Muchos revolucionarios arrugan la cara cuando al proceso venezolano se le etiqueta la palabra “revolución”. Sin embargo, existen indicadores que nos señalan que el camino ha sido emprendido y las experiencias ocurridas en estos últimos cinco años se
Muchos revolucionarios arrugan la cara cuando al proceso venezolano se le etiqueta la palabra “revolución”. Sin embargo, existen indicadores que nos señalan que el camino ha sido emprendido y las experiencias ocurridas en estos últimos cinco años se multiplican y dejan ver que, en efecto, algo revolucionario está pasando. El conocimiento y consecuente apoyo a estas acciones fortalecerán al pueblo e irradiarán la transformación definitiva, si esto sucede no quedan dudas que los dirigentes reformistas del proceso serán sobrepasados por la revolución misma.
Uno de estos indicadores lo observé en la experiencia que ocurre en la escuela Juan Bautista Alberdi, que lleva mas de un año tomada por la comunidad. Esta escuela de educación básica, ubicada en la parroquia La Pastora del Municipio Libertador, es una escuela estadal que pertenece oficialmente a la administración de la Alcaldía Mayor, donde Alfredo Peña juega a ser alcalde y grita insistentemente su oposición a Chávez. Es por ello que cuando el paro conspirativo de diciembre del 2002 se inicia, el alcalde Peña presiona para que las escuelas bajo su tutela no abrieran sus puertas. Y así sucedió, sin embargo, llegó la época de navidades y el período de vacaciones impidió que el cierre de escuelas tuviese el efecto mediático buscado. Mientras, en el país los medios de comunicación se encargaban de crear un clima de descontento y enfrentamiento, y reflejaban una realidad de paralización total y caos insostenible. Sin embargo, nunca pasaron por sus pantallas las fábricas que empezaban a ser tomadas por sus trabajadores, ni el funcionamiento que, por ejemplo, tuvo el sector del transporte público y mucho menos reseñaron casos como el del chofer de autobús que fue quemado dentro de su unidad de transporte por negarse a asumir el mal llamado “paro”. Poco a poco, al ver que ya no serían las “Navidades sin Chávez” y que la industria petrolera lograba recuperarse, decidieron enfocarse hacia el nuevo año. El paro continuaba y un sector fundamental era el educativo. Así, el 7 de enero, día de inicio de clases, la presión para que las escuelas permanecieran cerradas era aún mas fuerte.
Esos primeros días muchas escuelas fueron tomadas por las comunidades. Fue el caso de la escuela Juan Bautista Alberdi. Inmediatamente se formó el “Comité de defensa de los niños de la escuela Alberdi”, conformado por los estudiantes, la sociedad de padres y representantes, algunos docentes que no se plegaron al paro y varios miembros de la comunidad. Ante el paro y la arbitrariedad decidieron tomar la escuela por asalto.
Las acciones comenzaron el mismo 7 de enero, cuando trancaron la calle donde se encontraba la escuela y lograron forzar la apertura de las puertas. Del total del personal docente, sólo estaban dispuestas a trabajar seis maestras. Las otras, dirigidas por la directora del plantel, no se presentaron. Sin embargo, la directora del plantel tuvo la venia de mandar una carta donde afirmaba su postura: “yo voy después del 12 de febrero cuando Chávez ya no esté en la presidencia”. Las sanciones no tardaron en llegar, a las seis docentes que siguieron trabajando en la escuela se les paralizó el pago, mientras que las que no trabajaban eran premiadas. En la prensa se describía a los “tomistas”, como “delincuentes”, “prostitutas”, “círculos armados”, y, finalmente “chavistas” (que para ellos –los medios- es lo mismo), así mismo se emprendieron acciones legales contra la junta interventora y dos de los padres que pertenecen a la misma tienen aún hoy sendos expedientes judiciales donde se les etiqueta como “delincuencia organizada” (“ahora por lo menos nos dicen organizados”, señalan ellos jocosamente).
