Al calor de los acontecimientos en EEUU, publicamos este artículo de John Peterson, dirigente de la sección estadounidense de la Corriente Marxista Internacional, en el que repasa algunos de los acontecimientos históricos de la lucha de clases en el país.

FUENTE ORIGINAL

Para los marxistas, estudiar la historia no es un ejercicio académico. Estudiamos el pasado para comprender mejor el presente y para prepararnos para las batallas de nuestra clase en el futuro. Cada nación tiene su historia y tradiciones, sus métodos y ritmos particulares de la lucha de clases—incluso los EE.UU.

Como marxistas, somos internacionalistas. No tenemos una actitud estrecha, nacionalista hacia la revolución mundial ni hacia los trabajadores estadounidenses—ni siquiera hacia los trabajadores atrasados ​​que actualmente apoyan a Trump. No aceptamos la mentira de que EE.UU. sea un bloque reaccionario.

Lo cierto es que la lucha de clases también se aplica a los Estados Unidos igual que a cualquier otro país dominado por el capitalismo: no puede existir una clase capitalista explotadora sin existir también una clase trabajadora que sea explotada. En realidad, los trabajadores estadounidenses se encuentran entre los más explotados del planeta. Sobre la base de en un nivel extremadamente alto de productividad laboral, los trabajadores estadounidenses crean enormes cantidades de riqueza para los capitalistas, y reciben sólo una pequeña proporción de lo que producen en forma de salarios y otros beneficios.

Es cierto que Estados Unidos es la fuerza más reaccionaria del planeta. Pero dialécticamente, también es el país con más potencial revolucionario. A final de cuentas, todo se convierte en su contrario. Por ejemplo, Estados Unidos fue una vez una colonia de Gran Bretaña. Pero lideró la primera revolución colonial exitosa contra la que en ese momento era la potencia imperialista más poderosa del mundo. Luego se convirtió en su contrario: en la potencia más explotadora y opresiva que el mundo jamás haya visto. Pero nada dura para siempre.

O como otro ejemplo, miremos la Constitución de los Estados Unidos. Es la más antigua en uso continuo en el mundo y sirve modelo de muchas otras a nivel mundial. Pero ese pedazo de papel también tiene sus límites. Ya no puede contener los cambios económicos y sociales que han ocurrido desde que entró en vigencia en 1789, aunque se haya enmendado 27 veces. La crisis del régimen capitalista estadounidense se expresará inevitablemente en una crisis constitucional—y ya lo estamos viendo, por ejemplo con las acusaciones contra Trump.

Conocer y explicar el pasado revolucionario de los Estados Unidos también es importante para mostrar que la revolución no es una idea “no Americana”. Nada más lejos de la realidad. EE.UU. vivió dos revoluciones verdaderamente inspiradoras. Es una experiencia rica en lecciones para los marxistas. Pero la clase dominante ha tenido mucho éxito en enterrar esta historia y sembrar confusión. Por eso debemos revivir estas ideas y traerlas a la conciencia de los trabajadores y jóvenes del mundo, comenzando con nuestros propios camaradas. Porque si se puede hacer una revolución exitosa en los EE.UU., se puede hacer en todo el mundo.

La colonia

Como país joven, la historia de los Estados Unidos y su ascenso a la dominación mundial se comprime en unos pocos siglos muy intensos. El país más rico del planeta puede agradecer su posición geográfica y sus vastos recursos naturales, en parte, por su éxito. ¡Y claro, robar la mitad de México también ayudó un poco!

Pero sobre todo, se construyó sobre las espaldas de millones de esclavos, sirvientes contratados, agricultores, trabajadores, y artesanos indígenas, africanos, y europeos. Gozó de un flujo aparentemente interminable de refugiados políticos y económicos de todo el mundo que buscaban el “sueño americano” en sus tierras.

Aunque existieron culturas indígenas muy interesantes y bastante avanzadas, fueron los europeos quienes introdujeron las clases sociales y el capitalismo embrionario—con algunos restos de feudalismo—a las tierras que un día se organizarían como los Estados Unidos.

La aniquilación de millones de indígenas y la esclavización de millones de africanos formaron parte de la acumulación del capital en Europa y los Estados Unidos. Pero muchos de los primeros europeos que se establecieron en la costa noreste del continente norteamericano fueron demócratas revolucionarios burgueses. Huían de la persecución religiosa y política después de la derrota de luchas revolucionarias en lugares como Holanda, Inglaterra, y Escandinavia.

Trajeron consigo ideas que eran revolucionarias para su época: asambleas y milicias populares; y ciertos derechos democráticos como la libertad religiosa, la libertad de expresión, y la libertad de organización. Estas ideas echaron raíces.

Ya para fines del siglo XVII, los ingleses habían establecido un control bastante firme en América del Norte, habiendo marginado a los holandeses, suecos, finlandeses, alemanes y otros que habían tratado de establecerse en esta parte del Nuevo Mundo. Con el tiempo, la base económica en las colonias americanas de Gran Bretaña se fortaleció.

En las décadas antes de la primera revolución, los estadounidenses generalmente se consideraban sujetos leales de la Corona Británica. Es posible que hayan tenido este o aquel desacuerdo con la madre patria a lo largo de los años, pero llegaron a verse sobre todo como ingleses, especialmente en relación con los franceses, que todavía ocupaban una gran parte del continente. De hecho, en 1750, los franceses controlaban más o menos 5 veces más territorio que los británicos.

Pero las condiciones de vida de los colonos llevaron desde el principio a la creación de instituciones sociales, culturales, políticas, religiosas, y legales únicas. Con el tiempo, estas se separaron cada vez más de las instituciones de la madre patria. Además de ser ingleses, los futuros estadounidenses se identificaron cada vez más como un hombre de Massachusetts o un virginiano.

Con el tiempo, las instituciones peculiares desarrolladas para adaptarse a este nuevo mundo pusieron su sello en el carácter del país y su gente. El “individualismo” y el “espíritu de frontera” típico de muchos estadounidenses tienen sus raíces en este período. Como había tanta tierra disponible, se hizo cada vez más difícil mantener a los hombres y las mujeres libres como mano de obra barata cuando podían mudarse más al oeste y establecerse con su propia propiedad, a pesar de las dificultades que esto implicaba.

