Morsi ha caído. El magnífico movimiento de las masas ha demostrado una vez más al mundo entero el verdadero rostro del pueblo egipcio. Esto demuestra que la revolución, que muchos incluso en la izquierda creían haberse estancado, todavía posee inmensas reservas sociales.
A pesar de toda la propaganda mentirosa que trata de presentar la revolución como un «golpe de Estado», se trató de una verdadera insurrección popular, que se extendió como un reguero de pólvora a través de cada ciudad y pueblo de Egipto. Esta fue la Segunda Revolución egipcia.
En la última semana hubo, en la estimación más conservadora, 17 millones en las calles, y los llamamientos a una huelga general estaban en el aire. Este fue un levantamiento popular sin precedentes en la historia. En su escala y alcance superó de lejos, incluso, la revolución que derrocó al dictador Mubarak hace menos de dos años.
Sin ningún partido, organización ni dirección, las masas desafiaron valientemente a un régimen odiado. En palabras de Marx, siguiendo los pasos de la Comuna de París, «tomaron el cielo por asalto». La revolución avanza con botas de siete leguas, empujando todos los obstáculos a un lado.
Trotsky explica que «la historia de las revoluciones es para nosotros, ante todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de su propio destino». Ese es el significado interno de la revolución egipcia. Como toda gran revolución, ha despertado a la sociedad hasta sus profundidades. Ha dado una voz y una forma a las aspiraciones informes de las masas por una vida digna y un futuro mejor.
«Pero las masas son confusas políticamente, no tienen un programa claro y no saben lo que quieren.» Este es el razonamiento estéril de los formalistas y sectarios. Es el producto de la ignorancia de lo que es una revolución.
Por su propia naturaleza, la revolución significa la entrada en la escena de la historia de los millones de personas no instruidas políticamente. Ellas no han leído ningún libro marxista y no son miembros de ningún partido. Pero son el impulso primario real de la revolución, y la única garantía de su éxito.
En las primeras etapas de la revolución las masas son confusas e ingenuas. ¡Naturalmente! ¿Quién estaba allí para educarlas? ¿Quién puede hacer eso ahora? Las masas sólo pueden aprender a través de su experiencia directa en la acción. Están aprendiendo del libro más grande de todos – el libro de la vida.
En una revolución, sin embargo, las masas aprenden rápido. Los hombres y mujeres en las calles de El Cairo, Alejandría y de otras ciudades han aprendido más en los últimos días y semanas que en toda su vida. Por encima de todo, han aprendido su propio poder colectivo – el poder para desafiar a los gobiernos y a los Estados, a los políticos y a los burócratas, a los generales y jefes de policía – y a ganar.
Esta es una lección muy poderosa, pero también muy peligrosa desde el punto de vista de la clase dominante – y no sólo de Egipto. Los líderes de Turquía, Arabia Saudita, Jordania, Marruecos y Qatar están temblando desde la cabeza hasta los pies. Pero las ondas de choque procedentes de Egipto se están extendiendo mucho más allá.
El pueblo de Egipto está dando un ejemplo peligroso a los trabajadores y jóvenes de todo el mundo. En Portugal, el gobierno está a punto de colapsar como consecuencia de las manifestaciones masivas y de una huelga general. El pueblo de Portugal se niega a aceptar la imposición de más dolor a manos de la pandilla burguesa de Bruselas y Berlín. Todo el plan de «austeridad para los trabajadores y beneficios para los banqueros» se ve amenazado por esto – y con ello, el futuro mismo del euro.
¿Fue un golpe de Estado?
La reacción de los imperialistas a los acontecimientos de Egipto ha sido una combinación de miedo, impotencia y traición a partes iguales. Los estadounidenses eran tan impotentes para influir en estos eventos como lo fueron hace dos años. Ellos se han visto obligados a recurrir a maniobras e intrigas entre bastidores con la cúpula del ejército egipcio, respaldadas por amenazas y chantajes.
