«Más pronto que tarde la nueva generación de luchadores que está surgiendo en las fábricas, los campos y las escuelas sacarán conclusiones políticas. Como ya lo hicieron los heroicos trabajadores de las empresas ocupadas en Joinville y Sao Paulo, o l Hace un año y medio Lula y la corte de reformistas sin reformas que domina el PT miraban con confianza el 2005 que comenzaba. El PIB brasileño había crecido por encima del 4% en 2004, inaugurado lo que sería el «espectáculo del crecimiento», en que una economía brasileña a todo tren alcanzaría tasas de crecimiento del 5% anual que permitirían satisfacer a todos: pagar la deuda pública y sus exorbitantes intereses, garantizar el crecimiento de los beneficios empresariales incentivando así la inversión, aumentar moderadamente los salarios más bajos e incluso desarrollar programas asistenciales para los millones de brasileños que viven en la miseria. El presidente se permitía dar consejos paternales a su pueblo, el ministro de economía, Palocci, era la estrella en los foros económicos y empresariales, y dirigentes del PT como Dirceu y Genoino coqueteaban con moderadas poses izquierdistas posicionándose de cara a la sucesión de Lula en 2010.
En el escenario político, tras las expulsiones de los críticos del PT, el partido entraba triunfante en el año en que iba a celebrar sus 25 años de historia, con un liderazgo del grupo de Lula incuestionado y la oposición parlamentaria de derechas dividida y en retroceso, buscando acuerdos con el PT para mantener puestos en el gobierno y seguir saqueando los cofres públicos. Nadie dudaba de la reelección de Lula en 2006 y se preveía una sólida permanencia del partido en el poder.
Durante 2005, la economía brasileña sólo alcanzó un 2,3% de crecimiento. La dirección del PT vio estallar en mil pedazos su imagen «diferente» y de honradez, convirtiéndose Dirceu y Genoino en cadáveres políticos relevados de todos sus puestos de responsabilidad. Palocci, a pesar de la cerrada defensa que le había proporcionado la prensa burguesa, tuvo que dimitir en marzo de este año en relación con escándalos de financiación ilegal y corrupción, y Lula lucha desesperadamente por mantener su gobierno a flote y conseguir la reelección entre un mar de escándalos de corrupción.
Economía: el fin del auge exportador
La economía brasileña sufre una permanente sangría de recursos que son desviados para el pago de los intereses de la deuda pública, interna o externa, los más altos del mundo (un 13% real actualmente). Esto implica un freno enorme a la inversión productiva, con lo que la única fuente de crecimiento proviene del sector exterior, que es el que tiró de la economía en 2004 y comienzos de 2005. Las exportaciones aumentaron vertiginosamente, principalmente las de productos primarios (agricultura y minerales), debido al favorable tipo de cambio y a la enorme sed de materiales de la economía china. No olvidemos el viaje del presidente chino por América Latina a comienzos de 2005, buscando acuerdos a largo plazo de suministro de materias primas. Esto, y no la «ortodoxa» política económica de Palocci (que en realidad supuso un freno al crecimiento), fue la causa principal del auge económico de 2004.
Pero esta entrada masiva de divisas produjo sin embargo un fortalecimiento del real, la moneda brasileña, que de 2,9 por dólar (llegó a casi 4 en 2002) pasó a comprarse a 2,1 por dólar, encareciendo enormemente las mercancías brasileñas y augurando el fin del ciclo exportador. De hecho, el principal argumento de la multinacional Volkswagen para los despidos y cierres en Brasil que ha anunciado recientemente ha sido la caída de las exportaciones.
Por otro lado, demanda interna se ha mostrado incapaz de tomar el relevo del sector exterior: el consumo, que a finales de 2004 crecía al 4,8% interanual, creció en el 2005 a un modesto 3,1%. La formación bruta de capital cayó un 2% y apenas en sectores concretos (minero-metalúrgico, agricultura y otras industrias) ligados a la demanda externa ha superado el nivel normal de reposición del capital obsoleto. Es una prueba palpable de la total bancarrota de la burguesía brasileña, de su desconfianza en el futuro. Una vez realizadas las inversiones mínimas para mantener el negocio, los empresarios han seguido dedicándose a la especulación y el consumo ostentoso. «La industria brasileña terminó el año con un escenario de estancamiento» informó la Comisión Nacional de Industria.
Burguesía parásita
Aunque algunos políticos ligados al sector industrial, representados en el gobierno por el vicepresidente José Alencar, el mayor empresario textil del país, defienden una bajada importante de los tipos de interés, esto no se ha traducido en ninguna acción concreta. Y no hay que buscar la explicación, como hacen algunos entre la izquierda, en su particular cobardía, sino en los propios intereses materiales de su clase.