Esto condujo a una mayor dependencia de los esclavos y los sirvientes por contrato. Inevitablemente esto llevó a tensiones aún mayores entre las clases en las décadas antes de la primera revolución.

Por ejemplo, en 1676, hubo la rebelión de Bacon en Virginia, en la que esclavos, pequeños agricultores de la frontera oeste y sirvientes por contrato se unieron por encima de líneas raciales para luchar contra el gobierno estatal. Quemaron la capital del estado de Jamestown. En respuesta, se recrudeció la táctica del divide y vencerás basada en el racismo anti-negro—implementada conscientemente para romper la unidad de los explotados y oprimidos.

La primera revolución

Durante siglos, los hombres ricos en las colonias se beneficiaron de la relación con el imperio británico. No sólo en términos económicos sino también militares, con la amenaza de los franceses tan cerca. Pero igual que en otros países, el embrión de una clase dominante nativa creció dentro de la vieja sociedad colonial. Después de la Guerra de los Siete Años, con la derrota de Francia, la burguesía emergente de las 13 colonias americanas ya no quería compartir sus riquezas con el rey de Inglaterra al otro lado del Atlántico.

Finalmente, después de décadas de crecientes tensiones hubo una ruptura revolucionaria con los antiguos gobernantes imperiales. De un lado, los colonos: la naciente burguesía norteamericana y la esclavocracia del sur. Del otro lado, la burguesía aristocrática y semi feudal británica y sus representantes locales.

Mucha gente de izquierdas niega que esta haya sido una revolución “real”. A menudo se presenta la lucha por la independencia como poco más que una lucha de poder entre dos grupos de hombres blancos ricos, con la eventual victoria de los arribistas coloniales, que simplemente se hicieron cargo de las riendas del poder político y económico, y con este o aquel ajuste cosmético, se establecieron ellos mismos como la nueva clase dominante. Algunos en la izquierda incluso lo llaman una “revuelta de propietarios de esclavos”—es decir, ¡se ponen del lado del imperio Británico!

Ahora bien, hay un elemento de verdad en todo esto—pero sólo en la superficie. Nuestra tarea como materialistas históricos es escudriñar debajo de la superficie, desentrañar y comprender las contradicciones internas, las fuerzas fundamentales, los procesos y las luchas de clase que motivaron e impulsaron la revolución. La característica clave para nosotros, al definir una revolución, es la entrada activa de las masas trabajadoras en el escenario de la historia. Esto sucedió a lo grande en las colonias americanas.

En la década de los 1760, amplios sectores de la sociedad colonial se unieron gradualmente contra los británicos y querían un cambio—pero por diferentes razones de clase. La pregunta clave era la siguiente: ¿qué tipo de cambio y en interés de quién? Los ricos, sintiéndose claustrofóbicos dentro del imperio, querían la libertad de obtener ganancias aún mayores en sus propios términos. Las masas trabajadoras, descontentas con su suerte en la vida, encontraron un enemigo en lo que se sentía cada vez más como una ocupación extranjera de su país.

Entonces, por un tiempo, los intereses de los ricos y de los pobres coincidieron, y la ira se dirigió contra enemigo exterior. Este fue el caso durante el movimiento contra los impuestos de la Ley del Sello en 1765.

Pero como los intereses fundamentales de estos dos grupos no eran para nada iguales, las divisiones eran inevitables, y esta unidad temporal fue finalmente destruida por la creciente polarización de clase en la sociedad. Fue un ejemplo clásico de reformismo o revolución, de cambios cosméticos o una transformación social profunda, de jacobinos contra girondinos, de bolcheviques contra mencheviques.

Además, las formas en que las diferentes capas de la sociedad expresaron sus frustraciones fueron muy diferentes. Mientras que los ricos sólo querían negociar mejores términos frente a los británicos, las masas de trabajadores urbanos y pequeños agricultores rurales tomaron cada vez más las cosas en sus propias manos. Si bien los ricos al principio querían incitar cínicamente a las masas para usarlas como palanca contra la Corona, las protestas tomaron vida propia y, a menudo, se volvieron violentas. Los boicots económicos provocaron disturbios y la destrucción de propiedades comerciales, la quema de oficinas del gobierno, y violencia contra funcionarios del gobierno y colonos que apoyaban a la Corona por parte de las multitudes.

Como en todos los procesos revolucionarios, la conciencia de las masas se transformó rápidamente. Desde el reformismo hasta la revolución, las reivindicaciones se hicieron más claras, y los programas políticos y los líderes impulsados por el movimiento fueron puestos a prueba por los acontecimientos, a medida que las masas iban orientándose cada vez más hacia la izquierda. No sólo las masas urbanas—los artesanos, trabajadores, y pequeños comerciantes y abogados—sino también los pequeños agricultores en el campo.

Muchos propietarios de plantaciones de esclavos en el sur del país, que se enfrentaban a la ruina económica debido a sus deudas, también contribuyeron a la lucha. Como tendían a vivir lejos de los centros urbanos y gobernaban con un reino de terror sobre sus esclavos, muchos propietarios de esclavos fueron sorprendentemente audaces en su agitación contra los británicos.

Se celebraron asambleas populares en tabernas, posadas, iglesias, y espacios públicos, particularmente en Nueva Inglaterra, que se convirtieron en focos de agitación revolucionaria. Hubo elementos de doble poder en estas asambleas, que tuvieron lugar en todas las colonias, ya que las masas se expresaron directamente y tomaron decisiones en desafío a los gobernadores y legislaturas instaladas por los británicos.

La impresión y circulación de documentos y panfletos radicales como el Sentido Común de Thomas Paine, también aumentó dramáticamente, a medida que la sed de ideas de las masas crecía exponencialmente. Este es un claro ejemplo de la necesidad y el papel de la prensa revolucionaria, de difundir ideas revolucionarias y unificar la lucha a nivel nacional.

