Esta semana se cumplen cuarenta años desde que el odiado régimen del Shah fue derrocado por una revolución obrera en Irán. Este artículo fue escrito por Ted Grant el mismo año de 1979. Volvemos a publicarlo porque pensamos que es esencial su lectura para entender cómo fue derribado el Shah y cómo, desgraciadamente, la revolución fue secuestrada por los mulás fundamentalistas.
Primera parte
La semana pasada tuvo lugar una de las manifestaciones más grandes de la historia: más de tres millones de iraníes en las calles de Teherán para dar la bienvenida al líder religioso, el ayatolá Jomeini. La semana anterior se habían levantado barricadas y los trabajadores lucharon junto al ejército. Eran escenas que recordaban la revolución de febrero de 1917; los soldados se suponía que debían apoyar al viejo régimen pero, en su lugar, hacían guiños a la multitud y gritaban: «Estamos con el pueblo».
Irán es un país en medio de una revolución. Las fuerzas en combate son, por una parte, las que están al lado de la monarquía autocrática, apoyadas por los capitalistas, y las clases terratenientes, que cuentan con el apoyo de la policía y el ejército. Enfrente, la clase obrera y la clase media que miran hacia un clérigo musulmán, particularmente el ayatolá (Hombre Sagrado) Jomeini, exiliado en París.
Este análisis intenta demostrar la situación real que existe en Irán y los principales caminos que puede seguir la revolución, que comenzó hace un año con las manifestaciones contra el Shah y su odiada policía secreta, la SAVAK.
Un sistema totalitario sólo puede mantenerse por medio del terror y de un sistema de informadores mientras las masas permanecen inertes pero una vez que éstas entran en acción contra el régimen, es el principio del fin. La monstruosa policía secreta demostró su impotencia frente al movimiento de las masas.
La presión desde abajo provoca escisiones por arriba entre la clase dominante que, temiendo su derrocamiento, intentará e introducirá reformas desde arriba para evitar una revolución desde abajo. De ahí el «arrepentimiento» del Shah en su lecho de muerte y su tardío anuncio de reformas, particularmente la creación de un «parlamento» que, sin embargo, estaba subordinado a la monarquía.
No obstante, estas «reformas» prepararon el camino para el derrocamiento del gobierno del Shah y para la intervención directa en la escena histórica de la clase obrera junto con distintas capas de la clase media.
La monarquía Pahlavi tuvo que huir ignominiosamente de Irán, a pesar de la resistencia del imperialismo, particularmente el estadounidense. Owen y Callaghan mancillaron vergonzosamente el movimiento obrero saliendo en apoyo del Shah, con sus frenéticos intentos de apuntalar la tambaleante monarquía. El petróleo por supuesto ha sido la clave en la política del imperialismo británico y estadounidense, que ha hecho enormes inversiones en Irán. Ahora es el segundo exportador mundial de petróleo, sólo superado por Arabia Saudí. Este petróleo es vital para los estados capitalistas occidentales y es uno de los factores en las decisiones que toma el imperialismo norteamericano y británico con relación a Irán.
Es el cuarto productor mundial de petróleo. En 1976 Irán producía 295 millones de toneladas (el 10 por ciento de la producción mundial), la Unión Soviética 515 (17,6 por ciento), EEUU más de 404 (13,8 por ciento) y Arabia Saudí casi 422.
La transición
El dominio del Shah después de 1953 llevó a Irán a convertirse en un país en transición. Se había convertido en un país semicolonial, mitad industrializado y mitad colonial. Mientras permanecía bajo el dominio del imperialismo anglo-estadounidense, intentó encaminarse él mismo hacia una senda imperialista. Por ejemplo, en el Golfo Pérsico, después de la retirada del imperialismo británico de esta región del mundo, Irán ocupó un par de islas e intentó jugar el papel de policía en los estados del Golfo.
El Shah mantuvo su régimen mediante el perfeccionamiento de un instrumento de terror y represión en forma de la SAVAK, la policía secreta, que se podría comparar con la GESTAPO en cuanto a sus torturas diabólicas, asesinatos, ejecuciones y los horrores que infligió al pueblo iraní.
