La Revolución Árabe es una fuente de inspiración para trabajadores y jóvenes de todos los lugares. Ha sacudido a todos los países de Oriente Medio y el norte de África hasta sus cimientos y sus reverberaciones están sintiéndose en todo el mundo. Estos dramáticos acontecimientos marcan un punto de inflexión decisivo en la historia humana. Estos acontecimientos no son accidentes aislados del proceso general de la revolución mundial.
Lo que está aconteciendo ante nosotros son los primeros episodios de la revolución socialista mundial. El mismo proceso general se desarrollará, aunque a distintos ritmos, alrededor del planeta. Inevitablemente habrá alzas y bajas, derrotas así como victorias, decepciones así como éxitos. Debemos estar preparados para ello. Pero la tendencia general irá hacia una mayor aceleración de la lucha de clases a escala mundial.
Los maravillosos movimientos de las masas en Túnez y Egipto solo son el comienzo. Acontecimientos revolucionarios están a la orden del día y ningún país puede considerarse inmune al proceso general. Las revoluciones en el mundo árabe son una manifestación de la crisis del capitalismo a escala mundial. Los acontecimientos en Túnez y Egipto muestran a los países capitalistas avanzados su futuro como en un espejo.
Túnez
Túnez era aparentemente el país árabe más estable. Su economía estaba en expansión y los inversores extranjeros obtenían jugosos beneficios. El presidente Zine al-Abidine Bel Ali gobernaba con mano de hierro. Parecía que todo iba bien en el mejor de los mundos capitalistas.
Los comentaristas burgueses miran superficialmente y no ven los procesos que están teniendo lugar en las profundidades de la sociedad. De ahí que estuvieran ciegos ante los procesos del norte de África. Denegaron toda posibilidad de una revolución en Túnez. Ahora todos los estrategas burgueses, economistas, académicos y “expertos” hacen exhibición pública de su perplejidad.
El país explotó tras la autoinmolación del joven desempleado Mohamed Bouazizi. Hegel señaló que la necesidad se expresa a través del accidente. Este no era el único caso de suicidio por desesperación de un joven desempleado en Túnez. Pero en esta ocasión tuvo efectos inesperados. Las masas salieron a la calle y comenzaron una revolución.
La primera reacción del régimen fue aplastar la rebelión por la fuerza. Cuando esto no funcionó, recurrieron a las concesiones que solo sirvieron para echar leña al fuego. La fuerte represión policial no detuvo a las masas. El régimen no usó al ejército porque no podía usarlo. Un choque sangriento y hubiera saltado en pedazos.
La clase obrera tunecina lanzó una ola de huelgas regionales que culminó en una huelga nacional. Llegado a este punto, Ben Ali tuvo que volar a Arabia Saudí. Esta fue la primera victoria de la Revolución Árabe. Lo cambió todo.
Cuando Ben Ali huyó hubo un vacío de poder que debió ser llenado por los comités revolucionarios. Estos comités tomaron el poder a nivel local y, en algunos lugares, a nivel regional. En Redeyef, en la cuenca minera de fosfato de Gafsa, no existe otra autoridad que la de los sindicatos. La comisaría de policía fue quemada, el juez huyó, y el ayuntamiento fue tomado por el sindicato local que ahora tiene su sede ahí. Mítines de masas tienen lugar en la principal plaza a la que asisten líderes sindicales regularmente. Han creado comités para organizar el transporte, el orden público, los servicios locales, etc.
Las masas no se satisficieron o pacificaron con su victoria inicial. Han salido a la calle en gran número contra todo intento de recrear el viejo orden bajo un nombre distinto. Todos los viejos partidos han sido completamente desacreditados. Cuando Gannouchi1 intentó instalar nuevos gobernadores en las regiones, el pueblo los rechazó. Cientos de miles protestaron y tuvieron que retirarlos.
En Túnez la lava de la revolución no se ha enfriado todavía. Los trabajadores están exigiendo la confiscación de la riqueza de la familia de Ben Ali. Dado que ésta controlaba vastos sectores de la economía, esto es un desafío directo al dominio de la clase capitalista en Túnez. La confiscación de la propiedad de la camarilla de Ben Ali es una reivindicación socialista.
Los trabajadores tunecinos han echado a los patrones impopulares. El izquierdista Frente 14 de enero ha hecho un llamamiento para la celebración de una asamblea nacional de comités revolucionarios. Esta es una reivindicación correcta, pero no se han tomado pasos concretos para tal fin. A pesar de la ausencia de dirección, la revolución continúa avanzando a grandes pasos, derrocando a Gannouchi y elevando al movimiento a nuevas alturas. Nuestra consigna debe ser: ¡thawra hatta‘l nasr! – ¡Revolución hasta la victoria!
La Revolución Egipcia
Túnez dio el pistoletazo de salida a la revolución árabe, pero es un pequeño país periférico del Magreb. Egipto, en cambio, es un vasto país de 82 millones de habitantes, y está en el corazón del mundo árabe. Su numeroso y militante proletariado ha mostrado su espíritu revolucionario muchas veces. La revolución egipcia sin duda reflejaba la influencia tunecina pero también estaba basada en otros factores: alto nivel de desempleo, caída en los niveles de vida y odio hacia un Gobierno corrupto y represivo.