Aunque personas como George Washington o Thomas Jefferson desempeñaron un papel clave e importante, la fuerza motriz fundamental de la historia es la lucha de las masas. Y así fue también en la revolución americana. Con el tiempo, las reivindicaciones y acciones de las masas se volvieron cada vez más coherentes y comenzaron a fusionarse en torno a un programa y una organización cada vez más radical en torno a un tal Sam Adams de Boston.

Fue Sam Adams quien organizó el motín del té de Boston; coordinó el boicot masivo de productos británicos y de comerciantes estadounidenses que vendían esos productos; quien pidió la convocatoria del Congreso Continental; el estratega y agitador clave detrás de escena. Adams organizó los Hijos de la Libertad y los Comités de Correspondencia, una red de radicales que se extendía desde Nueva Inglaterra, ayudando a unificar y coordinar la rebelión en todas las colonias. Sólo en Massachusetts, había unos 300 Comités de Correspondencia, en un estado que en ese momento sólo tenía 450.000 habitantes.

Esto fue lo más cercano a una vanguardia o partido revolucionario que podemos encontrar en esa época de revolución. Sam Adams había pasado toda su vida preparándose para ese momento. Él entendió la necesidad de una dirección audaz y con visión de futuro, de un programa revolucionario y de disciplina y organización. También entendió mejor que nadie la necesidad de conectar las ideas revolucionarias con el movimiento de las masas, y fue increíblemente hábil en ello. Como expresó Adams, “nuestra tarea no es impulsar los acontecimientos, sino mejorarlos sabiamente”.

En la Revolución Americana, como en todas las revoluciones burguesas, no fueron los burgueses quienes llevaron a cabo la mayor parte de la lucha y la muerte por los ideales de “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Fue la gente común y corriente que formó la columna vertebral, la fuerza impulsora de la revolución: los pequeños granjeros, el proto-proletariado, los esclavos, los sirvientes por contrato y los nativos americanos, aunque al final no obtuvieron lo que esperaban ganar con sus sacrificios.

Porque claro, los beneficios políticos y económicos fueron a los banqueros, mercantilistas, abogados y grandes propietarios de tierras y plantaciones de esclavos. Durante los siete años de guerra, las fuerzas de Washington estaban plagadas de enfermedades, hambre, deserciones, liderazgo inútil, corrupción, y un Congreso Continental que las privó de fondos y suministros.

Los soldados también se amotinaron en varias ocasiones, dado el duro trato y las condiciones que soportaban mientras Washington y compañía pasaban los inviernos en una comodidad relativamente lujosa. Sin embargo, los colonos independentistas siguieron adelante, con el apoyo de capas importantes de las masas, y finalmente recibieron el apoyo de miles de tropas y la armada francesa.

Pero no fue un proceso en blanco y negro. Como todas las guerras revolucionarias, esta no fue sólo una guerra entre naciones o clases dominantes antagonistas, sino también una guerra civil, una guerra entre clases y entre capas de clases. No fue tan claro como los “buenos colonos” por un lado, contra los “malos británicos” por el otro. Se estima que alrededor de 400.000 estadounidenses sirvieron en las fuerzas armadas durante el curso del conflicto. Pero hasta 50.000 de estos sirvieron en el lado británico.

Muchos colonos eran indiferentes a la independencia, y simplemente querían paz, tranquilidad, y estabilidad, sin importar quién estaba a cargo. Se ha estimado que aproximadamente un tercio de los colonos estaban a favor de la independencia; un tercio a favor de la corona; y un tercio vacilando entre esos dos polos. Fue una lucha de fuerzas vivas, con muchos flujos y reflujos, y el resultado no era una conclusión inevitable.

También había muchas otras dinámicas, como la llamada “institución peculiar” de la esclavitud, que introdujo muchos elementos contradictorios en la revolución y sus secuelas. De una población de 2,5 millones en ese momento en las colonias, 500.000 eran afrodescendientes, esclavos o libres. Resulta que el primer mártir de la revolución, asesinado en la masacre de Boston en 1770, fue un esclavo negro fugitivo con sangre nativa americana y blanca. ¡Una verdadera mezcla norteamericana!

Pero en última instancia, la historia estaba del lado de los colonos. El 19 de octubre de 1781, en Yorktown, Virginia, el general Cornwallis se rindió a Washington con sus 8.000 tropas. Había estado rodeado por una fuerza combinada franco americana de 14.000 soldados y no tenía salida. Mientras sus tropas británicas y mercenarios alemanes marchaban para rendirse, las bandas británicas tocaron una canción de la revolución inglesa, llamada “El mundo al revés”. Y el mundo realmente estaba patas arriba.

Como lo expresó Lenin en su “Carta a los trabajadores estadounidenses”:

La historia de la América moderna y civilizada se abrió con una de esas grandes, realmente liberadoras, realmente revolucionarias guerras de las que ha habido tan pocas en comparación con la gran cantidad de guerras de conquista, que, como la guerra imperialista actual, fueron causadas por disputas entre reyes, terratenientes o capitalistas por la división de tierras usurpadas o ganancias obtenidas ilegalmente.

Esa fue la guerra que el pueblo estadounidense libró contra los ladrones británicos que oprimieron a Estados Unidos y la mantuvieron en la esclavitud colonial, de la misma manera que estos chupasangres “civilizados” todavía están oprimiendo y reteniendo en la esclavitud colonial a cientos de millones de personas en la India, Egipto, y todas las partes del mundo.

Y esta es precisamente la razón por la cual los historiadores de la clase dominante han despojado a la Revolución Americana de su verdadero contenido de clase. No quieren que recordemos que, como en todas las revoluciones sociales, fueron las masas las que impulsaron el proceso en cada etapa. Tampoco quieren que recordemos las masivas expropiaciones de propiedad privada, o los ataques contra el poder y los privilegios de la clase gobernante que la revolución desencadenó.

Queda muy claro que en el fondo fue mucho más que una rebelión colonial.

Las transformaciones sociales que resultaron de la guerra revolucionaria y sus secuelas fueron significativas. Fue una verdadera revolución social, y no simplemente una revolución política. Los colonos americanos llevaron a cabo la revolución democrática burguesa en una escala y en un grado nunca antes visto en la historia. En relación con el tamaño de la economía y la población, la Revolución Americana resultó en una de las mayores expropiaciones de propiedad privada en la historia mundial.

