Hace siete años el mundo quedó conmocionado por el ataque terrorista contra el World Trade Center. Las explosiones que destruyeron las Torres Gemelas no sólo sacudieron la ciudad de Nueva York, las ondas de choque de esta explosión provocaron un giro fundamental en la política mundial. La población norteamericana quedó psicológicamente preparada para una política exterior más agresiva, se impusieron restricciones severas a sus libertades civiles, se aumentaron los poderes de la represión estatal y se incrementó aún más el gasto militar.

Pero siete años después se nos presenta un cuadro radicalmente diferente. La vieja confianza de los imperialistas ha desaparecido. La potencia más poderosa de la historia mundial se encuentra empantanada en una guerra en Iraq que se ha cobrado la vida de más de 4.000 soldados estadounidenses y al menos otros 35.000 heridos (fuentes no oficiales sitúan esta cifra en 100.000). La ocupación de Iraq ha costado a EEUU miles de millones de dólares desde que comenzó la invasión. Según algunos cálculos, el coste total de la guerra podría ascender a 3-5 billones de dólares (al principio la Casa Blanca calculó que la guerra costaría entre 50 y 60.000 millones de dólares). Ni siquiera el país más rico del mundo puede soportar esta hemorragia de sangre y oro durante mucho tiempo.

El Pentágono gasta casi cinco mil millones de dólares mensuales en Iraq y Afganistán. En Vietnam gastó 111.000 millones de dólares durante ocho años (1964-1972). Ajustado a la inflación equivaldría a más de 494.000 millones de dólares, una media de 61.800 millones de dólares anuales. Pero en Vietnam tuvieron medio millón de soldados, mientras que en Iraq y Afganistán hay sólo 150.000. Entonces las tropas eran reclutas mal pagados, mientras que ahora son soldados profesionales, mejor entrenados y equipados, pero también mejor pagados. Y a estas cifras habría que añadir la gran cantidad de dinero destinada para la reconstrucción.

En Afganistán también están luchando una batalla perdida. Esta mañana un portavoz militar norteamericano admitió que la guerra no iba bien. Los afganos odian a las fuerzas de ocupación extranjeras por el bombardeo indiscriminado de civiles. Tarde o temprano se verán obligados a abandonar el intento de controlar Afganistán, como los británicos tuvieron que hacer un siglo antes. Tendrán que recurrir a la misma «solución» que los representantes de Su Majestad británica, es decir, sobornar a los jefes tribales. Esto podrían haberlo hecho desde el principio y haberse ahorrado muchos problemas. Habría sido lo más sensato, pero el sentido común no es una cualidad que se asocie a Bush, Rumsfeld y Cheney.

 

La «doctrina Bush»

 

La caída de la URSS llevó a una situación que no tiene paralelo en la historia mundial. En el pasado siempre hubo dos, tres o más grandes potencias disputándose la supremacía, que tendían a contrarrestarse entre sí, llegando a un cierto equilibrio de poder. Pero con el colapso del poder ruso sólo quedó una superpotencia mundial, los Estados Unidos de América, en palabras de Shakespeare: «montado a horcajadas sobre el mundo como un coloso».

El poder colosal viene acompañado de la arrogancia colosal. Los gobernantes de EEUU se veían como los amos de todo el planeta. Y con la elección de George W. Bush para la Casa Blanca, las cosas inmediatamente comenzaron a cambiar para peor. Este reaccionario ignorante y de miras estrechas puede que no haya leído muchos libros aparte de La Biblia, pero evidentemente sí ha visto muchas películas protagonizadas por John Wayne donde siempre triunfa el bueno sobre el malo y el Séptimo de Caballería aparece en el último momento para derrotar a los indios.

El 11 de septiembre no fue la causa de la política imperialista agresiva adoptada por Bush. Ya se estaba elaborada antes incluso de que pusiera un pie en el despacho oval, igual en el caso de la invasión de Iraq. Pero le dieron la excusa que necesitaba para poner en práctica la política agresiva de dominación mundial que ha encontrado una justificación «teórica» en la llamada Doctrina Bush. Esta doctrina no tiene muchos precedentes en cuanto a que rompe toda la noción de soberanía nacional sobre la que se ha basado la diplomacia internacional desde el Tratado de Westfalia en el siglo XVII. Este básicamente dice que ningún estado puede interferir en los asuntos internos de otro estado o utilizar este último como una excusa para guerras e invasiones.

Esto es precisamente lo que hicieron Bush y Blair en Iraq. Utilizaron la excusa de la dictadura y la supuesta presencia de armas de destrucción masiva para justificar un acto criminal de agresión contra lo que se suponía era un estado soberano. La razón para que declararan la guerra a Saddam Hussein no tuvo nada que ver con motivos humanitarios o democráticos, ni tampoco con el ataque al World Trade Center. Nunca ha existido la más mínima prueba de implicación iraquí en ese asunto. Tampoco existía ningún vínculo entre Saddam Hussein y al Qaeda. En realidad, ese argumento habría sido más válido para invadir Arabia Saudí.

En cuanto al argumento de que Iraq poseía armas de destrucción masiva capaces de alcanzar objetivos occidentales, fue una monstruosa invención, una mentira que inmediatamente fue desenmascarada tras la caída de Bagdad. La presencia de grandes reservas de petróleo no fue un factor sin importancia en los cálculos de los imperialistas. Pero no fue esa la única razón. Si hubieran querido, podrían haber conseguido el petróleo iraquí por otros medios, y más económicos. Pero eligieron la guerra. La razón principal por la cual los imperialistas decidieron destruir a Saddam Hussein fue que él no estaba dispuesto a hacer lo que ellos querían que hiciese. La política de los imperialistas norteamericanos en la primera década del siglo XXI es muy simple: ¡o haces lo que te pedimos o te bombardeamos! ¡O haces lo que queremos o te invadimos! Es un regreso a la vieja diplomacia cañonera puesta en práctica por el imperialismo británico en el pasado, pero a una escala mucho mayor.

 

El imperialismo y el «derecho de autodeterminación»

 

Después de la caída de la URSS, Washington se convirtió en un defensor incondicional del «derecho de autodeterminación» de las repúblicas que aún estaban bajo lo que aún era el estado soberano de Yugoslavia. Utilizando la excusa de este «principio sagrado e inviolable», EEUU, bajo la bandera de la OTAN, intervino militarmente en los Balcanes para supervisar el desmembramiento de Yugoslavia. Este acto criminal, que iba en contra de los intereses de la clase obrera de todas las repúblicas, habría sido impensable mientras existía la Unión Soviética. Pero con el colapso de la URSS y el movimiento hacia el capitalismo en Rusia, esta última fue incapaz de intervenir.

