A continuación, publicamos el siguiente artículo de opinión del compañero Diosman Bobadilla, militante del PPT.

Diosman Bobadilla

FUENTE ORIGINAL

A mediados de los 90´, en Venezuela, al igual que en otros países latinoamericanos, se había empezado un proceso de privatización de las empresas estatales de servicios públicos. Para la época, el gobierno de Carlos Andrés Pérez había decidido iniciar un proceso de venta de más de 25 empresas estatales -siendo una de ellas la telefónica- como parte de los compromisos adquiridos con el FMI.

La línea discursiva diseñada en esos momentos por los actores neoliberales fue que el Estado era incapaz de garantizar servicios públicos óptimos ya que no podía abarcar los costos, esto por una evidente mala administración de las riquezas petroleras, convirtiéndose en el fundamento para que las empresas privadas pudiesen presionar legítimamente la compra de las compañías estatales, generando incertidumbre en los trabajadores del área de los servicios y la población en general. Años más tarde se evidenciaría que la privatización ni mejoraría la calidad de los servicios, ni abastecería a toda la población.

Con la llegada a la presidencia de Hugo Chávez, se lleva a cabo una paralización de la privatización total de los servicios públicos y se inicia un proceso de megas inversiones (como la inversión de 225 millones de dólares para la construcción del parque eólico de La Guajira) y democratización en los servicios, que llevaría a la población a una verdadera mejora en las condiciones de vida.

A varios años de la siembra del Comandante Chávez, el Estado, producto de un atroz bloqueo imperialista y de una evidente ineficacia en la gestión pública (pues a pesar de que existen 6 vicepresidencias sectoriales, más de 30 despachos ministeriales y varios organismo y empresas estadales, no se nota un óptimo manejo de los pocos recursos que entran al Estado) se encuentra en un reacomodo, lo que ha promovido que replanteen sus gastos e inversiones. Paradójicamente, para paliar esta situación, han preferido profundizar los pactos con la burguesía, manteniendo un accionar que es poco cónsono con su discurso.

Unas de las áreas donde se expresa este reacomodo e ineficiencia es la gestión de los servicios públicos, que pareciera caminar de nuevo hacia el sendero de la privatización, bien sea por la vía legal o creando las condiciones para el nacimiento de mercados privados que aprovechan las circunstancias para lucrarse; como si años de historia no nos hubiesen enseñado lo suficiente. Un claro ejemplo es PDVSA Gas Comunal, que a mediados del 2019 inició una “desconcentración”, que no es más que la entrega de su administración, bien sea parcial o total, al capital privado. Cosa que no debería extrañarnos, luego de ver a autoridades gubernamentales argumentar abiertamente que, a su juicio, la distribución de servicios debería estar en manos del sector privado, pues “todos deben colaborar”.

Frente a ello, quien sigue padeciendo estas penurias es el pueblo, que se ha visto obligado a aceptar cualquier condición impuesta, con tal de acceder a los servicios. Esto se puede ver en la irregularidad en la distribución de bombonas de gas que ha empujado a la población a pagar cualquier precio, incluso en dólares, con tal de acceder al servicio; o la anomalía en del suministro de agua que ha llevado a la población a comprar camiones cisternas de alto costo; o las constantes irrupciones de electricidad que están creando un amplio mercado para las plantas eléctricas en casas y edificios. Y si de transporte público se trata, en especial el Metro de Caracas, las contantes fallas eléctricas, el precario mantenimiento, la ausencia de fiscalización en la comercialización de los repuestos y los problemas en la distribución de gasolina, han obligado a buena parte de los usuarios a asumir el costo del transporte privado.

Por lo pronto, solo nos queda pensar si seguimos con la paciencia que nos caracteriza como pueblo, adaptándonos a estas condiciones o si empezamos a encontrarnos los iguales para crear una instancia popular. Quizás ya es hora de recordarles que, al fin y al cabo, somos nosotros el Bravo Pueblo.