Túnez actuó como catalizador. Pero un catalizador solo funciona cuando todas las condiciones necesarias están presentes. La revolución tunecina mostró lo que se puede conseguir. Pero sería completamente falso asumir que esta fue la única, incluso la principal causa. Las condiciones para una explosión revolucionaria han madurado ya en todos estos países. Todo lo que hacía falta era una simple chispa para prender fuego al polvorín. Túnez la proveyó.
El movimiento en Egipto mostró el maravilloso heroísmo de las masas. Las fuerzas de seguridad no pudieron usar balas contra la principal manifestación en la plaza Tahrir por miedo a que se crease un escenario como el de Túnez. El régimen imaginó que sería suficiente, como en el pasado, con romper unas cuantas cabezas. Pero eso no fue suficiente. El ambiente había cambiado. La cantidad se transformó en calidad. El viejo miedo había desaparecido. En esta ocasión no fue el pueblo, sino la policía quien tuvo que huir.
Esto condujo directamente a la ocupación de la plaza Tahrir. El régimen envió al ejército, pero los soldados fraternizaron con las masas. El ejército egipcio está compuesto por reclutas. Los escalafones superiores del ejército, los generales, son corruptos, son parte del régimen. Sin embargo, las bases se han extraído de entre los trabajadores y los campesinos pobres. Y los oficiales de medio y bajo rango provienen de la clase media y están abiertos a la presión de las masas.
Los partidos de oposición demandaron reformas que incluían la disolución del Parlamento salido de las elecciones fraudulentas en diciembre, la convocatoria a nuevas elecciones y una declaración de Mubarak de que ni él ni su hijo se presentarían para presidente en las elecciones previstas para septiembre. Pero, en realidad, los dirigentes iban a remolque de las masas. El movimiento superó con creces esas demandas. El pueblo revolucionario no aceptaría nada menos que la inmediata destitución de Mubarak y la disolución completa de su régimen.
Comenzando con demandas elementales, como el fin de las leyes de emergencia, la destitución del ministro de Interior y una subida del salario mínimo, los manifestantes, envalentonados, elevaron sus consignas a un nivel mayor, más revolucionario: “¡Abajo con Mubarak! ¡El pueblo exige la caída del régimen!” o simplemente “¡Fuera!”. En este sentido, la conciencia revolucionaria de las masas avanzó a pasos agigantados.
El Estado y la revolución
Es inútil intentar explicar los acontecimientos en Egipto y Túnez sin el papel central de las masas, que fueron la fuerza motriz de los acontecimientos desde el comienzo hasta el final. Los “expertos” burgueses y pequeño burgueses ahora intentan restar importancia a la acción de las masas. Solo ven lo que está pasando en la superficie. Para ellos solo es una cuestión de un “golpe”, del “ejército traspasando el poder a sí mismo”. Los mismos historiadores burgueses nos aseguran que la Revolución Bolchevique en 1917 fue “solo un golpe”. No son capaces de mirar la historia a la cara y, sin embargo, están fascinados por su trasero.
Su “profundo” análisis es superficial en el sentido más literal de la palabra. Para los filósofos burgueses en general todo existe solo en su apariencia externa. Es como tratar de comprender el movimiento de las olas sin molestarse en estudiar las corrientes oceánicas submarinas. Incluso después de que las masas hubieran tomado las calles de El Cairo, Hillary Clinton insistía en que Egipto era estable. Basaba su conclusión en el hecho de que el Estado y su aparato represivo se mantenían intactos. Sin embargo, en sólo dos semanas estaba en ruinas.
La existencia de un poderoso aparato represivo estatal no es una garantía contra la revolución, y puede ser justo lo contrario. En una democracia burguesa la clase dominante tiene ciertas válvulas de seguridad que pueden avisar de que la situación se está yendo fuera de control. Pero en un régimen dictatorial o totalitario no hay oportunidad de que el pueblo exprese sus sentimientos dentro del sistema político. Por tanto, pueden darse levantamientos repentinamente, sin avisar, e inmediatamente tomar una forma extrema.
Las Fuerzas Armadas constituían el principal soporte del viejo régimen. Pero como cualquier otro ejército, reflejaba a la sociedad y cayó bajo la influencia de las masas. Sobre el papel era una fuerza formidable. Sin embargo, los ejércitos están compuestos de seres humanos y están sujetos a las mismas presiones que cualquier otro estrato social o institución. En el momento de la verdad, ni Mubarak ni Ben Ali pudieron usar al ejército contra el pueblo.
Los ejércitos de muchos países árabes no son iguales a los de los países capitalistas desarrollados. Son también, en última instancia, ejércitos capitalistas, cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad privada. Sin embargo, al mismo tiempo, también son el producto de la revolución colonial. Por supuesto, la cúpula del ejército representa los intereses de las clases dominantes, pero, como hemos visto en Egipto, los soldados rasos y oficiales de rango menor están mucho más cercanos a la gente trabajadora y ante una insurrección revolucionaria pueden pasarse a la revolución. Vimos esto en el golpe de Estado de Nasser en 1952.
