Estamos viviendo en la primera década del siglo 21, en un periodo en que la marcha de la tecnología y la ciencia han conseguido milagros. Podemos poner un hombre en la Luna y enviar satélites para explorar los confines del sistema solar y más allá. Y, sin embargo en el año 2010, millones de hombres y mujeres se ven reducidos al nivel más primitivo, cercano a la barbarie. Ese era el caso en Pakistán, incluso antes de las inundaciones. Ahora, millones de personas pobres se aferran a la vida, y su alcance se debilita por momentos.
Los supervivientes se hacinan en campamentos improvisados, muchos de los cuales no tienen alimentos ni tiendas de campaña para ofrecer a la gente desesperada que ha caminado largas distancias en busca de alimento y refugio. Se calcula que al menos 100.000 niños morirán en los próximos seis meses. Como si esto fuera poco, la amenaza de una epidemia de cólera se cierne como una nube pesada sobre las cabezas de esta gente cuyos sufrimientos ya son inaguantables. Pakistán no está en condiciones de soportar una epidemia. Muchos hospitales y clínicas han sido destruidos por las inundaciones.
En tales circunstancias, es una práctica habitual referirse a «desastres naturales» o, incluso, a «actos de Dios» (esta última categoría existe legalmente y se encuentra en la letra pequeña de las pólizas de seguros). Sin embargo, mientras que los desastres pueden ser causados por fenómenos naturales, también ponen a prueba a los gobiernos, programas y políticas, dejando al descubierto todas las debilidades internas y la podredumbre del orden social existente.
La llegada de las inundaciones puede ser atribuida a la naturaleza, al calentamiento global, a la Ira de Dios, y a todo lo que se quiera. No obstante, ahora que las aguas han arrastrado los últimos restos patéticos de una existencia humana que poseían las masas, no se puede mirar a la naturaleza, a Dios o al clima, para arreglar las cosas. La solución no depende de la naturaleza, ni del Todopoderoso, ni incluso de los planes maravillosos para combatir el cambio climático en el futuro. Las necesidades de la gente no están en las nubes o en el futuro. Están aquí y ahora.
¿Qué pide la gente? Sólo piden el derecho más básico: el derecho a vivir. ¿Qué necesitan? Sólo las necesidades más básicas de la vida. Pero incluso antes de las inundaciones, la gran mayoría carecía de estas cosas. Su problema no lo ha causado las inundaciones, sino una sociedad injusta que no es capaz de proporcionarles las necesidades más básicas. Y un sistema social que es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la existencia del pueblo está condenado ante la historia.
La burguesía alarmada
Pakistán está atravesando la crisis más grave desde la Partición en 1947. Los representantes serios del Capital están observando la situación con creciente alarma. Para ellos, Pakistán no es un país cualquiera. Tiene una importancia incalculable desde el punto de vista de las estrategias globales y los intereses del imperialismo. País limitrofe con la India, Irán, Afganistán y China, su asistencia en el “pequeño” asunto de la guerra de Afganistán es de fundamental importancia para Washington.
El actual gobierno de Zardari no puede ser cien por cien de su gusto, pero es acatador y obediente y esto es lo principal. Por lo tanto, al menos por el momento, el imperialismo norteamericano intentará apuntalar el débil e impopular gobierno de Zardari, basándose en el viejo y sabio dicho: mejor el mal conocido que el bueno por conocer.
Sin embargo, una cosa es estudiar la situación desde una cómoda oficina con aire acondicionado en Washington o Islamabad, y otra cosa muy distinta es verla desde las ruinas destruidas de una cabaña o en un campamento para personas desplazadas. «La vida en un campamento es como volver a la época medieval», dice Saeed Khan, un agricultor de 40 años de edad que ha quedado sin hogar por las inundaciones y ahora se encuentra en las afueras de la ciudad norteña de Peshawar. «Aquí no hay vida».
El Financial Times (FT) del 1 de septiembre publicó un artículo de una página entera tratando de las inundaciones en Pakistán y sus efectos sobre el futuro de dicho país. El artículo, firmado por James Lamont y Farhan Bokhari, titulado Pakistán: Una precaria situación, contiene una descripción muy precisa de la situación, y comienza así:
«Bajo un árbol de mango en medio de campos inundados, no lejos de la ciudad paquistaní de Muzaffargarh, Haji Nek Sain está contando sus pérdidas. Hace poco más de un mes, era un agricultor con una plantación de algodón de siete hectáreas, una vida decente y grandes planes para las bodas de sus hijas después de la cosecha.
