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El alarmante aumento de los crímenes y ataques en contra de los militantes del PSUV y de la JPSUV en el movimiento estudiantil, campesino, obrero y comunal, no pasa sólo por el repudio y la denuncia de estos, sino también, por la reflexión y el debate sobre la agudización de la violencia de clase en la revolución venezolana y la búsqueda de estrategias que permitan armarnos de herramientas políticas en la lucha contra la contrarrevolución.
El alarmante aumento de los crímenes y ataques en contra de los militantes del PSUV y de la JPSUV en el movimiento estudiantil, campesino, obrero y comunal, no pasa sólo por el repudio y la denuncia de estos, sino también, por la reflexión y el debate sobre la agudización de la violencia de clase en la revolución venezolana y la búsqueda de estrategias que permitan armarnos de herramientas políticas en la lucha contra la contrarrevolución.
Luego de los resultados obtenidos en el referéndum del año 2007 y en las elecciones regionales de 2008, la oposición centró estrategia en el aumento de la base social que le permitiera replantear la situación desestabilizadora de los años 2002-2003. Pero, durante los últimos meses, nuestra victoria en las elecciones por la enmienda constitucional, la multiplicación de la organización de los trabajadores del campo y la ciudad y el poco poder de convocatoria demostrado en sus recientes manifestaciones, ha exacerbado su odio de clase y la extensión de sus métodos de exterminio selectivo a un sector más amplio de revolucionarios. Valga recordar que las primeras expresiones de la violencia de clase durante el gobierno del presidente Chávez, las encontramos en el asesinato de cientos de compañeros campesinos que dieron su vida en la lucha por la tierra desde los años 2001-2002.
Si entendemos que las relaciones sociales entre las clases son antagónicas y que el motor de la historia es la lucha de clases, dada a partir de la existencia de la propiedad privada, entenderemos los orígenes de estos hechos, ya que toda explotación de clase basa su poder en la violencia. La explotación y la violencia son orgánicamente inseparables. Por tanto, debemos tener claro que la clase opresora no va a ceder su poder sin antes usar todos los medios posibles para acabar con la revolución venezolana. En este punto, es importante recordar lo sucedido en Chile durante los años 70.
Gabriel García Márquez, en su conocido escrito La verdadera muerte de un Presidente, nos da elementos para entender esta cuestión: “A la hora de la batalla final, con el país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión, Salvador Allende continuó aferrado a la legalidad. (…) La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder. (…) Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo. (…) El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre”.
La violencia de la clase explotadora sólo puede ser frenada mediante nuestra movilización consciente y organizada en la aplicación de mecanismos de seguridad que garanticen la participación de las y los militantes del PSUV en la construcción del socialismo. Estos hechos son la expresión de la violencia específica y particular de las clases explotadoras y dominantes en la historia, y sólo con ellas desaparecerán. La verdadera paz sólo será posible con la victoria de los oprimidos y la supresión definitiva de la explotación.