La revolución ha provocado una crisis en el Estado. Las tensiones fueron creciendo entre el ejército y la policía, y entre la policía y los manifestantes. Este es el motivo por el que el Consejo Militar al final se deshizo de Mubarak. El ejército claramente fue sacudido por los acontecimientos y mostró signos de ruptura bajo la presión de las masas. Hubo casos de oficiales que tiraron sus armas y se unieron a los manifestantes en la plaza Tahrir. Bajo esas circunstancias ni siquiera puede hablarse de usar el ejército contra el pueblo revolucionario.
El papel del proletariado
Durante las primeras dos semanas el poder estuvo en las calles. Sin embargo, habiendo ganado el poder en las calles, los líderes del movimiento no supieron que hacer con él. La idea de que todo lo que se necesitaba era congregar a un número grande de personas en la plaza Tahrir era totalmente errónea. En primer lugar, no tomaba en cuenta la cuestión del poder del Estado. Y sin embargo esa es la cuestión central que decide todas las otras cuestiones. En segundo lugar, era una estrategia pasiva, cuando lo que hacía falta era una estrategia activa y ofensiva.
En Túnez las manifestaciones de masas forzaron a Ben Ali al exilio y derrocaron al partido gobernante. Esto convenció a muchos egipcios de que su régimen podía ser igualmente frágil. El problema era que Mubarak se negaba a irse. A pesar de todos los esfuerzos sobrehumanos y el coraje de los manifestantes, las manifestaciones en sí mismas no consiguieron derrocar a Mubarak. Las manifestaciones de masas son importantes porque son una forma de poner a las masas, aparentemente inertes, en pie, de darles conciencia de su propio poder. Sin embargo, el movimiento no podía vencer a menos que fuese elevado a un nuevo y más alto nivel. Solo la clase obrera podía hacer esto.
Este despertar del proletariado había sido expresado en una oleada de huelgas y protestas en los años recientes. Ha sido uno de los factores principales que ha preparado la revolución. También es la clave de su victoria. La dramática entrada del proletariado egipcio en la escena de la historia marcó un punto de inflexión en el destino de la revolución. Eso es lo que salvó la revolución y condujo a la caída de Mubarak. En una ciudad tras otra los trabajadores de Egipto organizaron huelgas y ocupaciones de fábrica. Expulsaron a los odiados patrones y a los dirigentes sindicales corruptos.
La revolución saltó a un nivel superior. Pasó de una manifestación a una insurrección nacional. ¿Que conclusión hay que sacar de esto? Sólo ésta: que la lucha por la democracia solo puede triunfar en la medida en que esté liderada por el proletariado, los millones de trabajadores que producen la riqueza de la sociedad y, sin cuyo permiso, no brilla una bombilla, no suena un teléfono y no gira una rueda.
El despertar de la nación egipcia
El marxismo no tiene nada en común con el determinismo económico. El desempleo masivo y la pobreza son un asunto explosivo. Sin embargo, había algo más presente en la ecuación revolucionaria: algo más escurridizo, que no puede ser cuantificado pero que no es una causa menor de descontento que las privaciones materiales. Es el ardiente sentimiento de humillación en los corazones y mentes de un antiguo y noble pueblo dominado por el imperialismo durante generaciones.
Existe el mismo sentimiento general de humillación en todos los pueblos árabes, esclavizados y oprimidos por el imperialismo por más de 100 años, subordinados a los dictados, primero de las potencias europeas, después, del gigante transatlántico. Este sentimiento puede encontrar una expresión distorsionada en forma de fundamentalismo islámico que rechaza todo lo occidental como al diablo. Sin embargo, el aumento del islamismo en años recientes fue solo la expresión del fracaso de la izquierda en ofrecer una alternativa genuinamente socialista a los apremiantes problemas de las masas árabes.
En las décadas de 1950 y 1960, el sueño de Gamal Abdel Nasser del socialismo árabe y el panarabismo avivó las esperanzas de las masas árabes en todas partes. Egipto se convirtió en un faro de esperanza para las masas árabes oprimidas. Sin embargo, Nasser no llevó el programa a su conclusión lógica, y bajo Anwar Sadat fue revertido. Egipto se convirtió en un peón de la política de superpotencia de los EEUU. En las tres décadas de la dirección de Mubarak, estas tendencias se multiplicaron por mil. Mubarak fue un títere de los EEUU e Israel y traicionó vergonzosamente a la causa palestina.
En las últimas tres o cuatro décadas la psicología árabe ha sido teñida de decepción, derrotas y humillación. Sin embargo, ahora la rueda de la historia ha girado 180 grados y todo está cambiando. La idea de la revolución tiene un significado muy concreto en el mundo árabe hoy. Está atrayendo las mentes de millones y convirtiéndose en una fuerza material. Las ideas que solo conectaban con unos pocos, están ahora convenciendo y movilizando a millones.
Las revoluciones son grandes clarificadoras. Ponen a prueba a todas las tendencias. De un día para otro las ideas del terrorismo individual o del fundamentalismo islámico han sido barridas por el torrente revolucionario. La revolución ha reavivado ideas medio olvidadas. Promete una vuelta a las viejas tradiciones de socialismo y nacionalismo panárabe, las cuales nunca han desaparecido completamente de la conciencia popular. No es un accidente que antiguas canciones de resistencia están siendo revividas. Imágenes de Nasser han aparecido en las manifestaciones.
