El próximo viernes publicaremos el siguiente capítulo de esta serie: «Los antecedentes históricos de la Revolución bolivariana» El tema de las crisis económicas, como la historia ha demostrado, ha sido el pan de cada día, producto de las mismas contradicciones existentes en el modo de producción capitalista, fundamentalmente debido al carácter anárquico de la producción, es decir, la búsqueda de ganancia a cualquier precio y la falta de planificación de las necesidades sociales.

En la actualidad todos los indicios apuntan a que estamos en la víspera de un nuevo crac económico mundial, un crac que se presume tendrá unas consecuencias mucho mayores que las de los años 30. Dicha crisis viene orquestándose desde fines de los años 60, cuando de pronto la economía mundial dejó de crecer debido a la sobreproducción de bienes y a la subproducción de energía. Este dilema parece haber entrado en un callejón sin salida, pues por un lado, vemos como se ha reducido y empobrecido la población trabajadora mundial, es decir, los consumidores, producto de la ofensiva que el capital internacional aliado a sus Gobiernos nacionales impusieron al trabajo tras la crisis que estallara en 1973-4, ofensiva concretada en recortes de plantilla, fusiones, deslocalización de empresas, despido libre, recortes en los derechos sociales, privatización de empresas y recursos naturales, trabajo temporal y contención de salarios, todo ello en el marco de una desmesurada capacidad productiva que lleva a la sobreproducción. Por otro lado, vemos que la crisis energética está llevando a una inflación mundial generalizada con lo cual se agrava el asunto. Por ello todo indica que la solución de la crisis actual vendrá determinada al igual que en los años 30 por el conflicto social, la guerra y la revolución a nivel planetario.

La ideología del neoliberalismo como tal fue orquestada durante estos años, fines de los 60 hasta principios de los 70, por la escuela de Milton Friedman a la par que se daba la crisis mundial, con el objeto de desmantelar por un lado el “costoso” Estado de bienestar y por otro incentivar la apropiación de los recursos energéticos y naturales de los países del Tercer Mundo así como intensificar el comercio de tipo neocolonial históricamente establecido con la idea de abaratar el costo de la energía y colocar masivamente en la periferia los bienes sobre producidos en los centros de poder económico.

Dicha ofensiva en definitiva se enmarca dentro de la crisis del sistema capitalista mundial, y por tanto, el neoliberalismo no es más que una táctica del imperialismo en su fase actual, es decir, en su fase agónica con el objeto de seguir sobreviviendo.

No obstante, el grupo intelectual de los llamados globalizadores, además de presentar la idea como nueva, proclaman por todos los rincones que la globalización resolverá todos los problemas de la humanidad, principalmente la pobreza y el subdesarrollo, gracias a la creciente integración de la actividad económica, todo ello en el marco de la supuesta debilitación del Estado nacional.
En este sentido, John Ralston Saul, filósofo e historiador canadiense, aun cuando logra identificar algunas de las tendencias de la globalización, llega a una conclusión totalmente ilusoria de sus resultados:

“El poder del Estado nacional está languideciendo. Estos Estados, por lo que sabemos, incluso podrían estar agonizando. En el futuro, el poder residirá en los mercados globales. De este modo, es la economía, no la política ni los ejércitos, lo que da forma a los acontecimientos. Estos mercados desatarán oleadas de comercio. Y estas oleadas a su vez desatarán una amplia marea económica de crecimiento. Esa marea a su vez permitirá que avancen todos los barcos, incluidos los de los pobres, ya sea en Occidente o en el mundo en vías de desarrollo. La prosperidad resultante permitirá crear individuos que convertirán las dictaduras en democracias […]” (Ralston, 2005, p. 15, traducción del autor).

Contrastemos esta falsa propaganda con unas palabras de los primeros auténticos teóricos en materia de Globalización, Carlos Marx y Federico Engels, escritas en 1848 en su famoso Manifiesto Comunista:

“La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba a sí mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común” (Marx & Engels, 1974, p. 38).

Muy al contrario de los globalizadores de hoy, Marx y Engels en su tiempo no sólo resaltaron de manera verdaderamente visionaria, la dinámica expansionista-universal inherente al modo de producción burgués como lo acabamos de ilustrar, sino que reconocieron los límites de la misma al señalar la contradicción mortal entre la desatación de unas fuerzas productivas enormes y potencialmente ilimitadas, y el estrecho límite impuesto sobre ellas por las relaciones de producción, es decir, la propiedad privada de los medios de producción. Esta contradicción llevaría a unas condiciones sociales insostenibles y desembocará o bien en una revolución social, o bien en la conversión de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, disyuntiva que se nos plantea justo en este momento de los primeros años del siglo XXI, donde estamos presenciando la plena globalización del capitalismo, esto es, su límite absoluto.

