El movimiento obrero argentino es rico en historia, experiencias y tradiciones revolucionarias, a menudo poco conocidas fuera de Argentina. Esta rica historia y tradición ha sido injustamente opacada por la irrupción del peronismo en la historia nacional. El peronismo fue un movimiento político y sindical, asentado en las masas de la clase obrera, que ha gravitado sobre la historia argentina como no lo ha hecho jamás ningún movimiento de masas; particularmente en los últimos 70 años.
(Este artículo es una síntesis de textos y trabajos de Demian Marcos, Sergio González, Gustavo Valdés, David Rey y Ted Grant. Nota del autor)
Ya en 1870 se registra la primera relación de trabajadores argentinos con la Primera Internacional, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), por medio de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, y en 1873 se crea la sección argentina de la misma.
Pero fue en el primer el primer tercio del siglo XX, cuando la clase obrera argentina ingresa a la historia nacional en combate frontal contra la burguesía nacional. Las gestas de «la semana trágica de 1919», de la Patagonia Rebelde en 1921, y de la Gran Huelga General de enero de 1936 quedan como jalones en el gran camino de los trabajadores argentinos hacia su liberación.
Esta rica historia y tradición ha sido injustamente opacada por la irrupción del peronismo en la historia nacional. El peronismo fue un movimiento político y sindical, asentado en las masas de la clase obrera, que ha gravitado sobre la historia argentina como no lo ha hecho jamás ningún movimiento de masas; particularmente en los últimos 70 años.
Los antecedentes
El período que abarca desde el golpe filofascista del General Uriburu en 1930 hasta la presidencia de Ramón Castillo, en 1943, es conocido como «la década infame».
Durante la «década infame» se observan dos procesos interrelacionados: el desarrollo industrial y económico del país a partir de la crisis mundial de 1930 con la «sustitución de importaciones» y el estado general de podredumbre del régimen político, que corroe todas las estructuras del Estado y la sociedad capitalista.
En 1943, la producción industrial tenia un valor bruto un 130% superior a la generada por el agro, si bien la economía argentina seguía dependiendo de las divisas provenientes de las exportaciones de los productos agropecuarios. Los sectores Industriales conscientes de su protagonismo creciente en la vida económica del país, junto a los financieros y cerealistas, necesitados de renovar y adquirir la maquinaria, y dado el declive del mercado europeo, querían estrechar relaciones con el imperialismo norteamericano. Los sectores tradicionales, terratenientes y ganaderos, se recostaban en el imperialismo británico, destino preferente de sus exportaciones. Precisamente, la «neutralidad» argentina en la 2ª guerra mundial, que irritaba a EEUU, impedía a los submarinos alemanes atacar los embarques de suministros agropecuarios dirigidos al imperialismo británico.
El golpe del 4 junio de 1943
Patrón Costas era el candidato «ganador» para unas nuevas elecciones fraudulentas. Este industrial azucarero se enfrentaba a la oposición de los nacionalistas del ejército y de sectores terratenientes, que organizaron el golpe del 43.
El 4 junio se produce el golpe llevado a cabo por el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), logia militar «nacionalista» y anticomunista con apoyo eclesiástico y de simpatías Pro-Eje. La intervención del Ejército en las disputas de la clase dominante demostraba la incapacidad de la burguesía para poner fin a la inestabilidad social y disciplinar sus alineamientos internos.
Tras una lucha interna dentro del GOU, se impulso finalmente el sector dirigido por el General Edelmiro Farrell y el entonces Coronel Juan Domingo Perón.
Las presiones estadounidenses tuvieron finalmente un efecto en el gobierno, ante la amenaza de un bloqueo político y económico. Farrell declaró la guerra al Eje en febrero de 1945, un gesto a destiempo sólo para «normalizar» las relaciones con el imperialismo yanqui cuando el resultado de la guerra se precipitaba.
La clase obrera en vísperas del peronismo
En 1944 la industria empleaba a más de un millón de trabajadores, el 49% de la población económicamente activa. La clase obrera se fortaleció numérica y socialmente.
La central sindical, la Confederación General del Trabajo (CGT), fundada en 1930, estaba recorrida por fracciones y divisiones, escindida entre la CGT Nº1, dirigida por ex-socialistas y sindicalistas, y la CGT Nº2, dirigida por socialistas y comunistas.
La flojedad ideológica de los sindicalistas semianarquistas y socialistas, los hacía propicios para desarrollar tendencias de conciliación de clases y de acercamiento al aparato del Estado. Igualmente, el giro impuesto por la Internacional Comunista estalinista desde 1935 de acercamiento a la burguesía liberal empujó a los Partidos Comunistas hacia políticas de conciliación de clases, con la excusa de la «unidad nacional» para luchar contra el fascismo.
Así, las tendencias burocráticas, particularmente en la CGT Nº1, y el recurso al nacionalismo burgués, no fueron un aporte original de Perón al movimiento obrero argentino, sino que ya estaban madurando fuertemente en las cúpulas sindicales y políticas del mismo.
Perón en el gobierno
Dentro del gobierno de Farrell, Perón asume la Vicepresidencia y la Secretaría de Trabajo y Previsión. Enérgicamente, puso en marcha la organización de los trabajadores no sindicalizados. De los 200 mil trabajadores organizados anteriormente se pasó, bajo el patrocinio de Perón, a 5 millones.
Perón había desarrollado poderosas tendencias bonapartistas, que reflejaban el papel desproporcionado que había jugado el ejército en la vida política argentina durante la década precedente.
Mucho se ha hablado de las simpatías de Perón hacia el fascismo, sobre todo tras su estancia en la Italia de Mussolini, a fines de los años 30. Es muy probable que Perón sintiera simpatías hacia el fascismo italiano, como toda la oficialidad del ejército de entonces. Sin embargo, en la Argentina de los años 40 del siglo pasado no existían condiciones para el desarrollo de un movimiento fascista. El movimiento de masas dominante no lo protagonizaba la pequeña burguesía arruinada y desesperada, la base tradicional del fascismo; sino la clase obrera que, debido al rápido desarrollo industrial del país, comenzaba a aparecer con una fisonomía propia.
Habituado a moverse durante varios años en la cúpula del Ejército, Perón había tenido tiempo para mirar y comparar, y darse cuenta de la mediocridad intelectual de sus camaradas de armas dentro de la oficialidad, y comenzó a tentarle la posibilidad de aspirar al puesto de primer violín en la vida nacional. Esto se completaba con la actitud que Perón había desarrollado hacia la oligarquía terrateniente e industrial argentina, que era una mezcla de servilismo, envidia y desprecio, como corresponde a la psicología de la pequeña burguesía respecto de la gran burguesía, en cuyos salones se miraba desdeñosamente a los oficiales, como él, procedentes de la clase media.