Estamos presenciando un nuevo renacer árabe. Una nueva conciencia se está forjando al calor de la lucha. Las reivindicaciones democráticas son fundamentales para las masas en estas circunstancias. Gente que ha sido esclavizada durante mucho tiempo, finalmente aparta a un lado la vieja mentalidad pasiva y fatalista y se eleva a su verdadera estatura.
Puede apreciarse el mismo proceso en cada huelga, pues una huelga se asemeja a una revolución en miniatura y una revolución se asemeja a una huelga de toda la sociedad contra sus opresores. Una vez que entran en acción, hombres y mujeres redescubren su dignidad humana. Comienzan a tomar su destino con sus propias manos y exigen sus derechos: “exigimos ser tratados con respeto”. Tal es la esencia de cada revolución genuina.
La revolución está elevando la conciencia a un nivel superior. Está minando las bases de los reaccionarios que han confundido a las masas y aturdido sus sentidos con los humos venenosos del fundamentalismo religioso. A pesar de la propaganda mentirosa de los imperialistas, los islamistas han jugado poco o ningún papel en la revolución en Túnez y Egipto. La revolución desprecia el sectarismo. Trasciende toda división y une a hombres y mujeres, jóvenes y viejos, musulmanes y cristianos.
El movimiento revolucionario trasciende a la religión. Trasciende al género. Lleva a la mujer árabe a las calles para luchar hombro con hombro con los hombres. Trasciende toda división nacional, étnica y lingüística. Defiende a las minorías oprimidas. Hace confluir a todas las fuerzas vivas de la nación árabe y las une en la lucha común. Permite al pueblo revolucionario elevarse a su verdadera altura, recuperar su dignidad y regocijarse en su libertad. Hombres y mujeres pueden alzar sus frentes y decir con orgullo: “Nunca más seremos esclavos”.
Los límites de la espontaneidad
La revolución en Túnez y Egipto vino de abajo. No estuvo organizada por ninguno de los partidos políticos existentes ni sus líderes. Todos ellos fueron dejados muy por detrás por un movimiento que no habían previsto y para el que no estaban preparados en absoluto. Si hay una lección que sacar de la experiencia de la revolución egipcia es ésta: el pueblo revolucionario no puede confiar más que en sí mismo –Confianza en vuestra propia fuerza, vuestra propia solidaridad, vuestro propio coraje, vuestra propia organización–.
Cuando miramos a Egipto, la comparación histórica que inmediatamente viene a la mente es Barcelona en 1936. Sin partido, sin dirección, sin programa ni plan, los trabajadores atacaron los cuarteles con extraordinaria valentía y aplastaron a los fascistas. Salvaron la situación y podían haber tomado el poder. Sin embargo, la cuestión es precisamente: ¿Por qué no tomaron el poder? La respuesta es la ausencia de dirección. Más exactamente, fueron abandonados por los dirigentes anarquistas de la CNT en los cuales depositaron su confianza. ¡Quien tenga ilusiones en el anarquismo debería estudiar la historia de la revolución Española!
A primera vista, los movimientos en Túnez y Egipto parecen ser revoluciones espontáneas sin organización ni dirección. Sin embargo, esta definición realmente no es exacta. El movimiento fue solo parcialmente espontáneo. Fue llevado a cabo por ciertos grupos e individuos. Tenía dirigentes que tomaron iniciativas, lanzaron consignas, convocaron manifestaciones y huelgas.
Se ha hecho mucho énfasis en el papel de las redes sociales como Facebook y Twitter en Túnez y Egipto (y anteriormente en Irán). Sin duda, las nuevas tecnologías han jugado un papel y son extremadamente útiles para los revolucionarios y hacen imposible para Estados como Egipto retener el monopolio informativo que una vez disfrutaron. Sin embargo, los que exageran el aspecto puramente tecnológico de las cosas distorsionan la esencia real de la revolución, es decir, el papel de las masas y la clase obrera en particular. Eso sucede porque desean presentar la revolución como un asunto principalmente de la clase media, dirigida exclusivamente por intelectuales y entusiastas de Internet. Esto es completamente falso.
En primer lugar, solo una pequeña parte de la población tiene acceso a Internet. En segundo lugar, el régimen prácticamente desconectó Internet e interrumpió las líneas de teléfono móvil. Ello no detuvo al movimiento un solo minuto. Sin Internet ni teléfonos móviles la gente organizó manifestaciones usando una tecnología muy vieja, conocida como voz humana. La misma tecnología fue usada para llevar a cabo la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, donde desgraciadamente no tenían acceso a Facebook ni Twitter, pero aún así se hizo un trabajo tolerablemente bueno. Un papel incluso mayor que Facebook, sin embargo, fue jugado por Al Jazeera. Millones de personas pudieron ver los acontecimientos en el mismo momento en que sucedían, día a día, hora a hora.
