El domingo 17 de febrero de 2008 el parlamento de la Provincia Autónoma de Kosovo y Metohija (bajo protectorado de la OTAN desde la guerra de 1999) aprobó la declaración de independencia de Kosovo, de esta manera, se funda un nuevo estado, y bastante singular en Europa, llamado Kosova. Se esperaba desde hace tiempo este acontecimiento y ya hemos analizado en otros artículos sus razones y causas. El tema de este artículo no es otro que analizar lo que está ocurriendo sobre el terreno con relación a Kosovo y Serbia.
Horas después de que el parlamento kosovar proclamara la independencia, la burguesía serbia comenzó una campaña de furia étnica. Disturbios, aparentemente inspirados por una campaña frenética y sincronizada de los medios de comunicación, además de discursos violentos de los principales políticos burgueses serbios, hicieron estragos en el centro de Belgrado y destrozaron aquellos símbolos de los que para ellos son los culpables de esta situación: restaurantes McDonald, embajada de EEUU y países de la UE (en primer lugar la de Eslovenia que actualmente preside la Unión Europea) y también las panaderías albanesas (o que se presumen albaneses). El intento de quemar la mezquita Bayrakli de Belgado pudo ser evitado por la policía que se enfrentó a los alborotadores. El autor de este texto tuvo la suerte de escapar de la Plaza Terazije, donde está el mayor MacDonald de la ciudad, justo unos minutos antes de que llegara la muchedumbre. Los clientes salieron corriendo para evitar ser heridos o asesinados.
Al día siguiente, 18 de febrero, una muchedumbre de unos mil seguidores de la derecha se reunieron frente a la facultad de filosofía y ante el Rectorado de la Universidad de Belgrado, cantando canciones chetnik (colaboradores serbios durante la Segunda Guerra Mundial) y coreando consignas como: «Kosovo je srce Srbije» (Kosovo es el corazón de Serbia) o «Ubij, Zakolji, da Siptar ne postoji» (Asesinar y masacrar hasta que no quede ni un solo albanés), provocando temor e intimidación entre los estudiantes de la facultad que les miraban desde las ventanas.
Aparte de cantar lo antes mencionado, algunas personas de la muchedumbre hacían saludos nazis, mientras que otros, aparentemente enfurecidos al ver que la mayoría de los estudiantes no les prestaban atención o no se unían a ellos, lanzaban piedras contra las ventanas.
Algunos activistas de izquierda de la facultad respondieron imprudentemente a las provocaciones haciendo gestos con los brazos. En determinado momento, un grupo de nacionalistas fanáticos quemaron el edificio de la facultad y en el tercer piso atacaron físicamente a varios destacados activistas de izquierda, pero pronto fueron repelidos. La muchedumbre después continuó hacia el centro de Belgrado.
Estos disturbios protagonizados por los seguidores de la derecha son el resultado de una burguesía aterrorizada. Enfrentada a un inevitable declive económico y creciente descontento social con los efectos de la llamada «transición», la clase dominante serbia reaccionó de la única manera que conoce. Lo único que pudo hacer para canalizar todas las frustraciones sociales es la locura racista.
¡De ninguna manera fue un estallido espontáneo de descontento popular! Incluso en esa atmósfera tan tensa, con millones afligidos por la pérdida de un faro imaginario de identidad nacional, el número de participantes en estas protestas fue proporcionalmente pequeño, y se podrían caracterizar como elementos lúmpenes, con estudiantes confusos con los cerebros lavados por la propaganda oficial burguesa.
No hay duda de que estos acontecimientos se prepararon con antelación en determinados círculos dentro del Estado capitalista, sobre todo los principales periódicos y canales de televisión serbios, que iniciaron una campaña simultánea y sincronizada para demonizar a los albaneses y presentar la cuestión de Kosovo como algo muy vital para la población serbia. Casi todo el gobierno y representantes de la oposición (excepto el neoliberal Partido Democrático Liberal y sus satélites) se unieron al coro sobre Kosovo, que es un «falso estado», que «Serbia nunca lo reconocerá».
El argumento principal de estos reaccionarios encontró su portavoz más ruidoso y violento en el primer ministro ultraconservador Vokislav Kostunica, utilizó el argumento conservador del «orden legal internacional», es decir, la eternidad e invariabilidad del actual sistema político. También hay dos mensajes silenciosos: que el orden capitalista no se puede cambiar, sobre todo cuando se trata de tocar la santidad del control imperialista sobre las minorías étnicas y que cualquier forma de lucha no-nacional es secundaria y se enfrentará a muchedumbres dispuestas a linchar los delitos de sedición o traición. Incluso la Iglesia participó invocando el sagrado derecho de Serbia a mantener Kosovo. La clase dominante ha desatado plenamente toda su maquinaria reaccionaria.
Y aún así se ignora a la gran mayoría de la población. A pesar del ruido que hacen estos elementos lúmpenes y unos pocos miles de jóvenes con el cerebro lavado, la clase obrera ha reaccionado con tranquilidad, tratando a los alborotadores con temor o desprecio. Todos observamos esta situación con mucho cuidado. Algunas personas puede que se sientan horrorizadas ante la pérdida de este símbolo de la Serbia medieval, pero difícilmente puede ser a alguien que no pertenezca a la elite burguesa. La credibilidad de la burguesía es tan pequeña como lo es la paciencia de las masas.
Lo mismo se puede decir de los trabajadores albaneses en Kosovo, ahora oficialmente una colonia del imperialismo estadounidense y europeo. Como algunos compañeros han dicho en anteriores artículo sobre Kosovo, y Yugoslavia en general, van a tener un duro despertar. La farsa que hemos presenciado en su parlamento burgués no es otra cosa que «pan y circo» para la población de un país donde más del 50 por ciento de la población está en paro, donde el crimen y la corrupción son escandalosas y donde sólo las tropas imperialistas tienen garantizada su supervivencia a corto pazo en un estado gobernado por gánsteres, la principal exportación de este país es su posición estratégica. No pasará mucho tiempo antes de que los kosovares pongan su pan diario por delante de sus colores nacionales. Cuando lo hagan, tendrán que ser con una organización de masas capaz de reconciliar y movilizar a la clase obrera de todos los grupos étnicos, un objetivo que tenemos los marxistas.
La tarea principal de los grupos de izquierda en este momento debería ser ofrecer una alternativa seria tanto a sumisión neoliberal como a los estallidos nacionalistas, trabajar juntos hacia la creación de un verdadero partido obrero, para defender sus intereses.
Los trabajadores de Serbia y Kosovo deben resistirse a esta locura étnica. Como dijo hace mucho tiempo el fundador del viejo partido Socialdemócrata Serbio, Dimitrije Tucovic, el enemigo del pueblo serbio es el mismo que el del pueblo albanés, y éste se puede reconocer por su propiedad y no por su etnia. Sólo un movimiento revolucionario unido de todos los trabajadores en los Balcanes, independientemente de su nacionalidad, puede garantizar la libertad y una vida mejor para todos. ¡Hay que poner fin a las hostilidades étnicas y al control imperialista de la región! ¡Por una Federación Socialista Balcánica!