudar ahora de que teníamos razón y que realmente hemos entrado en ese período.
Las contradicciones acumuladas durante décadas han salido a la superficie de la sociedad como una venganza. Y dentro de esta crisis tenemos la crisis particular de la producción de alimentos o, para ser más precisos, de distribución de alimentos.
Bajo el capitalismo tenemos millones de parados y se necesitarían producir muchas cosas, tenemos millones de personas perdiendo sus casas y hay muchas viviendas vacías, millones mueren de hambre y se produce una abundancia de alimentos.
La cuestión de los alimentos y la presunta «crisis alimentaria» es utilizada por la burguesía para defender la idea de que necesitamos medidas de austeridad en los países capitalistas desarrollados. La pequeña burguesía añade su voz intentando hacer que todos nos sintamos culpables por nuestra supuesta «opulencia». Es una manera infantil y superficial de decir lo mismo. Si los trabajadores en occidente comieran y consumieran menos esto no resolvería de ninguna manera la crisis alimentaria en los países más pobres. El poder adquisitivo de miles de millones de pobres a través del planeta no se dispararía de repente.
Así que la cuestión de la crisis alimentaria requiere desenredar los mitos propagados por los medios de comunicación oficiales. Una forma muy común y banal de analizar el tema es que «hay demasiados seres humanos» o que «las personas en occidente consumen demasiado». De esta forma la culpa no está en el sistema capitalista, sino que recae sobre los hombros de la clase obrera de los países industrializados. Esta idea está bastante de moda entre los seguidores del movimiento «verde». Una mirada más cerca y profunda de la situación real revelará que el mundo realmente produce suficientes alimentos para todos. Como ya hemos dicho antes, el problema no es de oferta, ¡sino de capacidad para comprar!
El mecanismo de la deuda en el «Tercer Mundo»
Para empezar nuestro análisis del problema es útil mirar atrás en el tiempo y examinar cómo evolucionó a lo largo de los años el endeudamiento de los países subdesarrollados y cómo ha aumentado en provecho de los países imperialistas y sus elites dominantes.
Ya antes de los años setenta existía el fenómeno de la creciente deuda del «Tercer Mundo». Pero desde mediados de los setenta (es decir, desde la primera recesión mundial simultánea desde la Segunda Guerra Mundial) cada vez más países se vieron obligados a recurrir al FMI y al Banco Mundial para renegociar sus deudas e implantar una política conocida como «programas de estabilización del FMI».
Durante todos los años sesenta y setenta esta situación afectó a los países más pobres, los programas de austeridad derivados de esta situación provocaron resultados similares a los actuales: crecimiento del desempleo, aumento de los precios de los productos básicos, empeoramiento de la sanidad, servicios sociales y también dio lugar a numerosos movimientos de masas, muchos de ellos con un carácter revolucionario.
En el fondo de esta situación estaba la política monetarista que dominó el pensamiento económico burgués después de la explosión de la inflación en la década de los setenta. Frente a esta situación, los capitalistas sintieron la necesidad de «sacar» del sistema el capital ficticio que habían acumulado. Esta situación es la que se enfrentan de nuevo hoy en día, pero a una escala mucho mayor.
Algunas cifras ayudarán a demostrar cómo ha crecido la deuda del «Tercer Mundo». En 1960 era de 18.000 millones de dólares; en 1970 había pasado a 75.000 millones y en 1973 a 112.000 millones de dólares. Una década después, en 1984, se había disparado hasta los 900.000 millones de dólares. En un período de sólo 24 años la deuda total del mundo subdesarrollado se ha multiplicado por 50, lo que implica el pago de enormes tipos de interés a los países industrializados desarrollados.
