Tras analizar las perspectivas económicas, la situación social y la política del imperialismo estadounidense hacia Venezuela, avanzamos hacia la siguiente entrega del Documento de Perspectivas Nacionales de la sección venezolana de la ICR. En esta ocasión, abordaremos dos aproximaciones teóricas de gran relevancia para la comprensión efectiva de lo que ha ocurrido en Venezuela en las últimas décadas. Los apartados “Termidor y contrarrevolución” y “Bonapartismo” profundizan en el devenir de la Revolución Bolivariana tras el ascenso de Maduro al poder, así como en el carácter contrarrevolucionario y autoritario de la dirección del partido de gobierno.

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Termidor y contrarrevolución

Maduro, desde su ascenso al poder tras la muerte de Hugo Chávez, ha dirigido el retroceso y la destrucción de todos los logros del periodo anterior. Este hecho ha planteado enormes retos de orden político y teórico para los revolucionarios de Venezuela y del mundo. El proceso histórico de nuestro país desde comienzos del siglo presenta rasgos comunes con otras revoluciones y contrarrevoluciones. Las sectas se niegan a reconocer este hecho desde el preciso momento en que desconocen que en Venezuela hubo una revolución.

A lo largo de la historia, los marxistas han trazado analogías con la Revolución Francesa (1789-1794), utilizando términos como «Termidor» para discernir etapas y cambios cualitativos en otros procesos revolucionarios. Sin embargo, es esencial reconocer que todas las analogías tienen límites. En Venezuela, el uso de expresiones como «reacción termidoriana» resulta controvertido, ya que la revolución no condujo a una transformación de las relaciones sociales de producción. Por ello, es necesario explicar el problema del Termidor desde su origen, para facilitar la comprensión de lo que ha ocurrido en Venezuela y dotar a las nuevas generaciones revolucionarias de valiosas lecciones.

La expresión “Termidor” tiene su origen en el calendario republicano francés adoptado durante la Gran Revolución Francesa. Se refiere al periodo posterior a la caída del líder jacobino Robespierre el 9 de termidor (27 de julio de 1794). Trotsky utilizó el término para comparar la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, intentando explicar el comienzo de la contrarrevolución en su país. En el caso de la Revolución Francesa, el Termidor supuso la caída de los jacobinos y el ascenso de la Convención Termidoriana, mientras que en la Revolución Rusa Trotsky identificó el ascenso de Stalin y la burocracia como un proceso similar. El revolucionario ruso explicó que, al igual que el Termidor francés preservó las relaciones burguesas de producción instauradas a partir de 1789, la contrarrevolución estalinista también mantuvo las nuevas relaciones de propiedad creadas luego de Octubre, aunque desplazando al proletariado del poder en favor de la burocracia. Aquí la contrarrevolución se completó varias décadas después con la restauración del capitalismo en Rusia y las demás repúblicas soviéticas. De esta manera, el Termidor se define como el punto de ruptura en el que una revolución da paso a una contrarrevolución.

Tanto la Revolución Francesa como la Revolución de Octubre, pese a que difieren en cuanto al carácter de clase, compartieron el hecho de haber transformado las relaciones sociales de producción: la francesa abolió la propiedad feudal e instauró la propiedad burguesa, mientras que la Revolución de Octubre suprimió la propiedad burguesa y estableció la propiedad nacionalizada. Aquí es precisamente donde los límites de comparación con el caso venezolano salen a relucir. Como dijimos, la Revolución Bolivariana en esencia no alteró las relaciones de producción burguesas en nuestro país. Sin embargo este hecho por sí solo no niega, como suelen creer las sectas, que en Venezuela se produjo una revolución.

Trotsky, en el prólogo de La Historia de la Revolución Rusa, señaló:

“El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Siguiendo la definición de Trotsky, el carácter revolucionario de los primeros años del proceso venezolano responde a “la intervención directa de las masas en los grandes acontecimientos”, como la insurrección popular del 13 de abril de 2002 y cuando la clase obrera se hizo cargo de la compleja producción energética nacional durante el paro patronal de 2002 y 2003. También, a “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”, a través de la toma de tierras, ocupación de fábricas, el movimiento por el control obrero y múltiples experiencias populares de auto-organización.

En este sentido, el Termidor venezolano ha sido un proceso extendido que comenzó con el fallecimiento de Hugo Chávez y continuó con el fin de las medidas revolucionarias, como las expropiaciones de empresas y tierras, que a la postre fueron privatizadas o devueltas a sus antiguos dueños. Esto se complementó con el aplastamiento hasta la muerte de la mayoría de experiencias de control obrero y otras manifestaciones de auto-organización. A partir de 2014, cuando el gobierno acusó la presión de la reacción mediante las guarimbas, el giro hacia la derecha de Maduro no se ha detenido hasta hoy. En resumen, la analogía del Termidor aplicada Venezuela solo es válida cuando se identifica que la revolución dio paso a una contrarrevolución, a través de un cambio importante en el equipo dirigente, el fin de las medidas revolucionarias y la implementación de políticas contrarias.

Bonapartismo

Nicolás Maduro lidera un régimen bonapartista en toda regla. El bonapartismo es un régimen político que surge cuando se produce una suerte de empate en la lucha de clases. Se trata de una situación de profunda inestabilidad política donde la clase capitalista pierde las riendas de la sociedad, pero la clase obrera no termina de tomar el poder. Ante estas condiciones emerge de la sociedad una fuerza que se pone a la cabeza de ella para arbitrar entre los antagonismos de clases, a través de la represión y la violencia estatal. El bonapartismo, por lo tanto, se sustenta en la concentración del poder en un individuo o un reducido grupo de personas, para amortiguar los choques de las clases y restablecer el “orden” y la “tranquilidad”.

En el contexto venezolano, las contradicciones sociales que explotaron en El Caracazo, en esencia, no se resolvieron. La llegada a la presidencia de Chávez una década después supuso la pérdida del poder por parte de la burguesía proimperialista, que fracasó en cada intento por recuperarlo. Acto seguido, la Revolución Bolivariana movilizó y organizó a millones de trabajadores y pobres, pero este proceso no se completó con la toma del poder por parte de estos. Como resultado, se gestó una contrarrevolución impulsada por la burocracia psuvista, que tras la muerte de Chávez no tuvo más obstáculos para pulverizar los logros anteriores, así como para frenar y disciplinar a las masas. Sobre la base de esta situación de empate entre las clases en pugna –ni la burguesía tradicional ni la clase obrera tenían el poder–, la cúpula del PSUV, con sus camarillas civiles y militares, no tardó en desarrollar sus tendencias como árbitro de la sociedad.

Las características bonapartistas de la dirección del partido de gobierno saltan a la vista: Maduro y sus secuaces han consolidado su control sobre todos los poderes del Estado, limitando las libertades civiles y cualquier manifestación de disidencia. Han empleado las instituciones para secuestrar partidos políticos, inhabilitar opositores, y más recientemente manipular los resultados electorales, intentando asegurar la permanencia de Maduro en el poder. Además, la represión estatal contra los sectores oprimidos y la derecha se ha traducido en arrestos arbitrarios, torturas y desapariciones forzadas. Asimismo, la cúpula madurista a lo largo de la historia ha dirigido acciones para dividir a la derecha, debilitando con esto su capacidad de acción.

Continuará…