De su anticomunismo sacó la conclusión de que la mejor manera de conjurar el «peligro» comunista en el país era concediendo importantes mejoras en las condiciones de vida y trabajo de las masas, desde el Estado protector. Eso lo enfrentaba a la burguesía que era la obligada a hacer el «sacrificio» material para llevar a cabo ese objetivo.
Las divisiones de la CGT le permitieron acercarse a una dirección sindical con rasgos conciliadores y nacionalistas. La táctica de Perón fue utilizar los recursos del Estado para comprar a esta capa dirigente con privilegios y prebendas y, a través de ellos, construir sus puntos de apoyo en el seno de los sindicatos.
Los únicos sectores que le hicieron frente fueron los sindicatos organizados en torno al PC, que tildaba a Perón de «fascista». Tras vaciar los sindicatos controlados por el PC, y promover la creación de otros nuevos, finalmente, un decreto oficializó la reunificación de la CGT.
Como nunca antes, por un tiempo, Perón instituyó reformas radicales: incremento general de salarios, aguinaldo, las 8 hs. diarias, salario mínimo, vacaciones pagas y seguro contra accidentes laborales; también los trabajadores del campo tuvieron sus 8 hs., descanso semanal, con alojamiento y alimentación dignos, salario mínimo, vacaciones pagas, escuelas, seguro médico, derechos sindicales y civiles
Para esa época se registra un descenso de influencia de las fuerzas de izquierda, los partidos socialista y comunista, favorecido por las nefastas políticas de estas organizaciones, que fueron desprestigiándolas ante numerosos obreros. El levantamiento de la huelga en los frigoríficos en 1943, para no entorpecer el envió de carne a los aliados que «luchaban contra el fascismo», después de que Peters dirigente obrero comunista de la carne fuera liberado, fue un hecho «testigo».
Combinando cooptación, represión y concesiones, las direcciones ligadas a Perón fueron tomando fuerza en los gremios industriales.
El 17 de octubre de 1945
El poder que concentraba Perón y las concesiones que otorgaba a los trabajadores resultaban irritantes para la clase dominante. Y su demagogia populista enervaba al sector de la oficialidad vinculado directamente a la oligarquía por lazos económicos y de sangre.
Paralelamente, se formó la Unión Democrática, compuesta por conservadores, la burguesa Unión Cívica Radical, y los partidos socialista y comunista.
El imperialismo norteamericano, que al inicio de la Guerra Fría necesitaba gobiernos adictos en Europa, América y Asia, decidió que ya era hora de que Argentina pasara definitivamente de la órbita británica a la norteamericana. Y se sumaron a la conspiración para derrocarlo. El embajador norteamericano, Braden, jugó un papel principal en este proceso.
Finalmente, Perón quedó aislado en el Gobierno y el 9 de octubre es obligado a renunciar. Poco después es detenido.
Con la detención de Perón, la agitación social crece rápidamente. La CGT no reacciona sino tardíamente y declara una huelga general para el 18 octubre.
Pero las masas no esperan y el 17 de octubre decenas de miles de obreros venidos de las concentraciones industriales del Gran Buenos Aires inundan la Capital y se dirigen imparables a la Plaza de Mayo. Los militares y la oligarquía entran en pánico.
Detrás del grito «queremos a Perón», la clase obrera sale a la calle a defender y consolidar sus conquistas, «quería» a Perón porque a sus ojos representaba el programa que sintetizaba las recientes conquistas del proletariado: aumento de salarios, sindicalización, mejoras en el nivel de vida etc. pero también porque se había despertado en ellos un sentimiento de dignidad y orgullo que se dirigía furioso contra la clase dominante.
Finalmente, Farrell se ve obligado a liberar a Perón y llevarlo a la Casa Rosada para que se dirija a las masas congregadas en la Plaza de Mayo. El objetivo, que Perón entiende y comparte, es que se ponga a la cabeza del movimiento para contenerlo e impedir que se desborde para evitar un estallido revolucionario.
Reinstalado al frente del gobierno, Perón convocó elecciones para febrero de 1946. La base del apoyo a Perón proviene del recientemente constituido Partido Laborista, fundado por los dirigentes de la CGT, y que luego sería renombrado como Partido Justicialista bajo el control personal de Perón.
Del otro lado de la barricada estaba la Unión Democrática, apadrinada por el imperialismo yanqui, la burguesía industrial «nacional» de la Unión Industrial Argentina, y los terratenientes de la Sociedad Rural.
La Iglesia apoyó al peronismo, así como el gobierno militar ayudó a la campaña de Perón estableciendo el aguinaldo (un mes de salario extra) en diciembre de 1945, ante la oposición patronal.
Perón aprovechó hábilmente la fisonomía y el contenido político de la «oposición democrática», y agitó el lema: «Braden o Perón», detrás del cual se leía: el imperialismo y sus cipayos, o la nación de los «descamisados».
En las elecciones, Perón obtuvo el 55% de los votos contra el 45% de la Unión Democrática. En los años siguientes Perón se propondría como el árbitro entre las clases, conteniendo a la clase obrera en los marcos del capitalismo pero al precio de expropiar a la burguesía el control del aparato del Estado y de que ésta hiciera importantes concesiones a los trabajadores.
Marxismo y «tercermundismo»
El destino del Partido Comunista argentino es particularmente trágico. Atado a la «probritánica» oligarquía argentina, a instancias de los intereses diplomáticos de la burocracia estalinista de Moscú, eso lo llevó a confraternizar con los partidos patronales y el imperialismo, participando con ellos en manifestaciones y coaliciones políticas «antiperonistas», con los efectos más perniciosos, confundiendo e indignando a miles de obreros.
El partido que podía y debía haberse convertido en el partido de masas de la clase obrera argentina fracasó miserablemente por la política de conciliación de clases de sus dirigentes y su renuncia a la perspectiva de la revolución socialista.
No fue el «genio» de Perón sino la política criminal del estalinismo lo que pavimentó el camino al peronismo.
No es cierto, como defiende la corriente «tercermundista» en la izquierda argentina, que la emergencia del peronismo reflejara la inmadurez de la clase obrera y su disolución dentro del «pueblo», así como el atraso económico del país y su sujeción al imperialismo. La clase obrera era la fuerza decisiva de la sociedad, ya en 1945; la producción industrial superaba a la agropecuaria[1]. Argentina tenía una agricultura capitalista desarrollada y la clase de pequeños campesinos (chacareros) carecía de relevancia, social y económicamente. La burguesía nacional tenía un peso decisivo. Así, mientras que en 1913 el capital extranjero representaba el 47,7% del capital total, en 1931 representaba el 29,9%, y en 1945 sólo el 15,4%[2]; si bien concentrado en grandes empresas. Argentina, por aquellos años, era el país latinoamericano más industrializado, un país capitalista de desarrollo mediano adscrito a la esfera dominante del imperialismo británico, primero, y norteamericano, después; como Australia y Canadá. No fueron, por lo tanto, factores de la estructura económica los que explican el éxito del peronismo, sino factores superestructurales de orden político, como explicamos antes.