Vemos este asombroso aumento de la deuda, pero aún sería más impresionante si compara con lo que iba a llegar después, hasta 1973 la deuda se mantuvo dentro de ciertos límites, gracias a los ingresos por exportaciones de los países más pobres y las remesas enviadas por sus trabajadores inmigrantes. Todo esto fue posible sobre la base del masivo boom de la posguerra (1948-1973). En ese período el PIB global de los principales países capitalistas desarrollados creció entre un 500 y un 600 por ciento, un crecimiento sin precedente de las fuerzas productivas, algunas de las migajas de este impresionante banquete cayeron al mundo subdesarrollado.
Sin embargo, en términos relativos, la imagen era diferente. Cuando los países capitalistas desarrollados pasaban a través del largo período de boom, con una enorme expansión de la producción y con una acumulación de capital, la mayoría de los países menos desarrollados se vieron atados cada vez más a las necesidades de los países industrializados, con un intercambio desigual de valor. Conseguían menos por más. Los precios de sus exportaciones (principalmente materias primas y productos agrícolas) caían con relación al aumento de los precios de los bienes industriales. Esto también explica su creciente endeudamiento con los países imperialistas y su sistema bancario.
Los Programas de Ajuste Estructural
1975 fue un punto de inflexión, con la primera recesión mundial simultánea desde la Segunda Guerra Mundial. Esto afectó de manera dramática a los países subdesarrollados y la situación a la que se enfrentan estos países empeoró (como demuestra la cifra anterior de 1984). En esta situación los bancos privados comenzaron a jugar un papel creciente en la concesión de créditos a estos países, empeorando aún más la deuda. Pero la deuda se debía devolver y con interés. ¿Estos países dónde encontraron en gran parte el dinero para financiar la devolución de la deuda?
La respuesta del sistema financiero occidental para «resolver» la crisis llegó en marzo de 1980 con los famosos «préstamos de ajuste estructural». En realidad ya existía algo parecido desde los años cincuenta pero a una escala mucho menor. (Después se desarrollaron más).
Estos préstamos estaban vinculados a ciertas condiciones: tipos de interés más altos; reducción de los controles de precios; reducción de impuestos a las empresas privadas; reducir la intervención estatal en la economía; recortes de subsidios a alimentos básicos y por supuesto la privatización. Ese fue el remedio de las potencias imperialistas para los países subdesarrollados. ¡Es como un hombre que sufre de malnutrición y el médico le dice que todo lo que necesita es seguir una dieta estricta!
La preocupación real del FMI no era el sufrimiento de los pueblos de estos países. La idea de que ellos presentaban era que si conseguían que estos países exportaran más entonces podrían equilibrar sus presupuestos y reducir la deuda. Al mismo tiempo, exigían que estos países abrieran sus mercados internos, redujeran las barreras arancelarias y subvenciones estatales a los productores locales, facilitando así la exportación de los países industrializados a esos países.
Podemos ver el ejemplo con lo ocurrido en Filipinas en 1981. En ese año al país sólo se le concedía un crédito si su gobierno aceptaba reducir los controles proteccionistas a la importación. Eso haría que los productos de los países desarrollados fueran más baratos y por tanto más competitivos en los mercados internos de los países más pobres.
En Filipinas, en 1982 los pagos de intereses como porcentaje del gasto gubernamental pasaron del 19 al 57 por ciento, mientras que al mismo tiempo se producía un colapso del «gasto en capital», es decir, inversiones, del 19,3 al 4,4 por ciento.
De esta manera vemos que en realidad los Programas de Ajuste Estructural (PAE) estaban diseñados para crear un contexto favorable para los países imperialistas, no para fortalecer en absoluto la economía local. Aunque según la teoría los países subdesarrollados se suponía que desarrollarían sus exportaciones, los principales mercados para esas exportaciones en realidad eran EEUU, la UE y Japón, todos con barreras proteccionistas en sus mercados, mientras que los mercados de los países subdesarrollados debían estar abiertos forzosamente a las importaciones de los países industrializados. En esta situación la única manera en la que podían competir los países pobres en un «mercado abierto» era reduciendo aún más los salarios de sus trabajadores ya de por sí muy pobres.
