La fecha límite del 10 de marzo para el ataque a Rafah ha pasado y aún no ha ocurrido nada. ¿Será que Netanyahu está dudando? La respuesta es claramente no. El gobierno israelí está maniobrando bajo la presión del exterior, en particular de la administración estadounidense, mientras que al mismo tiempo está dividido internamente. ¿Se debe la presión estadounidense a preocupaciones humanitarias por parte de Biden? La respuesta, una vez más, es no. Estados Unidos sigue apoyando a Israel en su ataque genocida contra el pueblo palestino, como demuestra el aumento de su ayuda militar. Entonces, ¿por qué el retraso en el ataque?
En un artículo anterior, La arremetida contra Rafah: la chispa que podría incendiar Medio Oriente, explicamos las posibles consecuencias revolucionarias para todo Medio Oriente si Israel entra en Rafah, matando a miles de civiles en una escala que eclipsaría el número de muertos hasta ahora en los más de cinco meses de guerra.
Esto ha concentrado claramente las mentes de los regímenes despóticos de la región, desde Egipto hasta Jordania y más allá, pero también de los imperialistas, que buscan formas de estabilizar la situación y evitar una conflagración mayor.
Esto explica, en parte, el aparente estancamiento actual. Se están llevando a cabo negociaciones entre Israel y Hamás para lograr algún tipo de cese al fuego, aunque sea «temporal». Una delegación israelí llegó recientemente a Doha para participar en negociaciones indirectas, con el objetivo declarado de conseguir un acuerdo mejor para Israel que el que se ha puesto sobre la mesa hasta ahora.
Sin embargo, los puntos conflictivos siguen siendo los mismos desde que comenzaron las negociaciones: Israel busca una tregua temporal -se habla de un posible periodo de seis semanas- a cambio de la liberación de los rehenes, mientras que Hamás busca un cese al fuego permanente con una retirada total de las tropas israelíes de Gaza.
Las negociaciones actuales prevén tres fases: un alto el fuego temporal con la liberación de unos 35 rehenes, seguido posteriormente de un alto el fuego permanente en una segunda fase, con la liberación de los rehenes restantes. En la tercera y última fase se levantaría el bloqueo de Gaza y comenzarían las obras de reconstrucción.
El problema es que Israel ha declarado abiertamente que descarta cualquier cese al fuego permanente y que, una vez liberados todos los rehenes, reanudaría su guerra con el objetivo de la destrucción total de Hamás.
Como podemos ver, las cosas no son nada alentadoras en cuanto al final de la guerra a corto plazo. Esto se debe a que lo que tenemos aquí son intereses diametralmente opuestos. Netanyahu tiene muy poco apoyo popular dentro de Israel, y la única forma que tiene de permanecer en el cargo es mantener a Israel en estado de guerra. Hamás, por su parte, no puede aceptar nada que no sea la retirada completa de las tropas israelíes de Gaza.
El imperialismo estadounidense pierde el control
Estados Unidos desempeña un papel importante en esta complicadísima ecuación. Israel depende en gran medida de Estados Unidos, en particular para el suministro de armamento clave, especialmente del tipo de municiones guiadas de precisión electrónica, que necesita para golpear lo que afirma que son bases de Hamás dentro de Gaza. Sin el apoyo de Estados Unidos, la capacidad de Israel para continuar su guerra sería mucho más limitada. Pero a pesar de toda la retórica de Biden sobre reducir el número de víctimas civiles, hay una cosa que no está dispuesto a hacer: cortar la ayuda militar. La hipocresía de este hombre huele muy mal.
El problema al que se enfrentaría Biden es que la autoridad y la credibilidad de Estados Unidos como aliado fiable -cuando las cosas se ponen difíciles- ya se ha visto minada a lo largo de los años. Y actuar seriamente contra Israel socavaría aún más esa autoridad. Estados Unidos ha establecido conexiones y alianzas con una miríada de países de todo el mundo. Se supone que estas alianzas garantizan tanto los intereses del imperialismo estadounidense como los de sus socios. ¿De qué sirve una alianza con una superpotencia que no puede proteger los intereses de las élites locales?
Los saudíes, por ejemplo, no han olvidado cómo Estados Unidos dejó caer al presidente egipcio Mubarak ante el levantamiento revolucionario de 2011, en contra de los deseos del régimen saudí. La razón por la que lo hicieron fue que el régimen de Mubarak ya no podía contener a las masas y, para recuperar cierto control sobre la situación, era necesario que Mubarak se fuera. Los saudíes captaron el mensaje: «ante una posible revolución en el futuro, nuestras posiciones de poder e influencia no estarán garantizadas por Estados Unidos».