¿Qué posición debían haber asumido los marxistas en aquel entonces, de haber existido un núcleo significativo en nuestro país? El deber de los marxistas habría sido señalar al enemigo de clase principal: la gran burguesía agraria e industrial, y el imperialismo. En segundo lugar, deberían haber hecho un llamamiento enérgico a las bases del PC para que repudiaran la política de sus dirigentes; y proponer la formación de un gran frente único obrero contra la oligarquía terrateniente-industrial y el imperialismo. En tercer lugar, deberían haber agitado por un programa de medidas radicales, que incluyera la expropiación de la oligarquía y del gran capital; y por sindicatos democráticos e independientes del gobierno y del Estado. Por último, deberían haber agitado por la formación de un frente político de organizaciones obreras, incluidos los sindicatos.
Un acercamiento a las bases obreras peronistas y comunistas, con este programa, hubiera ayudado a señalar las limitaciones políticas del gobierno peronista y de los dirigentes estalinistas, a la espera de que sus contradicciones quedaran expuestas ante ellas y permitieran a una tendencia marxista genuina conseguir puntos de apoyo significativos dentro del movimiento de masas.
El primer gobierno peronista
Argentina era entonces la décima potencia industrial del mundo y la enorme demanda de carne y trigo de Europa después de la 2ª Guerra Mundial permitió a Perón otorgar concesiones muy importantes. Entre 1946-49 los salarios reales de los obreros industriales aumentaron un 53%. La participación de los salarios en la renta nacional era del 49%. La obtención del salario mínimo vital y móvil, de Convenio Colectivos, vacaciones pagas, jubilaciones, asignaciones familiares, licencia por enfermedad y maternidad, derechos políticos para la mujer y otras conquistas sociales, hacían que los trabajadores y los sectores mas empobrecidos vieran que el gobierno peronista se ocupaba de sus asuntos.
«Justicia social, independencia económica y soberanía política» fueron las banderas del peronismo. La nacionalización del Banco Central y de los depósitos bancarios, el control del comercio exterior, de la Unión Telefónica y de los ferrocarriles, le dieron a las «ansias» de independencia económica una base concreta, pero limitada.
Perón favoreció el desarrollo de la industria a expensas de la oligarquía terrateniente mediante el establecimiento de un monopolio estatal encargado de la compra de granos y carne que luego vendía a altos precios en los mercados mundiales. Pero no emprendió ni una revolución agraria contra la oligarquía ni acciones reales contra el imperialismo.
A pesar del antiimperialismo que preconizaba Perón, se indemnizó a los dueños de las compañías telefónicas y del ferrocarril. Entre 1949 y 1955 las inversiones norteamericanas pasaron del 14% al 42% del total.
Lejos de relajarse, la dependencia del mercado mundial de carnes y cereales se acentuó aún más. Los límites para la «independencia económica» estaban dentro del mercado mundial capitalista, poniéndose de manifiesto cuando la grasa acumulada por el sistema capitalista argentino empezaba a menguar.
Un gobierno bonapartista
Desde el punto de vista ideológico, el peronismo no hizo ningún aporte original a la ciencia social. Es una mezcla de planteos marxistas, socialdemócratas, y del llamado cristianismo «social», mechado con fórmulas nacionalistas. Definió su modelo de sociedad como la «comunidad organizada», que no era más que la vieja fórmula de la conciliación de clases con un nombre sonoro. En lo demás, copió las formas y modos del movimiento obrero, con el uso hasta el día de hoy del término «compañero» en el trato entre los militantes peronistas.
El peronismo era un tipo de bonapartismo particular[3], su principal base social de apoyo era el proletariado organizado. Desde el Estado, Perón trataba de asegurarse la «lealtad» del proletariado, a través de una poderosa burocracia que ahogara cualquier acción obrera independiente, regimentando la vida sindical.
Al convertir las organizaciones sindicales en un «apéndice» del Estado, Perón se apoyó en ese proletariado organizado para ejercer presión sobre las fracciones disidentes de la clase dominante, convirtiéndose en el amo de la situación.
Aunque la mayoría de los trabajadores apoyó al peronismo, la relación con la clase obrera no fue de asimilación -como lo señalaron la huelga bancaria en 1948; la huelga de los obreros azucareros de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) en 1949, la huelga ferroviaria de 1950-51. Perón afrontó estas huelgas combinando represión y concesiones, sacándose de encima a los obreros más luchadores.
En este periodo, hay que destacar la instauración de las Comisiones internas y Cuerpo de Delegados en las empresas como un avance en la organización proletaria, una conquista que no tuvo el «aval» del gobierno peronista porque el control de la burocracia distaba de ser el deseado.
La clase dominante nunca estuvo cómoda con Perón, al que no podía controlar, pero supo aprovechar sus servicios de «paz social» apuntando al desgaste del gobierno. Pacientemente, esperaba su oportunidad para tomarse su venganza.
Aunque formalmente estaban instituidos los derechos democráticos básicos, el funcionamiento del régimen presuponía una cierta regimentación de la sociedad. Se limitaron los derechos de huelga se hostigó y la oposición política era hostigada y castigada. Al mismo tiempo, la oposición al régimen solía recurrir a atentados terroristas.
Evita
Eva Duarte de Perón es uno de los iconos fundamentales del movimiento peronista. De extracción popular, su vínculo afectivo con el entonces Coronel Perón la catapultó a lo más alto de la acción de gobierno. Desarrolló un profundo odio de clase contra la oligarquía, odio que le fue correspondido durante su corta existencia, ya que Evita murió de cáncer a los 33 años de edad, en 1952.
En el primer gobierno peronista se asigno tareas de beneficencia social que la llevaron a establecer vínculos muy estrechos con la dirección de la CGT, hasta el punto que los dirigentes de la CGT sugirieron que acompañara a Perón como Vicepresidente en su segundo gobierno, a lo que Perón se negó por la oposición de la cúpula del ejército, que temía con ello una radicalización de la política del gobierno.
Sin embargo, Evita nunca jugó un papel independiente. Muchos años después, Perón – que no toleraba más brillo que el suyo dentro del universo peronista, y que frecuentemente se deshizo de personas competentes que actuaban con criterio propio – declaró irónicamente que Evita había sido una creación suya.
El segundo gobierno peronista
En noviembre de 1951 Perón fue reelecto, pero el clima económico había cambiado. A fines de 1951, la inflación alcanzó el 100% comparado con 1949, mientras los salarios aumentaron un 50%. La productividad por obrero en 1951 se encontraba en los mismos niveles que en 1937. Pese a las enormes ganancias conseguidas la burguesía recurrió a la huelga de inversiones y las subas de precios para debilitar al gobierno.
