¿Qué hay detrás de los recientes acontecimientos en Pakistán? ¿Por qué el Tribunal Supremo eliminó la prohibición que pesaba sobre Nawaz Sharif que le impedía regresar a Pakistán para que tan pronto como pisaba suelo pakistaní fue expulsado por el ej
¿Qué hay detrás de los recientes acontecimientos en Pakistán? ¿Por qué el Tribunal Supremo eliminó la prohibición que pesaba sobre Nawaz Sharif que le impedía regresar a Pakistán para que tan pronto como pisaba suelo pakistaní fue expulsado por el ejército? ¿Por qué Benazir Bhutto (en el exilio) y el dictador militar Musharraf intentan llegar a un acuerdo para gobernar el país en el próximo período? Ninguna de estas maniobras se puede entender sin analizar la terrible pesadilla que sufre el pueblo pakistaní.
La economía pakistaní está hecha jirones, la fibra social del país está desgarrada, la guerra civil se propagada desde Waziristán a Baluchistán, Karachi sufre la agonía de un posible enfrentamiento étnico y nacionalista. Una vez más, la opresión nacional se ha convertido en una herida abierta, el Estado ha perdido su aguijón, la dirección de la oposición ha capitulado e intentado aplastar la energía de la resistencia de masas, la cultura está destrozada, las relaciones humanas deterioradas, el cinismo domina a la intelectualidad, los colmillos del oscurantismo amenazan a la sociedad, el liberalismo rezuma una vulgaridad nauseabunda y la opresión social y económica es angustiosa para la vida humana.
Esta es la historia del capitalismo pakistaní. A pesar del actual aparente callejón sin salida, las masas se levantarán más allá de la imaginación de los medios de comunicación reaccionarios pakistaníes. Es una ley universal de la sociedad de clases que las oleadas de la lucha de clases pueden sufrir un reflujo, pero siempre regresan para vengarse y entran en la escena histórica cuando las masas intentan tomar el destino en sus manos.
Agravación del desorden
La dictadura cuasi-militar de Pakistán se ha tambaleado de una crisis en otra desde que llegó al poder mediante un golpe de estado incruento en octubre de 1999. Sin embargo, la turbulencia y las convulsiones desde entonces se han agravado tanto que el régimen ahora se bambolea sobre el precipicio. El reciente episodio del regreso de Nawaz Sharif, que fue dos veces primer ministro, y su posterior deportación a Arabia Saudí, añade más leña a los tumultuosos acontecimientos que sacuden al régimen.
Nawaz Sharif es un magnate empresarial y entró en la política a través de la violenta dictadura de Zia en los años ochenta, en recompensa por la masiva riqueza que llovió sobre los generales gracias a su familia que se había enriquecido con el botín acumulado bajo la dictadura militar despótica. Es un político de derechas derrocado por el ejército cuando intentaba reafirmar su poder, que en sí mismo estaba a merced de los generales. Su base política comprende principalmente empresarios y tenderos. Después de su derrocamiento, y exilio seguro en Arabia Saudí, negoció con Musharraf en nombre de la familia real a petición de Bill Clinton, pero rápidamente cayó en el olvido político.
Irónicamente, fue Benazir Bhutto quien le puso de nuevo en el candelero, provocando malestar entre los activistas del PPP, presentándole como un adalid de la democracia. El motivo principal de Benazir para formar una lianza con el partido de Sharif era detener cualquier radicalización de izquierdas dentro del PPP, y presentarse ante la «comunidad mundial» como una política pro-mercado.
Pero después, los estadounidenses obligaron a Benazir a intentar una coalición con Musharraf, así que no le quedó más remedio que romper con Sharif. Mientras tanto, los partidos nacionalistas islámicos y otros de derechas, se aliaron con Sharif y formaron en Londres el APDM (Movimiento Democrático de Todos los Partidos). Este movimiento aumentó más las tendencias megalomaniacas de Sharif a las que siempre ha sido vulnerable.
Él pensaba que su regreso sería saludado por millones en las calles y el régimen se derrumbaría y renunciaría al poder en su favor. Eso no ocurrió. La mayoría de los dirigentes de su partido, principalmente capitalistas y terratenientes, abandonaron tan pronto como él fue expulsado del poder. Se unieron a otra versión de Liga Musulmana formada por el ejército, en la línea de toda la historia política de las ligas musulmanas impulsadas por cada una de las dictaduras militares.