La aplicación de esta política lejos de fortalecer las economías de los países subdesarrollados llevó a muchas bancarrotas en las industrias locales. Frente a industrias avanzadas más competitivas, las industrias de los países más pobres no podían mantener su situación ni siquiera dentro de su propio mercado. Este hecho demuestra cómo la política impuesta por los imperialistas no pretendía fortalecer la economía de los países más pobres… más bien lo contrario.
Podemos dar otro ejemplo, Haití en octubre de 1995. El gobierno se negó a firmar un acuerdo de préstamo con el Banco Mundial porque creía que no podría aplicar la política vinculada al préstamo. La respuesta fue que USAID bloqueó un préstamos de 4,5 millones de dólares para presionar al gobierno y que éste firmase el «plan de ajuste». Más tarde veremos los efectos que tuvo para la agricultura haitiana.
Esta política se aplicó en Bolivia, Costa Rica, Costa de Marfil, Indonesia, Malawi, Somalia y en muchos otros países. Países como México y Filipinas se han transformado pasando de países que antes eran autosuficientes en alimentos, a países dependientes de los alimentos.
El efecto de esta política en Zimbawe es un claro ejemplo de cómo el imperialismo destruye una economía local. A principios de 1990 se impuso un Programa de Ajuste Estructural patrocinado por el FMI y el Banco Mundial. La deuda de Zimbawe había crecido en el período anterior. Parte de esas deudas en realidad se habían heredado del anterior gobierno racista blanco.
Para reducir la deuda y pagar los intereses de la deuda contraída, se redujo drásticamente el gasto en educación y sanidad. Más importante aún fue la eliminación de las subvenciones estatales a los alimentos y los controles de precios. El resultado fue que la población comenzó a pasar hambre. En 1997, Zimbawe gastaba siete veces más en servicio de la deuda (pago de intereses) que en educación y sanidad.
Todo esto lo llevó a cabo Mugabe. ¡Mientras exprimía la riqueza de las masas empobrecidas de Zimbawe y se la entregaba a los países occidentales entonces era amigo de Occidente! El caos que actualmente existe en el país es un resultado directo de esta política.
Los efectos de esta misma política en Haití fueron similares. La agricultura se liberalizó y los ingresos rurales y la producción colapsaron. Los pobres ahora se ven reducidos a alimentarse de lodo mezclado con un poco de aceite y grasa, ¡lo justo para llenar sus estómagos!
La verdadera relación entre los países subdesarrollados y desarrollados
El mecanismo de la deuda oculta la relación real entre los países subdesarrollados y los desarrollados. El mito es que occidente garantiza la «ayuda» a esos países. La realidad es que con esta «ayuda» encierran a estos países una trampa mortal. Los préstamos realmente crean una situación mediante la cual se saca más capital de los países pobres de lo que realmente entra, para ser más claros: enriquecen a los capitalistas y banqueros en los países desarrollados.
Una cifra confirma este hecho: ¡En 1989 las denominadas «naciones en vías de desarrollo» pagaron 52.000 millones MÁS de dólares al mundo «desarrollado» en pagos de intereses de la deuda de lo que recibieron en ayuda o préstamos!
Este proceso llevó a una abrupta caída de los subsidios gubernamentales a la agricultura, afecto severamente a la capacidad de estos países de alimentarse. Filipinas pasó de ser un exportador neto de alimentos a convertirse en uno de los principales importadores mundiales de arroz, mientras que una parte importante del PIB abandona el país en concepto de servicio de la deuda.