En el estado de Nueva York, todas las tierras y alquileres de la Corona, y más de 2,5 millones de acres de propiedades señoriales fueron expropiadas, incluido una que tenía dos tercios del tamaño de todo el estado actual de Rhode Island. En Carolina del Norte, la finca de Lord Granville, que comprendía ⅓ de toda la colonia, también fue expropiada. La situación fue similar en estados como Pensilvania y Virginia, donde se expropió la propiedad Fairfax de 6 millones de acres.

Estas propiedades se dividieron en miles de pequeñas parcelas, una reforma agraria de gran alcance, uno de los cimientos de la revolución democrático-nacional. Esto dio lugar al surgimiento de una gran clase de pequeños agricultores independientes. Millones de dólares de otras formas de propiedad también fueron expropiados—sin compensación.

Los requisitos de propiedad para obtener el voto se relajaron. Las iglesias oficiales que existían en algunas de las colonias también quedaron excluidas de los fondos estatales, ya que la separación de la iglesia y el estado finalmente se convirtió en ley.

Y aunque la esclavitud adquirió una nueva vida después de la invención de la desmotadora de algodón a principios del siglo siguiente, se abolió en seis de las colonias de inmediato, y miles de esclavos obtuvieron su libertad, también en los estados sureños. Además, el comercio de esclavos fue legalmente prohibido, aunque en la práctica continuó durante décadas.

Una nueva riqueza y una nueva clase dominante surgieron casi de la noche a la mañana, cuando abogados, hábiles artesanos, comerciantes y banqueros llenaron con ganas el vacío dejado por los funcionarios coloniales británicos y los Tories que apoyaban la Corona.

Se ha estimado que al menos 100.000, y quizás hasta 200.000 Tories huyeron del país, principalmente a Canadá, y algunos a Gran Bretaña. En relación con la población del país, fue una de las emigraciones políticas y económicas más masivas de la historia moderna; 10 veces más per cápita que los que huyeron de Francia durante el “Reino del Terror” en 1790.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas para la nueva clase dominante. Después de la guerra se desató una profunda crisis económica. Esto condujo a un intenso conflicto de clase interno. En cada una de las 13 antiguas colonias británicas, pequeños agricultores económicamente arruinados y veteranos de guerra revolucionaria tomaron el camino de la lucha en un intento de establecer una sociedad más igualitaria.

Su credo era:

Que la propiedad de los Estados Unidos ha sido protegida de la confiscación de Gran Bretaña por los esfuerzos conjuntos de todos, y por lo tanto debe ser propiedad común de todos, y el que intente oponerse a este credo es un enemigo de la equidad y la justicia, y debería ser barrido de la faz de la tierra.

Recuerda mucho al tipo de lenguaje usada por gente como Emiliano Zapata o Manuel Palafox en la Revolución Mexicana. La rebelión de Shays, un levantamiento masivo de granjeros descontentos de Massachusetts, fue el más emblemático. Los shaysitas incendiaron edificios judiciales, liberaron a sus camaradas encarcelados en las cárceles de deudores, e incluso planeaban marchar a Boston y quemarla para romper el poder político de los odiados bancos y grandes comerciantes. Pero la rebelión finalmente fracasó.

No obstante, esta ola de luchas contra la nueva aristocracia económica tuvo un gran efecto en el tipo de Constitución y gobierno que posteriormente se estableció en los Estados Unidos. Condujo a una constitución y un sistema federal más centralizado que el previsto originalmente por los “Padres Fundadores”, y permitió la creación de un ejército permanente para enfrentar la disidencia interna.

Cuando estalló la posterior Rebelión del Whisky en el oeste de Pensilvania entre 1791 y 1794, el gobierno federal se movió decisivamente para sofocarla, enviando 13.000 soldados, con el propio presidente George Washington al frente del ejército. Estaban decididos a enviar el mensaje claro de que los levantamientos populares no serían tolerados.

La joven burguesía estadounidense ahora tenía el poder firmemente en sus manos, y procedió a establecer estructuras, leyes e instituciones para enriquecerse y defender sus intereses. Utilizó el poder del estado para erradicar los restos del antiguo sistema y construir cimientos sólidos para su eventual ascenso a la preeminencia mundial.

Se asentaron las bases para el desarrollo de los medios de producción a mayor escala, y el eventual dominio del capital industrial y financiero. Con todo un continente para ocupar, conquistar y explotar, había mucho espacio para extender el país y el sistema capitalista en el que se basaba.

El intermedio

Pero había un pequeño detalle. La esclavitud había sobrevivido a la revolución. Por ejemplo, la Constitución contaba a los esclavos como 3/5 de un ser humano a la hora de contar la población para asignar votos. Esto le dio a los estados esclavistas mucho más poder político en el gobierno federal en relación al número de ciudadanos con voto en esos estados.

En las décadas previas a la Guerra Civil de 1861–1865, las tensiones entre los esclavistas y los crecientes capitalistas del norte aumentaron. Se trató de mantener el statu quo con una serie de compromisos.

Pero la revolución industrial avanzaba mucho más rápidamente en el norte. Tanto el sur como el norte producían para el mercado capitalista mundial y doméstico. La esclavitud y el capitalismo estaban profundamente entrelazados. De hecho, el lugar más rentable para el comercio de esclavos era la ciudad de Nueva York, Wall Street, aunque la esclavitud en sí era ilegal en el estado.

Anteriormente, los intereses del Norte y el Sur habían coincidido en su lucha contra los británicos, contra Shays y otras rebeliones internas. Pudieron compartir el poder conjuntamente en el mismo estado nacional durante un período de décadas. Pero con el tiempo, a medida que la economía se desarrollaba, los grandes burgueses del Norte y el Oeste querían más poder político. Como hemos visto, el Sur tenía un poder político mucho mayor del que ameritaba por su población o industria. La fase mutuamente beneficiosa se convirtió en su contrario. El marco de la Constitución original alcanzó sus límites y estalló.