A pesar de que no hubo una concurrencia de masas ni parálisis de la sociedad, la respuesta del régimen de Musharraf fue igualmente desesperada y nerviosa. La impresionante operación estatal puesta en marcha ante el regreso de Sharif, demostró la naturaleza frágil y la rápida falta de confianza del régimen de Musharraf. Sharif ha regresado a su lujoso palacio de Arabia Saudí, pero las convulsiones continúan resonando en el Estado y la sociedad pakistaníes.
Trotsky, en 1932, escribía lo siguiente sobre el régimen ruso en febrero de 1917: «El gobierno con su desinterés hacia las masas, su indiferencia frívola hacia sus necesidades, su distorsión insolente en respuesta a las protestas y lamentos de desesperación que todos pronunciaban contra él. Parecía que el gobierno buscaba a propósito el enfrentamiento». Esta descripción ilustra gráficamente la situación de la crisis actual que padece el régimen pakistaní.
La crisis es hoy más intensa que en cualquier otro momento de la historia de Pakistán, nunca se ha visto esta confusión, perplejidad y desconcierto en la sociedad. Los medios de comunicación, los pseudo-intelectuales y analistas se añaden a esta confusión. Sacan todo tipo de cuestiones secundarias, como es la crisis judicial, la Mezquita Roja, el acuerdo Musharraf-Benazir, el regreso y reexilio de Nawaz Sharif, el uniforme del presidente, las declaraciones frívolas de los diplomáticos norteamericanos y las presentan como cuestiones clave en las mentes de las masas. Pero el objetivo real de estos analistas, junto con todos los escándalos, es ocultar el verdadero caos económico y social que sacude a la sociedad. La velocidad e intensidad de estos explosivos acontecimientos son tales que mientras se produce un incidente en un lugar, inmediatamente se produce otro. La rapidez de los acontecimientos es, en realidad, un símbolo de la intensificación del malestar socio-económico en el que está hundido la sociedad.
Un estado fracasado
La clase dominante pakistaní ha fracasado desde su nacimiento. Hoy es aún peor que en 1947. Una de las contradicciones importantes de esta época es que las clases dominantes en los países subdesarrollados soportan la carga de los crímenes y pecados del imperialismo mundial. En realidad, es la ley básica de este sistema. Bajo la carga cruel del imperialismo, estos estados no pueden acumular una gran cantidad de capital financiero porque el capitalismo monopolista no les permite ningún tipo de concesiones en esta encarnizada globalización competitiva. El Estado pakistaní se enfrenta al mismo dilema.
Allí donde vemos contradicciones explosivas en el Estado y en la política de las clases dominante, también vemos el cambio de coaliciones, compromisos y alianzas en cada coyuntura. ¿Quién no está en tratos con uno u otro? Pero, detrás de cada «acuerdo» hay intereses financieros. Detrás de la islamización de los mulás está la necesidad de proteger el dinero negro. Sin la protección de las agencias estatales, los mulás nunca habrían podido soñar con conseguir el número de votos que obtuvieron en las elecciones generales de 2002.
Esta red criminal fue creada por la CIA para financiar la yihad afgana de los años ochenta. Cada «acuerdo» del MQM tenía como objetivo garantizar la protección de sus bandas de extorsionadores en Karachi y en otras partes. El PML (N) representa a los grandes comerciantes, empresarios e industriales que no han conseguido parte del botín durante estos últimos años. Los dirigentes nacionalistas ahora quieren sus propios pequeños mercados capitalistas «independientes» con el apoyo de EEUU. ¿Por qué el ejército pakistaní les entregaría estos mercados cuando ellos pueden explotarlos libremente para su propio beneficio?
Mientras el ejército no estaba tan profundamente implicado en el capital financiero, la historia era diferente. Pero después del régimen de Zia-ul-Haq, la penetración del capital financiero dentro del ejército se ha convertido en una fuente de discordia dentro del mismo ejército. Este proceso es el responsable de la decadencia interna y debilitamiento de la disciplina militar. La satisfacción de las crecientes demandas de los explotadores y la superación de los déficits del gasto público tienen que basarse en el Banco Mundial y el FMI. Estas instituciones imperialistas han acumulado esta riqueza mediante el saqueo y la explotación de las masas de África, Asia y América Latina. Por lo tanto, cuando estas instituciones conceden préstamos o «ayudas» a los agentes locales lo hacen con unas condiciones y términos brutales. Esta situación convierte a la elite local en sirviente del imperialismo. En Pakistán, la mayor parte del saqueo es perpetrado por los monopolios imperialistas y las instituciones financieras internacionales, en connivencia con el ejército y la elite.