Yeltsin y la banda de ladrones que le rodeaban en el Kremlin, jugó un papel despreciable. Mientras los generales de Moscú hervían de furia e indignación, la OTAN y sus amos norteamericanos se permitían salirse con la suya en Yugoslavia (naturalmente, sólo por razones humanitarias). Como una concesión a Moscú, Washington mantuvo un discreto silencio (relativo) sobre su sangrienta invasión de Chechenia. Era una cuestión de honor entre ladrones o, como dice el refrán: «Hoy por mí, mañana por ti». En realidad este es el principio más sagrado e inviolable de toda la diplomacia burguesa.

Como percibía que Rusia estaba debilitada y como la debilidad siempre invita a la agresión, la osadía de Washington crecía y crecía. La actitud de los norteamericanos hacia Rusia era absolutamente insolente. No satisfechos con el desmantelamiento del Pacto de Varsovia que lideraba Rusia, dieron el paso sin precedentes de invitar a los antiguos aliados de Rusia en Europa del Este para que entraran en la OTAN y varios lo hicieron. Lentamente pero de manera segura, las fronteras de Rusia en occidente comenzaron a estar rodeadas de miembros de una alianza militar hostil. Y todos los discursos tranquilizadores y certezas restablecidas de Washington no podían ocultar esta realidad.

Como en Yugoslavia, en Iraq los imperialistas hicieron uso del derecho de autodeterminación para socavar y derrocar a un régimen que no les gustaba. Y aquí de nuevo vemos que el supuesto derecho de autodeterminación en labios de los imperialistas es simplemente una mentira hipócrita y un fraude. EEUU incitó a la población chií y kurda contra el gobierno de Bagdad. No fue muy difícil conseguirlo debido a la política opresora del régimen de Saddam Hussein. Pero debemos recordar que ellos también azuzaron a los chiíes en el sur de Iraq en 1990 y después les abandonaron a su suerte una vez que los intereses inmediatos de los norteamericanos se habían cumplido con la retirada del ejército iraquí de Kuwait. El propósito de ese ejercicio no era ayudar a los chiíes ni a los kurdos, sino utilizar cínicamente su sufrimiento para arrojar polvo a los ojos de la opinión pública mundial y, de este modo, facilitar sus maniobras en la región. Después de la segunda guerra que llevó a la invasión y ocupación de Iraq, los chiíes han comprendido la cruda realidad de la actitud de Washington hacia ellos. Mañana los kurdos del norte de Iraq aprenderán la misma lección.

Cinco años después de la invasión, Iraq aún es un caos sangriento. Unos cuatro millones de iraquíes han huido del país o están desplazados de sus hogares dentro del territorio. Cientos mueren asesinados cada mes. La violencia y el derramamiento de sangre se han extendido al norte controlado por los kurdos, especialmente en ciudades étnicamente mixtas como Kirkuk y Mosul. Y no hay solución a la vista a cuestiones como la gestión del petróleo y la distribución de sus ingresos. Los norteamericanos han creado así un monstruo que no serán capaces de controlar. El único resultado será una pesadilla de conflictos étnicos a gran escala que podrían acabar incluso en la desintegración del propio Iraq. Esta será la causa de futuras guerras, con los estados vecinos de Turquía, Siria e Irán arrastrados al conflicto. Ese es el regalo envenenado que el imperialismo ha hecho a los pueblos de esta infeliz región.

La última y más descarada provocación fue el movimiento para instalar misiles nucleares norteamericanos en la República Checa y en Polonia. ¡Supuestamente tenía como objetivo a Irán! Pero esta débil excusa no impresionó a los rusos, que avisaron a Occidente de que pondrían sus misiles apuntando directamente a la República Checa y Polonia. Parece bastante probable que este último acto de agresión fue un factor importante en la provocadora acción militar rusa en el Cáucaso. Los generales rusos ya habían tenido bastante y estaban decididos a dar un golpe importante a Washington que además enviara un mensaje claro a sus satélites y aspirantes a la entrada en la OTAN.

 

La guerra en Georgia

 

Siete años después del 11 de septiembre, la guerra en Georgia representa otro punto de inflexión en las relaciones mundiales. Como una roca pesada arrojada sobre un lago, ha provocado ondas que afectarán a todo el mundo. De la noche a la mañana la presuntuosa arrogancia del imperialismo norteamericano, que había aprendido a mirar con complacencia todo el planeta como si fuera su esfera de influencia, ha sufrido un duro golpe del que puede no recuperarse. De una estocada, los rusos han conseguido una victoria fácil, no sólo contra Georgia sino, aún más importante, contra EEUU. Ha abierto un escenario totalmente nuevo en el enfrentamiento entre Rusia y Occidente.

¿Por qué lo hizo Saakashvili? Moscú sitúa toda la responsabilidad de la guerra en el aventurerismo de Saakashvili y su ataque a Osetia del Sur. Es un hecho irrefutable que el líder georgiano es un aventurero que jugó con fuego en agosto y que se ha quemado seriamente los dedos. Incluso sus aliados en Washington no lo pueden negar. Pero sólo un ciego sería incapaz de ver que las dos partes del conflicto estaban preparadas para la guerra desde hace mucho tiempo: militar, política y moralmente. Eso se aplica tanto a Georgia como a Rusia. Pero el imperialismo norteamericano también está implicado hasta el fondo.

Saakashvili depende de las fuerzas que le llevaron al poder. ¿Cuáles son estas fuerzas? En primer lugar, el imperialismo norteamericano, pero también hasta cierto punto los refugiados georgianos de Abjazia y en parte también de Osetia. En una población de aproximadamente cuatro millones de personas hay 250.000 refugiados. En Tiblisi quizá una de cada diez personas es refugiada. Para un país con una agricultura ineficaz y una industria rudimentaria se trata de una situación insoportable. Las condiciones de las masas georgianas son intolerables. Oficialmente, el 13 por ciento de la población está en paro. La cifra real, no obstante, es mucho mayor y en la capital Tiblisi estas estadísticas son aún peores.

La mayoría de los refugiados abjasios antes eran personas prósperas, pequeños empresarios, trabajadores de la industria turística y campesinos ricos que les iba bien en la URSS. Hoy estas personas son lúmpemproletarios y pequeños comerciantes empobrecidos, en dos ocasiones cambiaron la política del régimen en Tiblisi. Estuvieron detrás del derrocamiento de Gamsakhurdia. En aquel momento se le llamó «golpe de estado», pero el posterior derrocamiento de Shevarnadze (que fue orquestado por Washington) fue bautizado en occidente como la «revolución rosa», y las rosas, como sabemos, son cosas muy agradables.

Detrás del nuevo amo de Tiblisi estaban los militaristas georgianos y los chovinistas que querían la guerra. Esperaban que Shevarnadze satisficiera este deseo, pero se cansaron de esperar y en su lugar decidieron deshacerse de él y poner en el poder a Saakashvili. ¿Cuál fue el resultado de este movimiento? La débil economía nacional se cargó con un presupuesto militar imposible, más de mil millones de dólares al año, es decir, un tercio del presupuesto nacional y una décima parte del PIB total. Esta «revolución rosa» no olía de manera tan agradable para las masas.