El gobierno peronista estaba entre dos fuegos: por un lado la presión de la burguesía «nacional» y el imperialismo para acabar con las conquistas obreras y recuperar el terreno perdido, y por otra parte, la necesidad de mantener el apoyo de las masas trabajadoras.
Las concesiones al imperialismo empezaron a verse claramente a partir de 1950, apoyando al imperialismo yanqui en la Guerra de Corea.
Si bien había jurado «cortarse las manos» antes de endeudar al país, en 1950 Perón pidió un préstamo al imperialismo yanqui para cubrir obligaciones comerciales por 125 millones de dólares. Tres años más tarde firmó un nuevo empréstito por 60 millones de dólares. Otorgó concesiones petroleras a la Standard Oil Company. Se aprobaron nuevas leyes en términos favorables a las inversiones extranjeras (como la Ley de Radicación de Capitales).
El golpe de la «Revolución Libertadora»
La reacción pasó a la ofensiva, utilizando a la Iglesia como excusa, que rompió con el régimen. Perón respondió con la aprobación de la Ley del Divorcio en 1954 y la eliminación de la educación religiosa de las escuelas. La clase dominante encontró la herramienta necesaria para encauzar el malestar de las masas de la pequeña burguesía.
El 16 junio de 1955 la marina y la aviación bombardearon la Casa de Gobierno y una concentración obrera en la Plaza de Mayo, dejando 350 muertos en las calles. Perón rechaza el pedido de la CGT de armar a los trabajadores. El golpe fue derrotado por las vacilaciones de los golpistas y las divisiones en el ejército.
Con la movilización de los trabajadores, mientras el ejército todavía vacilaba, la reacción hubiera podido ser aplastada. Pero Perón temía a las masas movilizadas y armadas porque inmediatamente harían sentir sus exigencias de clase, como la expropiación de la oligarquía. La quema de Iglesias y el asalto a las armerías no fue otra cosa que la explosión de la bronca acumulada por los propios trabajadores peronistas.
En julio se llamó al diálogo y a la «unidad nacional», lo que no hizo sino estimular a los golpistas en sus planes reaccionarios.
Arribamos al golpe del 16 de septiembre de 1955. En vez de movilizar a las masas, Perón impuso el toque de queda y presentó su renuncia a una Junta de militares para «defender los intereses supremos de la nación», con el beneplácito de los dirigentes de la CGT.
La realidad es que con un llamamiento claro a la clase obrera, ésta hubiera respondido como un sólo hombre, pero lo haría con sus propios métodos de lucha y su programa de clase que se movía intuitivamente al socialismo. Pero era esto justamente lo que Perón quería evitar.
La renuncia de Perón expresó los límites del nacionalismo pequeñoburgués. Perón no aceptaba la oposición irreconciliable entre las clases. Sin alternativas, en el momento del choque decisivo, bajó las armas y entregó el país a la reacción de los enemigos de los trabajadores.
La Resistencia Peronista
El gobierno militar intervino las organizaciones obreras, proscribió el peronismo, y desató una feroz represión.
El golpe provocó la huida de los dirigentes políticos y sindicales oficiales del peronismo, lo que sumado al apoyo vergonzoso de los partidos socialista y comunista al nuevo régimen, dotó de una savia y fuerza nuevas al peronismo. Una camada de dirigentes naturales y luchadores de base de las fábricas se auparon, de hecho, a la dirección del movimiento. Así salió a flote la Resistencia obrera a la dictadura, más conocida como «Resistencia Peronista».
Empiezan a funcionar los Comandos de la Resistencia, y una red semiclandestina de comisiones internas, que organizan la defensa de gremios y los convenios laborales. Huelgas brutalmente reprimidas, sabotajes a la producción, y hasta pintadas de «Perón Vuelve», forman parte de esa heroica resistencia. Así surge la Comisión Intersindical en 1957, donde también había una importante presencia del Partido Comunista, que ya por entonces había sido proscrito por el régimen.
Dirigentes surgidos de ese periodo constituirán, a su tiempo, la «burocracia sindical», como los metalúrgicos Augusto Timoteo «El Lobo» Vandor, José Rucci, o Lorenzo Miguel.
La dirección del PC jugó un papel nefasto que ayudó a la consolidación de la burocracia peronista. Cuando la Intersindical convocó un paro general el 12 de julio de 1957, los gremios controlados por el PC se desmarcaron debido al acuerdo secreto alcanzado por sus dirigentes con los militares para la legalización del partido, desprestigiándose ante las bases peronistas.
El gobierno militar veía impotente cómo el movimiento obrero escapaba a su control. En el Congreso «normalizador» de la CGT en agosto de 1957, los gremios «gorilas» (antiperonistas) se retiraron en minoría. Los 62 gremios restantes reclamaron la dirección del movimiento obrero y empezaron a actuar como tal. Así surgieron «las 62 organizaciones de pie junto a Perón», o «las 62 organizaciones». El PC, que controlaba 19 gremios se retiró de «las 62» y formó su propio agrupamiento sindical, lo que permitió a los dirigentes peronistas reforzar su control del movimiento obrero.
En 1957, en La Falda (Córdoba), se organiza un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales de la CGT, que aprueba un histórico programa. Este proponía, entre otras, las siguientes demandas: la nacionalización de los sectores básicos y «la destrucción de los sectores oligárquicos antinacionales y sus aliados extranjeros», la planificación de la economía, el control obrero de la producción y la distribución, una reforma agraria, el papel hegemónico del movimiento obrero, y la integración de «las naciones hermanas latinoamericanas».
El gobierno de Frondizi
Frondizi, procedente de una de las facciones de la Unión Cívica Radical (UCR), se había alzado al poder en unas elecciones tuteladas por los militares, gracias a los votos peronistas, tras comprometerse con Perón a legalizar su movimiento. Pero los militares no accedieron. El «desarrollismo» de Frondizi combinó políticas efectivas para restaurar la tasa de ganancia de los capitalistas y reprimir la lucha obrera. La entrada del capital extranjero inaugura un proceso de creciente penetración del capital imperialista en la economía argentina.
La situación social de las masas empeoraba. Cientos de miles y millones eran empujados desde las zonas rurales a las ciudades.
Buenos Aires, con una población de 7 millones de habitantes entonces en su área metropolitana, tenía 3 millones viviendo en «villas miseria», sin agua, cloacas, luz eléctrica, pavimento, escuelas ni hospitales.
La economía caía en picada. Se redujo la producción y exportación de trigo. Bajo el gobierno de Frondizi, el consumo de huevos, carne, pan, leche y papas cayó un tercio; muchos hospitales y escuelas fueron cerrados. El sector público sufrió recortes. Se aprobó un ajuste drástico al sistema ferroviario (el Plan Larkin) y 100.000 obreros ferroviarios fueron despedidos.