El capitalismo ha alcanzado un punto que ya no puede justificar su propia existencia. Pero no sólo desde el punto de vista comercial, sino también social. Tiene que recurrir a la explotación violenta y a una opresión sin precedentes.
La situación de la economía pakistaní es miserable. El aumento de la tasa de crecimiento realmente ha significado la reducción de los niveles de vida de la gran mayoría de la empobrecida población. Debido a la intensidad de esta crisis, el engaño, la corrupción y el fraude, se ha producido una erosión endémica de los varios sociales y de la vida. La agravación de las tendencias lumpenes con el aumento del crimen, el derramamiento de sangre, la inseguridad y el saqueo debido a esta corrupción y degeneración social, han tomado como rehén la vida social y urbana.
El aumento intenso de la pobreza, la enfermedad, el desempleo, el analfabetismo, la subida de precios y la suciedad, han empeorado rápidamente las condiciones de las masas, ha llevado a la asfixia cultural, el oscurantismo, la alienación y la frustración. La razón principal de esta apatía es que no hay un partido o dirección política que ofrezca una solución o salida real para acabar con esta miseria.
La codicia de las clases dominantes ha alcanzado tal intensidad que saquean la riqueza del país a unos niveles sin precedentes, incluso para un país corrupto como Pakistán. En los últimos tres años, el sector de la clase dominante en el poder ha pedido préstamos valorados en 33.000 millones de rupias y, al mismo tiempo, ha recibido unas ayudas de 24.000 millones de rupias. Este saqueo flagrante de 57.000 millones de rupias ha sido en beneficio de 1.122 señores feudales, industriales y empresarios. Sólo entre 11 empresarios, en 2003 saquearon al Estado 12.300 millones de rupias.
Hay una importante crisis de la balanza de pagos, con uno de los mayores déficit de la historia y también en la cuenta corriente. La deuda externa es de 40.172 millones de dólares. Esta situación se ha producido a pesar del nivel récord de remesas enviadas por los emigrantes pakistaníes, 6.500 millones de dólares, y el nivel también récord de la inversión directa externa, 64.000 millones de dólares.
Actualmente, el 78% de la población vive con menos de 2 dólares al día; el 82% tiene que recurrir a métodos sanitarios no científicos; el 68% de las enfermedades tienen su origen en la pobreza; el 54% de los niños no pueden ir a la escuela. El gasto en sanidad en 1998-99 representa el 0,7% del PIB; en 2005-06 cayó al 0,5%, el más bajo del mundo. En 1999-2000, el gasto en educación fue el 2% del PIB. En 2004-05 bajó al uno por ciento. Así es cómo la miseria y el sufrimiento se extienden por esta tierra.
La privatización, los cierres, la liberalización, la reestructuración, el sistema laboral, el desempleo forzoso y otras políticas salvajes están oprimiendo brutalmente a la clase obrera. Este caos social, corrupción y saqueo también crean enormes fisuras y contradicciones dentro de las instituciones estatales. La clase dominante pakistaní, debido a su atraso histórico, escasez tecnológica y financiera, tiene dificultades para sobrevivir en la época actual de globalización. En este proceso, la clase dominante depende tanto de las instituciones estatales, especialmente el ejército, que después de los monopolios imperialistas, el ejército pakistaní es el mayor empresario financiero e industrial del país. Más del 25% de la economía es propiedad de la elite militar.
La explosión de la crisis interna en las distintas instituciones del Estado, incluido el ejército, básicamente es el reflejo del conflicto entre diferentes intereses financieros. Sobre la superficie parece que es un conflicto entre los fundamentalistas islámicos y las fracciones liberales, pero en realidad es una batalla por el botín que procede del saqueo. Tanto las tendencias políticas liberales como las fundamentalistas, descansan sobre la misma base económica: el capitalismo.
¿Amenaza fundamentalista?