En cuanto a la ilusión de que la globalización resolverá los problemas de la pobreza en el mundo, recordemos que ya en el siglo XVIII, los creadores de la economía política clásica, a saber, Adam Smith, David Ricardo y Thomas Malthus, propagaron la misma idea, la de que el mercado y sus leyes, la oferta y la demanda impulsarían por sí solas el enriquecimiento de todos los individuos y por tanto del Estado, como quedó condensado en la famosa fórmula de Adam Smith “Dejar Hacer” que regularía milagrosamente el funcionamiento del mercado en beneficio de un supuesto “bien común” . La realidad de aquel momento, como todos sabemos, quedó muy bien reflejada en obras históricas como Tiempos Difíciles de Charles Dickens o La Situación de la Clase Trabajadora en Inglaterra de Federico Engels. Hoy, en la era de la llamada globalización y del neoliberalismo, su ideología sigue manifestando lo mismo que lo que originalmente expresaron los creadores de la economía política clásica. Veamos como viven los ciudadanos del mundo después de estos últimos 15 o 20 años de intensas prácticas neoliberales a nivel mundial. Como indica el Banco Mundial, la divergencia en el ingreso per cápita es la característica dominante de la economía moderna.

“En 1960, el 20% más rico de la población mundial registraba ingresos 30 veces más elevados que los del 20% más pobre. En 1990, el 20% más rico estaba recibiendo 60 veces más. En 1995, el 20% más rico recibía 82 veces más”
(Banco Mundial, 1995, p. 62).

Esta comparación se basa en la distribución entre los ingresos per cápita promedio de países ricos y pobres. Las tres personas más ricas tienen activos que superan el PIB combinado de los 48 países menos adelantados. Las quince personas más ricas tienen activos que superan el PIB total del África al sur del Sahara. La riqueza de las 32 personas más ricas supera el PIB total del Asia meridional. Los activos de las 84 personas más ricas superan el PIB de China, el país más poblado, con 1200 millones de habitantes. Sin embargo, tanto para el Banco Mundial como para el PNUD, ello no quiere decir que la pobreza haya aumentado, todo lo contrario, los datos según ellos nos muestran que la pobreza ha disminuido.

“Dados los progresos sin precedentes del desarrollo humano y económico en los últimos 50 años, la erradicación de la extrema pobreza en los primeros 10 ó 20 años del siglo XXI, es una meta factible. La tasa de la pobreza de ingreso de aproximadamente la mitad del mundo en desarrollo se ha reducido en 25% o más en sólo dos decenios. Desde 1960, la tasa de mortalidad infantil se ha reducido en más de la mitad. La esperanza de vida ha aumentado en más de un tercio; la tasa de desnutrición se ha reducido en casi un tercio” (PNUD, 1997, p. 28).

En cambio otras fuentes afirman lo contrario, como Patha
Dasgupta, profesor de Economía de la Universidad de Cambridge, que nos explica la trampa del desarrollismo neoliberal:

“La medición del PIB —que es el valor monetario de todos los bienes y servicios que provee la economía — puede ser fallida si no toma en cuenta factores como el debilitamiento de los recursos naturales. Por ejemplo, el PIB puede crecer debido a una explosión en el comercio de diamantes de un país. Pero si esas minas se van a agotar en un par de años, entonces las perspectivas de reducción de pobreza caen, en vez de subir. El PIB es por definición insensible a la depreciación de los bienes de capital y puede llevar a gruesos errores, pues la tentación de explotar en forma intensiva los recursos naturales para elevar el PIB puede conducir a la destrucción de los bienes futuros” (Partha, sin fecha).
Por otro lado, el neoliberalismo, como dice James Petras, es un gran mito impulsado por los países desarrollados a través de sus organismos, el FMI y el BM, para que sus políticas económicas sean adoptadas en los países del Tercer Mundo a beneficio de los primeros y en detrimento de los últimos. Al respecto James Petras nos comenta:

“El comercio dirigido por el Estado, combinando la protección de los mercados internos y la intervención agresiva para asegurarse ventajas monopolistas en el mercado externo […], define el contenido del imperialismo neomercantilista” (Petras, 2003, p. 210).