Al mismo tiempo, en un intento de convertirlo en una de las grandes potencias del mundo, el Shah emprendió la industrialización de Irán a una velocidad precipitada, especialmente después de 1973, cuando el precio del petróleo se cuadruplicó, lo que permitió que el Shah dispusiera de miles de millones para invertir.
El Shah intentaba jugar el papel de monarca absoluto en el antiguo sentido del régimen iraní pero al mismo tiempo intentaba modernizar la economía del país. Para conseguir una base introdujo «reformas agrarias» que enriquecieron a la nobleza, a los terratenientes ausentes que dominaban Irán, quienes en compensación recibieron una enorme riqueza que podrían después invertir en la industria. La idea era transformar la nobleza en una clase capitalista, una clase dominante como la de occidente.
El verdadero propósito de la reforma agraria era echar a los campesinos de la tierra para que sirvieran de mano de obra en las fábricas. Como comentaba The Economist: «En lugar de las familias aldeanas de Irán, él [el Shah] permitió que fuera su anterior primer ministro Hovieda quién dividiera los campos agrícolas, socavando así todo el espíritu de la reforma agraria».
La masiva industrialización que comenzó con el Shah confundió totalmente a aquellos que pretendían, o aspiraban, dirigir a los trabajadores iraníes. Hace mucho tiempo la burocracia de la Unión Soviética renunció a cualquier idea de acontecimientos revolucionarios que amenazaran directamente los intereses vitales del imperialismo, especialmente de la principal potencia del imperialismo norteamericano, debido al inevitable empeoramiento de las relaciones entre Rusia y EEUU que se daría en estas circunstancias.
«Prensa amarilla»
La «prensa amarilla» en Gran Bretaña estaba equivocada al afirmar que estos acontecimientos se debían a la intervención y subversión de la burocracia rusa, de la Unión Soviética y del Partido Comunista.
Todo lo contrario: la burocracia rusa intentó apuntalar al Shah. Inició un lucrativo comercio con él, compró enormes cantidades de gas natural para exportarlo desde Irán a la Unión Soviética e intentó, en general, mantener relaciones amistosas con el Shah. Miraba con recelo los acontecimientos revolucionarios en un país vecino, particularmente en uno con una gran clase obrera que demostró su carácter revolucionario en el transcurso de estos acontecimientos.
El cambio en la correlación de fuerzas a escala mundial ha hecho que la burocracia soviética acumule en sus manos un inmenso poder, mientras que el imperialismo estadounidense se ha debilitado. Aunque no está dispuesta a tomar medidas por sí misma, la burocracia soviética advirtió que cualquier intervención directa del imperialismo norteamericano en los asuntos iraníes provocaría una respuesta inmediata de la Unión Soviética, que enviaría tropas a Irán.
Los diplomáticos de EEUU tuvieron en cuenta esta advertencia. Los maniacos del Pentágono sugerían que sus portaaviones y barcos con marines debían enviarse al Golfo Pérsico con el objetivo de intervenir contra la revolución iraní, a lo que se negó el Departamento de Estado, que comprendía las repercusiones que este hecho tendría a escala mundial en el mundo colonial, y por supuesto las repercusiones en Irán y la Unión Soviética.
Esto demuestra el menguante poder del imperialismo. El imperialismo norteamericano, que no dudó a la hora de intervenir en Vietnam, Líbano o Dominica, se han visto ahora impotente para intervenir directamente en los asuntos de Irán, debido a factores internos e internacionales.
En esta situación la principal preocupación del PC ha sido colgarse detrás de la reacción religiosa y del ayatolá exigiendo la creación de algún tipo de «República Islámica Democrática».
Pero no sólo el Partido Comunista Iraní ha demostrado una reacción débil en Irán durante el transcurso de los acontecimientos. Las sectas ultraizquierdistas también han jugado, como es habitual, un papel negativo. Algunas de ellas han mostrado simpatías y apoyo a los estudiantes «revolucionarios» en Irán.