En los primeros días lograron recuperar la escuela, habilitando primeramente la infraestructura (pues ni agua había), rescatando pupitres y pizarrones, habilitando el comedor, acondicionando las canchas, todo en una inmensa acción colectiva. Además, lograron recuperar las clases, pues ni siquiera eso tenían en la “normalidad” pre-paro, pues bajo cualquier pretexto los niños eran despachados a sus casas: “por cualquier cosa no había clases…, los –antiguos- maestros celebraban hasta el día del alambre” nos decía cínicamente una de las estudiantes.
Una vez que era evidente el fracaso del paro la directora y el antiguo plantel docente, bajo la supervisión de la Alcaldía de Peña, decidieron regresar a la escuela para retomarla, como si nada hubiese pasado. Así sucedió en muchas escuelas que habían sido tomadas, y luego de negociaciones, se había restablecido “la normalidad” (desafortunadamente). Pero en la escuela Alberdi no sucedió esto. La postura de la junta interventora no cedió un paso e impidió el restablecimiento de “la normalidad” (afortunadamente). La comunidad permaneció en pie de lucha, amparándose en el art. X1 de la constitución bolivariana de Venezuela, con la certeza, dada por la experiencia misma, que la escuela estaría mucho mejor bajo su administración y control.
Poco a poco, con la ayuda de un voluntariado numeroso y conciente, la escuela tomo otro aspecto, los niños ahora no querían salir de la escuela…, y los adultos tampoco. Las actividades se multiplicaron, y la educación comenzó a existir realmente. La escuela Juan Bautista Alberdi se convirtió en un verdadero centro educativo, donde se es consciente del papel político que juegan en la formación de nuevos valores para la consecución de un mundo mas justo y digno.
La lucha ha sido fuerte, no sólo en el ámbito legal, sino también en el espacio físico de la escuela. La movilización de la comunidad ha sido intensa y constante y ha batallado contra el desgaste, ganando la pelea. Así, luego de algunos conflictos internos, de lidiar con los factores humanos que incitan la división y a pesar del largo tiempo transcurrido sin contar con el apoyo institucional necesario, podemos decir que la pelea ha sido ganada y la conciencia de lucha colectiva se ha consolidado en el camino. Hoy esta escuela se ha convertido en el centro de desarrollo organizativo de la comunidad, y no sólo se ha quedado en sus funciones tradicionales de centro educativo donde sólo se imparten clases, sino que también ha sido el núcleo donde se llevan a cabo las diferentes misiones: la Robinson (alfabetización y educación primaria para adultos), la misión Rivas (bachillerato para adultos excluidos del sistema escolar), la misión Sucre (educación universitaria), los comités de tierra urbano, las mesas de agua, comités deportivos, desarrollo de la casa de la cultura y la plaza cultural, el desarrollo de diferentes talleres comunitarios, entre ellos la incipiente formación de una escuela de cine documental, con el apoyo de la emisora comunitaria Catia TVe, entre tantas otras actividades.
Mientras, el gobierno nacional, a través del Ministerio de Educación ha apoyado la iniciativa reconociendo el año escolar, y hoy negocia con la comunidad la asignación de una nueva plantilla docente. Por otro lado, se mantienen las acciones legales por parte del alcalde Peña, mientras la comunidad sigue peleando para que se le asigne a la escuela el status de “bolivariana”, lo que le permitiría pasar bajo la tutela del gobierno nacional, pero siempre, siempre, bajo la administración y control de la comunidad y esto ya lo tienen bien claro. La comunidad sabe hoy que esa escuela le pertenece a ellos y que los logros obtenidos no serán anulados por ninguna sentencia judicial, ni por cualquier otra medida que se intente aplicar.
Ahora, en este sector de La Pastora, los niños y niñas van a la escuela sonriendo de felicidad, y esa sonrisa y felicidad es el fruto de la revolución, la que han de hacer los pueblos, mas que los gobiernos.