En otro sentido resulta curioso observar cómo varios de los elementos que defienden estos globalizadores coinciden con las del antiguo revisionista Karl Kautsky. En concreto, se trata de la idea de que tras la Primera Guerra Mundial los bloques de poder llegarían a un acuerdo racional para convivir y así no autodestruirse. Dicha fase se llamaría “Superimperialismo” y vendría caracterizada por la ausencia de conflictos. Se equivocó, como demostró el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y se equivocan los globalizadores cuando afirman el reino de la paz mediante un pacto interimperialista.

Lenin, en cambio, veía al imperialismo como una necesidad del capitalismo en su fase superior de desarrollo, en la cual seguimos actualmente, con la diferencia de que hemos llegado a un punto en el que el imperialismo ya no puede seguir desarrollando las fuerzas productivas del sistema capitalista debido a dos obstáculos: la propiedad privada y el Estado nación, con lo que ahora sí parece ser que hemos llegado al final de la etapa del imperialismo, una etapa de transición que nos ha colocado ante la disyuntiva arriba mencionada y que no puede resolverse de otra manera sino violentamente, a través de la guerra y la revolución.
Pero veamos entonces los puntos relevantes de la obra de Lenin con el objeto de definir al imperialismo y mostrar la similitud con el momento actual:

“1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica;
2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes” (Lenin, 1973, p. 88).

Así pues Lenin afirmaba con los datos en la mano que el capitalismo competitivo de la época de Marx había sido sustituido por una economía dominada por los monopolios los cuales controlaron y se repartieron el mercado mundial, pasando lo mismo con el libre comercio que se sustituyó por la edificación de barreras arancelarias para proteger las economías fuertes, hecho que favoreció aún más la inversión de capital en otros países como estrategia para reproducir allí mismo el capital sin tener que importar.
Hoy, inmersos en la era del imperialismo definida por su agonía neoliberal y cuando el proceso de acumulación y concentración de la riqueza ha llegado a límites nunca pensados, la crisis mundial se expresa con ciertas peculiaridades del momento, a saber:

1) Fusiones y desmantelación de fuerzas productivas debido a la sobreproducción y quiebra de empresas menos competitivas. 2) Ataque constante a los derechos y a las condiciones de la clase trabajadora como única manera de mantener la tasa de ganancia. 3) Debido a ello, disminución tanto de la plusvalía como de los consumidores, compradores de los bienes que el mismo capital produce. ¿Quién comprará los productos y de dónde obtendrán las ganancias los capitalistas? 4) Como respuesta a la anterior pregunta, el 99% del capital circulante a nivel mundial procede de la especulación, mercado negro, e interés del dinero.
5) La recolonización de América Latina se presume será un
fracaso.
6) Todo indica a que la crisis energética mundial se agudizará
por el conflicto de intereses entre EE.UU., los países árabes y
Venezuela.
7) La sobreproducción de bienes es un hecho.

Todos ellos son indicadores fiables del momento en el que vivimos, y muestran que las condiciones objetivas están más que maduras para un cambio de sistema socio-político mundial, la transición puede empezar tanto por un estallido de la economía mundial como por el inicio de la revolución mundial en los países débiles de la cadena, como Venezuela, que ya sufre como el resto de la población trabajadora mundial los efectos de esta crisis inaugurada en los 70 y que promete empeorar en los próximos años en detrimento de toda la población mundial, incluidos los propios capitalistas que serán sepultureros de su propia tumba.
Sin duda el factor subjetivo es imprescindible para que el capitalismo no vuelva a resucitar de las cenizas, aquél se está recomponiendo tras la crisis que la izquierda mundial sufriera por el fracaso del socialismo real, pues las nuevas generaciones están sabiendo interpretar el pasado correctamente y se está empezando a reconstituir un factor subjetivo revolucionario mundial que promete madurar y enfrentar organizadamente la nueva gran ofensiva del capital.

La primera respuesta contundente a dicha ofensiva la protagonizó el pueblo venezolano el 27 de Febrero de 1989. Hoy, después de más de 15 años de aquel acontecimiento épico y en honor a todos los caídos, Venezuela y su glorioso pueblo están colocados en la vanguardia mundial de la lucha antiimperialista.