Ante el avance de la clase dominante, la clase trabajadora responde con la lucha, como la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en el barrio obrero porteño de Mataderos, contra su privatización. Finalmente, el gobierno movilizó las Fuerzas Armadas y 5.000 obreros fueron despedidos. Una derrota que cerró un ciclo de la lucha de clases, y que fue la base para la consolidación de la línea burocrática que dirigía «las 62».
El triunfo en las elecciones de marzo del 1962 del peronismo proscrito, al que se permitió participar, agudizó las contradicciones. Frondizi, que se entrega a los militares, anuló las elecciones. El partido militar volvía a ocupar la escena nacional.
En 1962, las 62 Organizaciones aprueban el Programa de Huerta Grande. Este programa continuaba la línea del Programa de La Falda, y proponía la nacionalización de los sectores básicos de la economía, la expropiación de los latifundios, y la «planificación del esfuerzo argentino en función del interés nacional».
El golpe de Onganía
En unas nuevas elecciones triunfa la fracción de la UCR dirigida por Arturo Illia. Entre mayo y junio de 1963, la CGT, ya firmemente en manos peronistas, aprueba un plan de lucha por «el cambio total de las estructuras económicas del país». Se pronunciaba por la democratización del régimen, el levantamiento del estado de sitio, la autodeterminación de los pueblos, y el desarrollo industrial sustentado en el capital nacional.
A diferencia del periodo anterior, el movimiento contaba con una dirección centralizada. Hubo una ocupación de fábricas, masiva y contundente, donde participaron cerca de 4 millones de trabajadores que tomaron 11.000 establecimientos. El movimiento fue acompañado por los estudiantes con tomas de facultades.
El deterioro de la situación económica del país se cristalizaba en las crecientes luchas del proletariado azucarero de Tucumán. El 28 junio de 1966 la «Revolución Argentina», un golpe militar encabezado por el General Onganía apoyado por Perón en la esperanza vana de alcanzar un acuerdo que le permitiera regresar al país, se alzaba para poner fin a la «inestabilidad política».
Para la clase obrera toda esta etapa no había pasado en vano. Fue una experiencia de lucha heroica que dejó su marca en la conciencia de los trabajadores, en sus consignas y métodos de lucha, que se harían notar en las insurrecciones de masas inauguradas con El Cordobazo.
El Cordobazo
Una nueva generación de trabajadores y jóvenes había crecido durante la Resistencia Peronista, harta de represión. Acompaña este proceso el surgimiento del sindicalismo clasista, cuya figura más destacada fue Agustín Tosco, dirigente de Luz y Fuerza de Córdoba. Se da entonces un proceso de democratización sindical impulsado desde las bases que tiene su máxima expresión con la formación de la CGT de los Argentinos en marzo de 1968, surgida de una escisión de la CGT oficial.
Ahora el conflicto social pasa, fundamentalmente, al interior del país, donde se había dado un proceso de industrialización con centro en Córdoba (principalmente automotriz) y el Cordón Industrial del Paraná (petroquímica, y otras), que incluía el Gran Rosario y Villa Constitución.
El 12 de mayo de 1969 la dictadura elimina el sábado inglés que regía en cinco provincias y congela salarios. El 13, el ingenio azucarero Amalia de Tucumán fue ocupado por sus trabajadores y su gerente José Gabaraín, tomado como rehén. El 14, en Córdoba, 4.000 obreros de automotrices se reúnen en asamblea contra la eliminación del sábado inglés. La policía ataca esa asamblea: hay 11 heridos y 26 detenidos. El 15, en Corrientes, aumenta un 500% los vales del comedor universitario, se realiza una marcha estudiantil donde es asesinado el estudiante Juan José Cabral. Se militariza la ciudad y para la CGT local.
El 17 comienza una protesta en el comedor universitario de Rosario. En la represión posterior la policía asesina al estudiante Adolfo Ramón Bello. La CGT de los Argentinos decreta estado de alerta y cita a un plenario para el 20.
El 21, 4.000 estudiantes marchan en silencio por Rosario, junto a la CGT de los Argentinos. La policía retrocede, pero asesina al estudiante y aprendiz metalúrgico Luís Norberto Blanco, de 15 años, frente a Radio LT8. Gran reacción popular: Es el Primer Rosariazo, protagonizado por los estudiantes. Hay barricadas y fogatas, se ocupa la Universidad Nacional y LT8. A la noche, la ciudad queda bajo control militar. El 23 hay un paro de alto acatamiento de 38 sindicatos del cordón industrial de Rosario. Más de 8 mil personas concurren al entierro de Blanco. En Córdoba, los estudiantes ocupan el barrio Clínicas tras duros enfrentamientos con la policía.
El 26 de mayo, las dos CGT cordobesas convocan a un paro de 37 horas para el 29 y 30 contra la quita del sábado inglés y la represión. El 29, a la mañana, columnas de trabajadores se movilizan en Córdoba desde los lugares de trabajo hacia el centro. Hay muertos. Se levantan barricadas y se atacan los edificios públicos y empresas más odiadas. Participan más de 50 mil trabajadores y jóvenes con el apoyo de la gran mayoría de la población. Es el Cordobazo. Se toma el centro, el Ministerio de Obras Públicas y el barrio Clínicas, unos 9 km2, en un germen de Comuna. La policía retrocede. La ciudad queda en poder de los trabajadores.
A la tarde interviene el ejército y ocupa el centro después de varias horas de violenta represión. Oficialmente, hubo 34 muertos, se cree que fueron 100, 400 heridos y 2.000 detenidos, sobre todo dirigentes sindicales. Se instauran tribunales militares. En los barrios periféricos los trabajadores resisten hasta 4 y 5 días.
En los meses y años siguientes se dieron otros levantamientos y grandes luchas: el Segundo Rosariazo en septiembre de 1969, El Chocón, Mendoza, General Roca, el Viborazo o Segundo Cordobazo del 15 de marzo de 1971, y numerosas puebladas.
La dictadura militar en crisis
Bajo la presión de los obreros y el descontento general de las masas, con el aroma a revolución en el aire, la Junta se dividió. Onganía es destituido, y luego de un interinato, asume el poder el general Lanusse en 1972.
