Se cumplen 4 años de aquellas jornadas históricas en las que miles y miles de personas comunes, trabajadoras, desocupadas, capas medias empobrecidas, exhibían su furia y valor en la calle derribando al gobierno de De La Rúa. Elegido por el voto popul Se cumplen 4 años de aquellas jornadas históricas en las que miles y miles de personas comunes, trabajadoras, desocupadas, capas medias empobrecidas, exhibían su furia y valor en la calle derribando al gobierno de De La Rúa. Elegido por el voto popular, fue derribado a través de la acción directa de las masas populares, por un movimiento que apuntaba contra los símbolos mismos de la democracia burguesa en el país, y sus representantes políticos, sindicales, etc. Después siguieron las combinaciones y fricciones por arriba entre las alas de la clase dominante, subían y bajaban presidentes, nuevos cacerolazos y manifestaciones: ¡a quién poner en la Rosada que por lo menos dure unos meses, si están todos acorralados! Con Duhalde, la clase dominante y los representantes del capital cerraron filas.
La clase dominante en su conjunto no olvida el miedo y el espanto a las masas populares, que deliberaban sobre sus problemas en asambleas populares, se movilizaban y manifestaban atentando a la continuidad del sistema. «Que se vayan todos». Y ellos, políticos, jueces y milicos se escondían y disfrazaban para salir a la calle.
Sin embargo, ¿qué quedó de aquellos días? ¿Qué nuevas perspectivas se abren para la clase trabajadora?
El Argentinazo expresó el desprestigio de los partidos políticos tradicionales y demás satélites menores, junto a los políticos que encarnaban esas fuerzas y a todos los personajes implicados en la década de los años 90. El rechazo masivo a la «vieja política» no se reducía a la corrupción y venalidad de los políticos, sino principalmente, a su calidad de operadores de las necesidades del gran capital nacional y extranjero.
Hoy, la clase dominante sólo puede apoyarse en un Partido Justicialista muy desprestigiado. La UCR está en descomposición. El ARI es una masa amorfa e inestable. El PRO de Macri, consigue un rechazo considerable y no puede despegar de su piso de apoyo. De hecho, por más que hayan conseguido escaños, todos los candidatos referenciados con los años 90 descendieron considerablemente en el nivel de voto. A muchos políticos burgueses, no les quedó otra que arremolinarse junto al presidente para preservar sus cargos.
También lo entendió Kirchner: las andanadas de su tropa en los frentes transversales pudieron cooptar a sectores del movimiento piquetero, a organizaciones de Derechos Humanos y todo el arco amorfo del «progresismo», pero no construyeron nada serio y respetable. Por eso no hubo otra opción que dar una lucha en el interior del PJ contra Duhalde. Había que adaptar el PJ a los «nuevos tiempos», disciplinar la tropa y su hegemonía en el mando. El resultado: la «nueva política» en un frente único electoral con los caciques que abandonan el rebaño duhaldista y toda una serie de personajes espurios. Ante el primer atisbo de crisis seria, abandonarán al pingüino.
Así y todo, se podría argüir que se quedaron todos. Esta impresión lleva a muchos a liquidar el proceso abierto en Diciembre. El gobierno de Kirchner logró reconstruir a su manera la hegemonía del capital sobre las masas, sea en las fabulosas tasas de ganancias empresariales como en la «salud» del Estado burgués.
¿Pero, de qué manera? Las tasas de crecimiento económico entre el 8-9 por ciento anual que han acompañado desde el inicio al gobierno de Kirchner, constituyen el soporte real en que descansa su política de duplicidad.
El gobierno de Kirchner hunde sus raíces en el ambiente social legado por el argentinazo. Tuvo que barnizar su discurso de «izquierda» para conectar con las masas. Quiere presentarse como un hombre que defiende los intereses de la «nación» por encima de las clases sociales, regañando a derecha e izquierda, realizando tímidas reformas por arriba para desarticular el proceso por abajo. La política de la duplicidad, aunque es vista con cierta aprehensión por la clase dominante, es una necesidad para Kirchner: arremeter verbalmente contra el FMI, contra los empresarios vaciadores de los años 90, contra las privatizadas, los que aumentan los precios, los gestos hacia la década del 70 y la condena de la represión de la dictadura; pero manteniendo los intereses de conjunto del capitalismo argentino: pagos estrictos al FMI, subsidios a las patronales y privatizadas, represión selectiva de la protesta social.