La política de Saakashvili era una política de «armas en lugar de mantequilla» y toda la carga recayó sobre los hombros de los trabajadores y campesinos georgianos que se encontraron no sólo sin mantequilla sino también sin pan. Las manifestaciones de masas en las calles de Tiblisi el pasado mes de diciembre demostraron a Saakashvili que la paciencia de la población se agotaba. La única manera de apuntalar a su régimen era a través de una aventura exterior que desviara la atención de la población de sus problemas más apremiantes. Saakashvili comenzó provocando una guerra comercial y de inmigración con Rusia, ¡un juego muy peligroso! Estas cosas habitualmente terminan en guerra. Para ello recibieron el apoyo entusiasta de Washington. En sus preparativos de guerra el gobierno georgiano dependía totalmente de los asesores norteamericanos.

Fue la misma táctica adoptada por el imperialismo estadounidense en los Balcanes. Debemos recordar que a mediados de los años noventa empresas privadas norteamericanas entrenaron al ejército croata. Este apoyo estadounidense permitió a las fuerzas croatas capturar Srpska Krajina en sólo dos días y expulsar a toda la población serbia. Después de esto Croacia se aplicó con éxito para entrar en la OTAN e hizo casi irreversibles sus anexiones territoriales. Este ejemplo era el que intentaba emular la dirección georgiana. Sólo había un problema. La victoria sólo era posible si Rusia no intervenía. Presas de su locura, los gobernantes de Tiblisi creían que EEUU lo garantizaría. Después de todo ¿no consiguieron mantener a Rusia fuera de Yugoslavia?

Por sus propias razones (que no necesariamente coinciden con los intereses del imperialismo norteamericano), Saakashvili tenía prisa por desafiar a los osetios. El 7 de agosto ordenó el bombardeo de la capital de Osetia del Sur. ¿Por qué lo hizo? Está claro que no esperaba que Rusia reaccionara como lo hizo o nunca hubiese comenzado. Su exceso de confianza obviamente estaba relacionado con su alianza con EEUU. A fin de cuentas se sentían protegidos por el Gran Hermano. El Pentágono puede que utilizara a Georgia para probar el perímetro de Rusia y comprobar lo lejos que podría llegar sin provocar una respuesta militar seria. Los estadounidenses pensaban que Osetia del Sur sería un objetivo fácil. Se trata de un estado minúsculo e inviable, una creación de Moscú, gobernado por un régimen gansteril corrupto cuyo principal papel parecía ser el de provocar a Georgia. ¿Se molestaría Rusia en defenderle?

En cualquiera de los casos, la inteligencia norteamericana envió claramente señales equivocadas a Tiblisi. ¿Cómo pudo la CIA cometer un error tan serio? A primera vista parece imposible. Pero hay que tener en cuenta que las agencias de inteligencia también cometen errores y la CIA ha cometido más de uno en el pasado. Es bastante posible que el Pentágono tuviera la idea de probar la determinación de Rusia sondeando su periferia para ver lo lejos que podría llegar la OTAN sin provocar una respuesta militar. También es posible que la CIA no esperase tal respuesta, basándose en la experiencia pasada. Si es así, cometieron un serio error de cálculo.

De una u otra manera, el imperialismo norteamericano tenía la mano metida en este asunto. Fomentó el ejército georgiano y estaba detrás de Saakahsvili, le animó a «ponerse en pie frente a los rusos». Quizá no esperaban que se lo tomara al pie de la letra y lanzara el ataque en agosto. Por supuesto, algunos de ellos después echaron pestes. Pero con todos sus actos los norteamericanos estaban preparando una explosión. El fusible estaba esperando para ser encendido.

Putin llevaba tiempo preparando esta guerra. La evacuación de los niños de Tskhinvali comenzó tres días antes de que el ejército georgiano comenzara su bombardeo y asalto a la ciudad. Tskhinvali había sido bombardeada antes pero era la primera vez que se llevaba a cabo una evacuación sistemática. Este hecho demuestra que el ataque era esperado y que Rusia se había preparado para el conflicto con Georgia de antemano. Había repartido pasaportes rusos a los osetios, lo que les dio la excusa de intervenir para defender a sus «ciudadanos». Además, es inconcebible que el servicio secreto ruso no estuviera informado de los planes de Saakahsvili. ¿Y si lo sabían porque los líderes rusos no evitaron esta guerra? Por supuesto lo podrían haber hecho. Un par de avisos diplomáticos de Moscú respaldados por la amenaza de una intervención militar habrían concentrado maravillosamente las mentes en Tiblisi. Pero no se hizo nada así. Los rusos esperaron pacientemente el ataque como la araña que espera que una mosca caiga atrapada en su red.

De todo esto es evidente que esta guerra es sólo otro ejemplo de la descarada política de poder. Los resultados de esta situación será aumentar la inestabilidad en todo el Cáucaso. Ahora hay una nueva oleada de refugiados, en esta ocasión georgianos huyendo de Osetia del Sur. Otra oleada de refugiados procedente de Abjazia, donde las autoridades se han aprovechado de la derrota del ejército georgiano para lanzar una ofensiva, ocupando partes de territorio georgiano de las que pretenden tener derechos. Esto significa una nueva oleada de rencor y odio, que se añade al venenoso ambiente chovinista y revanchista que existe en la sociedad. Es el suelo corrosivo sobre que nacen y se nutren las guerras y el terrorismo.

 

Víctimas y agresores

 

Los norteamericanos han negado reiteradamente cualquier implicación en la guerra, pero es evidentemente falso. EEUU construyó el ejército georgiano y tiene numerosos asesores en Georgia. Es impensable que el ejército georgiano se haya movido sin el conocimiento y permiso de sus fiadores en el Pentágono. Ninguna marioneta baila a menos que el amo no mueva los hilos. Sin embargo, es probable que la iniciativa partiera del propio Saakashvili. También es posible que sólo algunos elementos en la jerarquía norteamericana lo supieran y apoyaran, mientras que otros ni lo sabían o se oponían a una aventura tan arriesgada.

Con una insolencia increíble, después del estallido de las hostilidades, Washington culpó a Rusia del conflicto y defendió a la «pobre pequeña Georgia». El portavoz norteamericano despreció las pretensiones rusas de genocidio con el argumento de que el número de muertos fue «inferior a 200». Es imposible verificar las cifras (Rusia dice que murieron o desaparecieron 2.000 personas). Pero no hay duda del intento asesino del bombardeo de Tskhinvali. Si el avance georgiano no hubiera sido detenido por el ejército ruso, la matanza habría continuado. Las protestas de occidente y su defensa hipócrita de Georgia como la «parte herida» son engañosas. Georgia no es un estado inofensivo e inocente como les gusta presentar a los medios de comunicación occidentales. A principios de los años noventa, los líderes nacionalistas de Georgia cometieron atrocidades en Osetia del Sur y Abjazia. Más tarde, es verdad, más de 200.000 georgianos fueron expulsados de Abjazia cuando Rusia apoyó militarmente a esta última. Sin embargo, la cara violenta del nacionalismo burgués georgiano se pudo ver una vez más en el brutal bombardeo de Tskhinvali.