El hecho es que durante un largo período de décadas, el imperialismo estadounidense ha experimentado un proceso de debilitamiento relativo. Sigue siendo, con diferencia, el país imperialista más poderoso del mundo, pero su dominio no tiene el mismo alcance que tuvo en el pasado. Un elemento clave para entender este proceso se encuentra en su músculo económico.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos producía dentro de sus fronteras el 50% del PIB mundial, al tiempo que poseía el 80% de las reservas mundiales de divisas. Hoy, la cuota de Estados Unidos en el PIB mundial es la mitad que entonces, en torno al 24%. Mientras tanto, han aparecido en escena otros actores importantes, entre los que destacan China y varias potencias regionales que compiten por el poder y la influencia.
La posición económica dominante de Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial le dio un inmenso peso diplomático y militar. Esto explica por qué, por ejemplo, en la década de 1950, cuando Estados Unidos le dijo a Israel lo que tenía que hacer, el gobierno de Israel se alineó rápidamente. En 1956, tras el fiasco del Canal de Suez, cuando Israel había ocupado la península del Sinaí, en cuanto Estados Unidos dijo a las fuerzas israelíes que debían retirarse, éstas lo hicieron muy obedientemente. Compárese con la situación actual, en la que Netanyahu se limita a mostrarle el dedo a Biden y sigue adelante con sus propios planes para Gaza.
Biden ha pedido repetidamente a Netanyahu que reconsidere su ataque previsto a Rafah o, como mínimo, que actúe de forma que se reduzcan significativamente las muertes de civiles. Esto no obedece a ninguna preocupación humanitaria, que nunca ha entrado en los cálculos del imperialismo estadounidense. El gobierno de Biden sigue afirmando que apoya los objetivos generales de Netanyahu, pero insiste en que hay otras formas de derrotar a Hamás.
El lunes, Biden pidió a Netanyahu que enviara un equipo a Washington con la petición explícita de discutir cómo podría evitarse un ataque militar a gran escala contra Rafah, y parece que el propio ministro de Defensa, Gallant, va a formar parte de la delegación israelí. Al mismo tiempo, el Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, ha vuelto a Oriente Medio en su sexta visita desde que comenzó la guerra, en un intento de reforzar las negociaciones en curso.
La razón de todo esto hay que buscarla en dos frentes. El primero es que un ataque a Rafah aumentaría enormemente las contradicciones internas de muchos de los regímenes árabes reaccionarios de la región que también son aliados de Estados Unidos, como Jordania, que fue designada aliado principal no perteneciente a la OTAN por Estados Unidos en 1996, o Egipto, que también es considerado un valioso socio de Estados Unidos en la región.
La segunda es que la guerra de Gaza se ha convertido en un elemento importante de la política interior estadounidense. Las elecciones presidenciales se llevarán a cabo a finales de este año, y parece casi una conclusión inevitable que Trump las gane. La gestión de la guerra por parte de Biden le ha costado el apoyo de capas significativas, especialmente entre los jóvenes que le ayudaron a conseguir la victoria sobre Trump en 2020, pero también entre los votantes musulmanes de algunos estados clave. Biden necesita desesperadamente demostrar que es capaz de controlar la situación en Oriente Próximo. Hasta ahora sólo ha demostrado su total impotencia.
El problema al que se enfrenta es que Netanyahu no está dispuesto a comportarse como lo hacían los gobiernos israelíes en los años cincuenta. Puede percibir la relativa debilidad de Estados Unidos, y de Biden en particular, y por ello sigue respondiendo a sus llamamientos de la misma manera: «seguimos adelante con los planes para una ofensiva contra Rafah». El debilitamiento histórico y a largo plazo del imperialismo estadounidense se pone así de manifiesto en su relación actual con Israel. Ya no puede dar órdenes, sino que se limita a hacer llamamientos con la esperanza de que sean escuchados.
El ataque a Rafah se retrasa pero no se cancela
Sin embargo, incluso algunos de los obtusos sionistas de línea dura del gabinete de Netanyahu se están viendo obligados a plantearse adónde quieren llegar con la guerra actual. La verdad es que creían que podían hacer frente a Hamás en una guerra rápida e intensa, destruir sus bases y eliminar su capacidad de combate. Esto está muy lejos de haberse conseguido.
Los combatientes de Hamás siguen incrustados en Gaza. Han regresado a zonas que las FDI ya habían tomado. Destruirlo totalmente como fuerza de combate requeriría una campaña militar mucho más larga y prolongada. Esto implicaría inevitablemente muchas más víctimas civiles de las que hemos visto hasta ahora.