Todo el mundo sabe que los jefes del ejército hicieron un trato con Morsi y la Hermandad Musulmana hace un año por el que les entregaron nominalmente el poder a estos ladrones y bandidos a cambio de dejar intacto el viejo aparato estatal. A los asesinos y torturadores del antiguo régimen se les permitió permanecer libres.
Ningún general o jefe de la policía fue llevado a juicio por sus crímenes contra el pueblo. Se les permitió seguir saqueando el Estado y llenarse los bolsillos como antes, pero a los ricos hombres de negocios que están detrás de los Hermanos Musulmanes se les permitió participar en el saqueo.
Si los jefes del ejército decidieron deshacerse de Morsi fue sólo porque se vieron obligados a hacerlo por un movimiento irresistible de las masas. Los generales tenían miedo de que si no actuaban, las masas podrían ir más allá y pasar a tomar el poder en sus propias manos. Ellos decidieron sacrificar Morsi con el fin de salvar lo salvable del viejo aparato estatal y, sobre todo, su propia riqueza, poder y privilegios.
Los medios de comunicación burgueses está agitando la idea de que este «golpe de Estado» no presagia nada bueno para la «democracia» en Egipto. En las pantallas de televisión muestran a los representantes llorosos de la Hermandad Musulmana protestando que se trató de un golpe a la democracia con un presidente «legítimamente elegido» depuesto por los militares, comparando esto con el golpe de Estado de la década de 1950, que llevó a décadas de dictadura.
A fuerza de insistir en el hecho de que fueron los militares quienes derrocaron a Morsi, están tratando de desviar la atención del hecho de que fueron las masas las que provocaron el derrocamiento de Morsi.
Esto no fue un golpe de Estado. Por el contrario, fue impuesto a los militares por las masas. Los generales han dejado claro que no quieren hacerse cargo del gobierno. Eso no es sorprendente. No hay más que echar un vistazo a la atestada masa de humanidad en la Plaza Tahrir para comprender la imposibilidad de que el ejército controle tan vasto movimiento. En cambio, los generales decidieron cabalgar a lomos de un tigre. El problema es que un hombre que se monta encima de un tigre se encontrará en serias dificultades cuando trate de bajarse.
Democracia
La segunda gran mentira que está siendo cuidadosamente difundida por los medios de comunicación es que Morsi fue «el primer Presidente elegido libremente» en Egipto, y que por lo tanto tiene «legitimidad» y el pueblo debería haber sido paciente y esperar a nuevas elecciones, al igual que hacen los «civilizados» estadounidenses, franceses y británicos …
Cuando este argumento pueril se puso a consideración de uno de los manifestantes de la Plaza Tahrir, se limitó a responder: «¡Pero esto es una revolución!» Esa fue una muy buena respuesta. ¿Desde cuándo una Revolución dobla su cabeza ante las leyes, los gobiernos y las instituciones? Una revolución por su propia naturaleza reta, desafía e intenta derrocar el orden existente, sus leyes, normas y valores. Exigir de una Revolución que muestre respeto por las instituciones y personalidades a las que está tratando de derrocar es exigir que la Revolución renuncie a sí misma.
En cualquier caso, el argumento de que el gobierno de Morsi era democrático es falso hasta la médula. Ni la forma en que llegó al poder, ni la forma en que gobernaba eran genuinamente democráticas. La mayoría de los egipcios no votó por Morsi, como tantas veces se ha alegado. Sólo el 46.42% de los votantes acudieron a las urnas en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Muchos de los que votaron por Morsi en la segunda vuelta lo hicieron bajo la ilusión de que estaban votando por el «mal menor», para defender la «democracia», etc. Incluso sectores de la izquierda abogaron por votar a Morsi, sobre esta base, una posición muy equivocada, que criticamos duramente en su momento. Nuestra crítica ha sido ampliamente justificada por los acontecimientos que siguieron.