Los esclavos eran la mercancía número 1 en los Estados Unidos. Valían $3,5 mil millones—más que todos los ferrocarriles, fábricas, y bancos. En 1860, los esclavos en los Estados Unidos producían el 80% del algodón del mundo. Le llamaban El Rey Algodón. La mano de obra esclava era un uso ineficiente de la tierra y la fuerza de trabajo, un obstáculo para una mayor expansión del capital industrial y financiero y la explotación de obreros asalariados. Pero pocos esperaban al cataclismo que venía.

Antes de la guerra civil las rebeliones de esclavos fueron una ocurrencia bastante común, por ejemplo, el levantamiento de Nat Turner en 1831. Y quizás el más importante, el intento fallido de John Brown de liberar esclavos para desencadenar una guerra civil en 1859. Esto condujo a la construcción de milicias armadas y preparativos para la guerra en el Sur.

Luego, Abraham Lincoln fue elegido presidente en 1860. Lincoln estaba personalmente en contra de la esclavitud, pero no a favor de abolirla—porque era legal según la Constitución. Sólo quería evitar que se extendiera a nuevos estados y territorios. Pero incluso esto era demasiado para los esclavistas sureños. Porque a pesar del valor de los esclavos y el algodón, quedaba claro que con el tiempo, el Norte dominaría totalmente al gobierno federal como ya dominaba la economía. Esta era una amenaza mortal para la llamada “forma de vida” del Sur.

Incluso antes de que Lincoln asumiera el cargo, Carolina del Sur se separó. Finalmente, 11 estados del sur se separaron y luego comenzaron a ocupar y atacar propiedades federales. Al principio, el Norte luchó sólo para sofocar la “rebelión” y restablecer la unión más o menos en las viejas líneas.

El plan del Sur era abandonar la Unión y construir un vasto imperio de esclavos, conquistando a Cuba y el resto del Caribe, a México e incluso partes de América del Sur.

La guerra era ahora la única forma posible de resolver la contradicción entre dos conceptos de libertad, dos conceptos de trabajo, dos conceptos de propiedad. ¿Trabajo asalariado o esclavo? ¿Propiedad en capital e industria, o propiedad en esclavos? ¿Libertad de la esclavitud o libertad de poseer esclavos?

La segunda revolución

La Guerra Civil estadounidense fue uno de los ejemplos más dramáticos de la lucha de clases en toda la historia humana. Fue la Segunda Revolución Americana. En esencia, fue una guerra revolucionaria entre el capitalismo del norte, que en ese momento era un sistema históricamente progresivo, y el sistema de plantaciones de esclavos en el sur. Como dijo Lincoln: “No espero que la Unión se disuelva, no espero que la casa se caiga, pero sí espero que deje de dividirse. Se convertirá toda en una cosa o en otra”.

Marx, Engels y la Primera Internacional fueron partidarios entusiastas de Abraham Lincoln y lo instaron a librar una guerra despiadada contra la esclavitud. Marx describió a la república estadounidense como “un faro de libertad para toda la humanidad”. También llamó a la Guerra Civil norteamericana “el mayor evento de la época”.

Una vez más, los que lucharon en ambos lados eran trabajadores comunes, pequeños agricultores, esclavos, ex-esclavos e inmigrantes. Lugares de trabajo enteros en el norte cerraron durante la guerra y se unieron al Ejército de la Unión para luchar contra la esclavitud. Muchos revolucionarios de Europa, incluidos muchos alemanes que habían trabajado estrechamente con Marx y Engels, también se unieron al Ejército de la Unión.

Los procesos revolucionarios expresan contradicciones profundas y necesidades históricas. No se trata de la voluntad subjetiva de individuos, aunque el papel específico del individuo en la historia es indudable y pone su sello en los eventos e incluso puede determinar el resultado en un momento crucial. Lincoln comenzó con un enfoque legalista, de sofocar una rebelión regional, de detener la secesión y defender la propiedad federal. Pero sobre la base de los acontecimientos, se transformó en una guerra revolucionaria para destruir y expropiar la causa raíz y el apoyo principal a la revuelta del Sur: la esclavitud. Incluso si se afirmaba—y se afirma hasta el día de hoy—que se trataba de los derechos de los estados y la “libertad” del Sur contra la tiranía del Norte.

Este es otro ejemplo clásico de cómo una lucha por reformas menores se puede convertir en una lucha revolucionaria total. Este fue el gran mérito de Lincoln: se podría haber limitado la lucha para reformar cosméticamente el viejo status quo, y seguramente habría fracasado. Al principio de la guerra, Lincoln había declarado que no quería que el conflicto “descendiera a una lucha revolucionaria violenta e implacable”. Que no se realizarían ataques a la propiedad, incluida la propiedad de esclavos. Pero las condiciones, la conciencia y las personas cambian.

Una vez que se comprometió a seguir el curso de la historia, lo impulsó a su manera y lo transformó en una lucha revolucionaria, por ejemplo, armando a cientos de miles de ex-esclavos. Como lo explico Lincoln: “No afirmo haber controlado los acontecimientos, sino que confieso claramente que los acontecimientos me han controlado”.

Fue la primera guerra “moderna”, no de maniobras tácticas. Hubo enormes avances en tecnología con enormes pérdidas de vida en ambos lados. Engels se refirió a ella como “la primera gran guerra de la historia contemporánea”. En última instancia, el Norte tenía la historia de su lado, es decir, la economía. Por ejemplo, el norte tenía más del doble de la población, 18 millones. El sur tenía 9 millones de personas, pero casi 4 millones de estos eran esclavos. La capacidad industrial sólo del estado de Nueva York era 4 veces mayor que la de todo el sur. Había 24.000 millas de ferrocarril en el norte, y construyeron 4.000 más durante la guerra. El Sur tenía sólo 9.000 y construyeron sólo 400 más.

Al principio, el Norte no tenía ejército, en la práctica. El ejército de la Unión en 1860 tenía sólo 16.000 soldados, y la mayoría de los cuadros y oficiales se fueron con la Confederación del Sur. Pero con su población y base industrial, rápidamente agregaron 75.000 soldados y eventualmente hasta 1 millón. En un par de años, Estados Unidos tenía el ejército y la armada más grandes y mejores entrenados y equipados del mundo.