Esto está ejerciendo una enorme presión sobre todos los regímenes árabes circundantes, que temen ser derrocados en un levantamiento revolucionario si continúan siendo vistos como cómplices, por activa o por pasiva, en la masacre de los palestinos. También está polarizando la opinión en Estados Unidos y Europa, teniendo un efecto de radicalización especialmente entre los jóvenes que simpatizan masivamente con la causa de los palestinos.
La atención se está centrando en los planes de las FDI de entrar en Rafah y en sus consecuencias. A esto se suman todos los informes sobre el terrible sufrimiento del pueblo palestino en Gaza, en los que se habla de una hambruna generalizada que afecta a un gran número de personas. Esta hambruna deliberada de cientos de miles de personas ha sido descrita por la ONU como un crimen de guerra. Si se permite que esto continúe durante mucho más tiempo, la ira de las masas árabes en toda la región podría llegar a un punto de ebullición y Estados Unidos vería cómo todos sus planes para mantener la región bajo control se hacían añicos.
Por si esto no fuera suficientemente malo para el imperialismo estadounidense, está el actual conflicto en la frontera con Líbano. Se habla abiertamente de que una vez que las FDI se hayan ocupado de Gaza, su atención se volvería hacia Hezbolá. Los niveles de escaramuzas armadas y de intercambios de disparos de cohetes a través de la frontera han aumentado gradualmente con el paso del tiempo. Y algunos dentro del gobierno israelí hablan abiertamente de la necesidad de abrir el frente norte.
El miembro de la oposición en la Knesset, Avigdor Lieberman, ex ministro de Defensa de Netanyahu, ha pedido abiertamente al gobierno de Israel que «entre en razón y traslade la guerra al territorio enemigo», afirmando claramente que la guerra debe extenderse hasta Líbano.
Sin embargo, una guerra con Hezbolá tendría consecuencias de largo alcance para Israel. Hezbolá está mucho mejor equipada de lo que nunca lo estuvo Hamás, y cuenta con tropas mucho más curtidas en batalla sobre el terreno. Aunque las fuerzas armadas israelíes están mucho mejor equipadas, y podrían contar también con el suministro de material militar por parte de Estados Unidos, Hezbolá podría infligir graves daños a Israel. Y una guerra de este tipo tiene el potencial de generalizarse realmente, con el riesgo de arrastrar a EEUU directamente a ella.
Todo esto explica por qué Biden sigue aumentando la presión para que Netanyahu se replantee su estrategia en relación con Hamás. Hasta hace poco, Estados Unidos ha bloqueado cualquier resolución que llegara al Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo un alto el fuego «inmediato». Pero la resolución redactada por Estados Unidos que fracasó recientemente en el Consejo de Seguridad de la ONU contenía precisamente esa redacción.
Se refería a «la necesidad de un alto el fuego inmediato y duradero» -con la condición añadida, por supuesto, de que estuviera «vinculado a la liberación de los rehenes»- para permitir la entrada de ayuda en la Franja de Gaza y evitar que se produjera un completo desastre humanitario y una hambruna masiva. Sin embargo, a la vez que presionaba a favor de un alto el fuego, Blinken también añadió la declaración habitual de que «por supuesto, estamos con Israel y su derecho a defenderse…».
Es evidente que aquí están intentando cuadrar el círculo. El alto el fuego debe ser inmediato, pero con la condición de que se libere a los rehenes, al tiempo que se respalda el ataque militar de Israel contra Gaza. A pesar de ello, está claro que Estados Unidos está preocupado por las consecuencias del ataque planeado contra Rafah.
La respuesta de Netanyahu a todo esto llegó el miércoles por la noche durante una videollamada con los republicanos del Senado -que le dieron una amistosa bienvenida- en la que afirmó claramente que no cejaría en su guerra contra Gaza. Sin embargo, su petición de hablar también con los demócratas del Senado fue rechazada. De momento, la única concesión que Netanyahu parece dispuesto a hacer es retrasar el ataque y prometer que permitirá una evacuación masiva de refugiados de Rafah antes de que entren las FDI.
«Nuestro objetivo de eliminar los batallones terroristas que quedan en Rafah va de la mano de permitir que la población civil abandone Rafah. No es algo que vayamos a hacer mientras mantenemos a la población encerrada. De hecho, haremos todo lo contrario, les permitiremos salir», dijo Netanyahu durante una declaración a la prensa en Jerusalén, según Al Jazeera.