Morsi no era el «mal menor». Los métodos del gobierno de Morsi en nada se diferencian de los métodos de Mubarak. De hecho, fueron llevados a cabo por las mismas personas. Durante su gobierno de doce meses, cientos de manifestantes fueron asesinados y miles de activistas fueron perseguidos, golpeados y encarcelados por sus matones sólo porque se movilizaron políticamente contra él.
Se organizaron pogromos contra los cristianos, chiitas y otras minorías religiosas. Los derechos de los trabajadores se vieron socavados sistemáticamente. Él orquestó un golpe de estado legal en la principal federación sindical. Sentenció a 21 hinchas de fútbol inocentes a ser condenados a muerte. Las mujeres fueron agredidas sexualmente en las calles con el fin de intimidarlas a la sumisión. Egipto estaba siendo empujado hacia una constitución islámica antidemocrática y represiva. El mismo Morsi se dio poderes especiales que iban mucho más allá de sus derechos constitucionales. Por último, declaró su intención de empujar Egipto a la vorágine sectaria de Siria.
Los «demócratas» ahora aconsejan a los trabajadores que tengan paciencia, que esperen hasta las próximas elecciones, que «den una oportunidad a la democracia», etc., etc. Pero estos «demócratas» están bien alimentados y viven en casas bonitas. Pueden darse el lujo de ser pacientes, ya que la democracia burguesa que ellos defienden ya les ha dado a ellos resultados muy satisfactorios. Pero las masas no pueden esperar. Han pasado hambre durante 12 meses, mientras que otros viven en la abundancia. Carecen de hogar, mientras que otros viven en el lujo. Incluso gente que votó por Morsi con la esperanza de alguna mejoría ha visto sus esperanzas frustradas. La intensidad de su ira es proporcional al grado de sus expectativas.
Para las masas, la democracia no es una palabra vacía. La prueba de fuego de la democracia es si puede llenar los estómagos vacíos. La revolución egipcia no fue hecha para proporcionar trabajos lucrativos a los políticos profesionales. Fue una rebelión de las masas contra la explotación, el desempleo y la pobreza. En una revolución el estado de ánimo de las masas cambia con la velocidad del rayo. Por el contrario, la maquinaria pesada de la democracia parlamentaria es lenta y va rezagada con respecto a los acontecimientos. La supuesta legitimidad de Morsi se basa en el voto de una minoría, y el apoyo que tenía entonces se ha derretido en gran medida.
Las etapas de la revolución egipcia
Una revolución no es un drama de un solo acto. Se desarrolla a través de una serie de etapas, en las que las masas tratan de encontrar una manera de salir de la crisis, mirando primero a un partido o líder político, y luego a otro. En las primeras etapas, que se caracterizan por la entrada explosiva de las masas en la arena política, su falta de experiencia política e ingenuidad les lleva a tomar el camino de menor resistencia. Pero pronto descubren que el camino «fácil» resulta ser el más doloroso y difícil.
Trotsky explica:
«Las masas van a la revolución sin un plan preconcebido de reconstrucción social, sino con un sentimiento agudo de que no pueden soportar el antiguo régimen. Sólo las capas dirigentes de cada clase tienen un programa político, e incluso esto aún requiere la prueba de los acontecimientos, y la aprobación de las masas. El proceso político fundamental de una revolución consiste precisamente en la comprensión gradual por una clase de los problemas derivados de la crisis social – la orientación activa de las masas a través de un método de aproximaciones sucesivas. Las diferentes etapas de un proceso revolucionario, certificadas por un cambio de partidos en las que los más extremos siempre reemplazan a los menos, expresan la creciente presión a la izquierda de las masas – hasta tanto en cuanto la oscilación del movimiento no choque contra obstáculos objetivos. Cuando lo hace, comienza una reacción: decepción de las diferentes capas de la clase revolucionaria, crecimiento de la apatía, y con ello un fortalecimiento de la posición de las fuerzas contrarrevolucionarias. Tal es, al menos, el esquema general de las revoluciones anteriores».