La burguesía brasileña ha tenido siempre un comportamiento particularmente rapaz y parasitario, absolutamente sumiso y colaborador con el imperialismo (otra confirmación práctica de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky). Hoy en día son conscientes de su papel de proveedores de materias primas y productos intensivos en mano de obra barata para el mercado mundial, fundidos completamente con los terratenientes (el llamado «agro-bussiness») y el imperialismo a través de sociedades conjuntas, cuentas en el extranjero y demás. Sólo en intereses de la Deuda Pública se reparten con la banca mundial más del 7% de los que los trabajadores brasileños producen al año. ¿Por qué iban a renunciar a un botín tan suculento y garantizado por el Estado?
Los capitalistas nunca van a invertir para sacar a la mayoría de la población de la miseria en que vive. Su programa para enfrentar la crisis futura es el mismo que han ido aplicando a lo largo de toda la historia: que paguen los trabajadores.
Recientemente un estudio del DIEESE (instituto sindical de estudios económicos) reveló que la participación de los salarios en el PIB brasileño había caído desde el 57% en 1949 hasta el 36% en 2003.
Y la intención de la burguesía es continuar por este camino: tras la «reforma» de las pensiones en el primer año de gobierno Lula, que significó un recorte importante, principalmente para los funcionarios, los objetivos principales son las «reformas» sindical y laboral.
Ataques pendientes
En cuanto a los sindicatos, en Brasil los trabajadores de cada ramo de la producción y cada estado tienen un sindicato que les representa, cuya dirección eligen por votación y que se financia a través de cotizaciones obligatorias retiradas de los salarios y por las cuotas de sus asociados. En cualquier negociación o conflicto las decisiones se toman dentro de este sindicato único y generalmente por asamblea de los trabajadores. A su vez, estos sindicatos se agrupan nacionalmente en un sindicato sectorial nacional y en centrales sindicales, que reúnen sindicatos de todos los estados y gremios, y de las cuales, la más poderosa y conocida es la CUT. La «reforma» sindical consistiría en el reconocimiento oficial de estas centrales, dándoles poder de negociar acuerdos. Así, mientras que ahora para negociar un convenio es necesario el acuerdo del sindicato del sector (frecuentemente tras asambleas multitudinarias con el efecto que estas tienen en la conciencia de la clase, como se ha comprobado en el caso de los metalúrgicos o los correos), con la reforma bastaría con el acuerdo de una de las centrales sindicales más representativas según el gobierno para que fuera efectiva, con lo que se reduciría la participación de los trabajadores y se profundizaría la burocratización sindical.
Y lo anterior no significaría, en los planes de los capitalistas, sino preparar el terreno para la «negociación» de la contrarreforma laboral, el mayor ataque a los trabajadores brasileños desde las congelaciones salariales de los años 80 y 90. El objeto de dicha reforma sería «flexibilizar» el mercado laboral y aumentar la competitividad de las empresas. Presentando como excusa que 7 de cada 10 empleos se crean en el sector informal (esto es, sin seguridad social ni derechos laborales), se convertirían en precarios a todos los trabajadores, haciendo depender de la negociación colectiva cuestiones como las vacaciones anuales o el 13º salario (paga extra). Para la burguesía está claro: hay que competir con China, pues convirtamos a nuestros trabajadores en chinos. Esta es la alternativa de progreso que ofrecen a la clase obrera.
Elecciones de octubre
De cara a las elecciones de octubre se observan divisiones entre la clase dominante sobre la manera de llevar este programa adelante. Así, el PSDB (al que la prensa se sigue empeñando en llamar socialdemócrata) del ex-presidente Cardoso ha lanzado la candidatura a la presidencia de Geraldo Alckmin, gobernador del Estado de Sao Paulo al que se ha relacionado con el Opus Dei y cuya gestión se ha caracterizado por un ataque frontal a la educación pública y a los derechos de los trabajadores. Su tradicional aliado el PFL (heredero de la ARENA, partido que sustentó la dictadura militar) pretende presentar un candidato propio, pero probablemente llegarán a un entendimiento puesto que su planteamiento es el mismo: ya ha pasado la hora de Lula, está desgastado y ha llegado el momento de que vuelvan al poder sus dueños «legítimos».