Pero esto no significa en absoluto poner fin al ataque planeado contra Rafah. En el mismo reportaje de Al Jazeera, leemos: «Ninguna presión internacional nos impedirá realizar todos los objetivos de la guerra: eliminar a Hamás, liberar a todos nuestros rehenes y garantizar que Gaza deje de suponer una amenaza contra Israel… Para ello, también operaremos en Rafah».
Pero, ¿adónde irían los refugiados? Hemos explicado en artículos anteriores que existiría el riesgo real de una avalancha masiva de refugiados hacia Egipto, algo por lo que la extrema derecha del gobierno de Netanyahu ha estado presionando claramente. El régimen de Al-Sisi ya ha hecho preparativos en caso de que este peor escenario se haga realidad. Pero un resultado así pondría en peligro el acuerdo de paz entre Israel y Egipto, ambos aliados de Estados Unidos. Incluso los obtusos dirigentes de los partidos sionistas de extrema derecha, junto con Netanyahu, pueden ver que tal resultado, lejos de fortalecer la seguridad de Israel, la socavaría masivamente.
Eso explica por qué las FDI han recibido instrucciones de evacuar a los civiles de Rafah hacia el centro de Gaza, a lo que han definido como «enclaves humanitarios». Daniel Hagari, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, declaró a la prensa la semana pasada que la ofensiva prevista sobre Rafah es «algo que tenemos que hacer», pero también añadió que su calendario depende de «las condiciones que lo permitan».
¿Y cuáles son esas condiciones, según Hagari? En respuesta a esa pregunta, declaró «Tenemos que asegurarnos de que 1,4 millones de personas se trasladen a enclaves humanitarios que crearemos con la comunidad internacional. Ellos les proporcionarán alojamiento temporal, alimentos, agua y hospitales de campaña».
Todo esto es una tarea ingente que no puede llevarse a cabo de la noche a la mañana. Esto explica por qué todo lo que se dice ahora es que un ataque a Rafah no es inminente. Como explicó Hagari: «Estamos reforzando nuestra preparación. No quiero hablar de tiempo. Será cuando sea el mejor momento para Israel».
Así que la postura del gobierno israelí, junto con la de los jefes de las FDI es que necesitan preparar lo que consideran las condiciones óptimas para un ataque a Rafah. Para ellos no es una cuestión de «si» sino de «cuándo».
Netanyahu en la cuerda floja
Netanyahu también se enfrenta a diferentes presiones en casa. Por un lado, una parte de la población israelí quiere que se haga todo lo necesario para liberar a los rehenes. Sin embargo, según una encuesta reciente, el 40% de los israelíes considera que la prioridad es erradicar a Hamás, mientras que sólo el 32% considera que la liberación de los rehenes es la prioridad principal.
Lo más amenazador para Netanyahu es el hecho de que, en febrero, la confianza en su gobierno cayó al 34 por ciento, y el 63 por ciento de los israelíes cree ahora que las nuevas elecciones no deberían esperar hasta 2026. El 36 por ciento opina que deberían llevar a cabo elecciones anticipadas en los próximos tres meses. El resultado de tales elecciones está claro para todos: significaría el fin de Netanyahu. Eso explica que no se pueda descartar que, en un intento desesperado por aferrarse al poder, Netanyahu decida que le interesa invadir Líbano.
Las divisiones dentro del propio gobierno israelí también se hacen más evidentes cada día que pasa. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha declarado que Israel debe utilizar todos los canales disponibles para traer a los rehenes a casa, incluida la negociación de un alto el fuego de algún tipo, e incluso hacer concesiones significativas en el canje de rehenes por prisioneros que Hamás ha puesto sobre la mesa. Está más en línea con la posición del imperialismo estadounidense en esta cuestión.
Y luego está Benny Gantz, que se comporta abiertamente como un Primer Ministro en espera. Recientemente viajó a Estados Unidos, donde fue recibido casi como si fuera el Primer Ministro. Mientras estaba allí, obviamente discutió planes para un alto el fuego con el gobierno estadounidense. Esto provocó la ira de Netanyahu y sus colegas de gabinete de extrema derecha. La embajada israelí en EEUU recibió instrucciones de no colaborar con la visita de Gantz, a pesar de que forma parte del gabinete de Unidad Nacional.