Otro punto importante fue la lucha de los propios esclavos. Cientos de miles de esclavos se negaron a trabajar o sabotearon la economía del sur. Medio millón se auto-expropiaron al escapar a las líneas de la Unión, donde al principio fueron tratados como “contrabando de guerra”. Pero para el final de la guerra, unos 180.000 habían luchado en los ejércitos de la Unión.

Hubo más de 10.000 batallas documentadas durante la Guerra Civil y 237 batallas principales. La batalla de Gettysburg, en julio de 1863, fue la batalla más grande que se haya librado en el hemisferio occidental. Participaron 160.000 soldados, hubo el bombardeo de cañones más grande de la historia en el hemisferio, la batalla de caballería más grande, etc. En 3 días de batalla hubo más de 50.000 muertos, heridos, y desaparecidos.

Algunas batallas tuvieron un nivel de bajas de entre el 10 y el 30%. En la Batalla de Antietam, hubo más víctimas en 1 día que en todas las guerras estadounidenses anteriores combinadas: 23 mil muertos heridos o desaparecidos en un solo día, 4 veces más que durante la Invasión de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. En total durante la guerra, murieron unos 750,000 soldados—a los que hay que añadir las víctimas civiles. Cientos de miles más fueron heridos y mutilados. El 2,4% de la población de 1860 murió. Eso sería equivalente a 7,5 millones de muertos hoy en día. Más o menos el equivalente a toda la población del estado de Jalisco en México, o de Paraguay.

La Guerra Civil representó la segunda etapa de la revolución nacional-democrática estadounidense. La liberación de 3 millones de esclavos fue un enorme acto de expropiación. ¡Así que no aceptamos para nada que hay algo “no americano” en armar a la población y usar la fuerza para expropiar la riqueza de un puñado de ricos! Increíblemente, todos los esclavos podrían haber sido comprados por la mitad del costo de la guerra. Pero no hubo vendedores dispuestos en el Sur hasta que fue demasiado tarde para ellos.

El sur quedó en la pobreza. La guerra acabó con 2/3 de su riqueza, 2/5 de su ganado, y más de la mitad de su maquinaria agrícola. Entre 1860 y 1870, la riqueza del norte aumentó en un 50% y la riqueza del sur disminuyó en un 60%. Muchos estados del Sur sufrieron bajas de 25% de su población de hombres blancos en edad militar. He aquí un hecho sorprendente: en 1866, un año después de que terminó la guerra, el 20% del presupuesto estatal de Mississippi se gastó en extremidades artificiales.

La época de la reconstrucción

Pero una vez que la economía de esclavos fue destruida, el escenario estaba preparado para el florecimiento implacable y despiadado del capitalismo en todo el continente, comenzando con el Sur. Esta época se conoce como la reconstrucción.

Los antiguos esclavos ahora eran “libres”—libres de vender su fuerza de trabajo por un salario—y libres para trabajar como aparceros (que era prácticamente como la servidumbre medieval). También eran libres de ser arrestados por delitos menores, como el “delito” de encontrarse sin hogar y sin propiedad. Libres de ser encarcelados como criminales y de tener que trabajar como esclavos penales. Por cierto, hasta el día de hoy, el trabajo esclavo sigue siendo legal en los EE.UU. si has sido condenado por un delito.

Comenzó una migración masiva, y millones de ex-esclavos emigraron del sur para escapar de los horrores del sistema Jim Crow de segregación, similar al apartheid, del terror del KKK, y en busca de trabajo en las industrias en rápida expansión del norte y oeste.

Pero el fin de la esclavitud significó que las líneas de la lucha de clases en los Estados Unidos se hicieron más claras que nunca. La lucha de clases se transformó en una batalla titánica entre la clase obrera en rápido crecimiento y la clase capitalista cada vez más rica, con las capas medias cada vez más marginadas. Dada la feroz ofensiva de los patronos, los trabajadores se vieron obligados a organizarse colectivamente para defender sus intereses.

En las décadas posteriores a la Guerra Civil, el movimiento obrero organizado tomó impulso. Por ejemplo, en 1877, una ola masiva de huelgas en los ferrocarriles se extendió por todo el país e incluso condujo a una comuna obrera en la ciudad de St. Louis, Missouri, durante la cual consejos obreros electos y milicias obreras controlaban esa importante ciudad. En ciudades cercanas como Chicago, los periódicos burgueses estaban aterrorizados y advertían de una Comuna de París estadounidense.

Miles de obreros murieron trabajando en condiciones bárbaras a fines del siglo 19 y principios del siglo 20, condiciones demasiado familiares para los obreros de toda América Latina en la actualidad. Se formaron enormes sindicatos al calor de violentas batallas de clases, y muchos activistas obreros fueron martirizados, como Joe Hill.

En la década de 1930 hubo muchas luchas importantes y el surgimiento de un nuevo tipo de sindicalismo, el sindicalismo industrial del CIO, el Congreso de Organizaciones Industriales, en oposición al antiguo sindicalismo de oficio.

Huelgas heroicas de mineros en el oeste, de las trabajadoras de la confección en el noreste, de obreros textiles en el sur, obreros automotrices en el medio oeste, incluidas las huelgas en Flint, Michigan y, por supuesto, la huelga de los Teamsters dirigida por los trotskistas en Minneapolis en 1934. Todas estas luchas contienen muchas lecciones y vale la pena estudiar esta historia en detalle.

La posguerra y la situación actual

La Segunda Guerra Mundial y el auge de la posguerra cortaron estos movimientos. Pero hay que reconocer que la ola de huelga más grande en la historia de Estados Unidos fue inmediatamente después de la guerra. Más de cinco millones de trabajadores fueron a la huelga en 1946.

En los años 50 y 60, vemos el inspirador movimiento por los Derechos Civiles y el surgimiento de grupos como las Panteras Negras y el movimiento contra la guerra en Vietnam. Más recientemente, vimos los millones que se opusieron a las guerras en Irak y Afganistán, el movimiento masivo por los derechos de los inmigrantes de 2005/2006, el movimiento Occupy que comenzó en Wall Street, Black Lives Matter y el movimiento en torno a Bernie Sanders y las históricas manifestaciones contra Trump .