Como dice Rosendo Fraga, hombre del riñón del Capital: «el apoyo a Kirchner entre los empresarios es total, pero la simpatía es muy baja». Kirchner puede regañar a sectores de la burguesía, pero no llevar ese enfrentamiento hasta las últimas consecuencias, porque no está en sus deseos desarrollar una política independiente de la clase social que en complicidad con el imperialismo ha vaciado el país y empobrecido a las masas.
Cambio de dinámica en la lucha de clases: La clase obrera en escena
El movimiento piquetero fue en los años pasados el sector más dinámico y de vanguardia en la lucha de clases. Pero, a pesar de sus luchas y su resistencia a la represión, por sí solo y aislado de sus hermanos de clase, no podía ni pudo dar más de lo que dio. Llegado el gobierno de Kirchner, aprovechando el incipiente apoyo en los primeros meses de gobierno, se inició la infame campaña anti-piquetera, preparando el ambiente social para criminalizar la protesta de los desocupados.
La clase dominante operó precisamente en la debilidad que iba exhibiendo y profundizando el movimiento piquetero: atomización y fragmentación al interior del movimiento, falta de coordinación y proliferación de acciones aisladas cuando los reclamos eran los mismos, y la falta de unión con los trabajadores ocupados. Esa es la base objetiva que el gobierno utiliza para sacar una tajada y aislar al sector más combativo. Las crisis del movimiento piquetero es sobre todo la crisis de su dirección política.
La única forma de unir a ocupados y desocupados pasa por sellar esta unión en sus organizaciones de clase. En este sentido, todas las seccionales y sindicatos recuperados a la burocracia sindical, deben contemplar la unión efectiva con los desocupados. No basta con que el movimiento piquetero apoye desde afuera tal o cual lucha, es necesario fundamentar la unión en las prácticas de clase que supone una organización común.
La lucha de la clase trabajadora por aumentos salariales y mejoras en las condiciones de trabajo es el elemento más destacado de estos cuatro años.
Después de años de soportar la explotación, el miedo a la desocupación, la transición de la recesión económica a una situación de crecimiento, cambió el ánimo y la predisposición de los trabajadores que se lanzaron con todo a la lucha.
El carácter general de estas luchas es ofensivo, por mejores salarios y condiciones laborales. En las más resonantes se destacaron activistas obreros ligados a la izquierda, enfrentados a la burocracia sindical. Y estos sectores de vanguardia, pusieron ante los ojos de miles de trabajadores la necesidad de métodos democráticos y clasistas para encarar los conflictos, donde los pasos en la lucha se deciden en asambleas de base y no en componendas a espaldas de los trabajadores, recuperando las mejores tradiciones del movimiento obrero.
Las luchas de Subterráneos, Telefónicos, Petroleros, docentes, estatales, ferroviarios y un cúmulo de conflictos salariales −aunque con diferentes ritmos y resultados− volvió a centrar las expectativas y las discusiones de las nuevas direcciones combativas y del activismo obrero que se foguea en este período, en la recuperación de las herramientas gremiales −cuerpo de delegados, comisiones internas, seccionales, sindicatos− y la necesidad de agrupar en un mismo espacio y bandera a los sectores más avanzados del movimiento obrero, para fortalecer sus posiciones y ligarse a las amplias capas de la clase obrera. Esta necesidad objetiva de la lucha de clases reivindicativa fue abriéndose paso, avanzando lentamente, culminando con el agrupamiento conocido como Intersindical o Corriente Sindical, a partir del Encuentro Nacional de Trabajadores del 6 y 7 de agosto de este año.
Se necesita una herramienta política
La recuperación económica, aunque sobrepasó el nivel de actividad de 1998, es limitada. Después de 7 años seguimos con una desocupación un 30% superior y 5 millones más de pobres. Para asegurar la tasa de ganancia y la acumulación capitalista, hay que sostener la pobreza de las masas y la superexplotación de la clase obrera.