En las regiones fronterizas de Pakistán tenemos el fenómeno de la «talibanización», que se ha intensificado más desde que comenzó la última crisis política. Cuando la población huye de sus aldeas para escapar de los fanáticos armados, el Estado es incapaz de proteger a la población y, por esa razón, pierde rápidamente credibilidad y autoridad. La rendición de unos 300 soldados y oficiales en Waziristán del Sur ante unos cuantos talibanes es sólo un ejemplo. Aparte de los talibán, también se extiende la furia contra el ejército, lo que podría expresarse en una pérdida más seria de moral entre las tropas.
Mientras tanto, la aterrorizada cúpula militar insiste en que Maulana Fazl ur Rehman, que dirige Jamiat Ulema-i-Islam (JUI), forme parte de un futuro gobierno, ya esté encabezado por Benazir Bhutto o por la Liga Musulmana de Pakistán. El JUI está detrás del renacimiento de los talibanes tanto en Pakistán como en Afganistán, el motivo son las grandes sumas de dinero que mueve el tráfico de drogas y otras actividades criminales utilizadas por los talibanes para financiar su yihad.
Si el JUI participa en un futuro gobierno pakistaní, entonces es imposible imaginar que el gobierno pueda hacer algo en contra de los talibanes. Esto ha obligado a Musharraf a correr con las liebres y capturar a los perros de caza, para disgusto de los norteamericanos. Esta política contradictoria ahora le está alcanzando. El peor de los escenarios, una insurgencia fundamentalista, parece que por ahora no se va a producir. Sin embargo, la posibilidad de que los partidos islamistas arrasen en las elecciones generales y tengan la oportunidad de transformar el Estado y la sociedad, parece muy remota. Normalmente, se quedan sin vapor mucho antes de lo que les gustaría a los imperialistas. Su valor nunca iguala a su estruendo. Aunque esto no quiere decir que no comprendamos el daño y el caos que pueden causar en esta sociedad capitalista decadente y en este Estado en desintegración. En realidad, este fundamentalismo islámico es el producto y la esencia destilada del corrompido capitalismo pakistaní.
Entre las filas del ejército, aumenta la desconfianza, la sospecha y el abatimiento debido al aumento de la riqueza de la elite militar. En las zonas tribales fronterizas con Afganistán, han muerto más de 1.000 soldados en una guerra inútil y reaccionaria del imperialismo estadounidense. La deserción del personal de seguridad ha aumentado como consecuencia de estas bajas. Cientos de policías fronterizos han desertado, más de 3.000 desertores del ejército pakistaní están encarcelados en la prisión de Attock Fort. Esta situación ha aumentado la presión sobre las capas superiores del ejército y la posición de Musharraf se ha debilitado. Esa es la razón para que los norteamericanos quieran fortalecerle consiguiendo el apoyo de Benazir. Pero este acuerdo tiene sus propias complicaciones y obstáculos.
La tragedia de la tradición
El PPP se formó a finales de los años sesenta como resultado de una insurrección revolucionaria de los trabajadores y campesinos de este país. Ahora se ha visto arrastrado a la economía de mercado del capitalismo donde toda ideología tiene un precio. Un incidente histórico interesante que debería aparecer en los libros ha ocurrido durante esta crisis: un dictador se ha reunido con un líder en el exilio a quien él mismo exilió. Este incidente no sólo subraya la impotencia de esta dictadura peculiar, sino también la hipocresía y el engaño de la «resistencia» y «lucha» de los dirigentes políticos.
No obstante, no es la primera vez que Benazir Bhutto llega a un acuerdo con un dictador militar. En 1984, abandonó Pakistán debido a un acuerdo con el general Zia ul Haq que fue negociada por su amigo y un importante socio de la administración norteamericana: Peter Galbraith. Igualmente, su regreso en 1986 y llegada posterior al poder en 1988, fue consecuencia de «acuerdos» con el ejército auspiciados por el imperialismo norteamericano. Con cada uno de estos acuerdos, ha alejado al PPP de sus principios socialistas fundacionales y ha intentado presentarse como una estadista más capacitada para desviar los movimientos de masas y proteger los intereses del imperialismo y el capital financiero.
Pero con este «acuerdo» tanto Benazir como Musharraf apuestan demasiado. Benazir es consciente del resentimiento que ella provoca entre sus seguidores con estas acciones. Musharraf, por otro lado, se enfrenta al dilema de cómo desmantelar las estructuras políticas en las que se basan los políticos, feudales, capitalistas y oportunistas de derechas. El único dios en el que creen es el poder. En caso de pérdida del poder estatal, todo su estructura de saqueo y enriquecimiento colapsaría. De este modo, aunque su base electoral esté principalmente patrocinada por el Estado, también intentar disuadir a Musharraf para que no llegue a un cuerdo con Benazir.