Como hemos visto, no es verdad decir que la revolución egipcia no tuviera dirigentes. Hubo una especie de dirección desde el principio. Consistía en una amplia coalición de más de una docena de pequeños partidos y grupos de activistas. Ellos lanzaron un llamamiento por Facebook para un “día de furia” coincidiendo con el Día de la Policía, el 25 de Enero. En torno a 80.000 internautas egipcios firmaron, prometiendo salir a las calles para exigir reformas.
Tanto en Túnez como en Egipto al principio las manifestaciones fueron convocadas por grupos principalmente de jóvenes que proporcionaron la dirección que los partidos “oficiales” de oposición no proveyeron. The Economist se refiere al “surgimiento de grupos sin una coordinación estricta presionando por reformas, dirigidos vía Internet por jóvenes de apariencia generalmente secular pero sin ninguna ideología en particular. Algunos se unieron en torno a los derechos laborales. Otros defendían los derechos humanos o la libertad académica”.
Así, pues, estas acciones fueron realizadas por una minoría decisiva y, por tanto, no fueron puramente espontáneas. Pero esto era tan solo la punta de un iceberg muy grande. La simpatía pública estaba del lado de los manifestantes. La protesta nacional se volvió una insurrección general contra el régimen de Mubarak, con protestas de masas simultáneas por todo Egipto. De hecho, existió una especie de dirección, aunque no con las ideas muy claras. Sin embargo, tanto en Túnez como en Egipto la respuesta de las masas tomó a los organizadores por sorpresa, que ni soñaron con obtener tal apoyo. Ninguno de los organizadores previó la enorme cantidad de gente que respondió al llamamiento, y menos aún esperaban que la policía les dejase ir muy lejos.
Es verdad que el carácter “espontáneo” de la revolución proveyó de cierta protección contra el Estado, y en este sentido fue positivo. Sin embargo, la ausencia de una dirección adecuada es también una seria debilidad que tiene efectos muy negativos más tarde.
El hecho de que en ambos casos las masas lograran derrocar a Ben Ali y a Mubarak sin la ayuda de una dirección consciente es un testimonio elocuente del colosal potencial revolucionario de la clase trabajadora en todos los países. Sin embargo, esta afirmación no agota la cuestión en consideración de ningún modo. La debilidad de un movimiento puramente espontáneo se vio en Irán, donde a pesar del tremendo heroísmo de las masas, la revolución acabó en derrota, al menos por ahora.
El argumento de que “no necesitamos líderes” no soporta el menor análisis. Incluso en una huelga de media hora en una empresa, hay siempre una dirección. Los trabajadores elegirán a gente en la que confían para que los representen y para organizar la huelga. Aquellos elegidos no son elementos accidentales o arbitrarios, sino generalmente los trabajadores más decididos, experimentados e inteligentes. Así es como son seleccionados.
La dirección es importante, y el partido es importante. Un niño de seis años comprendería esta afirmación, que es el ABC del marxismo. Sin embargo, después de A, B, y C vienen otras letras en el alfabeto. Algunos que se consideran a sí mismos marxistas imaginan que a menos que un partido marxista esté a la cabeza del proletariado ni siquiera se puede hablar de una revolución. Tal pedantería ridícula no tiene nada en común con el marxismo. La revolución no se desarrollará de forma ordenada, con un partido revolucionario conduciendo a las masas con una batuta.
En 1917 Lenin dijo que la clase trabajadora es siempre mucho más revolucionaria que incluso el partido más revolucionario. La experiencia de la Revolución Rusa demostró que tenía razón. Recordemos que en abril de 1917 Lenin tuvo que apelar a los trabajadores sobre las cabezas del Comité Central bolchevique, que adoptó una actitud conservadora ante la cuestión de la revolución proletaria en Rusia.
La misma mentalidad conservadora, la misma desconfianza aristocrática en las masas, puede verse en muchos de esos que se consideran a sí mismos la “vanguardia” de la clase pero que, en la práctica, actúan como freno al movimiento en una situación decisiva. Sea suficiente con referirnos al triste papel de la llamada vanguardia en Irán, la cual ha sobrevivido a la revolución de 1979, pero estuvo al margen de las masas revolucionarias que salieron a las calles por millones para desafiar al régimen en 2009.
¿Dicen los marxistas que a menos y que hasta que un partido revolucionario se construya y esté a la cabeza de la clase trabajadora la revolución es imposible? No, nunca hemos dicho tal cosa. La revolución procede de acuerdo a sus propias leyes, que se desarrollan independientemente del deseo de los revolucionarios. Una revolución ocurrirá cuando todas las condiciones objetivas estén presentes. Las masas no pueden esperar hasta que el partido revolucionario sea construido. Sin embardo, una vez que todas las condiciones objetivas están presentes, el factor de la dirección es totalmente decisivo. Muy a menudo significa la diferencia entre victoria y derrota.
La revolución es una lucha de fuerzas vivas. La victoria no está predeterminada. De hecho, en cierto punto, la revolución egipcia estuvo muy cerca de la derrota. Tácticamente hablando, permanecer en la plaza Tahrir no fue la mejor opción. Mostró las limitadas perspectivas de los organizadores. Mubarak casi se mostró más hábil que el movimiento, comprando a algunas capas y movilizando a matones lumpemproletarios para realizar salvajes ataques. Pudo haber triunfado. Tan solo la intervención decisiva de las masas y, particularmente, la intervención de la clase obrera, evitaron la derrota.