Los estudiantes
Pero los estudiantes revolucionarios de Irán no se dirigieron a la clase obrera ni elaboraron un programa de acción para los trabajadores, sino todo lo contrario: las sectas les dijeron que regresaran al método inútil del terrorismo individual. Como siempre, las sectas consideraban a la clase obrera impotente, ignorante, analfabeta y totalmente incapaz de cambiar la correlación de fuerzas que existía en Irán, y sus concepciones se reforzaban por el hecho de que la clase obrera estuviera totalmente desorganizada antes del desarrollo actual de los acontecimientos.
El argumento de las sectas y de aquellos que giraron hacia el terrorismo individual fue que el Shah estaba industrializando y, por lo tanto, tenía todas las cartas en sus manos. El Shah había elevado el nivel de vida de la clase obrera; había hecho enormes concesiones a la clase obrera y también al campesinado, lo que, a su vez, llevaría a la estabilidad de su régimen. Declararon que el Shah se podría mantener durante décadas en el poder como consecuencia de la «revolución blanca» y del desarrollo de la industria. A propósito, esta idea también era aceptada por los imperialistas. La CIA, por ejemplo, publicó un informe en septiembre de 1978 diciendo que el Shah tenía un régimen estable, ¡y que continuaría en el poder durante al menos diez o quince años más!
La verdadera tragedia de Irán es que no existía un grupo de marxistas, ni en las filas de la clase obrera ni entre los estudiantes, capaz de preparar estos grandes acontecimientos, como hicieron Lenin y los bolcheviques en Rusia.
Las sectas miopes lo veían todo negro con el enorme desarrollo de la industria. Nuestra tendencia, por otro lado, afirmaba que el desarrollo de la industria también aumentaría enormemente el poder de la clase obrera, un poder que se ha demostrado en el último período en Gran Bretaña, España, EEUU, Japón y Alemania Occidental.
Las huelgas son un testimonio elocuente del despertar y del poder de los trabajadores.
Las indescriptibles torturas, la ausencia de derechos y libertades, las humillaciones sufridas por las masas, en concreto la clase obrera de Irán, han provocado un movimiento implacable de las masas. A primera vista al Shah le iba todo bien, y eso era lo único que veían, desgraciadamente, los radicales en Irán.
¡Después de todo hace sólo seis u ocho meses que el Shah estaba dando consejos a Gran Bretaña sobre cómo ocuparse de las huelgas y de la «inestabilidad permanente» de las «instituciones democráticas de Gran Bretaña»!
El viejo topo de la revolución, sin embargo, estaba socavando la aparente tranquilidad totalitaria que existía en Irán. A la CIA y al imperialismo les pilló por sorpresa, como también ocurrió con las organizaciones de la clase obrera.
Sin embargo, durante los últimos años hubo muchos síntomas de la crisis del régimen. Debido a la prohibición de todas las organizaciones de oposición al «partido» del Shah, la oposición solía reunirse en las mezquitas. Este fue el caso del campesinado, la clase media e incluso la oposición de la clase comerciante al régimen del Shah.
Debido al fracaso del Partido Comunista y de los radicales, incluso en el intento de organizar la oposición dentro de las filas de la clase obrera, el descontento salió a la superficie en las mezquitas, donde se alababan los sermones radicales que, aunque turbios y nebulosos, eran interpretados libremente por las masas.
El Shah desposeyó a la Iglesia de sus tierras, lo cual no benefició a los campesinos sino a la nobleza. El resultado fue que los ayatolás, hombres sagrados, los principales representantes del clero musulmán en Irán, tuvieron que pasarse a la oposición al régimen.
Las masas interpretaban que los sermones de los mulás representaban realmente una lucha contra el régimen totalitario y autoritario del Shah. Los mulás defendían la reivindicación de reintroducir la constitución de 1906.
Debemos recordar que casi dos tercios de la población iraní es todavía analfabeta, lo cual es una consecuencia de la herencia de podredumbre del viejo régimen de los terratenientes y la nobleza.
Manifestaciones
Entre octubre de 1977 y febrero de 1978 hubo manifestaciones ilegales de masas exigiendo derechos democráticos; en los últimos meses de 1978, hubo grandes manifestaciones de estudiantes y comerciantes y, ahora, también de la clase obrera. Utilizando los días festivos religiosos como excusa, empezaron a producirse manifestaciones de miles de personas. La represión ejercida por las fuerzas del Shah, el ejército y la policía, simplemente indignó a la población y provocó movimientos mucho más grandes en Teherán y en las demás ciudades del país.