Regresemos al caso de Haití: Hace 20 años este país producía 170.000 toneladas de arroz al año, lo que equivalía al 95 por ciento de sus necesidades de consumo interno, así que importaba muy poco. Pero en 1995 intervino el FMI con sus préstamos. El problema es que los préstamos llegaban con unas condiciones adjuntas. Haití conseguía el préstamo si reducía sus aranceles (impuestos) sobre el arroz importado, de un 35 a un 3 por ciento. De esta forma el arroz importado, principalmente de EEUU, era más competitivo. Esto destruyó la producción local y ahora el 75 por ciento del arroz consumido en Haití proviene de EEUU. Este es un ejemplo muy claro de cómo el imperialismo destruye la capacidad productiva en estos países para estimular su propia producción y beneficios. Que estas prácticas puedan llevar a una hambruna de masas es algo que les preocupa muy poco.
En todo este proceso vemos cómo los países pobres son obligados a abrir sus mercados para cumplir las reglas del «libre comercio». ¿Pero se aplican estas reglas a los países desarrollados? ¡En absoluto! Desde finales de los años noventa los subsidios estatales a la agricultura han cubierto el 40 por ciento del valor de la producción agrícola en la UE y un 25 por ciento en EEUU. En los 30 países más ricos, el 30 por ciento de los ingresos agrícolas procede de las subvenciones estatales, un total de 280.000 millones de dólares anuales.
Vemos por ejemplo cómo el algodón norteamericano se vende en el mercado mundial a precios que están entre un 20 y un 55 por ciento por debajo de coste real de producción. ¡Esto ha provocado la bancarrota de los campesinos de África central y occidental! Podemos hacer la siguiente pregunta: ¿Dónde está el «libre mercado»? Comprobamos cómo hay una regla para el poder y otra para el rico.
Además de todo esto tenemos el fenómeno de la política denominada «set aside» en la UE, mediante la cual se paga a los campesinos para que mantengan la tierra en barbecho, es decir, para que no produzcan. Tenemos la destrucción de alimentos tanto en la UE como en EEUU para mantener altos los precios en el mercado. Canadá, por ejemplo, paga a los ganaderos para que maten cerdos y así reducir la oferta y mantener altos los precios. Pero la carne, en el mejor de los casos, es utilizada para producir comida de perros, no para alimentar a los hambrientos del mundo.
El ejemplo de Malawi
¿Realmente la situación debe ser así? ¡Evidentemente no! Lo que ocurrió en Malawi en 1999 es un buen ejemplo. Ese año el gobierno decidió ignorar el consejo del FMI y del Banco Mundial y dio a los pequeños campesinos un paquete inicial de semillas y fertilizantes. ¡El resultado fue que ese año Malawi tuvo plusvalía nacional de trigo!
Pero después el Banco Mundial y otros «donantes de ayuda» intervinieron y obligaron al gobierno a reducir el programa con el argumento de que «distorsionaba el mercado». Así que yo no se entregaron paquetes gratuitos a los pequeños campesinos. Y, sorpresa, esta situación llevó al colapso de la producción agrícola. En 2000-2002 en Malawi hubo una hambruna y unas 1.500 personas murieron a causa de ella.
En 2005, Malawi se enfrentó a una crisis alimentaria aún peor. Una vez más, el nuevo gobierno ya había tenido suficiente «ayuda» del FMI/Banco Mundial y decidió reintroducir los subsidios para fertilizantes. Dos millones de familias campesinas pudieron comprar fertilizantes aun tercio (33 por ciento) del precio de mercado y también obtuvieron descuentos en semillas. Se pueden adivinar los resultados: durante dos años Malawi tuvo una cosecha enorme, un millón de toneladas de maíz de excedente e incluso ¡exportó alimentos a Sudáfrica!
Sólo este ejemplo demuestra que hay un enorme potencial para producir alimentos en estos países. El problema no es el cambio climático o el crecimiento de la población (aunque el clima ha afectado a las cosechas en algunas zonas del mundo). Si que se trata de la política económica, del capitalismo y de su funcionamiento.
La crisis actual tiene sus raíces en la recesión mundial de 1973-1974 y la explosión de la inflación en el mismo período. La respuesta de los capitalistas fue adoptar una política monetarista y llevar a cabo privatizaciones y recortes del gasto público. Con las privatizaciones, los capitalistas buscaban nuevos campos de inversión y beneficios más rápidos.