Por esa razón el acuerdo de enfrenta a múltiples obstáculos. Los estadounidenses están presionando a ambas partes para que lleguen a un acuerdo. Benazir utiliza las palabras luchas contra «el extremismo y promover la moderación» para intentar argumentar su conversación secreta con Musharraf, esta posición cuenta con el apoyo de la Casa Blanca.
En una entrevista aparecida en el Washington Post el 26 de agosto, ella decía: «La comunidad internacional y las fuerzas armadas tienen confianza en Musharraf».
La «comunidad internacional» es un eufemismo de Bhutto para calificar a la administración norteamericana. Principalmente quiere decir la Casa Blanca cuyo apoyo económico, militar y público a Musharraf es visto con una mezcla de asombro y celos por parte de Benazir.
Su declaración, que probablemente también es bastante exacta, es que la Casa Blanca es improbable que deje de apoyar a Musharraf. Su mensaje va dirigido a la audiencia norteamericana, para que apoye a Benazir junto a Musharraf. Washington puede tener el mejor de ambos mundos, y así eliminar la marea de «extremismo» que asola Pakistán y la región. Al mismo tiempo, ella intenta representar una farsa democrática.
Reconociendo el papel de EEUU en la política de poder e influencias en Pakistán, Bhutto en una entrevista concedida al canal de televisión PBS emitida el 21 de agosto, no tiene escrúpulos en decir: «Les mantenemos informados [a los norteamericanos] y ciertamente están colaborando con todos los partidos políticos de Pakistán». En la entrevista del Washington Post ella declara abiertamente: «Queremos estabilidad en Pakistán, elecciones justas y el general Musharraf es nuestro aliado». Pretende luchar más eficazmente contra los extremistas que Musharraf si ella regresa al poder en el futuro próximo, quiere que Musharraf esté a su lado porque ella no quiere que las fuerzas de seguridad se pongan en su contra cuando ataque a la militancia interna.
Al mismo tiempo, está preocupada por el declive de su apoyo de masas debido a este compromiso corrupto que intenta conseguir con la dictadura militar. En una entrevista publicada por el periódico londinenses The Observer el 9 de septiembre, Benazir Bhutto decía que su campaña se inspiraría en la vieja consigna del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP): «Comida, ropa y vivienda», además añadía: «Representamos a los no privilegiados, los campesinos, mujeres, jóvenes, a las minorías, a todos aquellos que han estado olvidados por las elites gobernantes».
La palabra «proletariado», sin embargo, llamativamente está ausente de esos sectores de la sociedad a los que pretende representar. De la misma forma, nunca toleró los principios fundacionales del partido. El documento fundacional del PPP dice claramente: «La política del partida es conseguir una sociedad sin clases que en nuestra época sólo es posible con el socialismo». Benazir siente escalofríos ante esa perspectiva.
Justo una semana antes de la entrevista declaró su «pleno apoyo» a la OTAN en Afganistán y que «Pakistán permanecería como un firme aliado de EEUU» si ella llegaba al cargo.
Estas declaraciones contradictorias demuestran la desesperación cuando pierde rápidamente apoyo entre las masas, en las filas del PPP se extiende el resentimiento debido a su intento de acuerdo con la dictadura de Musharraf.
La situación dentro del PPP está de capa caída. La poca vida política interna se ha hundido. La mayoría de los activistas y dirigentes se han adoctrinado y formado con la percepción de conseguir beneficios personales, económicos y otro tipo de prebendas y privilegios. Por esa razón no hay demasiada actividad actualmente en el seno del partido. Pero mientras Nawaz Sharif es deportado por la fuerza, el mismo aparato del estado facilitaría a Benazir el tranquilo regreso a casa, esta situación no será buena para la fortuna política del partido. Benazir quedaría muy desacreditada en ese escenario, por esa razón posiblemente retrasen su regreso.
Es verdad que el PPP ha sido el partido tradicional de las masas explotadas de Pakistán desde la revolución de 1968-69, pero, algunas veces, la tradición de los trabajadores, en las palabras de Marx: «pesa como una montaña» en la conciencia del proletariado. Esta tradición tiene algo de podrida y corrompida, pero debido a la ausencia de una fuerza revolucionaria en el horizonte político del país, las masas aún no tienen una alternativa. Y aunque los acuerdos y compromisos de Benazir con el capitalismo y su aparato militar han provocado una regresión política y cierta confusión, el PPP sigue siendo la única expresión de masas de los trabajadores y campesinos pakistaníes.
