La reelección de Emmanuel Macron marca una nueva etapa en la crisis de régimen capitalista francés. En la segunda vuelta, teniendo en cuenta la abstención y los votos en blanco o nulos, Júpiter sólo obtuvo los votos del 38,5% de los inscritos. Esto es un 5% y 2 millones de votos menos que en 2017. Además, casi la mitad de sus 18,8 millones de votantes no tienen ninguna confianza en él.
Con todo, Macron gana en un océano de amargura, desafío y odio, de este odio social, este odio de clase del cual las revoluciones son el fruto maduro.
Marine Le Pen fue ampliamente derrotada, pero acumula 2,7 millones de votos más que en 2017. El mecanismo del «cordón sanitario contra la extrema derecha» está llegando a su límite. Todos pudieron observar la vasta maniobra que consistió en «normalizar» al Reagrupamiento Nacional (el partido de Le Pen), durante años, en invitarlo a todos los platós de televisión, en transmitir todas sus ideas reaccionarias, para descubrir de pronto en él, entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones, secretas intenciones dictatoriales, ante las cuales estamos convocados a votar por la Democracia, por la República, por la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad: por Emmanuel Macron.
Desafortunadamente, como en 2017, esta mala farsa recibió el apoyo entusiasta de la mayoría de los líderes de la izquierda y del movimiento sindical, bajo la apariencia de un “frente republicano” contra la extrema derecha. Esta sale derrotada en las urnas, claro, pero reforzada políticamente.
Elecciones parlamentarias
Desde ahora hasta las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio, Macron hará todo lo posible para enmascarar el alcance de su programa reaccionario. En 2017, obtuvo una clara mayoría de escaños en la Asamblea Nacional. Es posible que lo vuelva a hacer. Esto dependerá de una serie de factores, y en particular de la mayor o menor movilización del electorado de izquierda. En junio de 2017 estuvo desmovilizado masivamente.
Jean-Luc Mélenchon anuncia que aspira a la victoria de la Unión Popular «ampliada» el 19 de junio. Durante las próximas ocho semanas, decenas de miles de militantes y simpatizantes de la France insoumise (FI) trabajarán en esta dirección. Révolution llama a invertir en esta campaña para elegir la mayor cantidad posible de diputados de FI. Dicho esto, hay que mirar las cosas de frente: una victoria de Unión Popular supone una clarísima amplificación de la dinámica que llevó a Mélenchon al 22% de los votos el 10 de abril, exactamente lo contrario de lo que se produjo durante las legislativas de 2017, marcadas por un récord de abstención (51,3%). Por lo tanto, una victoria de la Unión Popular parece poco probable. Por otro lado, es muy posible que la FI gane decenas de escaños adicionales, lo que fortalecería su posición en las próximas luchas contra las políticas reaccionarias del gobierno.
Desintegración social y crisis económica
La noche de su reelección, Macron formuló la primera mentira desvergonzada de su nuevo mandato: «Esta nueva era no será la continuidad del quinquenio que termina, sino la invención colectiva de un método revisado para cinco años mejores al servicio de nuestro país, de nuestra juventud”. Esta declaración pretende adormecer al electorado popular a las puertas de las elecciones legislativas. En realidad, Macron continuará e intensificará la destrucción de nuestras conquistas sociales. Toda su política quedará subordinada a los intereses de este puñado de capitalistas adinerados dueños de las grandes palancas de la economía.
En su carrera por las ganancias, la clase dominante francesa exigirá la destrucción del seguro de salud, el seguro de desempleo y nuestro sistema de pensiones, la reducción del «coste del trabajo» (es decir, los salarios netos y las contribuciones de los empresarios), el «reacondicionamiento» de la RSA (Ingreso Mínimo Vital), el saqueo de la Función Pública, drásticos recortes en el gasto social, la privatización de todo lo que pueda resultar rentable -y, por supuesto, decenas de miles de millones de euros en subvenciones a las empresas para “defender su competitividad”, decenas de miles de millones que van directamente a inflar los dividendos pagados a los accionistas de los grandes grupos capitalistas cada año.
