El 19 de marzo, los egipcios votaron por amplia mayoría en un referéndum a favor de una serie de enmiendas a la Constitución. Sin embargo, sería un error ver los resultados de esta votación como un respaldo a la política del Consejo del Ejército, que busca contener la revolución y volver a la normalidad capitalista con el menor número de cambios posible.
Desde el derrocamiento de Mubarak el 11 de febrero, la clase dominante y el imperialismo han estado maniobrando para robarles la victoria revolucionaria a las masas. Frente a un movimiento de masas de millones de personas, respaldado por una creciente ola de huelgas y ocupaciones de fábricas, el alto mando del Ejército decidió intervenir para librarse de Mubarak con el fin de evitar el derrocamiento revolucionario de todo el régimen. Las últimas seis semanas se han caracterizado por un tira y afloja entre las masas, por un lado, que llevaron a cabo la revolución y anhelan un cambio fundamental, y el antiguo régimen, representado por el Consejo del Ejército, por el otro, que quiere limitar los cambios a meras reformas cosméticas.
El consejo del Ejército bajo presión
En esta lucha las masas han obtenido algunas victorias. En primer lugar, el 3 de marzo, lograron forzar la destitución del primer ministro Ahmed Shafiq, que había sido nombrado por Mubarak en sus últimos días en el poder. Frente a las manifestaciones masivas en las calles, que no se detuvieron con la caída de Mubarak, sino que exigían el fin de todo el régimen, el Consejo del Ejército se vio obligado a nombrar a Essam Sharaf como el nuevo Primer Ministro. Era un ex ministro de Transportes, que había dimitido en protesta contra la corrupción y que participó en las manifestaciones en la Plaza Tahrir, por lo que era la figura ideal para apaciguar a las masas, incluso acudió a la plaza Tahrir, el 4 de marzo, a jurar «fidelidad a los principios de la revolución» frente a un millón de personas que se habían reunido para celebrar la caída de Shafiq.
Esta fue otra victoria para las masas, que sentían su propia fuerza y se animaron a seguir adelante. Ese mismo viernes por la noche cientos de revolucionarios en Alejandría rodearon la sede del odiado Aparato de Seguridad del Estado (SSA). El movimiento fue provocado por los rumores de que agentes de la policía secreta estaban destruyendo documentos y pruebas de su papel en el régimen anterior. Defendieron el edificio abriendo fuego contra los manifestantes y lanzando cócteles molotov contra ellos. El ejército intervino para impedir que los activistas revolucionarios tomaran el edificio y arrestaron a algunos agentes de la policía secreta.
La noticia de los enfrentamientos se extendió como un reguero de pólvora, y en las principales ciudades de Egipto hubo manifestaciones similares fuera de las sedes principales de la SSA. En El Cairo, el Ejército se enfrentó con manifestantes que trataban de entrar en la sede principal del Ministerio del Interior. Las escenas de activistas revolucionarios entrando en el mismo edificio y, en algunos casos, incluso en las mismas celdas en las que habían sido interrogados y torturados, eran sorprendentes. Los activistas lograron apoderarse de documentos e información sobre los agentes de la policía secreta y sus actividades. Las masas revolucionarias le plantaron cara a la cabeza del aparato de Estado, y la clase dominante no podía hacer nada sino mirar, intentar maniobrar y retirarse. Finalmente, el nuevo gabinete, como en Túnez, anunció la disolución de la Policía Secreta.
El alto mando del Ejército había ganado una enorme autoridad entre las masas porque su papel apareció como clave en el derrocamiento de Mubarak, aunque de hecho los generales sólo dieron ese paso porque de lo contrario corrían el riesgo de que el Ejército se dividiera en líneas de clase. Las masas, sin embargo, sólo confiaban en el Ejército en la medida en que éste parecía estar del lado del pueblo. Las manifestaciones contra Shafiq, y los ataques a la sede de la Policía Secreta, demuestran que las masas no se conformaron con mantenerse a la expectativa, esperando pacientemente que el Consejo del Ejército llevara a cabo las reformas, sino que están tomando las cosas directamente en sus manos a todos los niveles para satisfacer sus reivindicaciones más urgentes. Estas incluyen los derechos democráticos más amplios y sin restricciones, así como soluciones a sus problemas sociales y económicos.