Sin embargo, dentro del tercer partido tradicional burgués, el PMDB, hay divisiones sobre esta cuestión, ya que el gran ataque a la clase trabajadora que representaría la reforma laboral tal vez sería mejor que fuera llevado a cabo por el propio Lula, para después deshacerse de él. Por ello están planteándose seriamente aceptar la oferta de Lula de ocupar la vicepresidencia y unirse a su candidatura en lugar de a la de Alckmin. Es el partido más «fisiológico» (término que en Brasil designa a los políticos que venden su voto al mejor postor en cada ocasión) de los tres, por lo que todas las posibilidades están abiertas.
Otra opción que maneja la burguesía y que fue lanzada por el propio Cardoso, sería la de una «Gran Coalición» al estilo alemán, uniendo al PT y al PSDB para dar estabilidad parlamentaria al gobierno. Evidentemente es una posibilidad que valorarán dependiendo de los resultados electorales.
La clase trabajadora está despertando
El estudio del DIEESE citado anteriormente daba una idea de la magnitud del robo que ha sufrido la clase trabajadora durante décadas, a la luz del día y con la complicidad primero de la dictadura y después del parlamentarismo burgués. El salario mínimo ha quedado fijado tras el último aumento por parte del gobierno Lula en 350 reales al mes (unos 130 euros), mientras su valor cuando se instauró era del equivalente a 922,50 reales, y su máximo en 1959 llegó a 1329,15, siempre en valores actualizados. ¡¡¡Una pérdida de casi el 75% de poder adquisitivo en 37 años!!!!
Y esta situación no se produce sólo para los estratos más bajos de la clase trabajadora. Según el IBGE el sueldo medio mensual en Brasil oscila en torno a los 1.000 reales al mes, con lo que ¡la media de los trabajadores brasileños gana menos de lo que se consideraba mínimo en 1959! Mientras tanto la renta per cápita se ha multiplicado por 5 desde 1940. ¿Dónde ha ido esa riqueza, creada con el sudor de generaciones de trabajadores? La respuesta es obvia: a los bolsillos de los imperialistas y sus siervos locales, la burguesía brasileña.
En los últimos años observamos que crece el deseo de cambiar esta situación entre la clase obrera. Tras los años nefastos de la presidencia de Cardoso, las esperanzas se centraron en la candidatura de Lula, ex-sindicalista que venció contundentemente la elección de 2002. Pero los trabajadores no se han quedado sentados esperando para ver qué pasa. Asistimos a una creciente movilización en los últimos años, ligada fundamentalmente a cuestiones salariales y de los sectores más activos y sindicalizados, como metalúrgicos, bancarios, funcionarios o carteros. En general, y si bien las direcciones sindicales, predominantemente ligadas a la derecha del PT, no han dejado que ninguna de estas luchas se extendiera demasiado, estos sectores han recuperado con la lucha una pequeña parte del poder adquisitivo perdido y han aumentado su nivel de conciencia. Una lucha triunfante que consiguiese recuperar el nivel salarial de los años 90, por ejemplo, tendría un efecto galvanizante sobre todos esos sectores, y eso lo sabe muy bien la burguesía, que vuelca a sus plumíferos, policías y jueces contra los más combativos, como vimos con los bancarios en 2004.
Esta agitación por la base ya se ha transmitido a la CUT, donde los tradicionales grupos dominantes están teniendo verdaderos problemas para ser reelegidos y en algunos casos están siendo sustituidos por direcciones más combativas. También vimos como el Pleno de la CUT en 2005, donde se reúnen dirigentes y no la base, se negó a apoyar la reforma sindical, lo que ha obligado a Lula y el presidente de la CUT a anunciar recientemente que se aprobará por decreto del gobierno. Incluso el congreso de la CUT de Sao Paulo aprobó recientemente una moción en apoyo de la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, haciendo frente a todo el veneno nacionalista sembrado por la prensa en Brasil.
En este contexto es un error gravísimo la actitud de algunos grupos que se reclaman revolucionarios de retirar los sindicatos que controlan de la CUT para fundar una nueva central «revolucionaria», la Conlutas. Como ya explicó Lenin en » Izquierdismo, enfermedad infantil del Comunismo» si separamos a la vanguardia revolucionaria del resto de la clase obrera estamos dejándola a merced de los burócratas y elementos pro-capitalistas, estamos facilitándoles el trabajo.
Pudimos ver esto gráficamente el 1º de mayo de este año, cuando mientras diversos grupos celebraban «auténticos» día de los trabajadores con asistencia de varios cientos de personas, 2 millones de trabajadores se concentraban en la Avenida Paulista de Sao Paulo para asistir a un macro-concierto pagado con sus cuotas sindicales, tras el cual el único mensaje que oyeron fue la verborrea posibilista y mezquina de Lula, Marta Suplicy e incluso de ¡José Serra! (alcalde de Sao Paulo, y candidato presidencial de la derecha derrotado por Lula en 2002). El deber de los revolucionarios es estar donde está la clase trabajadora, aunque su atraso y las maniobras de los burócratas nos dificulten el camino.