El problema de la dirección.
Las masas nunca tienen un plan acabado al principio de una revolución. Aprenden a través de la lucha. Puede que no sepan exactamente lo que quieren, pero saben muy bien lo que no quieren. Y esto es suficiente para empujar al movimiento hacia delante.
La dirección es un elemento muy importante en la guerra. Esto no significa que sea el único. Ni los líderes más brillantes pueden garantizar el éxito si las condiciones objetivas son desfavorables. Y algunas veces es posible ganar una batalla con malos generales. En una revolución, que es la más alta expresión de la guerra entre clases, la clase trabajadora tiene la ventaja de su número y de que controla sectores clave del aparato productivo de la sociedad. Sin embargo, la clase dominante posee muchas otras ventajas.
El Estado es un aparato para el mantenimiento de la dictadura de una minoría de explotadores sobra la mayoría explotada. La clase dominante tiene muchas otras poderosas palancas en sus manos: la prensa, la radio y la televisión, las escuelas y las universidades, la burocracia estatal y también la burocracia espiritual y la “policía del pensamiento” en las mezquitas e iglesias. Hay que añadir el ejército de consejeros profesionales, políticos, economistas y otros especialistas en el arte de la manipulación y el engaño.
Con el objetivo de luchar contra este aparato de represión, que ha sido construido y perfeccionado durante muchas décadas, la clase trabajadora debe desarrollar sus propias organizaciones, lideradas por una experimentada y decidida dirección que haya absorbido las lecciones de la historia y esté preparada para cualquier eventualidad. Decir que es posible derrotar a la clase dominante y a su Estado sin organización ni dirección es como invitar a un ejército a ir a la batalla desentrenado y sin preparación a enfrentarse a una fuerza profesional dirigida por oficiales experimentados.
En la mayoría de los casos, tal conflicto acabará en derrota. Sin embargo, incluso si la revolución consigue derrocar al enemigo a la primera embestida, no será suficiente para garantizar la victoria final. El enemigo se reagrupará, reorganizará, modificará sus tácticas, y se preparará para una contraofensiva, que será mucho más peligrosa porque las masas se habrán desmovilizado creyendo que la guerra había sido ganada. Lo que al principio pareció ser un momento de triunfo y alegría resultará ser un momento de extremo peligro para el destino de la revolución, y la ausencia de una dirección adecuada en tal caso demostrará ser su talón de Aquiles, una debilidad fatal.
La dirección del movimiento de protesta contiene diversos elementos y diferentes tendencias ideológicas. En última instancia, esto refleja diferentes intereses de clase. Al principio, esto pasa desapercibido por el llamamiento general a la “unidad”. Sin embargo, el desarrollo de la revolución inevitablemente provocará un proceso de diferenciación interna. Los elementos burgueses y los “demócratas” de clase media aceptarán las migajas que ofrezca el régimen. Se comprometerán y entrarán en acuerdos a las espaldas de las masas. En cierto punto, desertarán de la revolución y se pasarán al campo de la reacción. Esto ya está sucediendo.
Al final, son los elementos revolucionarios más decididos los que pueden garantizar la victoria final de la revolución: aquellos que no están dispuestos a ceder y están deseando ir hasta el fin. Nuevas explosiones están implícitas en la situación. Al final, un lado u otro ha de triunfar. La situación objetiva está madura para que la clase obrera asuma el poder. Solo la ausencia del factor subjetivo –el partido revolucionario y la dirección– ha evitado que esto suceda. Solucionar el problema de la dirección es por tanto el problema central de la revolución.
Intrigas en las alturas
Fue la insurrección nacional la que persuadió a los generales de que solo la marcha de Mubarak podría calmar las calles de Egipto y restaurar el “orden”. Esa fue, y continúa siendo, su obsesión suprema. Toda la palabrería sobre democracia es meramente una hoja de parra para ocultar este hecho. Los generales fueron parte del viejo régimen y participaron en todo el trabajo sucio de corrupción y represión. Temen a la revolución como a la peste y solo quieren volver a la “normalidad”, es decir, volver al viejo régimen con un nombre diferente.
La clase dominante tiene muchas estrategias para derrotar a la revolución. Si no puede hacerlo por la fuerza, recurrirá a la astucia. Cuando la clase dominante se enfrenta a la perspectiva de perderlo todo, siempre ofrecerá concesiones. Los derrocamientos de Ben Ali y Mubarak fueron una gran victoria, pero fueron solo los primeros actos del drama revolucionario.
Los representantes del viejo régimen continúan en posiciones de poder; el viejo aparato estatal, el ejército, la policía y la burocracia están todavía intactos. Los imperialistas están intrigando con la cúpula del ejército y los viejos líderes para robarles a las masas todo lo que han ganado. Ofrecen compromiso, pero un compromiso que mantendría su poder y privilegios.
Derrotado en las calles, el viejo régimen está esforzándose por hallar un milagro, es decir, tratar de engañar a los líderes de la oposición de forma que ellos puedan engañar a las masas. La idea es que una vez que la iniciativa esté en las manos de los “negociadores”, las masas pasen a ser espectadoras. Las decisiones reales serán tomadas en otro lugar, a puertas cerradas, a la espalda del pueblo.