Los estudiantes ocuparon las universidades exigiendo la destitución de los rectores nombrados por Mubarak. Los trabajadores fueron a la huelga y han empezado a organizarse en sindicatos democráticos y militantes. La revolución ha desatado una ola de movilizaciones a todos los niveles que el Ejército no puede detener o contener. En los días inmediatamente posteriores al derrocamiento de Mubarak, el Ejército amenazó a los trabajadores en huelga, pero las amenazas quedaron sin efecto y el Ejército no podía llevarlas a cabo.
La represión y las provocaciones
El ejército egipcio era una parte clave del régimen de Mubarak y sigue jugando un papel clave en el estado egipcio. No olvidemos que el mariscal de campo Tantawi, el jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, fue Ministro de Defensa de Mubarak durante más de 20 años. El ejército necesita restaurar el funcionamiento «normal» del orden capitalista y ha estado tomando medidas en este sentido.
Primero fueron las provocaciones en contra de la manifestación del Día de la Mujer en la Plaza Tahrir, donde se extendieron todo tipo de rumores y calumnias y se movilizaron a matones para disolver la protesta. Al día siguiente, el 9 de marzo, el Ejército junto con matones de paisano lanzaron un violento ataque contra los manifestantes que permanecían en la plaza Tahrir. El asalto fue extremadamente violento y cientos de personas fueron detenidas y llevadas al cercano Museo, donde fueron sometidas a torturas, palizas y agresiones sexuales.
Al mismo tiempo, la clase dominante ha utilizado la carta del sectarismo religioso en un intento de dividir a la gente y desviar la atención de los problemas sociales. Documentos incautados por los revolucionarios de los edificios de la SSA demostraron la participación de la policía en la explosión de una iglesia copta en Alejandría en la víspera de Año Nuevo, en el que 23 personas murieron y decenas quedaron heridas. No hay duda de que el aparato del Estado participó en los pogromos contra los cristianos coptos en Helwan a principios de marzo de este año. Mostrando el mismo instinto revolucionario hacia la unidad que se había expresado durante el movimiento revolucionario de enero y febrero, la respuesta a este incidente se dio mediante una numerosa manifestación conjunta de cristianos y musulmanes en El Cairo.
El Consejo del Ejército necesita dotarse de una «legitimidad democrática» lo más rápidamente posible. Este fue el significado de las enmiendas constitucionales que también tenían por objeto convocar elecciones lo antes posible. En este sentido, los partidos existentes, ya establecidos, tienen una ventaja, por lo que todo el proceso fue totalmente antidemocrático. Una comisión de «expertos» nombrados por el Consejo del Ejército propuso algunas enmiendas a la Constitución, pero el Ejército advirtió que si las propuestas de la comisión no fueran aceptadas el ejército establecería una nueva Constitución provisional hasta que se eligiese un nuevo gobierno.
La Hermandad Musulmana colabora con el régimen
Las organizaciones que desempeñaron un papel clave en el movimiento revolucionario se manifestaron en contra de las enmiendas y pidieron el NO. Sin embargo, el Ejército pudo contar con el apoyo de la Hermandad Musulmana, que pidió el SÍ y llevó a cabo una enérgica campaña para movilizar a sus bases en líneas religiosas argumentando que el voto a favor era un deber religioso.