«Yo creía realmente que íbamos a tener una cosecha abundante. Ya me veía comprando algunas joyas [para mis hijas]», reflexiona. «Y a continuación vinieron las inundaciones».
Sigue el artículo: «Al igual que las legiones de campesinos y tenderos harapientos a lo largo y ancho de Pakistán, el Sr. Sain ha visto su vida y su hogar arrastrados por las peores inundaciones en la región desde finales de la década de 1920, veinte años antes de que su país existiera. Una quinta parte de Pakistán está sumergida».
Según los últimos informes, las aguas comienzan a retroceder. Pero esto no significa que la pesadilla haya terminado. Para los millones de indigentes y gente que padece hambre esto sólo es el comienzo. Los donantes internacionales hasta ahora han respondido con promesas de ayuda de 800 millones de dólares. Pero según los cálculos de las agencias de ayuda, el coste potencial de la crisis será contado, no en millones, sino en miles de millones, de dólares.
No son sólo las aguas las que están retrocediendo, sino también las expectativas de los Estados Unidos en cuanto a lo que puede lograr de Pakistán como aliado en el sur de Asia. Washington esperaba usarlo como una base ideal para combatir el «terrorismo» –especialmente cuando los estadounidenses y sus aliados de la OTAN comiencen a retirarse de Afganistán, como tendrán que hacer más pronto o más tarde–. Ahora esas esperanzas se ven empañadas por las dudas y el pesimismo sobre Pakistán. El FT escribe:
«El peor de los casos –una implosión de Pakistán– es extremadamente peligroso”, dice un diplomático occidental con sede en Washington. «Usted podría ver los efectos indirectos en zonas aledañas a Pakistán, particularmente en Afganistán. Sin estabilidad en Pakistán, la estabilidad en la región circundante se pone en tela de juicio».
Ocurre con frecuencia que los estrategas serios del Capital llegan a las mismas conclusiones que los marxistas, aunque desde un punto de vista de clase opuesto. Las esperanzas de una mejora en los resultados económicos se han disipado. Una cadena de crisis naturales, políticas y económicas en los últimos cinco años ha dejado al descubierto debilidades fatales en la economía, la sociedad, la vida política y el Estado de Pakistán, colocando un gran interrogante sobre su futuro –y sobre su utilidad para los Estados Unidos–. El artículo del FT sigue:
«Las inundaciones han afectado a más de 17 millones de personas –matando a más de 1.600–, además de causar graves daños al sector agrícola, tan fundamental para la economía del país, y a la infraestructura, que ya de por sí era muy débil. También han retrasado meses, incluso años, los planes del gobierno para llevar la prosperidad y la paz a este país con armas nucleares.
«Pero, sobre todo, han alterado un equilibrio tremendemente delicado. Durante los últimos tres años, los líderes del gobierno civil y del poderoso ejército han luchado para mantener el equilibrio de una combinación de exigencias –cada una de por sí considerable– hechas por el propio pueblo y por el mundo exterior».
Así, lejos de una influencia estabilizadora, Pakistán corre el riesgo de caer en una desestabilización social tan grande y trastornos sociales tan tremendos que la revolución social podría estar en el orden del día.
«De acuerdo con Aninda Mitra, vicepresidente de la agencia de tasación Moody’s, las inundaciones han causado una ‘gran perturbación de la oferta’ que ha retrasado gravemente la capacidad de Pakistán para alcanzar un crecimiento sostenible fuerte. Los desplazamientos y los daños al sector agrícola han puesto en peligro la recuperación económica. Se pronostican tensiones en el sistema bancario y entre las empresas más importantes del país para los próximos meses».
«Peor aún, el número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza ha aumentado del 33 por ciento de la población con anterioridad a las inundaciones al 40 por ciento ahora, dice».