Ahora pronostican tasas de crecimiento inferior, del 6%. Los pagos de la deuda 2006/7 lo obligan al gobierno a mantener y profundizar el ajuste. El rumor de un pacto social UIA-CGT, apadrinado por Kirchner como buen árbitro entre las clases, de llevarse a cabo creará más contradicciones de las que pretende resolver. Todos los pactos del gobierno con los empresarios para parar el alza en los precios de los alimentos, fracasan por la sed de ganancias basada en la propiedad privada sobre la tierra, las vacas y los supermercados de un puñado de ricachones. Las mismas necesidades de mantener ese crecimiento a toda costa, lo obligan al Gobierno en la práctica a acentuar su política pro-capitalista y su intento de atar de manos a la clase obrera. Cualquier desnivel en la economía mundial, trastocaría la economía y la política de duplicidad de Kirchner, e iniciaría el naufragio. Sobre esta base las masas se irán desprendiendo de sus ilusiones en el gobierno de Kirchner. Por eso el futuro desgaste del gobierno prepara el terreno para la lucha política de la clase obrera.
La relación entre las luchas económica y política no es mecánica. Esta combinación está regulada por las condiciones generales de la sociedad capitalista, por factores políticos económicos y sociales, tanto internos como externos. Las luchas salariales pueden conquistar mejoras y aumentos de salarios, pero hoy lo que se le arranca a la burguesía mañana querrá quitárnoslo a todo galope, utilizando todos sus instrumentos a mano. Estos son los límites de la lucha «puramente» sindical.
Sin embargo, la izquierda argentina ha sido incapaz de utilizar la experiencia del Argentinazo para aumentar sensiblemente sus puntos de apoyo en la clase obrera para encarar con probabilidades de éxito el nuevo período que recién comienza. Las últimas elecciones pusieron dramáticamente al desnudo esta realidad. Pese a la entrega y el sacrificio desplegados por la militancia de izquierda, se profundizaron los enfrentamientos sectarios entre aparatos y agrupaciones, se fracasó en el desarrollo de una política consistente de «frente único» en el movimiento piquetero, sindical, estudiantil y barrial, y finalmente electoral, única manera en que grupos pequeños podrían captar la atención de miles de trabajadores, mujeres y jóvenes.
Por este camino, no hay salida. En la perspectiva de forjar un partido socialista revolucionario de la clase obrera argentina con influencia de masas la izquierda argentina debería jugar un papel principal, pero a condición de superar los errores pasados. Quienes no aprendan de dichos errores serán empujados a un costado por la propia marcha de los acontecimientos.
Perspectivas
A escala mundial, el capitalismo se encuentra en una curva descendente a pesar de los «veranitos» momentáneos de la economía mundial. Ni en Argentina, América Latina, EEUU o Europa el capitalismo puede dejar de producir lo que lleva a su decadencia: crisis y más crisis.
El Argentinazo no está muerto. Todo proceso revolucionario que se abre conoce fases de desarrollo, ascensos y reflujos en la actividad de las masas, y cambios en la estrategia y en la organización que se dan las clases para hacer prevalecer sus intereses. El gobierno de Kirchner pudo sacar a la clase dominante del atolladero, pero debajo de la superficie de aparente tranquilidad y normalidad, se va acumulando la bronca por los bajos salarios, la inflación y todas las injusticias sociales que dejan su marca en la conciencia de la clase obrera.
En el plano más general de la sociedad también es de destacar que la desconfianza de las masas en las instituciones democráticas y en los políticos apoltronados en ellas, no se ha perdido sino que se mantiene y acumula. Sucesos como la crisis de Cromañon, donde la presión y organización familiar aseguró la suspensión de Ibarra, demuestran que la experiencia no se pierde. La bronca con las privatizadas desemboca en los sucesos de Haedo y en la vuelta a escala menor de los cacerolazos populares contra el chantaje de los cortes de luz. El sentimiento antiimperialista está a flor de piel, como se vio en las movilizaciones de masas que recorrieron el país en noviembre contra la «Cumbre» de Mar del Plata.
La necesidad de construir una organización política que permita avanzar a la clase obrera y los sectores populares en su lucha contra la explotación capitalista va a ir encontrando, de ahora en más, una receptividad mayor, comenzando por las capas más avanzadas de la clase trabajadora. Por eso, los activistas obreros combativos, los militantes de izquierda, los trabajadores y jóvenes luchadores debemos aunar esfuerzos para hacer realidad esta perspectiva.