Podemos ver un patrón similar en la revolución egipcia. En ausencia de un fuerte partido revolucionario, un sector de las masas miró hacia la Hermandad Musulmana, que era el único partido seriamente organizado en ese momento. Los dirigentes de la Hermandad, expertos en el engaño, se cuidaron mucho de ocultar su auténtica naturaleza y los intereses de clase que yacen detrás de su retórica.
Pero una vez en el poder, pronto salieron a relucir en sus verdaderos colores. Al llegar a un acuerdo con los jefes del ejército, traicionaron todas las esperanzas de sus seguidores. La opinión de las masas giró decisivamente contra ellos, conduciendo directamente a la situación actual. Esto representa una etapa nueva y cualitativamente superior de la revolución egipcia.
Habrá toda una serie de movimientos y agitaciones, y toda una serie de gobiernos inestables, porque sobre bases capitalistas no es posible ninguna solución para los problemas de Egipto. Habrá nuevos levantamientos, pero también períodos de cansancio, de desilusión, desesperación, derrotas e incluso de reacción. Pero cada interrupción será seguida por nuevas explosiones. Eso está enraizado en la naturaleza del período.
¿Pueden las masas tomar el poder?
Este movimiento inspirador fue un movimiento genuinamente de masas. Comités revolucionarios brotaron en todo el país. Se lanzó una huelga general. Millones ocuparon las calles. El gobierno estaba suspendido en el aire. Los manifestantes rodearon el palacio del presidente, cerraron las puertas con candado y pusieron carteles diciendo: «Cerrado por la Orden de la Revolución.»
Los edificios del gobierno fueron ocupados por la gente común – albañiles, carpinteros, tenderos, estudiantes y profesores. A ellos se unieron en algunos casos soldados y oficiales. Policías uniformados se unieron a los manifestantes para expresar su solidaridad.
No se hizo ningún intento de enviar soldados a la Plaza Tahrir, como lo hicieron hace dos años, por temor a que se infectaran con el contagio revolucionario. La cúpula del ejército se movió contra Morsi porque no tenía otra opción. Si no lo hubiera hecho, había un riesgo grave de que hubiera perdido el control del mismo ejército. Bajo la presión de un poderoso movimiento de millones, no está excluido que el propio ejército pueda dividirse, con un sector de oficiales jóvenes moviéndose hacia la izquierda como ocurrió con Nasser en 1952. En ausencia de un fuerte partido revolucionario, tal escenario sigue siendo una posibilidad.
En los últimos días el poder en Egipto estaba tirado en las calles esperando que alguien lo recogiera. La tragedia es que no hay ninguna verdadera dirección que tome el relevo. Morsi fue derrocado por una revolución, al igual que el zar fue derrocado en Rusia en febrero de 1917. Pero la experiencia de la revolución rusa demostró que no es suficiente con derrocar al viejo régimen. Algo hay que poner en su lugar. En el caso de Rusia, la existencia del Partido Bolchevique bajo la dirección de Lenin y Trotsky fue el factor decisivo que permitió triunfar a la revolución. Pero tal partido no existe en Egipto. Debe ser construido al calor de los acontecimientos.
En realidad, el poder estaba en manos del pueblo. Pero si este poder no está organizado, puede deslizarse a través de sus dedos. Cuando el movimiento se sosiega y la gente retorna a su vida cotidiana, los políticos profesionales, los arribistas y los mercaderes secuestran la revolución y llegan a sucios acuerdos a espaldas del pueblo. Nada habrá cambiado, y en un año o así que la gente tendrá que volver a las calles.
«El pueblo no está siendo razonable» dicen los críticos burgueses de la revolución. «Los problemas de Egipto son demasiado grandes para ser resueltos en unos meses.» Sí, es cierto que los problemas de Egipto son muy graves. Pero por esa misma razón, no pueden ser resueltos con medidas tintas. Problemas desesperados requieren soluciones desesperadas. Y el hecho es que la raíz del problema no es tal o cual gobierno, o tal o cual presidente. La causa del problema es la crisis del capitalismo. Y sólo puede ser resuelto con la abolición del capitalismo y su sustitución por una economía nacionalizada y planificada bajo el control democrático de la clase obrera.