El 8 de agosto de 1972, Perón declaró que Argentina necesitaba un «gran líder» -es decir, él mismo- para «restaurar su histórico rol en la lucha por la segunda independencia de Latinoamérica». Y planteó el Gran Acuerdo Nacional (GAN) con un programa que proponía «cambios en la política económica y social incluyendo la designación de un gabinete económico compuesto de representantes tanto de empleadores como de empleados…». Prometió un salario mínimo ligado al costo de vida. Tras atacar al imperialismo y denunciar a la OEA (Organización de Estados Americanos) como «una cabeza de playa para la penetración imperialista.», dijo que «el Perú (de Velasco Alvarado) es el modelo más cercano a seguir por Argentina, ya que Cuba y Chile (bajo Allende) están demasiado a la izquierda y Brasil (bajo los militares) demasiado a la derecha.»[4]
El 14 de septiembre de 1972, José Rucci, Secretario General de la CGT, anunció un plan económico y social, proponiendo la nacionalización de la banca, de las compañías de seguros y del comercio exterior, reforma agraria, limitación de inversiones extranjeras y participación de los trabajadores en los emprendimientos públicos y privados. Este programa radical fue seguido de una huelga general de 24 hs. en octubre de 1972.
La situación era insostenible para el gobierno militar. En vísperas de las elecciones, el costo de vida, con la inflación, fue creciendo a pasos agigantados. Sólo el retorno de Perón, quien ostentaba una autoridad colosal sobre las masas trabajadoras, podía estabilizar la situación de manera precaria. Finalmente, Lanusse anuncia el fin de la proscripción del peronismo y la convocatoria de elecciones para marzo de 1973.
Las guerrillas
En el marco del odio general y la frustración hacia el régimen, sin la influencia de una fuerte organización marxista ni su tradición, y siguiendo el ejemplo de Cuba y Vietnam, se formaron 5 grupos guerrilleros, la mayoría peronistas, siendo el más importante Montoneros, con fuerte influencia en la Juventud Peronista. Estos grupos, pese a la heroicidad de sus integrantes, contribuyeron a la confusión general con sus actividades. Sin ninguna perspectiva real, incluso organizaciones como el PRT-ERP, que inicialmente se presentaron como «trotskistas», realizaron actividades que no tenían nada en común con la idea marxista de que «la emancipación de la clase obrera es una tarea de los propios trabajadores.»
Mostraron gran audacia llevando a cabo algunas acciones espectaculares. El secuestro de empresarios nacionales y extranjeros para obtener rescate los convirtieron en grupos millonarios, pero, en realidad, sin hacer que la revolución diera un paso adelante. Actuaron como bienhechores filantrópicos, Robin Hoods del mundo moderno, solicitando alimentos y frazadas para repartir entre los pobres. Actuaban «en nombre de los trabajadores», demandando la reincorporación de obreros despedidos y aumentos de salarios.
Esa no era la forma de mostrarles a los obreros su propio poder, ni los ayudaba a organizarse ni a canalizar su poderosa fuerza potencial. Entonces, lejos de desarrollar la conciencia socialista de los trabajadores, si su actividad tuvo algún efecto, fue deteriorarla. Además, las guerrillas sacaban a militantes avanzados de las fábricas y los barrios y los aislaban de su clase.
«Cámpora al gobierno, Perón al poder»
El peronismo, formalmente proscrito, participó en las elecciones a través del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI) con la candidatura de Héctor Cámpora, el «Tío», identificado con el peronismo de izquierda, que consiguió el 49,5% de los votos.
Las masas no esperaron la asunción del gobierno y rodearon las cárceles hasta forzar la liberación de los presos políticos, ante la impotencia de los militares.
Cámpora legalizó al Partido Comunista, que en un «frente» había recibido aproximadamente un 3% de los votos en las elecciones, y anunció total libertad para todas las tendencias políticas. El programa de los peronistas en el FREJULI era tan incapaz, como los militares, de enfrentar los problemas de la Argentina. Rechazaban lo que llamaban el «dogmático socialismo internacional» y defendían un «socialismo popular, nacional y cristiano» sin ninguna propuesta concreta ante aspectos tan importantes como las nacionalizaciones.
Se proyectaba el reestablecimiento del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), instituto monopólico del comercio exterior argentino, que bajo el gobierno de Perón había controlado todas las exportaciones. El gobierno se haría cargo de las «industrias estratégicas», sin especificar cuáles, y de aquellas que emplearan «poder monopólico».
El FREJULI proponía un programa que defendía «garantías para la propiedad y la iniciativa privada, en tanto cumplan una función social… y una adecuada política de cambio monetario imponiendo normas para la participación del capital extranjero, el crédito y la tecnología… Tierra… al servicio del que la trabaja y la hace productiva, mientras se evita la excesiva concentración y fragmentación.»[5]
Este programa asustaba fuertemente a capitalistas, terratenientes, y a sus instrumentos, los jefes militares. Pero era un programa que no favorecía el avance de la revolución, ni siquiera un paso adelante, al no plantearse la nacionalización, bajo el control obrero, de los grandes monopolios, bancos y latifundios. Ese tipo de programas no resuelven los problemas de inflación, ni del crecimiento económico ni la lucha contra el imperialismo; y de llevarse a cabo, interfieren el desarrollo normal del mercado; introduciendo el caos.
Un tercer camino entre el socialismo y el capitalismo nunca existió ni existirá. O asume un gobierno que refleje los intereses de los obreros en cuyo caso se debe expropiar a los capitalistas, o uno que refleja los intereses de los capitalistas y ataca a los derechos de los trabajadores. En un periodo de crisis económica e inflación como el que afectaba a la Argentina, no había lugar para cambios fundamentales dentro del capitalismo.
Es verdad que, para apaciguar a los trabajadores, el gobierno de Cámpora decretó «la nacionalización de varios bancos que habían sido adquiridos total o parcialmente por inversores extranjeros en los años anteriores»[6]. Pero gestos como esos y los ataques verbales al imperialismo no podían mantener en calma a las masas por mucho tiempo.
Dos meses después de asumir, Cámpora convoca nuevas elecciones para formalizar la entrega del poder al jefe del movimiento, Perón, que recién había regresado al país procedente de su largo exilio español.
En octubre de 1973, Perón arrasa en las elecciones con el 62,5% de los votos, acompañado como Vicepresidente de un personaje totalmente incapaz como era su tercera esposa, Mª Estela Martínez de Perón, Isabelita. Mientras tanto, la inflación sin control continuaba deteriorando los niveles de vida.
El peronismo se divide en líneas de clase
El destino de la revolución estaba decidido por la dirección que tomara la juventud revolucionaria en el movimiento peronista, que incluía a la gran masa de la juventud obrera de las fábricas. Fue la izquierda peronista el componente principal de las Coordinadoras Fabriles del Gran Buenos Aires, que se desarrollaron entre 1974 y 1975, como embriones de organismos de poder obrero en las grandes fábricas.
Es cierto que el clasismo – que emergió al margen del peronismo – tuvo un desarrollo significativo, particularmente en Córdoba (con las experiencias de los sindicatos clasistas SITRAC-SITRAM en la FIAT, en Luz y Fuerza bajo la conducción de Agustín Tosco, o en los mecánicos del sindicato SMATA dirigido por René Salamanca) y con los metalúrgicos de Villa Constitución, pero en general permaneció aislado del movimiento peronista por sectarismos y suspicacias, fogoneados por grupos de izquierda.