Los hombres del viejo régimen están lentamente comenzando a recobrar su nervio. Han empezado a sentirse más seguros y a redoblar sus maniobras e intrigas, basándose en los sectores más moderados de la oposición. Las masas se sienten preocupadas. No quieren que el movimiento sea secuestrado por políticos profesionales y carreristas que están regateando con los generales como mercaderes en un bazar. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Cómo hacer avanzar la revolución?, ¿Qué hay que hacer?
A medida que el movimiento se radicalice, algunos elementos que jugaron un papel dirigente en los primeros momentos quedarán atrás. Algunos lo abandonarán; otros se irán al enemigo. Esto corresponde a diferentes intereses de clase. El pueblo pobre, los desempleados, los trabajadores, los “hombres sin propiedad” no tienen intereses en mantener el viejo orden. Quieren barrer a un lado, no solo a Mubarak, sino a todo el régimen de opresión, explotación y desigualdad. Sin embargo, los liberales burgueses ven la lucha por la democracia como el camino a una confortable carrera en el Parlamento. No tienen interés en llevar adelante la revolución hasta el fin ni en alterar las relaciones de propiedad existentes.
Para los liberales burgueses el movimiento de masas es solo moneda de cambio, algo con lo que pueden amenazar al Gobierno para obtener algunas migajas más. Siempre traicionarán la revolución. No debe ponerse ninguna confianza en esa gente. El Baradei ahora dice que se opone a las reformas constitucionales, pero en vez de exigir una asamblea constituyente inmediata dice que las elecciones deben posponerse, que las condiciones no están presentes, que no es el momento oportuno, etc., etc… Para estos caballeros el momento para la democracia es nunca. ¡Para las masas que han derramado su sangre por la revolución, el momento para la democracia es ahora!
La CMI declara:
- ¡Ninguna confianza en los generales!
- ¡Ninguna confianza en los autodenominados “líderes” que piden que se restaure la “normalidad”!
- ¡Mantener el movimiento de masas!
- ¡Organizar y fortalecer los comités revolucionarios!
- ¡Por una limpieza a fondo de todos los seguidores del viejo régimen!
- ¡Ningún acuerdo con el viejo régimen!
- El presente “régimen provisional” no tiene legitimidad y debe ser destituido inmediatamente. ¡Demandamos la convocatoria de una Asamblea Constituyente ahora!
Los Hermanos Musulmanes
Algunos, incluyendo a Jamenei en Irán, dicen que el movimiento revolucionario que estamos presenciando está basado en la religión, que es “un resurgir islámico”. Sin embargo, claramente, ese no es el caso. Incluso los principales clérigos en Egipto lo reconocen. Temen ser barridos a un lado si no tratan de presentar la revolución como un movimiento religioso. Es un movimiento de todas las religiones y, por tanto, de ninguna religión. No había animosidad contra los cristianos en las manifestaciones. No hubo ni una insinuación de antisemitismo.
El sectarismo religioso es un arma usada por los reaccionarios para confundir al pueblo. Los ataques de diciembre a los cristianos coptos fueron claramente ingeniados por la policía secreta para crear una división sectaria, y desviar la atención de los problemas reales de las masas. Están recurriendo a la misma sucia táctica ahora para dividir a las masas en líneas sectarias, fomentando conflictos entre musulmanes y coptos en un intento de dividir y desorientar al pueblo y debilitar la revolución.
Las revueltas en Túnez y Egipto son principalmente seculares y democráticas, y a menudo deliberadamente excluyentes para con los islamistas. La noción de que los Hermanos Musulmanes era la “única oposición” era totalmente falsa. Las reivindicaciones básicas de los manifestantes egipcios eran empleo, comida y derechos democráticos. Esto no tiene nada que ver con los islamistas y es un puente hacia el socialismo, que tiene hondas raíces en las tradiciones de Egipto y otros países árabes.
Alguna gente equivocada en la izquierda ha descrito los movimientos en Túnez y Egipto como revoluciones “de clase media”. Esos mismos así llamados izquierdistas han estado flirteando con grupos reaccionarios como Hezbollah, Hamas y los Hermanos Musulmanes por mucho tiempo. Tratan de justificar su traición al marxismo con la presunta actitud antiimperialista de sus dirigentes. Eso es falso de principio a fin. Los así llamados islamistas son antiimperialistas en palabras solo, pero en la práctica representan una tendencia reaccionaria. Son de hecho la quinta rueda del carro del viejo régimen.
Los imperialistas han tratado de usar a los islamistas como al hombre del saco para confundir a las masas y ocultar la verdadera naturaleza de la Revolución Árabe. Dicen: “¡Cuidado! Si cae Mubarak, Al Qaeda ocupará su lugar”. Mubarak le dijo al pueblo egipcio que si se iba sería “como Irak”. Todo eso no eran más que mentiras. El papel de los fundamentalistas y las organizaciones como los Hermanos Musulmanes ha sido grotescamente exagerado. Tales organizaciones no representan ninguna fuerza de progreso. Pretenden ser antiimperialistas pero defienden los intereses de los terratenientes y capitalistas. En última instancia, siempre traicionarán la causa de los trabajadores y campesinos.