Los estadounidenses, sin duda, esperaban que el ejército georgiano presentaría una mejor capacidad de combate. Pero se han debido desencantar. El ejército ruso atravesó a las tropas georgianas como un cuchillo caliente corta la mantequilla. Las tropas georgianas, que habían demostrado su valentía bombardeando a civiles indefensos en Tskihinvali, huyeron sin presentar una resistencia seria ante las fuerzas enemigas, que rápidamente avanzaron a través del territorio georgiano, capturando Gori sin ningún esfuerzo. Si hubieran querido, podrían haber entrado en la misma Tiblisi. Pero esto no formaba parte del plan. Los rusos han demostrado quién manda. Han humillado no sólo al ejército georgiano sino también a los norteamericanos que le apoyaban. Estos últimos tuvieron que mantenerse al margen, rechinando los dientes con impotencia, mientras los rusos tranquilamente entraban en las bases militares georgianas, llevándose armas y equipamiento norteamericano, y cualquiera otra cosa que no fuera el suelo.

El avance ruso ha ido acompañado de la expulsión de georgianos de Osetia del Sur. La mayor parte de este trabajo sucio parece que lo han llevado a cabo las supuestas milicias osetias (es decir, bandas chovinistas) y otros «irregulares» que han destruido sistemáticamente aldeas georgianas. El resultado es que miles de familias georgianas (sobre todo campesinos corrientes) han sido expulsadas por los osetios del sur. Es la misma cara fea de la «limpieza étnica» a la que nos acostumbramos después de la ruptura de Yugoslavia. Es el precio que los pobres deben pagar por los crímenes de los chovinistas burgueses y por la política de las grandes potencias cínicas que están detrás de ellos y les utilizan como peones en un juego sucio.

Después de haber aplastado al ejército georgiano y avanzado casi hasta las afueras de Tiblisi, el ejército ruso se detuvo. Desde el punto de vista de Moscú ya era suficiente, por ahora. No era necesario tomar Tiblisi, los rusos ya habían hecho su trabajo. Se habían vengado de las repetidas humillaciones que les había hecho Washington en Europa del Este, en los Balcanes e Iraq. Han dibujado una marca en la arena: «¡hasta la fecha y no más!» Sin embargo, en este juego mortal de ajedrez, el Kremlin aún no ha hecho el último movimiento. Putin quiere librarse de Saakashvili y casi con toda seguridad lo conseguirá. Los votantes sin duda expresarán en las urnas la decisión de Saakashvili de lanzar su aventura Osetia del 7 de agosto. Probablemente será destituido.

Esta será otra victoria para el Kremlin. Quienquiera que sustituya a Saakashvili tendrá que tratar con una nueva afluencia de refugiados empobrecidos, además del legado de fábricas, puentes y carreteras destruidas. Sobre la población recaerán nuevas cargas y éstas serán mucho peores debido al inevitable fortalecimiento del militarismo y el gasto masivo en «defensa». El camino no presagia nada más que miseria para las masas en todas partes.

 

Hipocresía de los imperialistas

 

Rusia no perdió tiempo en reconocer la «independencia» de Abjazia y Osetia del Sur. Los abjasios y osetios lo celebraron en las calles. Finalmente, habían recibido la recompensa de vivir bajo protección rusa durante 15 años. Pero en realidad esta «independencia» es totalmente falsa. Ninguno de estos pequeños estados satélites tiene bases materiales suficientes para una verdadera independencia. Terminarán incorporados a la Federación Rusa, donde vivirán bajo el Gran Hermano de Moscú y no mucho mejor que vivían bajo el control de Tiblisi. En cualquier caso, no disfrutarán de una genuina autodeterminación.

Occidente se niega a reconocer estos nuevos estados. Esto no importará demasiado a Moscú. Ni tampoco la acusación de que Rusia es «inconsecuente» por continuar insistiendo en que la independencia de Kosovo de Serbia es aún ilegal. Probablemente es cierto que parte de la razón de esto es evitar sentar un precedente para Chechenia o cualquier otra república rebelde dentro de Rusia. ¿Pero y qué? La política internacional no está determinada por las reglas de la lógica forman sino por el interés propia que se expresa en maniobras diplomáticas apoyadas por la fuerza bruta.

The Economist escribía lo siguiente: «En principio, los estados sub-nacionales algunas veces deberían ser capaces de secesionarse, pero Osetia del Sur y Abjazia claramente no están capacitados. Ningún enclave ha consultado adecuadamente a su población, incluido el gran número de refugiados georgianos. Ni se ha realizado un intento prolongado y enérgico para negociar la situación. Saakashvili debería dejar de prometer la recuperación del control de los enclaves y Occidente debería insistir en el caso de los pacificadores internacionales. Pero la agresión Rusia a Georgia no debe ser recompensaba concediendo la independencia a los enclaves. Ese hecho podría ser un peligroso precedente, en Ucrania, Moldavia y, por último, dentro de la propia Rusia».

Estas palabras muestran una hipocresía descarada. Los imperialistas siempre han justificado sus acciones agresivas haciendo referencia al derecho de las naciones a la autodeterminación. En realidad, las pequeñas naciones como Georgia, Osetia y Kosovo son simplemente pequeñas monedas de cambio en la diplomacia imperialista. Según los intereses propios de las grandes potencias en un momento dado, el derecho de autodeterminación es reivindicado en voz alta como algo sagrado e inviolable. Al día siguiente, sin embargo, cuando un estado rival invoca el mismo «principio sagrado e inviolable» para justificar su injerencia en los asuntos internos de otro estado, ellos inmediatamente invocan un «principio sagrado e inviolable» diferente, es decir, la defensa de la integridad nacional. De esta manera, los norteamericanos y sus aliados lograron destruir la integridad nacional de Yugoslavia y el proceso causó una serie de guerras sangrientas que costaron la vida a miles de inocentes, ahora severamente exigen que Rusia respete la integridad territorial de Georgia.

Los imperialistas han denunciado indignados la intervención de Rusia en Georgia como un acto de agresión contra un estado soberano. Pero todo esto son sólo tonterías, retórica vacía y maloliente hipocresía. George Bush acusó a Rusia de «acoso e intimidación» y exigió que retirara sus tropas de Georgia. «Moscú debe honrar su compromiso de retirar sus fuerzas invasoras de todo el territorio georgiano», mientas las fuerzas invasoras norteamericanas siguen firmemente atrincheradas en Iraq y Afganistán. Según Bush este comportamiento era inaceptable entre los estados civilizados en el siglo XXI, y por alguna razón mientras lo decía consiguió mantenerse impávido.