«‘El peligro es que si a esta gente no se le re-asienta rápidamente, su presencia a largo plazo en las ciudades provocará una gran tensión», dice Islamuddin Shaikh, un senador del gobernante Partido del Pueblo Pakistaní (PPP) y ex alcalde de Sukkur. La población de la sureña ciudad ha crecido en un tercio a más de 800.000 en las últimas tres semanas. ‘Esta situación no será fácil de resolver’, dice».
«Hafiz Pasha es un ex ministro de Comercio y jefe del Instituto de Política Pública basado en Lahore: Al igual que otros economistas, predice que los indicadores económicos sufrirán un ‘deterioro significativo’ en los próximos meses, que será una pesadilla para Pakistán».
Citando al Sr. Hafiz Pasha, el Financial Times describe un cuadro muy grave de colapso económico:
«El crecimiento podría hundirse desde alrededor del 4 por ciento este año a cero o poco más el año que viene. La inflación, estimulada por la escasez de alimentos, podría dispararse por encima del objetivo del gobierno de 9,5 por ciento al 18-20 por ciento. El déficit fiscal podría llegar a casi el doble del objetivo del 4 por ciento del PIB a medida que aumenta el gasto público.
«La economía, básicamente agrícola y textil, se ha deteriorado considerablemente en los últimos dos decenios. A pesar de la liberalización que le ayudó a superar a su vecino sureño de la India, con tasas de crecimiento promedio de 5,5 por ciento entre 1947 y 1990, el Pakistán de hoy se arrastra muy por detrás».
Pero no basta con elaborar listas de estadísticas y hacer proyecciones económicas. Cuando vamos al médico con un problema, no estamos satisfechos si el médico sólo nos lee una lista de los síntomas y nos informa de que estamos enfermos. Lo que esperamos es una receta que cure la enfermedad. La pregunta es: ¿cuáles son las perspectivas más probables que se desprenden de este análisis económico sombrío? ¿Y que hay que hacer al respecto?
Crisis del régimen
Foto de Vicki Francis |
Al igual que las guerras y los terremotos, las inundaciones y las hambrunas ponen a prueba la sociedad y el Estado existentes. En última instancia, la viabilidad de cualquier sociedad debe juzgarse por su capacidad de proveer a la gente con las condiciones más elementales de la existencia humana. Este hecho está muy bien expresado en el viejo lema de los trabajadores y campesinos de Pakistán: ¡Roti, Kapra aur Makan! (¡pan, ropa y cobijo!).
Durante la terrible hambruna que se extendió por Rusia en 1891-92, el marxista Plejánov escribió un artículo con el título Rusia arruinada, que era una acusación ardiente de la autocracia zarista que había demostrado ser totalmente incapaz de hacer frente a la difícil situación de millones de personas muriendo de hambre. Esta crisis tuvo un efecto profundo en todas las clases. Radicalizó a toda una generación de jóvenes revolucionarios y preparó el camino para la primera revolución rusa de 1905-06. La actual crisis en Pakistán también tendrá consecuencias similares.
Hasta la fecha, más de un mes después de las inundaciones, hay una superabundancia de palabrería, pero no hay ni comida, ni ropa, ni refugio para los millones de hambrientos. En cambio, tenemos otra inundación: un torrente de lágrimas de cocodrilo de políticos y organizaciones no gubernamentales (ONGs). ¡Hay! Si la simpatía pudiese llenar estómagos vacíos, ¡nadie pasaría hambre en Pakistán ni en cualquier otro lugar!
Lo que tenemos en Pakistán no es solamente una crisis económica o una crisis de gobierno. Se trata de una profunda crisis del régimen mismo. El sentimiento generalizado de ira y repugnancia encuentra su expresión en todos los niveles, incluyendo los niveles más altos del gobierno y el Estado. Las revoluciones siempre empiezan por arriba, con crisis y divisiones en la clase dominante. Los líderes sienten temblar la tierra debajo de sus pies y son presa del pavor. Con una franqueza sorprendente, el artículo del FT describe el miedo que se apodera de los círculos dirigentes en Pakistán:
«Algunos ven un país que ya se enfrenta a enormes desafíos acercándose a lo apocalíptico, sobre todo desde el punto de vista de las clases medias urbanas cada vez más asustadas. Un diplomático occidental con base en Islamabad advierte que el liderazgo tiene un miedo atroz de las consecuencias políticas de este desastre natural. ‘Nunca antes la élite de Pakistán ha estado tan angustiada’, dice».