Según se profundizaba la lucha, era el movimiento de la clase obrera, como en Rusia, el que se convertía en el ariete principal del despertar de la población. La primera revolución rusa de 1905, comenzó con una manifestación encabezada por un sacerdote, el Padre Gapón, defendiendo concesiones y haciendo un llamamiento al zar, «el Padrecito», para que arreglara las cosas. Esto provocó el fuego del ejército sobre la población, cientos fueron asesinados y miles heridos: había comenzado la revolución rusa de 1905. De la misma manera, tuvimos el inicio de la revolución en Irán.
Sin embargo, hay diferencias importantes entre la Rusia de 1905 y el movimiento actual en Irán. La revolución iraní ha comenzado con una conciencia mucho más elevada por parte de las masas, que no hacían peticiones a «su Padre» el Shah, sino todo lo contrario: exigían el final de la monarquía con las consignas «¡Abajo el Shah!» y «¡Muerte al Shah!»
La clase obrera de Irán es en proporción a su población mucho mayor de lo que era la clase obrera rusa antes de la revolución de 1917. Sólo en la manufactura hay dos millones de trabajadores iraníes y otros setecientos cincuenta mil en el transporte y otras industrias. Además existen amplios círculos próximos a la clase obrera en las oficinas, el funcionariado, la alimentación y en pequeñas empresas de ese carácter.
La mayoría de la industria manufacturera en Irán es pequeña pero, hay ciertos monopolios gigantescos que dominan la escena. Algunos emplean a cientos, miles e incluso decenas de miles de trabajadores. En Rusia la clase obrera era sólo de cuatro millones entre una población de 150 millones. En Irán la clase obrera tiene al menos de tres o cuatro millones de trabajadores, en una población de 35 millones.
En otras palabras: la correlación de fuerzas en la clase obrera es numéricamente mucho más fuerte e incluso más favorable en Irán de lo que era en Rusia en 1905 o en 1917.
Los trabajadores
Pero, por otro lado, en Rusia existía un partido, cuadros bolcheviques y cierta conciencia socialista, al menos en las capas avanzadas de la clase obrera.
El papel de la clase obrera en la producción significa inevitablemente que desarrolla una conciencia colectiva, tanto en el proceso de trabajo como en el proceso de la lucha contra sus opresores. Ésta es la razón por la que sólo la clase obrera puede cambiar la sociedad.
Sobre todo, el movimiento de los trabajadores petroleros, la llamada sección privilegiada de la clase obrera en Irán, ha socavado decisivamente el régimen. Durante los últimos dos meses ha habido una huelga general intermitente en los pozos petroleros. A pesar de la represión militar, el arresto de los dirigentes y las ejecuciones, los trabajadores petroleros se mantuvieron firmes y se negador a trabajar en la producción de petróleo para el odiado régimen hasta que el Shah abdicara. Una vez más las masas, incluida la clase media, se han manifestado.
La SAVAK
Los funcionarios y los trabajadores de la banca jugaron, igual que en Portugal, un papel fundamental a la hora de poner de rodillas a la monarquía absolutista. Su huelga llevó a la paralización de la economía del país. La huelga del Banco Central de Irán, en particular, fue muy efectiva y a ésta siguió la quema de 400 bancos por parte de las masas enfurecidas.
Los trabajadores de la banca, cuando fueron a la huelga, revelaron que en los últimos tres meses 178 miembros de la élite dominante habían enviado al extranjero 1.000 millones de libras, incluidos los familiares del Shah. Ahora, preparándose para el exilio después de haber enviado su familia al extranjero, éste ha transferido 1.000 millones de libras a bancos de EEUU, a parte de otros 1.000 millones de libras que están en bancos de Bonn, Suiza y otras partes del mundo. La autocracia ha saqueado el Tesoro iraní.