Como el imperialismo norteamericano es el mayor acosador del mundo, tiene una posición difícil para dar lecciones a alguien sobre el tema del comportamiento ético en los asuntos mundiales. Y Bush, de modo conveniente, pasa por alto que EEUU y sus aliados de la OTAN han violado repetidamente la soberanía de otros países. Como correctamente respondía el presidente ruso Dimitry Medvedev: «No puedes tener una regla para algunos y otra para otros». Por su parte, en occidente niegan indignados la comparación con Kosovo. Insisten en que el reconocimiento por parte de Rusia a Abjazia y Osetia del Sur «no se puede justificar con una comparación falsa con Kosovo». Por ejemplo, la editorial de The Economist del 28 de agosto de 2008 llevaba el siguiente titular: Osetia del Sur no es Kosovo. El mismo hecho de que esta declaración se repita con tanta frecuencia y vehemencia es una prueba de su falsedad.

¿Por qué el caso de Georgia es distinto al de Kosovo? The Economist nos ilustra: «En los enclaves de Georgia, las fuerzas rusas han actuado como agitadores de sus propios intereses, no como pacificadores neutrales». Pero los imperialistas norteamericanos y sus aliados han actuado continuamente siguiendo su propio interés cínico en todas partes. Son los mayores agitadores del mundo, un hecho que incluso un ciego puede ver. ¿Acaso hemos olvidado que el imperialismo alemán alentó la ruptura de Yugoslavia? ¿Por qué lo hizo? ¿Fue su preocupación por el derecho de autodeterminación de los eslovenos y croatas? Sólo un inocentón puede creerse tal cosa. No, ellos maniobraron para establecerse como potencia en los Balcanes como habían hecho antes de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras, actuaban precisamente como agitadores interesados.

¿Por qué los imperialistas norteamericanos intervinieron en Yugoslavia? ¿Les movía realmente la defensa de los derechos nacionales de los kosovares? No, intentaron aprovecharse cínicamente de la debilidad de Rusia para entrar en una antigua esfera de influencia rusa y derrocar al gobierno de Slobodan Milosevic en Serbia, no porque él oprimiera a los albano-kosovares, sino porque no estaba dispuesto a hacer lo que quería Washington. El caso es exactamente el mismo de Saddam Hussein, un antiguo aliado estadounidense que incómodamente se volvió contra su amo y escapó a su control. ¿De qué otra manera se puede describir las acciones de los imperialistas norteamericanos en Iraq sino como agitadores interesados?

Por supuesto, ningún agitador interesado de la historia ni en sueños admitiría sus verdaderos motivos. ¡No! Las acciones más sórdidas y cínicas siempre se han justificado en términos de las ideas más maravillosas y los motivos más humanitarios. Ese es precisamente el papel de la diplomacia: convertir a la víctima en agresor y al agresor en víctima, convertir al lobo en cordero y al cordero en lobo. ¡Así funciona la diplomacia!

Cuando los imperialistas norteamericanos invadieron Cuba para convertir la isla en su primera colonia, el motivo utilizado fue liberar al pueblo cubano del yugo español. Más tarde, en la Primera Guerra Mundial, los británicos combatieron contra los alemanes para defender a la «pobre y pequeña Bélgica» contra los malignos «hunos», olvidando de manera conveniente que esta misma «pobre y pequeña Bélgica» era el opresor brutal de millones de esclavos coloniales en el Congo. Incluso Adolfo Hitler llevó a cabo sus guerras de agresión bajo la bandera de los propósitos humanitarios más inspiradores: es decir, salvar a la pobre sufridora minoría alemana de Sudetenland de la cruel opresión de los checos. Y ¿quién puede olvidar la maravillosa «guerra por la democracia» llevada a cabo desinteresadamente por los norteamericanos en Vietnam? La lista es interminable. ¡Y aún hay almas cándidas que se lo creen!

La decisión de Saakashvili de enviar al ejército georgiano a Osetia del Sur el 7 de agosto provocó la muerte de muchos civiles. Hay muchas noticias de las atrocidades contra las aldeas osetias y los medios de comunicación occidentales no las han negado, aunque dicen débilmente que esta acción «no constituye limpieza étnica», una distinción algo académica desde el punto de vista de los osetios. A pesar de esto, Washington y la UE persisten en su apoyo a Saakashvili. Nos recuerda lo que solían decir con Somoza, el dictador de Nicaragua: «es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».

 

La UE: una cumbre para nada

 

En teoría, Europa debería ser una potencia mundial importante con una influencia considerable sobre Rusia. Después de todo, la población de la UE es tres veces superior a la de Rusia y su riqueza unas doce veces mayor. El 1 de septiembre se celebró una cumbre de la UE sobre Georgia que no sacó nada en claro excepto nubes de vapor de agua. Los funcionarios y diplomáticos regresaron a toda prisa de sus vacaciones veraniegas para preparar una cumbre extraordinaria de la UE y tratar la crisis, fue convocada por la presidencia francesa. En la cumbre los políticos europeos condenaron en voz alta a Rusia y exigieron medidas. Pero todo era retórica vacía. La cumbre consistió en mucho de quejas sobre el reconocimiento de Rusia de la ruptura de los territorios georgianos de Abjazia y Osetia del Sur. Pero las represalias reales fueron apenas un murmullo.

Hubo muchas palabras, por supuesto, incluso se habló de una misión de la UE para «vigilar» la situación en Georgia. Originalmente plantearon la idea de una fuerza militar de la UE, pero no tenía sentido y rápidamente se desechó. Pero cuando se trataron las relaciones UE-Rusia los líderes de la UE siguieron divididos. La UE no es un único país. Su máximo órgano para tomar decisiones, el Consejo Europeo, está formado por 27 jefes de estado y gobiernos que representan los intereses de 27 burguesías distintas. Hace algún tiempo Henry Kissinger hizo una pregunta pertinente: ¿Cuándo quiero hablar con Europa a quién llamo? Todavía no hay respuesta. El intento de llegar a una nueva constitución que creara una política exterior unificada fue hecho trizas por el referéndum irlandés. Pero en cualquiera caso era una idea utópica.

Europa tiene un ligero problema, depende mucho de la energía rusa. El 29 por ciento del gas que consume la UE procede de Rusia. Esto significa que tiene a Europa (literalmente) atrapada. Por lo tanto, no se podía esperar que la cumbre decidiera una respuesta significativa a la «agresión rusa», por la simple razón de que los distintos dirigentes europeos no se pueden poner de acuerdo ni siquiera en la cuestión básica: si la respuesta sería una buena idea o resultaría contraproducente. La desunión hacia Rusia demuestra una vez más la imposibilidad de llegar a una Europa unida capitalista. ¿Cómo puede haber una política exterior europea común cuando no hay un interés común europeo?