La degeneración imperante que existe en todos los niveles de la sociedad se refleja incluso en el deporte nacional que es seguido con fanática dedicación por muchos paquistaníes: el críquet. Los éxitos del equipo nacional durante su gira de Inglaterra podrían haber proveído de algún elemento de consuelo a un pueblo traumatizado. Pero incluso esta pequeña migaja de consuelo les fue arrebatada cuando estalló un escándalo por corrupción.
En un país tan acostumbrado a la manipulación sistemática de las elecciones y a la compra y venta descarada de cargos públicos, el fraude en un partido de cricket vinculado a apuestas por valor de varios millones de libras puede parecer un asunto de muy poca importancia. Pero en el contexto de todos los demás desastres, esto sacudió la moral de la nación, incluida la clase dominante:
«Su moral, ya baja, se ha visto minada más todavía por las denuncias de corrupción por parte de algunos miembros del equipo nacional de críquet en gira por el Reino Unido. Esto fue una vergüenza nacional vista como un reflejo de la erosión de los valores del país y su reputación internacional».
Cuando una nación entera se hunde en un abismo de desesperación, incluso la última pizca de orgullo nacional les ha sido arrebatada. La gente se ve obligada a aceptar que aquí todo está a la venta: los especuladores que roban el pan de la boca de los niños muertos de hambre; los deportistas que venden sus competencias profesionales al mejor postor y luego estúpidamente se jactan de ello a periodistas mercenarios; los políticos que venden toda la nación a precios de ganga… ¿No hay fin a la corrupción que ha penetrado todos los poros de la sociedad y ha podrido su alma?
Hace falta un cambio fundamental
Enfermedades drásticas requieren cirugía drástica. Pero las autoridades están paralizadas e impotentes. Todos los intentos de imponer estabilidad y disciplina se están desvaneciendo. El economista burgués Hafiz Pasha emite una severa advertencia: «Pakistán está al borde del colapso económico. A menos que haya medidas radicales para hacer frente a la situación [actual], habrá 20 millones de personas atacando a las ciudades cuando empiecen [a desesperarse]. Lo que se requiere es una reestructuración fundamental de la forma en que se gestiona Pakistán«. (El subrayado es nuestro.)
Esta es una reivindicación con la que estamos completamente de acuerdo. La gravedad de la crisis es tal que nada menos que una reestructuración fundamental será suficiente. La pregunta, sin embargo, es: ¿cuáles son las fuerzas en Pakistán que pueden lograr un cambio tan fundamental? ¿Puede alguien en su sano juicio imaginarse que cualquiera de los partidos políticos o líderes están remotamente interesados en un cambio fundamental?
La pregunta se contesta sola. Ninguno de los líderes actuales tiene ningún interés en ningún cambio de ninguna tipo. El único «cambio» que les interesa es un cambio de ministerio, es decir, no cambiar en absoluto. Su punto de vista político no va más allá de la perspectiva de favorecer su propia carrera. Sus principios políticos se reducen a empujar a sus rivales a un lado para que puedan disfrutar de lo que se conoce como «los frutos del poder».
Las inundaciones han provocado rumores de que el gobierno del PPP está a punto de caer. Asif Ali Zardari, el presidente, despertó fuertes críticas cuando se embarcó en una gira internacional en el momento en que se abrieron los cielos. Su viaje para visitar a los líderes de Londres y París, que también incluyó una visita a un chateau francés con sus hijos, fue un insulto a los millones de personas que están luchando por encontrar un pedazo de tierra seca y algunos granos de arroz para alimentar a sus familias.
Los líderes del PPP son indescriptiblemente malos. Pero no puede sostenerse que los líderes de la Liga Musulmana sean mejores. Los trabajadores y campesinos de Pakistán comparan sus sufrimientos y dificultades al extravagante estilo de vida de la élite y vuelven la espalda con repugnancia. Miran a toda la clase política con una sensación de asco justificado.