La revolución ha abarcado a la mayoría de los sectores de la nación menos a un puñado de capitalistas, terratenientes, seguidores de la monarquía y al grueso de los oficiales del ejército. Los comerciantes y los pequeños tenderos se han arruinado con el desarrollo del capitalismo moderno en Irán, lo que ha alimentado su odio contra el gobernante absolutista, al que ven como la fuente de sus males. Miles han sido asesinados debido a la represión de las fuerzas del estado, la policía, la SAVAK y el ejército. Cada ciudad de Irán ha presenciado manifestaciones, ha visto cómo se disparaba contra los manifestantes y también el intento de organizar a la reacción contra la clase obrera y la población.
En muchas ciudades más pequeñas ha habido ataques fascistas por parte del ejército y la policía con gamberros seleccionados, como los Centurias Negras en Rusia antes de la revolución. Han sido utilizados con el objetivo de golpear y secuestrar, aterrorizar a los campesinos y a la clase obrera en las ciudades pequeñas de Irán. Sin duda, si hubieran podido hacerlo habrían utilizado métodos similares en las grandes ciudades.
El Shah, con el fin de dejar una reputación y un recuerdo bondadosos dio la miserable suma (para él) de 25 millones de libras a una fundación de caridad. Pero, por supuesto, acostumbrado al esplendor del régimen de Irán, cuando se marchó al exilio no quería ser un indigente y se llevó algo de calderilla: ¡1.000 millones de libras.
Millones
La tendencia en todas las revoluciones modernas es que las masas salen, a millones, a las calles, como sucedió en Portugal, con manifestaciones de más de un millón de asistentes tras la caída del régimen de Caetano. En Irán se han manifestado millones de personas. Según algunos informes parciales de la prensa capitalista, al menos uno o dos millones se han manifestado en las calles de Teherán con el objetivo de derribar al Shah. En todas las ciudades con una población considerables se han manifestado cientos de miles de personas y decenas de miles en las ciudades más pequeñas. Éste es el movimiento de los pobres, de los desposeídos, explotados, en el que participan los trabajadores, la clase media, los trabajadores de cuello blanco, comerciantes e incluso de un sector de los capitalistas que entra en el movimiento para sus propios fines. Ellos desean trepar sobre las espaldas de los trabajadores y la clase media.
Segunda parte
La semana pasada presenció la caída del gobierno Bakhtiar. En las dos ciudades más grandes del país, Teherán e Isfahan, el poder pasó a las calles. Las fuerzas armadas tuvieron que retirarse a los barracones porque amenazaban con desintegrarse bajo el impacto de la revolución. El siguiente artículo, escrito antes de la caída de Bakhtiar, pronostica su desaparición y analiza qué rumbo podría tomar la revolución iraní.
La huida del Shah marca el final de la primera fase de la revolución. Es un sueño reaccionario por su parte pensar que podrá tener un regreso rápido a pesar de las maniobras de Bakhtiar.
La monarquía en Irán ha sido finalmente derrocada como resultado de sus excesos, corrupción, crueldad y torturas del pasado cuarto de siglo. Mientras la población posea los más mínimos derechos no volverá a consentir que la monarquía regrese por la fuerza.
La característica decisiva de la revolución iraní, como en todas las revoluciones, fue el papel que jugó el ejército. Está claro que el Shah ha abdicado virtualmente del poder, porque le habría sido imposible mantener el control del ejército durante mucho más tiempo. El ejército se dividió en muchas partes. Aquí vemos de nuevo la total falsedad del reformismo, que declara que la revolución es imposible en condiciones modernas debido al papel que juega el ejército.
El ejército moderno es más susceptible a los movimientos de la población, de la clase obrera, más que ningún otro ejército en la historia. Ya no es cuestión del PBI, la pobre infantería sangrienta, soldados de infantería, sin ninguna formación real, sin ninguna comprensión real. Todo lo contrario: el ejército tiene que ser muy especializado y muy mecanizado. Hacen las mismas tareas que el resto de trabajadores y piensan como trabajadores.
En este sentido, esto hace que el ejército sea muy propenso a responder a los movimientos de los trabajadores. El ejército está formado de los hijos, hermanos y parientes de los trabajadores, campesinos y clase media. Vemos en cada revolución de la historia, particularmente en la Revolución Rusa de 1917 y en la revolución alemana de 1918, cómo la masa de las fuerzas armadas se pasa al lado de la población cuando ve la posibilidad de una ruptura total con el viejo régimen.