La lucha de clases empujaba hacia un desenlace definitivo, y era una cuestión de tiempo asistir a una escisión del peronismo en líneas de clase. La izquierda y la derecha peronista tenían sus propias organizaciones armadas y se disputaban la dirección del movimiento.
Cuando el 20 de junio de 1973, procedente de Madrid y después de 18 años de exilio, 3 millones de personas fueron a darle la bienvenida a Perón en el aeropuerto de Ezeiza, la derecha peronista organizó una masacre contra el ala izquierda. Matones de la derecha peronista atacaron a tiros las columnas de la juventud peronista, dejando decenas de muertos.
El método de Perón fue siempre maniobrar y balancearse entre las fuerzas de clase opuestas dentro del movimiento peronista: entre el ala izquierda que se apoyaba en las tendencias revolucionarias de la clase obrera argentina, y el ala derecha, sustentada en la burocracia sindical mafiosa que guardaba vínculos con la burguesía y el aparato del Estado.
El ala izquierda, especialmente la juventud, quería Socialismo y medidas drásticas contra el imperialismo, los grandes empresarios y los jefes militares. El ala derecha representaba al capitalismo argentino.
Cuando en septiembre de 1973 es asesinato el jefe de la CGT, Rucci, por el grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Perón decide apoyarse fuertemente en la derecha peronista, que meses antes había iniciado acciones terroristas contra la izquierda peronista y activistas de izquierda, con la formación de la siniestra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
El 1º de mayo de 1974 se produce un punto de inflexión dentro del movimiento. Una muchedumbre de 120.000 personas colmaba la histórica Plaza de Mayo en Buenos Aires. Cuando Perón se dirige a los presentes, es interrumpido por miles de voces que gritan: «¡Qué pasa General, que está lleno de ‘gorilas’ el gobierno popular!». Un Perón enfurecido ataca a la juventud peronista y califica a sus integrantes de «estúpidos» e «imberbes». Instantes más tarde las columnas de la juventud peronista y de Montoneros abandonan la plaza – que queda semivacía – en señal de protesta; sin esperar a que el líder del movimiento terminara su discurso.
Dos meses más tarde, el 1º de julio de 1974, fallecía Perón, lo que aceleró la lucha interna dentro del movimiento peronista. Unas semanas más tarde, el grueso de la izquierda peronista, comandado por la Juventud Peronista y Montoneros, abandona el Partido Justicialista y forma el Partido Peronista Auténtico (PPA), consumándose la escisión del movimiento.
La inevitabilidad de la escisión del peronismo en líneas de clase, era la razón por la cual los marxistas argentinos debían haber formado parte del movimiento de masas de la juventud obrera en el movimiento peronista. Los sindicatos peronistas y la juventud peronista eran la revolución en embrión. El camino hacia las masas obreras se daba a través de la juventud peronista.
Esta «juventud maravillosa» podía haber sido ganada para el marxismo si hubiera existido una tendencia marxista significativa en su interior, que le hubiera podido mostrar el camino, tras la escisión del movimiento. Lamentablemente, ninguna fuerza significativa en la izquierda se planteó este objetivo, o tenía una presencia marginal.
La muerte de Perón implicó un giro mucho más a la derecha del gobierno. Isabelita asumió la presidencia bajo la égida del Brujo López Rega, organizador de las bandas fascistas de la Triple A.
El PPA pasa a la clandestinidad, conforme arreciaba la represión sangrienta de la Triple A contra sus miembros.
Las provocaciones asesinas de la Triple A estimularon las acciones armadas de los grupos guerrilleros, principalmente Montoneros y ERP. Esto sólo ayudó a incrementar la confusión y la represión contra los obreros de vanguardia. La clase media enloquecía, y arrastraba a los sectores más atrasados de la clase obrera, ante quienes se elevaba el papel moral del ejército para que instaurara el «orden». Era lo que buscaban la clase dominante y el imperialismo norteamericano.
En los meses de junio y julio de 1975, el movimiento obrero da la última muestra de su fuerza organizada, cuando doblega el plan económico del gobierno de Isabelita y las medidas de ajuste conocidas como «El Rodrigazo» (cuyo autor fue el Ministro de Economía, Celestino Rodrigo) luego de culminar un plan de lucha con una impresionante huelga general de 48 hs. los días 7 y 8 de julio, la primera huelga general convocada contra un gobierno peronista. Lo que fueron incapaces de hacer cientos de acciones guerrilleras, provocar una crisis de régimen y expulsar del gobierno y del país al fascista sanguinario López Rega, lo consiguió la clase obrera con su acción de masas. El gobierno y el poder de la clase dominante quedaron suspendidos de un hilo. Pero la burocracia sindical de la CGT no tenía en mente asumir el poder sino presionar al gobierno, y no dio continuidad al movimiento, lo que inició el proceso de reflujo del movimiento revolucionario, sin perspectiva alguna y jaqueado por las acciones terroristas de la triple A y de las fuerzas represivas del Estado, respondido con acciones desesperadas de Montoneros y el ERP. Todo esto, unido a la crisis económica y la hiperinflación, acrecentaron el desánimo, la desmoralización y el cansancio de las masas.
El golpe militar de 1976
El golpe militar que se preparaba era un asunto de supervivencia para el régimen, y la disyuntiva, implacable: o los trabajadores tomaban el poder e iniciaban un cambio que desembocara en el socialismo, o el orden burgués aplastaba el proceso en curso, y al movimiento revolucionario, asestándole una lección inolvidable para el resto de la sociedad y las nuevas generaciones.
En términos militares, la guerrilla nunca significó una amenaza para el sistema. Para marzo del 76, la guerrilla en sus distintas variantes, había sido diezmada y, prácticamente, desarticulada.
Desde el Cordobazo en adelante el auge de la lucha de los trabajadores, las innumerables huelgas de masas, el clasismo, la participación masiva en los sindicatos y dentro del movimiento peronista, inundaban el aire que se respiraba.
El golpe militar del 76 apuntaba a ese enemigo, al enemigo de clase de la burguesía. Desgraciadamente, la falta de una corriente marxista de masas en el sector decisivo, que era el movimiento peronista, impidió aprovechar una oportunidad histórica que se transformaría en su contrario.
Con los mejores cuadros revolucionarios muertos, presos, desaparecidos y exiliados, bajo una feroz represión, y con la burguesía, la Iglesia y sectores de la burocracia sindical apoyando la dictadura y complaciéndola, entregando dirigentes, militantes y activistas, pronto el movimiento obrero tuvo que bajar los brazos, diezmado por el esfuerzo realizado en los 7 años previos.