En cuanto a la situación en el campo, hemos visto importantes avances en la movilización de las masas de campesinos sin tierra. Lula prometió asentar 400.000 familias en tierras públicas o expropiadas durante su mandato (algo ya de por sí insuficiente en un país con 5 millones de familias sin tierra o con tierra insuficiente). Pero la lentitud y falta de fondos del programa de «reforma agraria» gubernamental (apenas 60.000 familias asentadas en 2 años y medio) exasperó a los campesinos organizados en el Movimiento Sin Tierra, el mejor organizado de América Latina. La presión de la base forzó a la dirección del MST a organizar una marcha a Brasilia para exigir al presidente el cumplimiento de sus promesas. Lula garantizó que cumpliría su programa, pero eludió comprometerse a aumentar los recursos dedicados al programa. Hasta el momento no ha modificado el presupuesto, pero probablemente la próxima vez los campesinos no se contenten con palabras. De hecho ya se ha producido un aumento en las ocupaciones de tierras y enfrentamientos con los paramilitares de los terratenientes.
El PT es un partido joven, creado por la clase trabajadora a finales de los años 70, y los vínculos con aquélla siguen vivos a pesar de la losa que supone una dirección incapaz de ver más allá de los límites del sistema capitalista y las reglas de la “democracia” burguesa. Es común la doble militancia en la CUT y el PT, los candidatos en los pequeños municipios suelen ser líderes sindicales… La clase obrera organizada, aunque con un creciente disgusto hacia su dirección, sigue considerando al PT el partido de referencia. Y esa agitación que se observa en el mundo sindical, y que hemos descrito anteriormente, más pronto que tarde se transmitirá al partido, como una fuerza imparable que dará paso a una nueva dirección y una radicalización hacia la izquierda.
Lula y el gobierno
El año 2005 fue un verdadero «annus horribilis» para Lula y su troupe. Escándalos de corrupción se llevaron por delante a los dos hombres fuertes del PT: Dirceu y Genoino. La presidencia del Congreso recayó en el derechista y corrupto Severino Cavalcanti, diputado desde el régimen militar. Y como colofón, en marzo de 2006 cayó el ministro de Hacienda, Palocci, artífice de los ajustes presupuestarios y la política de intereses estratosféricos.
Adaptarse al capitalismo conlleva aceptar sus reglas, sus leyes. Con tanto dinero circulando en comisiones, campañas publicitarias, compra de diputados… era de esperar que algunos estirasen la mano para echarse un puñado de dólares al bolsillo. Al fin y al cabo… es tan sacrificada la vida al servicio del pueblo….
Pero todos estos problemas no han sido capaces de abrir los ojos de Lula. En lugar de expulsar a los ministros burgueses del gobierno, llegó a un acuerdo con el PMDB, lo que condujo a que el propio PT esté en minoría ahora en el gobierno.
A pesar de sustituir a Palocci por Mantega, tenido por más izquierdista y desarrollista, tuvo la precaución de retirar de éste cualquier influencia en la política de tipos de interés, aprovechando para colar por la puerta de atrás la (tan reclamada por los banqueros) «independencia» del banco Central.
Ante el ataque hipócrita de la prensa burguesa, su respuesta ha sido continuar en la trayectoria que ha seguido en los últimos 20 años: ir más a la derecha. No entiende que nunca será bastante. No entiende que lo que el representa y traiciona, las esperanzas de millones de trabajadores y jóvenes brasileños, es lo que más temen sus amigos banqueros y capitalistas. No ve que está siendo utilizado, y que cuando no sirva más, lo despedirán con una patada y cerrarán la puerta, sin importar cuántas palmaditas en la espalda le den ahora.
En relación a la reciente nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, el gobierno entró en la dinámica de la prensa burguesa, que alimenta el veneno nacionalista y el temor injustificado de desabastecimientoentre la población (la mayor parte del gas que se consume en Brasil viene de Bolivia). A pesar de que el negocio en Bolivia sólo supone una ínfima parte de los beneficios de la semi-estatal Petrobrás, el gobierno de Lula se ha alineado totalmente con la burguesía internacional, alternando los mensajes de amenaza con los de conciliación.