Así que la historia de Estados Unidos es muy similar a la historia del resto del mundo: es una historia de lucha de clases. La tendencia a lo largo de los siglos ha sido hacia una concentración creciente de riqueza por un lado, y una concentración de la clase obrera por el otro. Hoy vivimos en una época de austeridad, guerra, crisis, revolución y contrarrevolución y Estados Unidos está en el corazón de este proceso.

El capitalismo está en un callejón sin salida a escala mundial y ya no puede desarrollar los medios de producción ni mejorar la calidad de vida de la mayoría.

La decadencia es evidente. El sistema está estancado, basado en el parasitismo y la especulación, y representa una amenaza existencial para la supervivencia de la especie humana. La base económica del imperialismo estadounidense está desequilibrada y, como resultado, ya no es la fuerza monolítica que alguna vez pareció ser.

La clase dominante está profundamente dividida sobre cómo proceder. Como explicó Lenin, uno de los primeros indicios de que se acerca una época de revolución social es cuando la clase dominante no puede continuar gobernando como antes. ¡La victoria de Donald Trump representa un claro ejemplo de esto!

Ahora nos enfrentamos a una nueva generación que no conoce más que el mundo posterior a 2008: austeridad, recortes, crisis y traiciones. Ha habido una sorprendente transformación en la conciencia—y es sólo el comienzo.

La campaña presidencial de 2016 de Bernie Sanders dio una salida a la frustración acumulada y al interés por el socialismo. Cambió la política de los Estados Unidos para siempre. Ahora millones de personas se consideran socialistas.

Presentamos algunos datos de encuestas recientes:

  • El 70% de los estadounidenses entre 18 y 29 años, los llamados milenials, dicen que votarían por un candidato socialista;
  • Sólo uno de cada diez adultos está de acuerdo en que el sistema bipartidista funciona “bastante bien”.
  • Seis de cada diez estadounidenses están a favor de un tercer partido político.
  • El 36% de los milenials encuestados dicen que aprueban el comunismo, un aumento respecto al 28% que lo afirmaban en 2018;
  • Los milenials constituyen el 30% de la población de los Estados Unidos. Es decir, 75 millones de personas, y un tercio de ellos dicen que aprueban el comunismo y el marxismo, ¡eso representa 25 millones de contactos potenciales para la CMI en el corazón de la bestia!
  • Y luego sigue la “Generación Z”, que viene después de los milenials. La generación más joven representa un 25% más de la población, y están aún menos agobiados por el pasado y tienen incluso menos lealtad a los partidos e instituciones existentes. ¡Eso representa millones de contactos potenciales más!
  • Entonces, combinado con los milenials, el socialismo tiene un apoyo mayoritario entre el 60% de la población, y es la sección más importante de la población, la juventud.
  • Increíblemente, entre aquellos que tienen una actitud “muy favorable” hacia el socialismo, casi la mitad (47%) dice que la acción violenta contra los ricos está “a veces justificada”.

En el país del “temor rojo” y el Macartismo ¡la mayoría de las mujeres y las generaciones más jóvenes están a favor del socialismo!

Es cierto, por supuesto, que la mayoría de esta gente no entiende lo que es realmente el socialismo. Pero ¿quién puede negar que esto sea de extrema importancia sintomática?

Y claro, hay una base material para estos cambios en la conciencia, que en última instancia tiene sus raíces en la economía.

Más datos interesantes:

  • En las últimas tres décadas, la riqueza del 1% más rico aumentó en $ 21 billones, mientras que el 50% más pobre vio caer su patrimonio neto en $ 900 mil millones.
  • Las ganancias empresariales del año pasado fueron de $2,3 billones. ¡Eso es literalmente el DOBLE del PIB de México!
  • El 0.1% más rico de los estadounidenses ahora posee tanta riqueza total como el 90% de la población.
  • Tres individuos tienen en sus manos más riqueza que los 160 millones de estadounidenses más pobres—más que la población de todo México!
  • Mientras tanto, casi el 80% vive de sueldo a sueldo.
  • El salario mínimo federal es de $7.25 por hora. Un trabajador con salario mínimo necesita 2.5 empleos de tiempo completo para poder pagar un departamento en la mayoría de; país. Es decir, trabajar 100 horas a la semana.
  • Uno de cada seis niños estadounidenses vive en la pobreza—12 millones de niños.

Esta es la situación real en los Estados Unidos. Si bien la miseria no llega al mismo grado que en muchas partes de América Latina, millones de estadounidenses viven en condiciones del mundo subdesarrollado.

Y no olvidemos que, estos son los “buenos tiempos”. Una crisis económica aún más profunda sólo es cuestión de tiempo. Técnicamente, ésta es la recuperación económica más larga en la historia de los Estados Unidos.

Los burgueses serios ven el resurgimiento socialista como una amenaza potencialmente existencial para su sistema. Tienen razón en preocuparse y han lanzado todo tipo de ataques contra él. Incluso Trump ha declarado que Estados Unidos nunca será un país socialista. ¡Esta es una señal de miedo y debilidad, no de fuerza!

La decadencia del capitalismo se manifiesta de varias maneras. Hay una epidemia nacional de heroína y opioides. A nivel nacional, las sobredosis de drogas se han triplicado desde 1990, y ahora las sobredosis y los suicidios representan más muertes que los accidentes automovilísticos. Las masacres en masa ya son tan comunes que la gente ya casi ni se da cuenta.

Pero todo esto también tiene su contrario. Como ejemplo, el movimiento juvenil contra el cambio climático es un desarrollo increíble e importante en el que los marxistas de Estados Unidos hemos intervenido enérgicamente. También vemos el inicio de un resurgimiento del movimiento obrero después de varias décadas muy difíciles.

Después de alcanzar un nivel del 34,8% en 1954, ahora sólo el 10,5% de los trabajadores estadounidenses están afiliados a un sindicato, y en el sector privado la cifra es de sólo el 7,2%. En la década de los 1970, hubo un promedio de 269 huelgas al año. En 2017 sólo hubo 7 huelgas. Pero debajo de la superficie, el topo de la historia estaba cavando.