El ejército no puede mantenerse en el poder, pero probablemente va a tratar de formar un denominado gobierno tecnócrata encabezado por un «liberal» burgués del tipo de El Baradei. Puede haber algunas ilusiones en el ejército entre los elementos más atrasados, aunque su autoridad no es tan grande como los medios de comunicación occidentales tratan de presentar. La gente más consciente no tiene ninguna ilusión en el ejército. Los elementos más combativos de la juventud se agrupan alrededor de una coalición llamada Tamarrod, que ha dado forma a las aspiraciones revolucionarias de las masas. Tamarrod emitió una declaración antes de la caída de Morsi, en las siguientes líneas «los Estados Unidos están tratando de influir en el ejército y en Morsi, pero todos los partidos deben saber que la voluntad revolucionaria del pueblo es más fuerte.»
Esto es cien veces correcto. El lema de los revolucionarios más consecuentes debe ser: «Ninguna confianza en los políticos burgueses que quieren robar la Revolución y pactar sus ganancias como los mercaderes regatean en el bazar. Desconfiar de gente como El Baradei, que se representan sólo a sí mismos, pero reclaman el derecho de hablar en nombre de la revolución».
Estas personas no pueden resolver los problemas acuciantes del pueblo egipcio. Pero, ¿cómo se pueden resolver estos problemas? Los trabajadores rusos crearon soviets – consejos obreros – con el fin de dar una expresión organizada al movimiento. En Egipto, los comités revolucionarios también han comenzado a surgir. Esta es la forma en que las aspiraciones de las masas se pueden expresar adecuadamente. Los comités deberían estar vinculados sobre bases locales, regionales y finalmente nacionales. Esto representaría una genuina alternativa revolucionaria y democrática al Estado burgués corrupto y represivo.
El pueblo de Egipto no puede esperar que el ejército ni nadie más tome las decisiones por ellos. El control obrero debería introducirse inmediatamente en las fábricas y centros de trabajo para garantizar la producción, proteger las condiciones y los derechos de los trabajadores y exponer la corrupción, la estafa y la mala gestión de los patrones y burócratas.
Con el fin de defender la revolución contra los ataques terroristas de los partidarios del presidente depuesto y de los elementos islamo-fascistas, los trabajadores deberían armarse y organizarse en milicias, vinculadas a los comités revolucionarios. Deberían establecerse tribunales populares revolucionarios, vinculados a los comités revolucionarios, para detener y juzgar a los contrarrevolucionarios y para castigar a los culpables de los crímenes contra el pueblo.
Que nuestras consignas sean:
-
¡Pan! ¡Trabajo! ¡y Vivienda!
-
Confiscar la riqueza de los ricos que han saqueado las riquezas de Egipto durante generaciones, y utilizarla para reconstruir un país destrozado.
-
¡Abajo los capitalistas y burócratas que nos han robado y explotado!
-
Por un gobierno de los trabajadores y campesinos que nacionalice los grandes bancos y corporaciones bajo el control democrático de los trabajadores, y movilice la riqueza de Egipto en beneficio de los millones de trabajadores, y no de un puñado de ricos parásitos.
-
Por un programa de obras públicas para construir escuelas, hospitales, carreteras y casas, tanto para dar empleo a los desempleados como para resolver el problema de la mala vivienda y de las personas sin hogar.
-
Formar comités de lucha elegidos en cada centro de trabajo, área, escuela y universidad.
-
Confiar sólo en vosotros mismos y en vuestros comités populares democráticos.
-
Controlad a vuestros dirigentes. Si ellos no actúan de acuerdo a vuestros deseos, removedlos y sustituidlos por otros que sí lo hagan.
-
¡Todo el poder a los comités revolucionarios!
-
¡Viva la Revolución Socialista Árabe!
Source: La Segunda Revolución Egipcia – Declaración de la CMI