La suerte está echada. La primera ministra, Theresa May, ya firmó la carta que le fue entregada al Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, con la que se anuncia el inicio de las negociaciones del brexit. La misiva, en la que se invoca el artículo 50 del Tratado de Lisboa, marca un punto de no retorno tanto para el capitalismo británico como para el europeo.
Durante los próximos dos años, el gobierno británico participará en el tortuoso proceso de desenrollar 44 años de asociación europea, con la posibilidad muy real de no llegar a ningún acuerdo, y muy posiblemente dejando a Gran Bretaña en peor situación. Esta perspectiva ha debido de pasar por la mente de la primera ministra, ya que su carta está salpicada de referencias empalagosas a la «relación profunda y especial» que espera forjar con Europa. Tampoco se le habrá escapado a Tusk, cuya parca respuesta fue: «Ya os echamos de menos, gracias y adiós».
Más allá de la agitación económica provocada por el brexit, la política británica también se enfrenta a una crisis sin precedentes. A los analistas superficiales les podría sorprender la considerable ventaja de May en las encuestas contra una oposición en guerra contra sí misma, pero “el orgullo precede a la caída”, y la actual popularidad de May como campeona del brexit ‘duro’ podría evaporarse de la noche a la mañana a medida que las negociaciones, y la situación de Reino Unido en sí misma, vayan desenlazándose.
Se avecinan tormentas
A pesar de todas las fanfarronadas del señor Boris Johnson, el ministro de asuntos exteriores, las perspectivas económicas de una Gran Bretaña post-brexit parecen sombrías. Décadas de declive industrial han dejado al Reino Unido dependiente del gasto de los consumidores y de los servicios financieros. Para seguir creciendo, la economía del Reino Unido necesita, por lo tanto, que los trabajadores sigan comprando productos de consumo y que Londres siga atrayendo grandes sumas de capital especulativo internacional. El brexit pondrá ambos escenarios en riesgo.
Un acuerdo comercial, de llevarse a cabo, tardará años. Mientras tanto, la industria británica puede que se enfrente a altas barreras arancelarias, lo que podría llevar a nuevos cierres de fábricas, desempleo y a una nueva caída. Además, la posible pérdida de los llamados «derechos de pasaporte» de Gran Bretaña, que están vinculados a su pertenencia al mercado único europeo, ha provocado que algunos grandes bancos comiencen a trasladar sus operaciones fuera de Londres.
En el caso de un brexit ‘duro’, o un brexit ‘descarrilado’ en el que el Reino Unido simplemente se vaya de la UE sin un acuerdo, los bancos no tendrán más remedio que abandonar el Reino Unido, suprimiendo miles de puestos de trabajo y más de 70 mil millones de libras en ingresos fiscales, por no mencionar una parte importante del PIB. May podría tratar de negociar un acuerdo especial que otorgue los derechos de pasaporte del Reino Unido. Asumiendo que las potencias europeas acepten tal acuerdo, esto tendría obviamente un alto precio económico y político, por los miles de millones de libras que se necesitarían para asegurarlo y por la tormenta política que desencadenaría en las filas del Partido Conservador (por no hablar del electorado).
Mientras tanto, a pesar del optimismo en lo que respecta a la resistencia del consumo británico, los trabajadores británicos están sintiendo los ajustes. Entre 2007 y 2015, los salarios reales cayeron un 10.4%, el descenso más severo de todos los países de la OCDE (igual al de Grecia). La caída de la libra después del referéndum del Brexita de junio pasado no ha mostrado signos de reversión y, a medida que la inflación sube, los trabajadores sólo pueden esperar más caídas en los niveles de vida. Como señaló un analista en The Financial Times, “Es una caída en picado”.
La respuesta del gobierno ha sido desplazar la carga de la fallida recuperación económica del Reino Unido sobre los hombros de la clase obrera bajo otro presupuesto de austeridad. Muchos recibirán con alivio la embarazosa marcha atrás del plan de Philip Hammond de aumentar las aportaciones al Seguro Nacional de los trabajadores por cuenta propia, pero indudablemente nos esperan años de subida de precios, subempleo, ataques a los trabajadores y exenciones impositivas para los ricos. Ahora se estima que la austeridad durará hasta 2020. En realidad, durará aún más mientras la crisis siga adelante. Con acuerdo o sin él, una mayor pobreza, la lucha social y la lucha de clases están firmemente en el orden del día en toda Europa.
¿El final de la Unión?