En Irán se dieron incidentes como el de un soldado que disparó a dos de sus oficiales cuando se dio la orden de disparar contra los manifestantes y después se suicidó.
Por otro lado estaba el movimiento de las masas pero no se hizo un llamamiento claro al ejército para que se pasara al lado del pueblo. Como consecuencia, los soldados todavía sienten la presión de la disciplina militar y la amenaza de los juicios marciales por los motines.
Se produjeron muchos incidentes cuando los soldados se unieron a los manifestantes o les permitieron subir a lo alto de los tanques. Otros episodios demuestran lo contrario: los oficiales ejecutaron a cinco cadetes por intentar abandonar los barracones para unirse a los manifestantes.
En muchos casos, en las principales ciudades de Irán hubo ejemplos similares de soldados que se negaron a disparar, de confraternización de la tropa y de acciones contra sus oficiales. Muchos de los oficiales jóvenes también simpatizan con el movimiento de las masas.
La razón por la que el ejército no se puso al lado de la clase obrera, como ocurrió en Rusia en 1917 y en Alemania en 1918, es que no existía una organización capaz de dar una dirección. Si se hubiera ofrecido una alternativa socialista a los trabajadores y a los soldados, sin duda toda la situación en Irán habría cambiado. Se podían haber publicado millones de panfletos destinados a los soldados. Incluso con la organización de unos cuantos cientos o miles de militantes se podían haber repartido millones de panfletos entre los trabajadores y los soldados. Podrían haber explicado las cuestiones a las que se enfrentaba Irán en el momento actual y, bajo estas circunstancias, es casi inevitable que el ejército se hubiera puesto al lado de la población.
La revolución, como la revolución española de 1931-1937, tendrá muchas alzas y bajas. Las masas pueden retroceder tras un período de lucha. La reacción podría establecerse.
Pero no será posible en el futuro inmediato que el ejército establezca una dictadura militar, como les habría gustado a los imperialistas occidentales. Cualquier intento de dictadura militar se encontraría con la respuesta de un movimiento aún más furioso por parte de las masas y provocaría una división en el ejército.
La madurez de la situación para la revolución socialista en Irán se puede ver en que los liberales, el llamado Frente Nacional de Irán, realmente han tenido que adoptar un programa «socialista» o semi-socialista. Sería como si los cadetes (los liberales en Rusia antes de 1911) se hubieran unido en un único partido con los social-revolucionarios (el partido de la reforma agraria radical) y pretendieran ser un partido socialista.
Pero al igual que los liberales en Rusia, los dirigentes del Frente Nacional, como Sanjabi, procedentes de las capas superiores de la clase media (o incluso de la clase capitalista), manifiestan un enorme temor a las masas. Bakhtiar, a pesar de haber sido nominalmente expulsado del Frente Nacional, ha formado un gobierno con la ayuda del Shah y del ejército.
A Sanjabi, así como a Bakhtiar, les gustaría mantener la monarquía. La ven hasta cierto punto domesticada, así que una monarquía constitucional podría actuar como un baluarte contra la revolución, contra la clase obrera. Han preservado el papel clásico de los liberales en la revolución. Sus principales esfuerzos se centran en sofocar la revolución y conseguir un cambio de régimen sin alterar las estructuras básicas de la sociedad actual.
Lo que Trotsky denominaba ley del desarrollo desigual y combinado se manifiesta en Irán. Todos los elementos para la revolución socialista están allí. Los liberales no pueden satisfacer los objetivos y las necesidades de la clase obrera, ni siquiera de los campesinos. En última instancia, ellos son representantes de la clase capitalista y del capital financiero.
En una entrevista, Sankabi, el líder del Frente Nacional, declaraba:
«En el Frente Nacional queremos mantener el ejército, queremos un ejército fuerte y no queremos nada que lo desaliente… Nunca hemos llamado a la deserción ni intentado crear indisciplina pero inevitablemente está ocurriendo y si continúa podría ser peligroso».
El imperialismo, y por supuesto el mismo Shah, se han opuesto al intento de crear una dictadura militar porque, en las condiciones actuales, sería totalmente incapaz de mantenerse frente a la resistencia de las masas.