Tomemos por ejemplo el caso de Suecia. No depende de Rusia para sus suministros energéticos. El ministro de exteriores sueco, Carl Bildt, puede por tanto pavonearse arriba y abajo como un pavo real, cacareando y exigiendo principios, «la agresión rusa no puede quedar impune». Es triste decirlo pero nadie toma muy en serio las opiniones de Estocolmo sobre esta o cualquier otra cuestión. En primer lugar, es difícil imaginar a un ejército sueco marchando sobre Moscú. En segundo lugar, la idea que se le ocurre a alguien es que este repentino ataque de «principios» puede estar relacionado con las grandes y rentables inversiones que tienen los capitalistas suecos en los estados bálticos, que ahora parecen menos seguras que hace sólo unos meses. Rusia por tanto debe ser «castigada» por sus acciones en Georgia por miedo a que pueda intentar repetirlas en la región báltica, dañando no sólo la sensibilidad moral sueca sino, más serio aún, los intereses económicos suecos.

Por otro lado, Alemania e Italia dependen mucho del gas ruso. Así que mientras gimen sobre el mal comportamiento de Rusia en Georgia, insisten en que no se debe castigar sino «tratarle como un socio». En las recientes disputas que llevaron a enfrentamientos entre Rusia y otros países como Polonia o Estonia, una de las líneas favoritas de los diplomáticos o políticos alemanes fue quejarse de que países individuales no tienen derecho a poner en peligro las buenas relaciones de la UE con el «rehén» ruso. Es decir: «Vosotros polacos y estonios no tenéis derecho a dañar nuestras buenas relaciones con Rusia, que nos suministra la mayoría del gas y nos proporciona un mercado para nuestras exportaciones».

Después está el Reino Unido de Gran Bretaña, que hoy en día no es tan grande ni está tan unido como en los viejos tiempos. El gobierno de Su Majestad es uno de los que más han exigido «una acción unificada europea contra Rusia». Desgraciadamente, el efecto está más bien invalidado por la figura de Gordon Brown, intentado aparentar ser un hombre de estado duro (como Tony Blair) y sólo consigue parecer aún más desgraciado y patético que su predecesor. Todo el mundo en Europa sabe que el poder de Gran Bretaña está tan menguado que sólo puede encontrar un papel en los asuntos mundiales actuando como el lacayo de Washington. En recompensa, los últimos le tratan exactamente con la misma consideración que todo amo demuestra con su lacayo: es decir, ninguna en absoluto. Las amenazas de Londres son recibidas en Moscú con una carcajada aún más irrespetuosa.

The Economist gemía por la «debilidad, egoísmo y división» en la UE en su edición del 28 de agosto, sacudiendo con tristeza la cabeza ante este espectáculo nada edificante y pronunciando palabras de sabiduría:

«El cálculo frío del interés nacional es un asunto complejo, como cualquier estudiante de teoría del juego puede decir. La desunión no sería racional si los miembros de la UE siempre vieran sus intereses comunes como lo principal. Pero no lo hacen, ciertamente cuando se trata de llegar a acuerdos con terceros grandes países, desde Rusia a China o EEUU».

Y The Economist continúa:

«Tampoco los costes de la desunión caen igualmente. Tomemos el caso de la energía. El interés de la UE debería ser diversificar y alejarse de la dependencia en bloque del gas ruso, por eso se deben apoyar proyectos de oleoductos que transporten el gas de otras partes. Pero en cada país individual de la UE los votantes esperan tener calefacción este invierno y luz durante todo el año lo más barata posible (no sería fácil tolerar compartir su energía con países vecinos en caso de suministros racionados). En los últimos años, países como Alemania, Italia, Bulgaria y Grecia han firmado acuerdos que aumentan la dependencia de la UE de Rusia y acaba con la posibilidad de rutas alternativas. Desde la perspectiva de estos países individuales, este egoísmo probablemente sea bastante racional».

¡Sí es verdad! Es difícil haberlo expresado mejor.

Todo este ruido no ha tenido ningún efecto en Moscú. ¡Todo lo contrario! Los hombres del Kremlin esperaban estas protestas y en realidad les dan la bienvenida. Cuanto más altas sean las voces de protesta, más claro es el contraste entre los hechos y las palabras. Las protestas occidentales, golpes en la mesa, resoluciones aprobadas y amenazas calamitosas, no hacen nada.

La guerra en Georgia marca un giro decisivo en la actitud de Rusia hacia occidente. Konstantin Zatulin, un diputado de la Duma encargado de las relaciones con las antiguas repúblicas soviéticas, lo dijo muy claro: «Ha terminado la época en la que necesitábamos aplaudir a occidente […] Mijail Gorbachov hizo concesiones militares y políticas a occidente, aceptó la unificación de Alemania y la liquidación del Pacto de Varsovia, unos pocos años después el país del que era presidente se descompuso».

Está claro que la guerra tendrá una influencia seria tanto en la política interior como en las relaciones exteriores de Rusia en los años venideros. Las tropas rusas todavía están en Georgia, lo que demuestra la actitud de Rusia ante el alto el fuego negociado por Francia y que exigía la retirada a las posiciones previas a la guerra y una discusión internacional sobre los enclaves. En realidad, el reconocimiento de Rusia de Osetia del Sur y Abjazia no cambiará mucho. Rusia ya tenía casi todo el control de los dos territorios. Pocos países secundarán el reconocimiento de Rusia, pero esto no preocupa particularmente a Moscú.

La partición de Georgia pone las bases para un enfrentamiento a largo plazo entre Rusia y occidente, con ecos de la guerra fría. Esto no preocupa lo más mínimo a los rusos. Medvedev ha dicho: «Nada nos asusta, incluida la perspectiva de una guerra fría… hemos vivido en situación diferentes y sobreviviremos». La elite de Rusia comprende que tiene en la manga cartas importantes. Es un importante suministrador de petróleo en un momento en que el crudo es una mercancía muy valiosa. Los norteamericanos dependen de la colaboración de Rusia para el objetivo de su guerra en Afganistán. Moscú puede por tanto permitirse ignorar las amenazas de «no colaboración» de la OTAN, la UE y Washington.

Occidente, a pesar de toda la amenaza y retórica tendrá que tragar con la decisión de Rusia. «Cuando cruzas el camino tienes que sopesar los peligros» declara Zatulin. «Occidente puede aplicar presión psicológica. Pero Europa no puede permitirse prescindir de nuestro gas y EEUU necesita nuestra ayuda con Afganistán e Irán». Esto es sólo una declaración de la realidad y Occidente lo sabe.

 

¿Deberíamos apoyar a Rusia?