En Estados Unidos, es un secreto a voces que Biden desea ver el final de Netanyahu. Incluso ha encargado la elaboración de un informe sobre las perspectivas de que Netanyahu siga en el cargo. El líder del Senado estadounidense, Chuck Schumer, considerado el político judío más prominente de Estados Unidos y también un estrecho aliado de Biden, ha ido mucho más lejos en sus críticas a Netanyahu. Ha pedido abiertamente que su gobierno sea sustituido por otro más dispuesto a plegarse a la línea del imperialismo estadounidense. Esto provocó la airada respuesta del gobierno israelí de que «Israel no es un protectorado de EEUU…».
Mientras continúe la guerra, Netanyahu tiene la excusa que necesita para no convocar elecciones anticipadas. Pero la verdad es que Netanyahu está caminando sobre la cuerda floja, y ni él mismo sabe hacia dónde va esta guerra, si puede continuar su guerra, o si sus oponentes se moverán contra él antes de que pueda completar sus planes. Lo único que sabe es que cuanto más prolongue esta guerra, más tiempo podrá permanecer en el cargo. Eso es todo lo más que llega su previsión en este momento. Se trata de un pensamiento a muy corto plazo, que no coincide con el de otras figuras importantes del régimen sionista.
Si se mueve en la dirección de un alto el fuego, podría perder el apoyo de la extrema derecha en su gabinete. Los ministros de extrema derecha y supremacistas judíos, Ben-Gvir y Smotrich, temen que un alto el fuego ponga en peligro sus objetivos. Un alto el fuego prolongado podría dificultar la reanudación de la guerra una vez finalizada.
Pero si Netanyahu no llega a un acuerdo sobre los rehenes, podría ver cómo Gallant, ministro de Defensa, y Gantz, líder de la oposición que se incorporó al gabinete de guerra mientras dura la contienda, aumentan sus maniobras contra él.
Por ahora, la situación de estancamiento continúa. Las FDI están preparando su ofensiva sobre Rafah, y las negociaciones se están alargando como táctica dilatoria para disponer del tiempo necesario para poner todo en orden antes de entrar. Estados Unidos está presionando a Israel para que detenga el avance sobre Rafah. Y mientras todo esto ocurre, la carnicería continúa. Tras 168 días de guerra, 32.000 personas han sido asesinadas y 74.000 han resultado heridas, un gran porcentaje de ellas niños. A esto se añade ahora la perspectiva de una hambruna masiva que afectará a gran parte de la población de Gaza.
No podemos confiar en que ninguno de los gobiernos occidentales ponga fin a los 75 años de pesadilla que sufre el pueblo palestino. Puede que logren imponer un alto el fuego temporal, pero también seguirán respaldando a Israel, armándolo y defendiéndolo. Un alto el fuego sería un respiro temporal, pero no representaría en modo alguno el fin del peligro continuado al que se enfrentan los gazatíes de ser bombardeados en pedazos cada vez que la clase dominante sionista de Israel lo considere necesario.
Israel es hoy un poderoso régimen capitalista, respaldado por la nación imperialista más fuerte del mundo, Estados Unidos. Está rodeado de otros regímenes capitalistas, la mayoría de los cuales se mantienen en el poder mediante métodos despóticos, y también están totalmente respaldados por el imperialismo estadounidense. Eso explica por qué ninguno de ellos mueve un dedo para ayudar a los palestinos que están siendo machacados.
Mientras siga existiendo el capitalismo, habrá potencias imperialistas cuya principal prioridad sea la preservación del poder, el privilegio y el prestigio de los ricos. Esto tiene un coste para la humanidad, en forma de graves crisis económicas y guerras. Seguirán gastando miles de millones en financiar guerras de destrucción. Y si a pueblos enteros se les niega una patria, son desplazados por millones y sufren muerte y destrucción, esto se considera un precio necesario que la gente tiene que pagar.
La embestida israelí contra Gaza también ha demostrado la total impotencia de las instituciones internacionales, como la ONU y la CIJ. Se han aprobado resoluciones, se han dado instrucciones, pero la masacre continúa sin tregua. La verdad es que el derecho internacional no es más que una hoja de parra para esconder las vergüenzas del dominio desnudo de las potencias imperialistas.
El pueblo palestino está en primera línea de la guerra de clases internacional, y nosotros, los comunistas revolucionarios, apoyamos plenamente sus reivindicaciones de una patria propia, de un lugar donde puedan vivir en paz, donde tengan plena ciudadanía y plenos derechos democráticos, junto con empleos y viviendas decentes, educación decente para sus hijos, asistencia sanitaria decente para sus enfermos y ancianos. Eso sólo puede lograrse en una lucha mundial por la transformación revolucionaria de la sociedad, en la que se ponga fin al dominio capitalista y en la que los trabajadores de todos los países tengan el poder en sus manos.