El gobierno de Bakhtiar, por su propia naturaleza, sólo puede ser un recurso provisional o un régimen transitorio. Incluso los imperialistas ven que el régimen de Bakhtiar no será capaz de mantenerse durante mucho tiempo y hacen propuestas al ayatolá Jomeini.
Jomeini ha declarado que no desea establecer una dictadura militar reaccionaria, ni una dictadura semifeudal. Este aspecto de su programa, en el que los mulás afirman defender la libertad y la democracia, se ha convertido en una fuente poderosa de atracción para la masa de clase media y, por supuesto, también para sectores de los trabajadores.
Pero el programa utópico de Jomeini de ninguna manera puede resolver los problemas a los que se enfrenta el pueblo iraní en la actualidad.
Jomeini ha dejado claro que no aceptará nada más que la abolición de la monarquía. El Consejo Regente que ha creado el gobierno Bakhtiar no podrá mantener el control, ni mantener caliente el sillón del Shah. Ni siquiera la abdicación del Shah sería ya suficiente. Ahora es una cuestión de abolición de la monarquía.
En la situación actual de Irán, incluso una organización de mil marxistas, mil revolucionarios, marcaría una diferencia decisiva. Es posible que esta organización pudiera surgir de las fuerzas que se están reuniendo alrededor del Frente Nacional.
El propio Frente Nacional, una vez comience a tener una base de masas, inevitablemente se escindirá. El llamado Partido Comunista (el Tudeh) está arrastrándose tras los ayatolás, especialmente el ayatolá Jomeini. No tienen perspectiva, ni programa, ni política, más que apoyar la revolución burguesa en esta etapa en particular.
Sin una organización alternativa es posible, incluso probable, que se produzca un rápido crecimiento del Partido Tudeh. Este crecimiento en las condiciones modernas provocaría una escisión dentro del Partido Comunista, lo que generaría contradicciones ente los militantes y la dirección. Las divisiones se desarrollarán cuando los militantes obreros entren en conflicto con la dirección de clase media, que desea apoyar el mesianismo teocrático del ayatolá sin críticas y sin una política o perspectiva diferentes.
Pero la desnudez de los liberales y los mulás se reflejará rápidamente durante el curso de la propia revolución.
La revolución por su propia naturaleza no es un acto único. La revolución iraní se prolongará durante años. Las masas aprenderán en la escuela de la dura experiencia. El ejército se radicalizará cuando los soldados se topen con la realidad de que fue el movimiento de las masas lo que obligó al Shah a abdicar; se verá afectado por el ambiente de las masas y los viejos generales del Shah serán incapaces de restaurar la disciplina, a pesar de todos los esfuerzos de Jomeini o de los liberales.
Es probable que Jomeini llegue al poder. Todos los pretextos de Bakhtiar de que el Estado no puede permitir a la Iglesia jugar un papel directo y de mando en la política serán en vano.
Pero una vez llegado al poder, la inutilidad de las ideas reaccionarias y medievales de abolir el interés sin alterar el oasis económico de la sociedad provocará un caos. Mantener intacto el capital comercial e industrial y acabar con el interés y la usura es algo totalmente utópico. Incluso en los tiempos medievales, cuando la doctrina tanto de la iglesia católica como de la musulmana estaba en contra de la usura, ambas continuaron existiendo en muchas formas. Mientras existiera el capitalismo, esto tendría consecuencias desastrosas en la economía de Irán e inevitablemente tendría que ser abandonado.
El apoyo a Jomeini se desvanecerá después de que él forme gobierno. El fracaso de su programa de una república teocrática musulmana para resolver los problemas del pueblo iraní será aparente.
Las masas no sólo aspiran a tener derechos democráticos, sino también un nivel de vida más alto. Los sindicatos en Irán tendrán un crecimiento explosivo. Ya están creciendo porque los trabajadores sienten la necesidad elemental de organizarse. En el próximo período su alcance será mayor y durante los próximos meses y años se conseguirán resultados similares a los de Portugal, donde el 82 por ciento de la clase obrera está organizado en los sindicatos. Posiblemente la mayoría e incluso el grueso de la clase obrera de Irán se organizará.