¿Qué otras fuerzas pueden dar lugar a un cambio fundamental en Pakistán? ¿Qué pasa si el ejército entra en acción? ¿Acaso las cosas podrían estar mejor si los políticos civiles corruptos fueran sustituidos por generales corruptos? Altaf Hussain, líder del Movimiento semi-fascista Muttahida Qaumi (MQM), está haciendo un llamado a «los generales patriotas» para que tomen medidas contra los «políticos corruptos» –lo que equivale a una llamada apenas velada para un golpe militar–.
Otro líder del MQM apeló a Ashfaq Kayani, jefe del ejército, a asumir el papel «de un De Gaulle del siglo XXI, para que supervise la nueva unidad de Pakistán y mantenga unido al país para superar el peor período de inestabilidad desde 1947». Estos políticos reaccionarios están golpeando el tambor de una dictadura militar, que esperan que sirvan a sus fines siniestros.
Por desgracia para el MQM, el ejército paquistaní no está en muy buena forma para tomar las riendas del poder en sus manos en este momento. El ejército está dividido y en un estado de desorden, con diferentes camarillas tirando en distintas direcciones. Un ala está dispuesta a subordinarse al imperialismo estadounidense, mientras que otra está apoyando activamente a los talibanes en Afganistán. Todos son corruptos y ninguno tiene la menor idea de cómo hacer frente a una crisis económica que está poniéndose rápidamente fuera de control. De repente, la perspectiva de la toma del poder no parece tan atrayente como en el pasado.
Toda la historia de Pakistán desde su creación como Estado ha consistido en un juego monótono en el que el poder ha pasado a intervalos regulares de los civiles a los militares y viceversa. Y al final, las masas nunca estaban mejor que antes. En realidad, a pesar de todos estos aparentes cambios de régimen, la vida para la gran mayoría seguía siendo igual de dura, brutal y corta como siempre. Nada fundamental ha cambiado nunca para las masas.
El fantasma de 1968
Los días del actual gobierno están claramente contados. Pero ¿qué lo va a sustituir? Incluso si los militares fueran a tomar el poder (que es una posibilidad), ¿qué podrían hacer? Rápidamente quedarían desenmascarados y se les verían tan impotentes, ineptos y corruptos como el actual gobierno. Y en condiciones de extrema volatilidad social, un régimen militar no podría controlar la situación por mucho tiempo. Un régimen militar en esas condiciones exacerbaría todas las tensiones en la sociedad sin resolver ninguno de los temas fundamentales. No se puede fusilar a la inflación ni arrestar al desempleo.
Napoleón dijo una vez: usted puede hacer muchas cosas con bayonetas, pero no puede sentarse sobre ellas. Al carecer de una base social seria, un régimen militar no sería de larga duración. Al igual que la dictadura de Ayub Khan en 1968, prepararía el terreno para una explosión social. Durante décadas, cualquiera que fuese el gobierno instalado en Islamabad, el poder real permaneció siempre en manos de un puñado de familias ricas: terratenientes feudales, banqueros y capitalistas que constituyen un sólido bloque que se oponen al cambio y al progreso. A menos que y hasta que el poder de esta oligarquía reaccionaria sea roto, nada puede cambiar realmente en Pakistán.
Sólo una vez en el curso de su historia de 63 años hubo una posibilidad real de cambio en Pakistán. Eso fue en 1968-69, cuando los obreros y campesinos de Pakistán tomaron el camino de la revolución. En ese momento, el poder estaba en manos de la clase obrera. Lo único que impidió la victoria de la revolución fue la ausencia de un partido revolucionario y una dirección revolucionaria como el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky en Rusia en 1917.
Ahora tenemos comentaristas burgueses advirtiendo de la necesidad de una reestructuración fundamental. Traducido al español llano, «reestructuración fundamental» significa revolución. Y la única clase que es capaz de llevar a cabo esta revolución son los obreros y campesinos. Ellos son la única fuerza revolucionaria en Pakistán. Además, constituyen la inmensa mayoría de una población de 180 millones de habitantes. Una vez que esta inmensa fuerza esté organizada, unida y movilizada para cambiar la sociedad, ningún Estado o ejército puede detenerla. Esa es precisamente la lección de 1968-69.
La clase dominante y los imperialistas están obsesionados por el fantasma de 1968. Sus temores se hacen eco, una vez más, en el Financial Times:
«Siempre un barómetro de la condición política febril de Pakistán, las especulaciones acerca de un inminente golpe militar, una revolución sangrienta y la posibilidad de que regiones enteras del país se vuelvan incontrolables se han intensificado».