Esto es lo que vimos en los países capitalistas desarrollados y que aún vemos hoy. Este proceso tenía su paralelo en los antiguos países coloniales, pero en ese caso ha significado la muerte para millones de personas. Ahora vemos este peligro reapareciendo en Somalia, Etiopía y en otros lugares. En el Cuerno de África unos 14 millones de personas hoy están en riesgo.
La actual crisis alimentaria refleja la crisis general del capitalismo durante un período de 30 años. La situación se está volviendo intolerable y esto explica los disturbios en aproximadamente 40 países del globo. Esta rebelión es parte de la marea ascendente de la lucha de clases en todas partes.
Y se produce suficiente comida en el mundo para alimentar a todos. La FAO en los años noventa publicó un estudio sobre la producción mundial de alimentos y demostraba que el mundo producía suficiente para alimentar a todos con 2.700 calorías diarias, mientras que en 1965 esta cifra era de sólo 2.300 calorías. Así que la producción de alimentos aumentó no sólo en términos absolutos sino también con relación al crecimiento de la población.
Otro estudio reciente (del año 2000) decía que el mundo producía 3.500 calorías diarias por cada habitante del planeta. Y eso sólo en producción de grano. No incluía cosas como los vegetales, judías, nueces, tubérculos, fruta, carnes grasas y pescados. Si incluimos todos tenemos que se producen más de 2 kilos diarios de alimentos por persona, divididos aproximadamente en 1,2 kilos de granos, judías y nueces, 0,5 kilos de frutas y vegetales y 0,5 kilos de carne, leche y huevos.
Por tanto, ya bajo el capitalismo actual se producen suficientes alimentos para alimentar a todos. Desde el año 2000 no se ha producido una caída significativa en la producción global de alimentos.
En realidad, en 2007 se registró una cosecha global de trigo récord. En los últimos veinte años la producción de alimentos ha aumentado una media del 2 por ciento anual, mientras que la población mundial ha crecido sólo un 1,4 por ciento al año.
Es verdad que en el período reciente los stocks han sido más bajos, pero aún hay suficientes alimentos para todos. El cambio climático ha afectado a algunas zonas, como el caso de Australia que ha padecido una sequía, pero la producción mundial global no ha caído.
Producción mundial de trigo; por millones de toneladas
Producción mundial de arroz; por millones de toneladas
Lo cierto es que los países capitalistas desarrollados han concentrado en sus manos la producción de alimentos, estrangulando a los países más pobres. Hace cuarenta años las «naciones en desarrollo» tenían una plusvalía exportadora neta de unos 7.000 millones de dólares. En 1980 había caído hasta los 1.000 millones. Hoy lo que ellos denominan «déficit alimentario del sur» se ha convertido en 11.000 millones de dólares anuales. Ahora los países pobres tienen que comprar alimentos a los ricos.
Biocombustibles
Repetimos: no se ha producido una caída de la producción mundial de alimentos. Sin embargo, ha habido algunos cambios políticos y una redirección de la producción agrícola que ha afectado a la oferta. Por ejemplo, en EEUU el 30 por ciento de la producción de grano se ha cambiado a la producción de biocombustibles. Prefieren poner alimentos en los tanques de gasolina que alimentar a las personas.
Han intentado encubrir esta situación como parte del esfuerzo mundial de reducir el efecto invernadero causado por el exceso de emisiones de carbono a la atmósfera. Pero algunos cálculos demuestran que el etanol basado en el cereal, en lugar de reducir un 20 por ciento las emisiones de carbono, como pretendían originalmente, lo que han hecho es casi doblar las emisiones durante un período de treinta años.
Detrás de la presunta preocupación por el medioambiente está una política consciente del imperialismo norteamericano, que busca asegurarse suministros «seguros» de energía en la medida que zonas como Oriente Medio están en una situación de caos político. Su aventura en Iraq ha fracasado y no ha conseguido los resultados esperados.