En las condiciones modernas la democracia capitalista, con la crisis del capitalismo a escala mundial, no puede establecerse durante mucho tiempo en Irán. Los trabajadores ya han aprendido y aprenderán aún más en el transcurso de la lucha. Si las masas fueran derrotadas y se estableciera una dictadura militar bonapartista, ésta no sería estable, como hemos visto en las dictaduras policiaco-militares de la América Latina capitalista, o en la dictadura de Pakistán.
Incluso en el peor de los casos, la reacción prepararía el camino para la venganza por parte de las masas, y no en un futuro demasiado lejano. Sería de nuevo la revolución de 1905 en Rusia.
Pero este desenlace no es en absoluto necesario. Si las fuerzas del marxismo consiguen ganar apoyo en Irán, podría darse una victoria brillante en las líneas de la revolución rusa de 1917.
Un desarrollo sano de la revolución sería un absoluto desastre para la burocracia de Moscú. Gran parte de la población asiática es musulmana y también hay sectores de estos musulmanes en la parte asiática de Rusia en el Cáucaso. Además, el establecimiento de un estado obrero sano en Irán, en las fronteras de la Unión Soviética, tendría un efecto instantáneo sobre los trabajadores de los principales centros de la Unión Soviética: Moscú, Leningrado, Jarkov, Odessa, Novosibirsk, etc.
Pero eso sólo podría ocurrir con el desarrollo de una tendencia marxista que hubiera asimilado las lecciones de los últimos cincuenta años, particularmente las lecciones del ascenso del estalinismo en Rusia. La burocracia moscovita ni deseaba ni quería los acontecimientos que se están desarrollando en Irán.
Pero si existiera la posibilidad de un proceso de bonapartismo proletario en Irán, un estado de partido único totalitario deformado como en China o Rusia, ellos aceptarían este regalo con gratitud a pesar de las complicaciones con EEUU.
Éste también es uno de los factores en la situación ya que Irán es sólo un país semi-industrial y aún sigue siendo un país semi-colonial. Dada la ausencia de una tradición revolucionaria de masas de carácter marxista en Irán, este proceso es posible entre los oficiales de más baja graduación y entre un sector de la élite, que se basan en el apoyo de los trabajadores y los campesinos.
Moscú no deseaba la revolución iraní pero no rechazaría el fruto de una revolución que fortalecería su poder enormemente en el Mediterráneo, Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Tendrían que explicar a sus rivales imperialistas de la CEE, Japón y EEUU que éste sería un mal menor que el desarrollo de una democracia proletaria en Irán.
Un partido marxista socialista comenzaría con la reivindicación de la libertad de organización, de expresión, elecciones libres, libertad de prensa y todos los derechos democráticos conquistados por los trabajadores de occidente durante generaciones de lucha.
Exigirían la jornada laboral de 8 horas, cinco días semanales, y una escala móvil de salarios vinculada a los precios. Esto iría unido a la reivindicación de una asamblea constituyente revolucionaria y a un programa de reivindicaciones revolucionarias por la expropiación de la banda corrupta que ha controlado Irán durante tanto tiempo.
La expropiación de la riqueza del Shah; la expropiación de los terratenientes ausentes que invirtieron el dinero que les dio el Estado después de generaciones de abandono y explotación de la población agrícola; la nacionalización de la industria sin compensación, o compensación sólo en caso de necesidad, y un gobierno obrero; por el control obrero de la industria y la administración obrera de la industria y el estado.
Para conseguirlo sería necesario formar comités de acción de la clase obrera, que se extiendan también a las fuerzas armadas y a los pequeños comerciantes, a los pequeños empresarios, vinculándolos de la misma manera que los soviets se unieron en Alemania y en Rusia en las revoluciones de 1917 y 1918. Desgraciadamente no existe en Irán esa organización que pueda defender la política del marxismo.
El movimiento obrero en Gran Bretaña debería tener como una de sus principales reivindicaciones democráticas la no interferencia en la política de Irán, dejar al pueblo iraní que decida. Los trabajadores avanzados deberían ayudar al desarrollo de un partido socialista marxista en Irán que pueda dirigirles hacia la victoria.