«Por su parte, los diplomáticos occidentales temen que el desastre podría encender el descontento popular y el extremismo militante. Temen que el trauma prolongado en el campo y la emigración masiva a las ciudades podría socavar el gobierno civil en Islamabad».
Estas líneas transmiten el verdadero estado de ánimo de la burguesía en Pakistán e internacionalmente. Sienten que la situación en Pakistán ya se encuentra «en una espiral descendente incontrolable». Ven que el gobierno es impotente para resolver los problemas acuciantes de las masas. Temen que el actual ambiente de desesperación se convierta en una furia de descontento que barrerá todo a su paso, al igual que hicieron las aguas. Y temen que esto vaya a socavar al gobierno civil en Islamabad.
Lo que la clase dominante teme realmente es la revolución. Recordemos las palabras de Hafiz Pasha: «A menos que haya medidas radicales para hacer frente a la situación [actual], [Pakistán] tendrá 20 millones de personas atacando a las ciudades cuando empiecen a desesperarse». Estas palabras transmiten precisamente los temores de los terratenientes y capitalistas de Pakistán, que, cuarenta años después, siguen sintiéndose perseguidos por el fantasma de 1968.
¿Qué se requiere?
El magnífico movimiento revolucionario de 1968-69 podía haber llevado a la toma del poder por los obreros y campesinos. Sólo fracasó debido a la falta de una dirección revolucionaria auténtica. Los obreros y campesinos hicieron todo lo posible para derrocar el capitalismo, pero carecían de un programa y una estrategia coherentes. Para que la historia no se repita, es necesario elaborar un programa y una política que corresponda a la tarea en cuestión.
¿Qué se requiere? La condición previa para una solución a los problemas de Pakistán es la expropiación de los terratenientes y capitalistas. El primer paso debe ser la nacionalización de la tierra y la confiscación de todos los grandes latifundios de los terratenientes, junto con la nacionalización de los bancos y compañías de seguros y toda la industria a gran escala bajo el control democrático de los trabajadores.
Este programa sólo puede ser llevado a cabo por un gobierno de obreros y campesinos. Mientras luchamos por semejante gobierno, es necesario establecer una serie de reivindicaciones transicionales que, partiendo de las necesidades más apremiantes de la población, señalen el camino hacia la conquista del poder.
El Estado actual ha demostrado ser completamente incapaz de hacer frente a los problemas del pueblo. La burocracia estatal es tan corrupta, tan podrida e incompetente que la poca ayuda que existe raras veces llega a la gente más necesitada. Grandes cantidades de dinero donadas a la gente sin hogar y hambrientos ha ido a parar a las cuentas bancarias privadas de funcionarios y políticos corruptos. No se puede dar ninguna confianza en absoluto al aparato estatal actual. Los obreros y campesinos deben desarrollar sus propias organizaciones democráticamente elegidas para tomar la administración de la sociedad en sus manos.
Para luchar contra la catástrofe, en lugar de los métodos burocrático-reaccionarios, que se limitan a pequeñas reformas, debemos plantear métodos revolucionario-democráticos, que correspondan a las necesidades de la gente. Lo que necesitamos son comités de acción en cada fábrica y pueblo, en cada calle, en todos los niveles de la sociedad. Estos comités populares deben expulsar sin piedad a los burócratas, ladrones y especuladores y asumir el control de la situación.
Deben tomarse medidas inmediatas para alimentar al pueblo y castigar a los especuladores que se están enriqueciendo a cuenta de la miseria de los pobres. Debe haber un congelamiento inmediato de los precios de los alimentos, ropa y todas las necesidades básicas de la vida. Deben formarse tribunales populares para detener, juzgar y castigar a los funcionarios corruptos, los especuladores y los acaparadores. ¡Que sientan la ira del pueblo al que han engañado y robado!