¿Conseguirá Macron aplicar esta política? Todo dependerá de la resistencia que le oponga nuestra clase. Una cosa es cierta: esta vez, el jefe de Estado no se beneficiará del más mínimo estado de gracia. De entrada, se enfrentará a una fuerte hostilidad de una gran mayoría de jóvenes y trabajadores, cuya experiencia se ha enriquecido con las luchas de los últimos cinco años. Además, Macron no podrá contar en absoluto con una situación económica favorable. La crisis y su impacto social alimentarán el infierno de la ira y la revuelta.
La inflación, en particular, será una parte central de la ecuación social. La mayoría de los economistas burgueses ahora se ven obligados a reconocer que el aumento de los precios no es un fenómeno pasajero. Se asienta y acelera. En marzo alcanzó el 8,5% en Estados Unidos (récord desde diciembre de 1981), el 7,5% en la zona euro (inédito) y el 4,5% en Francia (récord desde diciembre de 1985). El aumento de los “precios de producción” –que, a largo plazo, se reflejan en los precios de los bienes corrientes– también alcanzó máximos: +22,4% en febrero, en Francia, lo que no tiene precedentes. Los precios de las materias primas, especialmente de los alimentos, se están disparando, amenazando con la hambruna a decenas de millones de personas en todo el mundo y lastrando el poder adquisitivo de los hogares en los países más desarrollados. Finalmente, la caída del euro encarece los bienes importados.
En este contexto, al que se suma la guerra en Ucrania, las perspectivas de crecimiento se revisan constantemente a la baja, en Francia y en otros lugares. La prensa burguesa temía el regreso de un fenómeno que había marcado la década de 1970: la “estanflación”, es decir, la combinación de estancamiento económico y alta inflación. Estos temores se justifican aún más porque la economía china, uno de los principales motores del crecimiento mundial, continúa desacelerándose. La economía francesa, que tiene una deuda pública del 113% y un enorme déficit comercial, se vería muy afectada por tal escenario.
Un problema a resolver
La inflación estimulará las huelgas por aumentos salariales. En general, la combinación de los efectos sociales de la crisis y una política de contrarreformas abrirán una nueva etapa -explosiva- en la vida política y social de nuestro país.
Dicho esto, seamos realistas: los mejores aliados de Macron durante los últimos cinco años han sido los líderes oficiales del movimiento obrero, y en particular los líderes sindicales. No han podido utilizar la creciente ira de las masas para organizar una lucha seria contra la política del gobierno. Vieron pasar el movimiento de los chalecos amarillos como las vacas ven pasar los trenes. Nos han llevado de «jornadas de acción» inútiles a «jornadas de acción» inútiles, con la indiferencia regia del gobierno, que no ha retrocedido ni retrocederá ante las meras «jornadas de acción» no importa cuán masivas sean. Si hay una lección que aprender de las últimas movilizaciones interprofesionales, es esta. Se sigue una conclusión: para derrotar al gobierno, tendremos que preparar y organizar cuidadosamente, durante un largo período de tiempo, un movimiento de huelgas renovables que abarque un número creciente de sectores clave de la economía. En otras palabras, tendremos que paralizar el país.
Nuestros enemigos de clase, Macron a la cabeza, tienen muchos defectos, pero una cosa es segura: están firmemente decididos a poner todo el peso de la crisis sobre nuestros hombros. Desafortunadamente, los líderes oficiales de nuestra clase no están tan decididos a defender nuestros derechos y nuestras condiciones de trabajo, y mucho menos a participar en una lucha decisiva contra el capitalismo. La verdad es que se han adaptado a este sistema. No imaginan ni por un momento -ni en sueños- que pueda ser sustituido por otro sistema económico y social, en el que los trabajadores dirijan la economía en beneficio de la amplia mayoría. Este es el corazón del problema. Y hasta que no se resuelva este problema, nuestra clase no dejará de toparse con él.