Durante los últimos ocho años el porcentaje de tierra en EEUU que ha pasado a producir cereales para biocombustibles ha aumentado gradualmente. En el año 2000, sólo el 6 por ciento de la producción total de cereal en EEUU iba para la producción de etanol. En 2005 esta cifra había aumentado al 14 por ciento y en 2006 alcanzó el 20 por ciento. Esta es precisamente la cantidad de la producción de cereal norteamericano que estos últimos años se dedicaba a la exportación.
No es una causalidad, por tanto, que en el año 2007 las exportaciones de cereales norteamericanas cayeran a una tasa del 19 por ciento, considerando que EEUU tradicionalmente contaba con aproximadamente el 40 por ciento de todo el comercio de cereal en el mercado mundial, casi una caída de una quinta parte de las exportaciones de cereales norteamericanas para consumo humano es normal que tengan un impacto importante en la oferta internacional de cereales. Las matemáticas son fáciles: una quinta parte de 40 es un 8 por ciento. Así que tenemos una caída brusca del 8 por ciento del cereal disponible en el mercado mundial, y no se debe a una calamidad humana, sino a la situación política mundial.
La especulación
Otro aspecto importante a considerar es la especulación. Los especuladores han estado cambiando sus operaciones hacia el mercado de alimentos. En los últimos años, los especuladores han provocado burbujas en la bolsa, en las empresas puntocom, en el mercado inmobiliario, etc., Cada una de ellas ha estallado en determinado momento. La burbuja inmobiliaria comenzó a pincharse hace aproximadamente dos años. Y sólo hace dos años, a mediados de 2006, comenzó la especulación intensa en contratos de futuros en la producción agrícola. ¡Desde junio de 2006 el número de contratos de futuros en trigo, soja, cereales y arroz se ha triplicado!
En 2006 la bolsa de Nueva York se unió a la de Ámsterdam, Bruselas, Lisboa y París para crear una bolsa unificada electrónica de futuros, ¡de esta manera hacían más fácil la especulación! Fue un importante factor que contribuyó a crear una burbuja de precios en los productos agrícolas. Como resultado, los precios globales han aumentado un 83 por ciento durante los últimos tres años.
Lo que hemos visto es un cambio del capital de una burbuja a otra en busca de beneficios más rápidos y fáciles. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha dejado a millones sin casa en todo el mundo. ¡Ahora la burbuja alimentaria está matando de hambre a millones de personas!
El sistema capitalista mundial sólo significa desempleo, falta de vivienda, de sanidad, etc., Significa la muerte para millones de personas, que mueren porque no pueden permitirse pagar los precios de los productos agrícolas que han subido debido a la especulación.
Producir para la necesidad no para el beneficio
¡Con esto basta para condenar el sistema capitalista! Ha llegado el momento de gestionar la situación de una manera diferente: la producción para la necesidad y no para el beneficio. Regresaremos a Marx: «las condiciones materiales para su solución ya están presentes o al menos en proceso de formación». La economía mundial puede producir suficiente comida para todos. Ya produce más de lo que realmente necesitamos, como demuestra el caso de Malawi tiene el potencial para alimentar a muchos más. Lo que hemos visto en el período reciente es a los gobiernos occidentales arrojando cientos de miles de millones de dólares, en realidad billones, al sistema bancario. Este dinero desaparecerá en un pozo sin fondo. Pero lo que revela es que los recursos existen. Esta enorme cantidad de capital se podría utilizar para erradicar la deuda del «tercer mundo» y proporcionar ayudas a los campesinos. Sobre esta base, todos los países africanos podrían producir plusvalía de alimentos.