Claramente el ala de derecha del PT ve con preocupación los acontecimientos de Venezuela y Bolivia, puesto que la base de su política es que «no se puede hacer nada», no se puede luchar contra el capitalismo, y los hechos están demostrando que sí se puede. Los acontecimientos internacionales sin duda pueden impulsar el surgimiento de un ala de izquierdas que desafíe el control de Lula y su grupo. De hecho, el ex-embajador en EE.UU. Rui Barbosa reconocía hace poco que «en la Conferencia del PT, la renacionalización de la Vale do Rio Doce (mayor empresa minera del país, privatizada por Cardoso) no se aprobó por tan sólo 50 votos.
El descontento en las bases políticas y sindicales que hemos venido señalando está propiciando un aislamiento cada vez mayor del gobierno y la burocracia sindical, cuya respuesta está siendo escorarse aún más hacia la derecha. Este mismo mes Lula y el secretario general de la CUT anunciaron que la reforma sindical y la laboral serían aprobadas por el gobierno con decretos legislativos, lo que implica un reconocimiento de que ya no responden del comportamiento de sus bases. Una agresión de tal magnitud, con un método tan antidemocrático podría ser el detonante de una rebelión a gran escala.
Lula parece totalmente incapaz de cambiar de rumbo. Convencido de que su éxito provino de su escoramiento a la derecha, y no de un desplazamiento a la izquierda de las masas brasileñas, pretende continuar el mismo camino, y ha ofrecido al PMDB el puesto de vicepresidente en su candidatura. Esto supone un peligro enorme, no sólo por implicar la renuncia a cualquier programa clasista, sino también porque dicho partido no dudaría en votar, dado el caso, a favor de la destitución de Lula para ascender a la presidencia (recordemos el caso de la destitución de Collor de Melo).
La izquierda política. Perspectivas para las elecciones.
Los cargos expulsados del PT en 2003 por votar contra el gobierno en la ley de pensiones fundaron un nuevo partido, el Partido del Socialismo y la Libertad (P-SOL), con la perspectiva de que fuera un «nuevo PT». Un partido honrado que llevaría realmente a la práctica el programa reformista, aglutinando a la clase obrera junto a los «nuevos movimientos» ecologistas, feministas, etc.
Pero esta experiencia no es nueva. En 1994 ya surgió el PSTU, formado en su mayoría por ex-petistas, y con un programa, al menos sobre el papel, mucho más clasista y diferenciado del PT que el del P-SOL actual. A pesar de contar con algunos millares de sindicalistas y posiciones de dirección en muchos sindicatos, esto no se traduce en una influencia de masas, siendo un partido extraparlamentario inmerso en una fase ultraizquierdista de creación de una central sindical propia.
El P-SOL ha sido creado por cargos públicos, intelectuales y algunos (los menos) cuadros sindicales. A diferencia del PT de los orígenes no presenta un programa claramente clasista y ha acogido en su seno algunos políticos oportunistas cuando menos sospechosos de corrupción. Sabemos que la clase obrera, ante dos partidos con programas similares, opta por el mayor, siguiendo la lógica de que es el que más posibilidades tiene de cambiar las cosas. Por ello es difícil que el nuevo partido llegue a tener un peso importante entre la clase obrera brasileña. Lo más probable es que sólo haya servido para llevarse del PT algunos cientos de activistas honestos que habrían sido muy necesarios ante la creciente movilización de las masas.
Más pronto que tarde la nueva generación de luchadores que está surgiendo en las fábricas, los campos y las escuelas sacarán conclusiones políticas. Como ya lo hicieron los heroicos trabajadores de las empresas ocupadas en Joinville y Sao Paulo, o los campesinos sin tierra, cada vez más los trabajadores tomarán la iniciativa para resolver sus problemas y surgirán poderosas tendencias centristas o revolucionarias en la CUT, en el MST, en la UNE, que pondrán en apuros a sus direcciones reformistas (de hecho ya lo están). y por supuesto esto se repetirá y tendrá su reflejo dentro del PT, que por más expulsiones y abandonos que se produzcan y por más certificados de defunción que las sectas le expidan, continuará siendo, al menos durante el próximo periodo, el partido de referencia para las masas trabajadoras brasileñas. La tarea de los marxistas será fertilizar este movimiento con las ideas y el programa del socialismo, ganando así a las masas para la revolución proletaria mundial.
Ante las próximas elecciones y el peligro de que la derecha vuelva al poder, los marxistas llamamos a la clase trabajadora a votar a las candidaturas de los partidos obreros, pero no limitarse a eso, sino participar y formar plataformas para exigir una auténtica política de izquierdas, denunciar a los burgueses infiltrados y exigir su expulsión. Allí donde no haya candidaturas obreras y el PT apoye a candidatos burgueses, formar comités del partido para denunciar esta subordinación a los intereses de los oligarcas y pedir una candidatura de los trabajadores. Sólo así conseguiremos hacer valer nuestros derechos.