El papel de la Hermandad Musulmana (que actuó como una oposición leal a Mubarak) ha sido crucial para apuntalar la continuidad del viejo régimen con otro nombre. «Hay evidencia de que la Hermandad había alcanzado algún tipo de acuerdo previo con los militares», dijo Elías Zarwan, analista del International Crisis Group. «Tiene sentido el que los militares buscaran la estabilidad y quisieran sacar a la gente de la calle. La Hermandad es una lugar al que usted puede acudir para conseguir que haya 100.000 personas menos en la calle. «
Existe un claro indicio de este trato. Cuando el nuevo Primer Ministro, Essam Sharaf, se dirigió a la multitud en la Plaza Tahrir, tenía a su lado a Mohamed el-Beltagy, líder de la Hermandad Musulmana. La Hermandad fue también parte de la comisión que redactó las enmiendas constitucionales. Esta alianza de facto entre el PND de Mubarak, el Consejo del Ejército y la Hermandad Musulmana no debería sorprender a nadie. Algunos de los documentos recuperados por los revolucionarios de los archivos de la Policía Secreta revelan cómo dirigentes de la Hermandad Musulmana hicieron tratos con el régimen de Mubarak sobre cuántos escaños obtendrían en elecciones fraudulentas.
Los Hermanos Musulmanes no quería que la revolución tuviera lugar. Ellos no la defendían, y cuando sucedió, participaron en ella con cautela, para no perder su base de apoyo. Ahora que ha ocurrido, se están posicionando para obtener una cuota de poder político para defender los intereses económicos de los empresarios que dirigen la organización. Lo verdaderamente escandaloso es que algunos grupos de izquierda, incluso algunos que se llaman a sí mismos marxistas, estaban dispuestos a trabajar junto a los dirigentes de la Hermandad Musulmana, proporcionándoles así la apariencia de estar a favor de los pobres, de pertenecer a la oposición e incluso dotándolos con credenciales «antiimperialistas».
Aunque los políticos burgueses Amr Moussa y El Baradei se opusieron a la enmienda constitucional, no lo hicieron por ninguna preocupación democrática, sino más bien porque las elecciones anticipadas perjudicarían sus posibilidades, ya que aún no han sido capaces de organizar sus propias maquinarias políticas partidistas.
Resultados del Referéndum
Al final, 14 millones de electores votaron a favor y 4.1 millones en contra de las enmiendas (77% contra 22%), con una participación de más de 18 millones de personas. Sin embargo, estos resultados no cuentan toda la historia. Había diversas razones para votar a favor. Para muchos esto era de hecho la primera vez que sentían que habían votado en una elección democrática genuina y la participación fue mucho mayor que durante las elecciones fraudulentas del año pasado (más del 40% votaron esta vez frente a quizás un 10% el año pasado). Se percibieron los cambios como más positivos que la alternativa del Ejército estableciendo una nueva constitución. Para aumentar la confusión, las enmiendas parecían ser un paso en la dirección de reducir el poder del Presidente, su duración y limitar sus poderes de emergencia. Para algunos, la votación de estas enmiendas era una manera de eliminar el ejército de la política. También había un elemento de confianza en el Ejército como la institución percibida por muchos como la que jugó un papel clave en «librarse de Mubarak y evitar un baño de sangre».
Aún así, un número significativo de gente votó en contra de las enmiendas en los principales centros urbanos, donde la revolución ha tenido un mayor impacto, como en El Cairo, donde había un 40% de votos NO, Alejandría el 32% y otros centros industriales donde el NO estaba por encima de la media nacional.
En base a estos resultados, el Consejo del Ejército ha tratado de actuar de nuevo en contra de los manifestantes en general, y de los trabajadores en huelga en particular, con la propuesta de un nuevo decreto-ley el 23 de marzo que, según el diario Al Ahram «criminaliza las huelgas, las protestas, las manifestaciones y sentadas que interrumpen las actividades de las empresas de propiedad privada o estatal, o afectan a la economía de cualquier manera.» El decreto-ley también establece penas severas a los que «piden o incitan a la acción, con la pena máxima de un año de prisión y multas de hasta medio millón de libras «.