En nombre de la apertura democrática, exigimos la abolición completa de los secretos comerciales. Todas las grandes empresas y bancos deben ser obligados a publicar los detalles de sus beneficios. Que el pueblo vea cómo los ricos están extrayendo la savia de Pakistán y beneficiándose de la superexplotación de los trabajadores. Que vean la magnitud de las fortunas de los ricos y la corrupción de los políticos que derraman lágrimas de cocodrilo por el sufrimiento de las masas, mientras llenan sus bolsillos con el dinero robado de las finanzas públicas.
La protección del secreto comercial significa en la práctica la protección de los privilegios y beneficios de, literalmente, un puñado de personas en contra del interés de todo el pueblo. Abramos los ojos del pueblo para que se le permita conocer toda la verdad sobre la especulación y operaciones turbias de la minoría rica que dirige el país.
La prensa habla de escasez y hambre en Pakistán, pero todo el mundo sabe que mientras millones pasan hambre, otros viven una vida de lujo. En medio de la hambruna, los restaurantes elegantes de Islamabad, Karachi y Lahore están llenos de clientes ricos que no tienen preocupaciones en servirse a sí mismos todo tipo de delicias imaginables. El mismo Estado que llama al sacrificio en el «interés nacional» no levanta un dedo para controlar el lujo escandaloso y el estilo de vida extravagante y derrochador de los ricos. Como siempre, todo el peso de la crisis se coloca sobre los hombros de los pobres que son menos capaces de soportarlo.
En tiempo de guerra es normal introducir el racionamiento. Pero la actual emergencia es tan grave como cualquier guerra. Un estricto sistema de racionamiento debe ser introducido de inmediato para controlar la distribución de alimentos y todas las otras necesidades de la vida. El acceso a estos productos indispensables debe ser sobre la base de necesidad comprobada. Los ricos no deben tener un acceso privilegiado al arroz, harina y otros artículos. Junto con los sindicatos y otras organizaciones populares, los comités de acción deben controlar las tarjetas de racionamiento y asegurarse de que nadie disfruta de un exceso de comida mientras que otros pasan hambre.
En vez de promesas vacías y discursos hipócritas sobre «sacrificios por el bien del pueblo» y sobre «hacer todo lo posible», el pueblo debe exigir acción para resolver sus problemas más urgentes. Con el fin de controlar la especulación, los comités de acción deben controlar los precios de forma estricta. Con el fin de resolver el problema de la falta de vivienda, los comités deberán elaborar una lista de todas las viviendas vacías y sub-ocupadas, incluidas las grandes casas y palacios de los ricos, que deben ser requisados y utilizados para vivienda para los que no tienen cobijo.
«¡Pero estas medidas son demasiado drásticas! ¡Esto es extremismo, comunismo!» Sí, podemos imaginar la indignación de los ricos y sus amigos en la Asamblea Nacional. A tales argumentos respondemos con las palabras del socialista español Largo Caballero: «No se puede curar el cáncer con una aspirina». Sin semejantes medidas revolucionarias, no se avanzará, el caos se extenderá irremediablemente, y se preparará una catástrofe a escala inimaginable.
El PPP se creó para defender los intereses de los trabajadores y campesinos. Pero Zardari y compañía son sólo una pantalla para la defensa de los intereses de los terratenientes y capitalistas. El pueblo votó por el PPP, a fin de que hubiera un gobierno que actuase a favor de sus intereses. Pero el actual gobierno es controlado por la camarilla de extrema derecha de Zardari, que es uno de los hombres más ricos de Pakistán. La camarilla de Zardari está alejada del pueblo en cuyo nombre habla.
En su afán de complacer a los capitalistas, el ala de derechas del PPP ha dejado intacto el poder y los privilegios de los ricos. La derecha del PPP no puede tomar ninguna acción contra los terratenientes y capitalistas, ya que está completamente dependiente de la burguesía, con la cual está en coalición, y teme perder sus privilegios reales. Ha renunciado completamente al programa socialista sobre el que el PPP fue fundado. No quiere tomar ninguna medida realmente seria en una dirección revolucionaria-democrática, y mucho menos en dirección del socialismo.
Las medidas para combatir la catástrofe y el hambre dependen exclusivamente de los esfuerzos de la gran mayoría de la población, de las clases oprimidas, de los trabajadores y campesinos, en especial los campesinos pobres. Y este es el único camino que ofrece la salvación y una manera de evitar la catástrofe amenazadora.
Londres, 22 de septiembre 2010