Aparentemente de la nada, 35.000 maestros en Virginia del Oeste lanzaron una huelga en enero de 2018, en protesta por un aumento salarial del 1%. La huelga cerró todas las escuelas públicas del estado durante una semana hasta que los legisladores acordaron otorgarles un aumento del 5% y congelar las primas de seguro de salud temporalmente. Este es un estado tradicionalmente conservador que votó masivamente por Trump.

Esta victoria provocó una reacción en cadena de huelgas de maestros que se extendió a Oklahoma, Arizona, California y más allá. A fines de 2018, el número de trabajadores estadounidenses involucrados en paros laborales, que incluyen huelgas y cierres patronales, fue el más alto desde 1986.

Hay aproximadamente 130 millones de trabajadores en los Estados Unidos, sin contar a los miembros no trabajadores de sus familias. Y, sin embargo, a pesar de representar sólo un tercio del uno por ciento de la fuerza laboral de los EE.UU., los huelguistas de 2018 transformaron el panorama de la lucha de clases. Miles más participaron en huelgas y luchas más pequeñas que no se reflejan en las cifras oficiales. Y la tendencia ha continuado.

Y no es sólo el creciente número de huelgas lo que está preñado de implicaciones para el futuro. También es la actitud de los trabajadores y los jóvenes hacia los sindicatos, y la creciente conciencia de lo que significa pertenecer a la clase obrera. Hay un resurgimiento de la conciencia de clase y el interés en organizarse en un sindicato. La presión está aumentando en el AFL-CIO, la central principal de sindicatos, que durante décadas ha sido un bastión del conservadurismo y la colaboración de clase cobarde.

La principal federación laboral del país, representa a 12,5 millones de trabajadores activos y jubilados en 55 sindicatos nacionales e internacionales. El poder potencial de esta organización para movilizar a millones de trabajadores en huelgas, huelgas de solidaridad e incluso huelgas generales es innegable. Claro, eso es lo último que quiere la actual dirección.

Pero en 2021 habrá elecciones en la AFL-CIO y ya hay una candidata potencial muy interesante. Sara Nelson, líder de los auxiliares de vuelo, de las aeromozas, un sector muy estratégico. A principios del 2019, ella llamó a una huelga general para poner fin al cierre del gobierno que inició Trump por el conflicto sobre el muro fronterizo. Su llamada y una ola de “enfermos” por parte de los trabajadores de control de tráfico aéreo pusieron fin rápidamente al cierre. Como lo expresó Nelson: “Sólo la acción directa, o la amenaza de ello, moverá al patrón”.

Todo esto se desarrollará en el contexto de las elecciones presidenciales de 2020. Si la próxima crisis económica estalla en serio en los próximos meses, las cosas realmente estarán en el aire.

La lucha de clases y la polarización de la sociedad estadounidense pueden acelerarse más rápidamente de lo que nadie espera. Los eventos inspiradores en Sudán, Argelia, Hong Kong, Ecuador, Chile, y más allá son una muestra de que los trabajadores del mundo están llenos de lucha, y los trabajadores estadounidenses no estarán muy lejos por detrás. El “proceso molecular de la revolución” del que hablaba Trotsky también afecta al corazón de la bestia.

Podemos anticipar un aumento de huelgas, campañas de organización y tendencias militantes de lucha de clases en los sindicatos. Y en la medida que las luchas económicas no son suficientes como para detener la austeridad y la caída de los niveles de vida de la mayoría, esta energía eventualmente, de una forma u otra, retroalimentará la lucha para construir un partido obrero de masas. El interés por el socialismo continuará creciendo y habrá una comprensión cada vez más clara de lo que realmente es el socialismo.

Los acontecimientos internacionales y el ciclo económico también jugarán un papel importante en la consciencia de las masas. El hecho es que las condiciones materiales para la transformación socialista de la sociedad están más que maduras en los Estados Unidos, quizás más maduras que en cualquier otro país en el mundo. La propia experiencia de la vida bajo el capitalismo será el mejor maestro, y los obreros y los jóvenes ya están aprendiendo rápidamente.

La clase trabajadora es la abrumadora mayoría de los Estados Unidos. Los efectos de una huelga de incluso una pequeña porción de los trabajadores estadounidenses serían devastadores para las ganancias de los capitalistas.

Por ejemplo, apenas 36.000 estibadores sindicalizados cargan y descargan todos los barcos en la costa oeste de los Estados Unidos. Cada contenedor importado a la costa del Pacífico de EE.UU. desde Asia y más allá debe pasar primero por las manos de un pequeño puñado de trabajadores sindicalizados.

Una huelga de un día de estos estibadores provocaría miles de millones de dólares en pérdidas para los capitalistas. Este es un indicio claro del poder colosal de la clase trabajadora estadounidense. Lo mismo se aplica a las manufacturas, comunicaciones, el transporte, la educación, los servicios médicos, etc.

Conclusión

Como marxistas entendemos que una revolución exitosa en cualquier parte del mundo transformará la situación. Dada su posición económica y militar, y sobre todo, la fuerza de su clase trabajadora, la victoria de la revolución socialista estadounidense significará en última instancia la liberación de toda la humanidad.

Como escribió el camarada León Trotsky al comentar sobre su breve estadía en la ciudad de Nueva York antes de regresar a Rusia en marzo de 1917: “[Estados Unidos es] la fundidora en la que se forjará el destino del hombre”.

La Primera Revolución Americana fue una inspiración para la Revolución Francesa, Simón Bolívar, y muchos otros movimientos revolucionarios para la liberación nacional y la independencia. La Segunda Revolución Americana, la Guerra Civil, también inspiró a muchos—incluyendo a personas como Fidel Castro. La revolución socialista estadounidense también transformará a los Estados Unidos en una fuente de inspiración para los trabajadores de todo el mundo.

Debemos tener confianza en la clase obrera de todo el mundo, igual que tenemos confianza en las ideas del marxismo. Probablemente, antes de la Guerra Civil, mucha gente decía que los estadounidenses eran una bola de reaccionarios racistas y esclavistas. Pero todo en este mundo se convierte en su contrario—¡estemos atentos!