 

Muchos en la izquierda (el presente autor incluido) disfrutamos del espectáculo de la humillación del imperialismo norteamericano. Es bastante asombroso ver a estas damas y caballeros (¡nunca olvidamos a las damas!) retorcerse y moverse como un pez colgado al final de la caña. Fue incluso más divertido leer sus patéticas excusas y las sofisterías diplomáticas con las que intentaron convencer al mundo de que todo iba bien para ellos en Yugoslavia, Iraq y Afganistán, y todo mal para los rusos en el Cáucaso.

Para subrayar su «profunda preocupación» ahora han enviado a Dick Cheney, el vicepresidente norteamericano, ese belicista ultrarreaccionario, explotador y gánster, a Tiblisi para garantizar a Saakashvili su eterno apoyo. ¡Qué pareja tan bonita! Esta visita no sirvió para nada excepto para enfurecer a Moscú, que, dado que mantiene una fuerte presencia militar en y cerca de Georgia, quizá no fue el movimiento más inteligente. Pero los hombres y mujeres de la Casa Blanca quizá no sean las personas más inteligentes del mundo.

Sin embargo, aunque estamos contentos al ver a George Bush con un bien merecido ojo negro, no deberíamos cometer el error de pensar que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Putin y Medvedev no son amigos de los osetios, abjasios o de la clase obrera. Son representantes de la oligarquía rusa, esa banda reaccionaria de capitalistas monopolistas corruptos que se han enriquecido de manera fabulosa saqueando los bienes del estado soviético. No pueden jugar un papel progresista, ni en Rusia ni en el Cáucaso ni en ninguna otra parte.

No fue muy difícil para el Kremlin preparar psicológicamente a la población rusa para la guerra. En la mente de muchos rusos, la causa de la guerra se encuentra en los planes expansionistas de EEUU y el deseo de establecer control sobre los vecinos de Rusia. Y esta percepción corresponde con los hechos. Dentro de la propia Rusia, la guerra tendrá el efecto de fortalecer temporalmente a la camarilla del Kremlin que rodea a Putin y Mevdevev. Las esperanzas de occidente de «liberación» (es decir, debilidad hacia occidente) bajo Mevdevev se han evaporado. Pero a pesar de la apariencia de fuerza, la camarilla dominante del Kremlin es una choza que se sustenta sobre patas de gallo.

Hoy Putin y Mevdevev son los vencedores. Se han vengado de EEUU por su humillación pública en Kosovo. Han demostrado a las naciones que forman el GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia) qué significa ir en contra de Rusia. Pero en realidad no se ha solucionado nada. Las ambiciones de la camarilla dominante de Rusia y su recién renovada confianza pueden llevar a nuevas aventuras y guerras. La guerra con Georgia fue una guerra pequeña que terminó rápidamente con muy pocas bajas rusas. Pero, paso a paso, Rusia puede verse arrastrada a conflictos más serios, por ejemplo con Ucrania con relación a Crimea. No se pude descartar incluso que pudieran intentar reocupar los estados bálticos en determinado momento, utilizando el pretexto de las minorías oprimidas rusas.

Ninguna de estas cosas interesa realmente a la clase obrera rusa, sólo reflejan los intereses de los capitalistas rusos, su ansia de nuevos mercados, materias primas, mercados y esferas de influencia. El deber de los comunistas es defender y mantener una posición de clase independiente en todo momento y especialmente en tiempos de guerra. ¡No se puede confiar en la camarilla del Kremlin! ¡Ninguna colaboración con los capitalistas y los explotadores con argumentos falsos sobre una «unidad nacional» inexistente! Los trabajadores no deben dejarse engañar con llamamientos demagógicos al patriotismo sino que deben desenmascarar sin piedad los intereses de clase egoístas y agresivos que están ocultos detrás de ellos. Defendemos la sagrada unidad de los trabajadores de todos los países contra las guerras y anexiones capitalistas.

Lenin siempre insistió en estas proposiciones que son ABC del comunismo. El llamado Partido Comunista de la Federación Rusa inmediatamente capituló ante la política chovinista de Putin y Medvedev. En lugar de desenmascarar los intereses reales que hay detrás de esta política, con entusiasmo agarraron la bandera rusa y se unieron a los coros patrióticos. ¡Lenin habría regresado a su tumba! De la misma manera, los presuntos sindicatos también han saltado al vagón de cola chovinista. No es sorprendente porque los líderes del partido «comunista» y de los sindicatos hace mucho que abandonaron cualquier pretensión de una posición de clase independiente. Han capitulado ante los capitalistas en tiempos de paz y es lógico que lo hagan en tiempo de guerra.

Sin que nadie ofrezca una alternativa de clase, no es sorprendente que muchos trabajadores temporalmente se hayan visto afectados por los humos del patriotismo. Pero hay una diferencia. El patriotismo de los oligarcas y sus representantes políticos en el Kremlin es sólo la expresión de la concupiscencia egoísta. Por otro lado, el patriotismo del trabajador ruso tiene su origen en un descontento de clase incipiente. Durante años el trabajador ruso ha presenciado la marcha triunfal de la restauración capitalista. Ha visto liquidadas todas las conquistas de la revolución rusa una a una. Ha visto la propiedad estatal privatizada y comprada por parásitos adinerados voraces, tanto rusos como no rusos. Ha visto como un país antes orgulloso era humillado y saqueado. Está furioso y resentido con esa situación pero no ve una salida y nadie le ofrece una alternativa.

Los trabajadores rusos odian al imperialismo y, por lo tanto, el espectáculo del ejército ruso infligiendo lo que supone una severa derrota a EEUU es una causa de celebración. A corto plazo fortalecerá a la camarilla del Kremlin. Pero los humos del patriotismo se esfumarán aún más rápidamente que los efluvios que emanan de una botella de vodka. Y el dolor de cabeza que quedará al día siguiente es infinitamente más doloroso.

El hecho de que Rusia esté ahora totalmente integrada en la economía capitalista mundial significa que está más sometida a la turbulencia del mercado mundial. La profundización de la crisis del capitalismo mundial, con el estancamiento de las fuerzas productivas, escasez de crédito y contracción de la demanda, significa que el precio elevado del petróleo está llegando a su fin. Los precios del petróleo ya están cayendo. Esto afectará a la economía rusa en el próximo período. La combinación de una desaceleración económica y el aumento de la inflación crearán condiciones favorables para un aumento de las huelgas. La clase obrera rusa recuperará lentamente su moral y fuerza a través de la lucha económica, que finalmente adquirirá un contenido político y revolucionario.

 

Las «Naciones Unidas»

 

Los reformistas y en particular los izquierdistas siempre apelan a las Naciones Unidas para que intervenga y evite las guerras. Pero en realidad, las Naciones (des-) Unidas nunca han evitado ninguna guerra desde su creación después de 1945. Es una entidad desdentada, un club de discusión que crea la ilusión de que los estados débiles y pequeños pueden tener alguna influencia en los asuntos mundiales cuando en realidad un puñado de estados imperialistas (sobre todo EEUU) son los que deciden todo. Si la ONU en alguna ocasión aprueba alguna resolución que no les gusta, la ignoran y actúan como dictan sus intereses, como ocurrió en el caso de Kosovo y, aún más descarado, en Iraq.