Es francamente un escándalo que ciertos grupos de izquierda europeos, e incluso algunos que se llaman a sí mismos marxistas, hayan apoyado al islamismo. Eso es verdaderamente una traición a la revolución proletaria. Es cierto que los Hermanos Musulmanes están divididos en líneas de clase. La dirección está en manos de elementos conservadores, capitalistas y poderosos hombres de negocios; mientras que sus bases incluyen secciones más militantes de la juventud y aquellos que provienen de los entornos más pobres y obreros. Sin embargo, la manera de ganar a estos últimos para el lado de la revolución no es haciendo alianzas con sus dirigentes capitalistas, ni mucho menos, sino sometiéndolos a una crítica implacable, para dejar al descubierto sus vacíos reclamos de antiimperialismo y compromiso con los pobres.
Eso es precisamente lo contrario de lo que esos grupos hicieron cuando estuvieron en alianza con los dirigentes de los Hermanos Musulmanes organizando la conferencia antiguerra de El Cairo. En efecto, esas organizaciones de izquierda estuvieron proveyendo a los dirigentes de los Hermanos Musulmanes de una cobertura de izquierda, autorizando sus falsas credenciales antiimperialistas y, por tanto, fortaleciendo su influencia sobre su propia gente.
En el pasado los Hermanos Musulmanes estuvieron apoyados por la CIA para combatir al movimiento izquierdista nacionalista de Gamal Abdel Nasser. El fundamentalismo islámico fue una creación de John Foster Dulles y el Departamento de Estado de los EEUU para dividir a la izquierda tras la Guerra de Suez de 1956. Pero, cuando Sadat y Mubarak se convirtieron en marionetas americanas, sus servicios ya no eran necesarios. Hillary Clinton y otros han dicho que los Hermanos Musulmanes no suponen una amenaza, que son gente con la que se puede trabajar. Es un claro indicio de que los imperialistas desean una vez más usar a los islamistas para descabezar la revolución.
De forma similar, Hamas y Hezbollah fueron creados originalmente para dividir al FPLP y otras tendencias de izquierda en Palestina. Más adelante, la CIA creó a Osama bin Laden como contrapeso a las fuerzas soviéticas en Afganistán. Y ahora están otra vez intrigando con los dirigentes de los Hermanos Musulmanes para descabezar la revolución en Egipto y engañar al pueblo. Sin embargo, los Hermanos Musulmanes no son un movimiento homogéneo y está dividiéndose en diferentes facciones en líneas de clase.
El pueblo pobre que apoya a los Hermanos es una cosa. Los dirigentes son otra cosa totalmente distinta. En la década de 1980, dirigentes de los Hermanos fueron los principales beneficiarios de la liberalización económica –el programa de infitah o “apertura”– bajo el cual Sadat y, después, Mubarak desmantelaron el sector estatal, beneficiando al capital privado. Un estudio de hombres de negocios ligados a los Hermanos indica que en la actualidad controlan el 40% de todas las operaciones económicas privadas. Son parte del sistema capitalista y tienen total interés en defenderlo. Su conducta no está determinada por el Santo Corán, sino por el interés de clase.
Los islamistas de la “línea dura” están tan asustados por las masas revolucionarias como el propio régimen. Los Hermanos Musulmanes declararon que no negociarían con el Gobierno hasta que Mubarak se fuera. Sin embargo, en cuanto el régimen hizo una señal con su dedo meñique, cambiaron su postura. Uno de sus líderes fue a la plaza Tahrir, donde los manifestantes estaban resistiendo firmemente y evitando con sus cuerpos que los tanques tomaran la plaza, invitándoles a no enfrentarse al ejército.
Nuestra actitud hacia esta gente fue desarrollada hace mucho por Lenin, quien advertía al Segundo Congreso de la Internacional Comunista:
“11) En lo que respecta a los Estados y las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales o patriarcales y patriarcal-campesinas, es preciso tener presente, en particular:1) la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento democrático burgués de liberación en dichos países; el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término, a los obreros del país del que la nación atrasada depende en el aspecto financiero o como colonia;2) la necesidad de luchar contra el clero y demás elementos reaccionarios y medievales, que tienen influencia en los países atrasados;3) la necesidad de luchar contra el panislamismo y otras corrientes semejantes, que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento de las posiciones de los kanes, de los latifundistas, de los mulahs, etc. (Lenin, “Esbozo inicial de las tesis sobre los problemas nacional y colonial”, 5 de Junio de 1920, nuestro énfasis).
Esa es la verdadera postura del marxismo hacia las tendencias religiosas reaccionarias. Esa es la posición que la CMI defiende firmemente.
La CMI declara:
- ¡Por la defensa de la unidad del pueblo revolucionario!
- ¡Abajo con los instigadores de pogromos y los mercaderes de odio!
- ¡Oposición a toda discriminación religiosa!
- ¡Ningún compromiso con tendencias reaccionarias y oscurantistas!
- ¡Todo hombre y mujer debe tener el derecho a practicar cualquier creencia religiosa o ninguna!
- ¡Por la completa separación de la religión del Estado!