La disputa actual sobre la petición de Nicola Sturgeon, la jefa del gobierno escocés, de un segundo referéndum de independencia en Escocia para la primavera de 2019, respaldada recientemente por el Parlamento Escocés, ha afectado al gran plan de May sobre el brexit. May ha insistido en que «ahora no es el momento» para un segundo referéndum y tratará de posponerlo hasta que se finalice el brexit, pero esto sólo agravará aún más el problema y podría expulsar a Escocia de la Unión Europea. Todo lo que el gobierno puede hacer es aparentar una pose y desinformar: apenas una simulación de fuerza.
Si la rebelión que se está cociendo al norte de la frontera no fuera suficiente, las elecciones de Stormont (Asamblea de Irlanda del Norte) han proporcionado otro dolor de cabeza para May. Por un lado, el brexit vuelve a poner encima de la mesa de la política británica e irlandesa la cuestión de la frontera “rígida” [entre las dos Irlandas]; por otro lado, los partidos unionistas han perdido su mayoría en estas últimas elecciones, por primera vez desde el Acuerdo de Viernes Santo, levantando la posibilidad de un “gobierno directo” de Westminster si no se llega a un acuerdo de gobierno: un escenario desastroso para todos los involucrados.
Por temor a dividir a su partido, May puede adentrarse hasta el final en la carrera de su tortuoso brexit, pero las consecuencias serán catastróficas para el capitalismo británico e, incluso, podría conducir a la ruptura del viejo Reino Unido. En algún momento, tendrá que enfrentarse a la misma elección que Cameron: o romper el Partido Tory, o el país. Es irónico que sea una primera ministra del Partido «Conservador y Unionista» la que probablemente esté al frente de tal descomposición del statu quo y del país, pero ésta es la naturaleza de la crisis. El impasse histórico del capitalismo británico se refleja en la crisis de su régimen político.
¡Luchar por el socialismo!
A pesar del desaliento por la perspectiva de «generaciones de gobierno conservador», la aparente estabilidad del gobierno será de corta duración. La mayoría Tory actual es un castillo construido sobre la arena, tras las continuas crisis que sufren y la amenaza de la división interna. Ya hay hasta 20 diputados conservadores que se enfrentan a la investigación como resultado del escándalo de los gastos electorales que envuelve a su partido.
Las contradicciones que se están acumulando en la sociedad británica están llegando a una etapa crítica. Los ajustes constantes que sufre la clase trabajadora están preparando una situación explosiva. La rabia que se ha acumulado durante décadas y la búsqueda de una salida por cada vez más personas, está explotando en la escena política. El estado de ánimo de las masas está cambiando violentamente en todas direcciones ante la frustración vivida por el fracaso de todos los principales partidos. El surgimiento de partidos anti-sistema en todo el mundo es una demostración gráfica de este hecho. No nos equivoquemos, éstos son los primeros temblores de una crisis revolucionaria.
Durante décadas, el liderazgo del Partido Laborista proporcionó una cobertura de izquierda a los intereses de la clase dominante británica. Ésta es la fuente de su crisis actual, no Corbyn. Aniquilado en Escocia y alineado con el brexit, el Partido Laborista no puede plantear una alternativa real a menos que elimine a los arribistas blairistas de sus filas y adopte un programa socialista audaz.
Luchar simplemente por el acceso al mercado único para proteger los negocios británicos o buscar “acuerdos sensatos” de inmigración no ofrece ningún camino a seguir. Dejemos a los conservadores y liberales luchar por sus patrones como sus mejor representantes – ¡necesitamos un partido que represente a los trabajadores!
Sólo la clase obrera, movilizada para cambiar la sociedad, puede dar una solución a esta crisis del capitalismo. En lugar de pretender arreglar el capitalismo o prometer proteger a los mismos bancos que llevaron la economía a la crisis, el Partido Laborista debe luchar por cambiar la sociedad, incluyendo la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía, bajo el control y gestión democráticas de los trabajadores. Esto proporcionaría la base para una economía planificada democráticamente, dirigida en interés de la mayoría y no de los beneficios de unos pocos.
Con una campaña abiertamente a favor de una auténtica solución socialista a la crisis, el Partido Laborista ganaría un apoyo colosal y podría hacer un llamamiento a los trabajadores de Europa para derrocar a la UE de los grandes empresarios y establecer unos nuevos Estados Unidos Socialista de Europa. Esta es la única alternativa real al caos del brexit de los Tories.