La revolución todavía está viva
Sin embargo, quienes sostienen que una contrarrevolución ya ha tenido lugar en Egipto se equivocan. Los trabajadores, los estudiantes, los pobres, acaban de derrocar al odiado Mubarak mediante una acción revolucionaria de masas directa. No van a aceptar la pérdida de sus derechos sin luchar. Ali Fotouh, un trabajador del transporte citado por Al-Ahram lo expresó así: «Egipto es un país libre, ninguna ley nos puede reprimir. Esta ley será rechazada, esta vez no a través de un parlamento amañado, sino en la Plaza Tahrir. Tienen que entender que allí es donde se halla nuestra legitimidad.» El mismo día que este proyecto de decreto se anunció, cientos de trabajadores del transporte se reunieron en el Sindicato de Prensa en El Cairo para anunciar la formación de un Sindicato Independiente de Trabajadores del Transporte.
Este es tan sólo un ejemplo entre cientos de la confianza recién adquirida de la clase obrera. Los trabajadores desempeñaron un papel clave en la revolución y ahora se están organizando. Su fuerza se demuestra por la huelga nacional de trabajadores petroleros que se prolongó durante tres días y ha logrado todas sus reivindicaciones, incluida la destitución del ministro. Este incidente pone de manifiesto la verdadera correlación de fuerzas.
La debilidad de la clase obrera de Egipto se encuentra en el hecho de que todavía no tiene una voz política y una dirección revolucionaria con suficiente apoyo y raíces en el movimiento. Una campaña se está lanzando para la creación de un Partido Obrero. Significativamente, los trabajadores del transporte también han anunciado su participación en ella. Fueran cuales fueran las deficiencias del programa de este partido, lo importante es el hecho de que los trabajadores sientan la necesidad de participar en la política a través de su propio partido. Como Marx dijo «cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas».
A través de su experiencia en la lucha por mejores salarios y condiciones de trabajo, por los derechos democráticos, los derechos de negociación colectiva, contra la represión policial, etc, los trabajadores aprenderán. El sentimiento de unidad y la euforia que siempre caracterizan a las etapas iniciales de una revolución darán paso a una diferenciación interna dentro del movimiento revolucionario.
Lo mismo ocurrió después de la Revolución de Febrero 1917 en Rusia. Las masas habían derrocado al Zar, pero en un primer momento, los partidos reformistas dominaban el movimiento y entregaron el poder al Gobierno Provisional, nombrado por el Zar derrocado y dirigido al principio por el Príncipe Lvov. El gobierno estaba compuesto principalmente por los Kadetes (Constitucionalistas Demócratas) y los Octubristas, que habían constituido la oposición leal al Zar. Los verdaderos revolucionarios, los bolcheviques, se encontraban en una minoría extrema, e incluso entre sus filas había una confusión extrema sobre el camino a seguir, con sectores de la dirección, que incluso capitulaban ante el Gobierno Provisional.
A través de su propia experiencia, las masas rusas se dieron cuenta de que el Gobierno Provisional era incapaz de cumplir las exigencias básicas de la revolución: la paz, el pan y la tierra. De hecho, el Gobierno Provisional se mostraba incluso incapaz de lograr una verdadera democracia a través de la convocatoria de una Asamblea Constituyente. En el período comprendido entre febrero y octubre de 1917, los bolcheviques, a través de la explicación paciente y la agitación en defensa de las reivindicaciones de la revolución, lograron ganar a la mayoría de las masas y tomaron el poder.
En Egipto, como en Rusia en 1917, las reivindicaciones básicas del pueblo – una democracia plena, un salario mínimo decente, el empleo, la vivienda y la tierra – sólo pueden lograrse mediante el derrocamiento de la totalidad del antiguo régimen, no sólo a través de la sustitución de Mubarak por algún otro político burgués. Lo que falta en Egipto es precisamente una dirección revolucionaria, como la de los bolcheviques rusos, suficientemente enraizada en las fábricas y en los barrios obreros. Los socialistas revolucionarios egipcios se enfrentan a la misma tarea, la de explicar pacientemente a los trabajadores y a la juventud revolucionaria que la única manera de satisfacer las reivindicaciones de la Revolución es mediante la toma del poder por la clase obrera.