Pese a todo, durante la dictadura se siguieron registrando medidas de fuerza menores, y pequeños sabotajes diarios por parte de los trabajadores, ofreciendo una resistencia solapada, nada despreciable tal como estaban las cosas. Rescatamos el valor de miles de compañeros que siguieron militando en la clandestinidad, transmitiendo tradiciones de un gran valor para el campo revolucionario.
Y, no obstante, hay que destacar la convocatoria de la huelga general del 27 de abril de 1979, la movilización a San Cayetano en 1981, o la jornada de lucha del 30 de marzo de 1982, que precipitó la caída de la dictadura y la invasión de las Islas Malvinas para desviar la atención de las masas.
No fue casual que el grueso de la represión, y la mayoría de las víctimas, tuvieran como objeto a la izquierda peronista. La burguesía argentina, con el concurso de la derecha peronista y de sectores de la burocracia sindical, quería asegurarse de que el fantasma de la revolución no levantara cabeza jamás. Por eso purgó implacablemente el movimiento obrero peronista de sus sectores más conscientes y avanzados. De ahí que la degeneración del Partido Justicialista (peronista) alcanzó su punto más elevado, ya en el régimen democrático-burgués que siguió a la caída de la dictadura en 1983, bajo la década presidencial de Carlos Menem, cuando el aparato peronista fue tomado directamente por la burguesía y hacía tiempo que había sido despojado de sus tendencias más izquierdistas.
Balance y perspectivas
Durante décadas, el peronismo ha llevado las aspiraciones socialistas naturales de las masas hacia el pantano paralizante del conciliacionismo de clases e, indefectiblemente, siempre dirigió el movimiento de masas a un callejón sin salida o a derrotas sangrientas, como en 1955 y 1976. Pero su tradición, en cada período histórico, siempre renació por las traiciones reiteradas de la dirección estalinista del Partido Comunista argentino – en el pináculo de su degeneración los dirigentes del PC celebraron inicialmente el golpe de Videla como obra del sector «democrático» del ejército – y por las frustraciones provocadas por diversas experiencias reformistas de izquierda. Otros grupos de la izquierda argentina, de tradición trotskista y maoísta, jugaron un papel menor dentro del movimiento de masas o generaron repulsa por sus posicionamientos sectarios.
El «Argentinazo», la heroica rebelión popular de diciembre del 2001, abrió posibilidades, por primera vez en décadas, de organizar un movimiento político que desafiara la influencia del peronismo en las masas trabajadoras. Así aconteció con Luis Zamora, ex-trotskista y diputado nacional en 2001-2005, que se convirtió de la noche a la mañana en el político más popular del país. Decenas de miles de jóvenes y trabajadores sin tradición política previa, o desencantados con los políticos tradicionales, comenzaron a agruparse alrededor de su figura. Pero, lamentablemente, se negó a construir un movimiento político y terminó diluyéndose. Lo mismo ocurrió años más tarde con el Movimiento Proyecto Sur, liderado por el cineasta «Pino» Solanas, que alcanzó el 25% de los votos en la ciudad de Buenos Aires en junio de 2008, pero el sectarismo antikirchnerista histérico de sus dirigentes, su desdén por los trabajadores, y su política contemporizadora con la oposición de derecha lo ha llevado a un desprestigio rápido. De igual manera, la propuesta histórica de la dirección de la central sindical CTA de armar un movimiento político-social asentado en la clase trabajadora quedó en nada, por falta de voluntad y de claridad políticas.
Esto explica el resurgimiento del peronismo de la mano, primero, del gobierno de Néstor Kirchner y, posteriormente, de Cristina Fernández. Y esto fue posible debido a una ruptura radical con la tradición derechista del peronismo anterior, y por la aplicación de algunas reformas progresistas que fueron vistas como pasos adelante por las familias trabajadoras. Bien es verdad que el importante auge económico que vive el país, prácticamente ininterrumpido desde el 2003, ha diluido parcialmente los rigores más ásperos de la lucha de clases y las concesiones realizadas por el kirchnerismo a los intereses capitalistas. .
No obstante, el peronismo carece de la fuerza irresistible y de la autoridad inquebrantable de sus años heroicos. La nueva generación obrera carece de la lealtad casi incontestable que la vieja generación guardaba hacia el movimiento y sus dirigentes.
Un empeoramiento significativo en la situación económica por la crisis que sacude a EEUU y Europa, una radicalización de la lucha de clases por el acicate de la suba de precios y la explotación patronal; o un giro a la derecha en la política del gobierno; todo eso, en conjunto o por separado, dará comienzo a una insatisfacción en las bases peronistas y los sectores populares que sienten al gobierno como propio. Llegado ese momento, los dirigentes kirchneristas tendrán poco margen de maniobra, enfrentados a las presiones opuestas de la clase trabajadora y de la burguesía. La división del movimiento peronista en líneas de clase, como aconteció en cada etapa histórica, será inevitable.
En rigor, el peronismo de izquierda, que incluye al socialismo en sus banderas, es «la cáscara que envuelve un bolchevismo inmaduro», como explicaba Lenin hablando de movimientos similares en las nacionalidades oprimidas de la Rusia prerrevolucionaria. No olvidemos que los mejores elementos de estos movimientos nacionalistas revolucionarios – en Letonia, Lituania, Estonia, Ucrania, Finlandia, Polonia, Georgia, Armenia, y otras partes – fueron ganados al bolchevismo y a la revolución socialista en el fragor de la revolución de 1917.
Y es la tarea de los marxistas aproximarse a los mejores obreros y jóvenes peronistas de izquierda, iniciar un diálogo con ellos y mostrarles las limitaciones del nacionalismo, para convencerlos de la justeza del programa de la revolución socialista y del internacionalismo proletario.
La tarea del momento es, por lo tanto, el fortalecimiento de una corriente marxista que sea capaz de ganarse la confianza de las capas más activas del movimiento obrero y de la juventud para desarrollarse y empalmar, en determinado momento, con el movimiento de masas cuando éste busque, más allá de sus actuales direcciones, el camino de la revolución y de la transformación social.
Publicado el 24 de agosto de 2011 en http://argentina.elmilitante.org
[1] La industria representaba en 1945 el 22,5% del PBI y la agricultura el 19% (Eduardo Basualdo. Los primeros gobiernos peronistas y la consolidación del país industrial: éxitos y fracasos. FLACSO. Cuadernos del CENDES Nº 22, Septiembre-Diciembre 2005.
[2] CEPAL. El desarrollo de la Argentina, mimeo. Santiago de Chile, 1958.
[3] El bonapartismo es un régimen político que restringe total o parcialmente los derechos democráticos, y donde el «hombre fuerte», aunque representa a la clase dominante, se sitúa por «encima de la sociedad» y se equilibra entre las dos clases antagónicas de trabajadores y capitalistas.
[4] Ted Grant. La revolución argentina. Militant. Abril 1973.
[5] Íbidem
[6] Íbidem