Cuando el PPP llegue al poder, tendrá muchas dificultades para implantar el programa que Benazir y los estadounidenses pretenden implantar. Los norteamericanos no quieren un acuerdo Musharraf-Benazir para aplastar al «extremismo islamista» ni tampoco instalar un «régimen democrático». Lo que realmente ocurre es que están aterrorizados ante la posibilidad de un movimiento de los trabajadores contra esta política capitalista desastrosa. Han visto el potencial de este movimiento en la huelga de los trabajadores del sector de telecomunicaciones en 2005 y en la lucha de las acerías en 2006.
Por esa razón, este ataque imperiaista preventivo a través del acuerdo de Musharraf-Benazir no funcionará. Pueden conseguir lo contrario y provocar que estalle toda la furia y repulsión que se lleva años acumulando. Después del fiasco de Sharif en Islamabad el 10 de septiembre, Benazir está más preocupada con su «acuerdo». Regresar a Pakistán, con el consentimiento del ejército, cuando Sharif ha sido expulsado, no será muy beneficioso para su reputación y podría debilitar su capacidad para influir en las masas. Con el paso del tiempo y la frustración ante su acuerdo fracasado con Musharraf, cada vez está más nerviosa y recurre a una postura antagónica, adoptando una posición contra el régimen y Musharraf. Aunque esto pueda agradar a las masas, sólo sería un alivio temporal, porque este movimiento sería más complicado frente a las presiones del imperialismo norteamericano.
En estas circunstancias difíciles, las tareas de los marxistas están claras. Es vital que los revolucionarios trabajen junto a los trabajadores y las masas explotadas en estas condiciones tan difíciles y nauseabundas impuestas por los reflujos de la evolución histórica. El papel de la dirección del PPP no difiere al que tienen los dirigentes socialdemócratas en Europa y otras partes. Se les pide que utilicen su autoridad para moderar las luchas de los oprimidos y contener sus aspiraciones revolucionarias. Luchando junto a las masas en estas condiciones tan terribles, los marxistas pueden dirigirlas cuando cambie la marea y el proletariado emprenda una dirección revolucionaria.
Lenin dejó muy clara esta relación entre la vanguardia revolucionaria y la clase obrera: «Si quieres ayudar a las ‘masas» y ganarte la simpatía y el apoyo de las ‘masas», no debes temer las dificultades o provocaciones, insultos y persecuciones por parte de los ‘dirigentes» (que por ser oportunistas y socialchovinistas están, en muchos casos, directa o indirectamente vinculados a la burguesía y a la policía), sino que debes en cualquier caso trabajar en cualquier sitio donde estén las masas. Tienes que ser capaz de cualquier sacrificio, de superar los mayores obstáculos, para poder hacer propaganda y agitación sistemáticamente, perseverantemente y persistentemente en esas instituciones, sociedades y asociaciones, incluso las más reaccionarias donde estén las masas proletarias o semiproletarias». (Lenin. La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo. Madrid. Fundación Federico Engels. 2005. pp. 16-17
Una insurrección revolucionaria de masas en el próximo período en Pakistán, eclipsaría incluso a la revolución de 1968-69 que creó y dio forma a la tradición del PPP. Estos movimientos tienen un carácter iconoclasta, crean nuevas tradiciones revolucionarias que pueden cambiar la sociedad, modificar el destino y transformar la historia. Una tendencia revolucionaria puede jugar un papel decisivo en estos acontecimientos.
Incluso con las fuerzas relativamente pequeñas del marxismo revolucionario en Pakistán, como factor subjetivo puede dar organización y dirección a este movimiento. Una insurrección revolucionaria puede derrocar al capitalismo, destruir las raíces del fundamentalismo y oscurantismo religioso, romper los grilletes del feudalismo y eliminar el yugo del collar de fuerza imperialista y la explotación. Este destino sólo se puede conseguir con la revolución socialista. Una victoria socialista en Pakistán abriría las puertas a acontecimientos revolucionarios en todo el subcontinente asiático, desde Afganistán a Birmania, donde las masas ya están en ebullición y dispuestas a la transformación socialista de la sociedad.