Algunas cifras ayudarán a ilustrar las enormes contradicciones que hoy existen. De los 4.400 millones de personas que viven en los países subdesarrollados, el 60 por ciento no tienen acceso a la sanidad básica, un 30 por ciento no disponen de agua potable, un 25 por ciento carecen de vivienda decente, un 20 por ciento no tienen acceso a los servicios sanitarios modernos, un 20 por ciento de los niños no pasan de la educación primaria y un 20 por ciento están desnutridos. Más de 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día, más del 50 por ciento son niños.
La otra cara de esta situación es que las tres personas más ricas del mundo han acumulado unos activos mayores que el producto nacional bruto combinado de los países menos desarrollados con sus 600 millones de habitantes. Los activos de las 200 personas más ricas del mundo son mayores que los ingresos combinados del 41 por ciento de la población mundial.
Nada de esto lo provocan factores naturales. Son la consecuencia directa del modo de producción capitalista. Aliviar la deuda de los 20 países más endeudados se podrían conseguir a un coste de entre 5.500 millones y 7.700 millones de dólares. Eso es menos de lo que cuesta un bombardero silencioso. La educación básica para todos costaría sólo 6.000 millones de dólares anuales. Proporcionar agua y sanidad para todos sólo 9.000 millones de dólares. El cuidado sanitario básico y las provisiones de alimentos costarían 13.000 millones de dólares (Fuente: Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas. Informe sobre el Desarrollo Humano años 2000, 1999 y 1998).
En EEUU, el país más rico del mundo, los pobres mueren por carecer de cuidados sanitarios básicos y dar sanidad gratuita a todos costaría 42.000 millones de dólares, pero no hay ni un centavo disponible para este tipo de gastos.
¿No está suficientemente claro que la fuente de los problemas está en el móvil del beneficio que mueve el sistema capitalista? Toda la propaganda de los medios de comunicación sobre la «escasez de alimentos» es falsa. Las cifras que hemos proporcionado demuestran claramente que hay comida disponible y que el planeta puede producir más.
Los medios de comunicación de la burguesía bombardean constantemente al público general con la idea de que en los países capitalistas desarrollados se «consume demasiado», lo lógico debería ser entonces consumir menos. Cuando utilizan la palabra «nosotros» ellos quieren decir por supuesto la clase obrera y la clase media, no los ricos. Ellos intentan inculcar en los trabajadores un sentimiento de culpabilidad. Lo que pretenden es un programa de austeridad que implica recortes de los salarios reales y menos gasto en el estado del bienestar. Esto se adecúa muy bien a las necesidades de la clase capitalista que pretende reducir los costes de producción para ser aún más competitivos en el mercado.
Como ya hemos visto, en esta campaña de propaganda deshonesta en muchos países capitalistas desarrollados cuentan con la ayuda de grupos como el Partido Verde, que venden la idea de que consumir menos tendría un efecto positivo sobre las condiciones de vida en el mundo. Lo que ignoran estas personas es que los trabajadores ya consumen menos como resultado de la profundización de la recesión en la que acabamos de entrar. Las cifras demuestran que el consumo de ciertos alimentos ha caído. En países como Gran Bretaña los supermercados de «descuento» como Lidl y Aldi han visto aumentar sus ventas un 25-30 por ciento en este último período. ¿Esta reducción del consumo ha tenido un efecto beneficioso para miles de millones de pobres en el poder o ha provocado un cambio significativo en los ingresos de los países subdesarrollados? No, por supuesto. El ataque a la clase obrera es en todos los países, desde el menos al más desarrollado.
Lo que hace falta no son ajustes menores aquí o allí dentro del sistema capitalista. Hay que eliminar el propio sistema. ¡Debe ser sustituido por un sistema socialista mundial! La crisis actual del capitalismo mundial, y la «crisis alimentaria» es parte de esa crisis global, está llevando a millones de personas a cuestionar el propio sistema bajo el que vivimos. Los datos y cifras son claros. Debemos utilizarlas dentro del movimiento para contrarrestar la propaganda de los principales medios de comunicación y explicar lo que realmente está sucediendo.