A pesar de todas sus protestas, The Economist se vio obligado a admitir:

«La guerra aérea de la OTAN en Kosovo y Serbia en 1999 fue, como la guerra de Iraq en 2004, realizada sin la aprobación legal de las Naciones Unidas. Ambas guerras tenían como objetivo un cambio de régimen. El reconocimiento del pasado mes de febrero por muchos países occidentales de la independencia de Kosovo de Serbia, también carecía de la bendición formal de la ONU (gracias a la amenaza de veto ruso). Todo esto hizo inevitable que Kosovo, como Iraq, fueran citados como justificación de otras aventuras. Occidente sabía que la independencia de Kosovo, en particular, corría el riesgo de convertirse en una excusa para el reconocimiento ruso de Abjazia y Osetia del Sur».

¡Aquí lo tenemos! Cuando conviene a sus intereses, EEUU y sus aliados bombardearon Yugoslavia sin pedir el permiso de las Naciones Unidas. Tampoco consideraron necesario consultar a las Naciones Unidas antes de invadir Iraq. En pocas palabras, actuaron como agitadores egoístas. Eso todo es correcto. Pero cuando Rusia actuó de la misma manera, todo estaba equivocado. ¡No consultaron a las Naciones Unidas! ¡Han abierto una brecha en la ley internacional! Solón de Atenas solía decir: «Las leyes son semejantes a las telas de araña; detienen al débil y ligero y son deshechas por lo fuerte y poderoso». EEUU lo ha hecho en repetidas ocasiones. ¡Ahora quiere dar lecciones sobre ley internacional a Rusia! Las Naciones (des-) Unidas es un foro donde las principales potencias ocasionalmente pueden llegar a un acuerdo sobre cuestiones secundarias. Pero cuanto se trata de los intereses vitales de una u otra potencia entonces la ONU no juega ningún papel. Estas cuestiones siempre se resuelven de la manera tradicional: por la fuerza o la amenaza de la fuerza. Así fue y así serás mientras exista la sociedad de clases.

Como era de esperar la ONU no ha jugado ningún papel en la cuestión georgiana. Ni los rusos ni sus adversarios norteamericanos le han prestado la más mínima atención. Tampoco Saakashvili se molestó en llamar a la ONU antes de lanzar su ataque contra Osetia del Sur. Sólo después de la debacle el gobierno de Tiblisi hizo un intento patético de apelar a ella (aunque indirectamente). No recurrieron al Consejo de Seguridad (donde inmediatamente se enfrentarían al veto ruso) sino que le dieron la espalda a la entrada de comerciantes, por así decirlo, apelando a «una convención internacional sobre la discriminación racial de los años sesenta», que nadie recordaba su existencia.

Tiblisi quiera llevar a Rusia ante el tribunal de las Naciones Unidas de La Haya por su invasión de Osetia del Sur, acusando a Moscú de limpieza étnica (ignorando convenientemente sus propios logros en ese terreno). Pero incluso si este fuera el procedimiento, tardaría años en llegar a una decisión final. Además, como señalaba útilmente el profesor Mark Osiel, director de ley humanitaria y criminal internacional del TMC Asser Institute de La Haya:

«Todo se habría acomodado al lenguaje específico de esta convención y así el maltrato de la etnia georgiana tiene que ser descrito no en términos de discriminación racial, sino como crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad». Y continúa: «Rusia puede ser sentada ante el tribunal, por supuesto. Pero la razón de presentarse ante el tribunal no es la defensa inmediata o la ayuda judicial como tal, sino más bien la resonancia simbólica mayor de un juicio a favor de Georgia».

Sí, la ONU está más bien para acciones simbólicas, como demuestran todas las resoluciones que ha aprobado pidiendo a los israelíes que respeten los derechos de los palestinos durante más de medio siglo. El uso exclusivo de estas resoluciones es depositarlas en algún lugar del ministerio de exteriores israelí. Y ese será el destino de cualquier resolución de La Haya sobre la cuestión georgiana. ¿Y quién va a decirles algo en contra? Los reformistas y los pacifistas sacudirán la cabeza con tristeza y se quejarán sobre la triste situación del mundo en el que vivimos. Sí, es un mundo muy triste donde la moralidad siempre ocupa un segundo lugar frente a los intereses egoístas, la avaricia y la fuerza desnuda. Pero lo que hace falta no son declaraciones sentimentales a favor de la paz o gestos simbólicos, sino una lucha seria para cambiar el mundo.

 

El futuro del Cáucaso

 

Es inútil exigir paz para el Cáucaso. El pacifismo es una expresión de impotencia y un engaño de las masas. Los marxistas deben decir las cosas como son. Mientras la región esté dominada por camarillas nacionalistas y gánsteres corruptos habrá una guerra tras otra. Mientras Rusia esté gobernada por una oligarquía burguesa incluso más corrupta y rapaz continuará aprovechándose de estos conflictos y guerras para fortalecer su posición en la región, mientras, los imperialistas harán todo lo que puedan para detenerlos y fortalecer sus intereses a costa de más conflictos y guerras.

Todo esto es el fruto venenoso del capitalismo y el legado del estalinismo en el pasado. El capitalismo significa guerra, guerra interminable y despiadada a escala global. Hay tantas fallas en la política mundial como las hay en la geografía mundial. La caída de la URSS demostró muchas de las fallas dejadas por la historia, en los Balcanes, el Cáucaso y Asia Central. El estalinismo fue incapaz de solucionar estos problemas nacionales, en realidad les dio un carácter más convulsivo y explosivo. Este hecho fue demostrado de modo cruel por el colapso de la URSS. Pero el regreso al capitalismo ha convertido una mala situación en una mil veces peor. La llegada al poder de las camarillas chovinistas en todas las ex-repúblicas soviéticas ha creado las condiciones para guerras interminables, conflictos, atrocidades, terrorismo y limpieza étnica. La demagogia militarista y el revanchismo han traído consigo miseria, pobreza, sufrimiento y guerras fratricidas para los pueblos de la región transcaucasiana.

Con el colapso de la URSS, los osetios del norte, que eran ciudadanos rusos, lucharon contra sus vecinos ingushis, que también eran ciudadanos rusos. Este fue el resultado trágico de la política catastrófica de Stalin sobre la cuestión nacional. Cientos de miles de ingushis (así como chechenos) fueron obligados a exiliarse en los años cuarenta.

Mucha de la tierra del pueblo ingushi no se les devolvió. Miles de inghusis viven aún en condiciones primitivas en lo que básicamente son campos de refugiados. El potencial para la violencia en cualquiera momento explica por qué los terroristas eligieron Beslan, una ciudad de Osetia del Norte, para un horrible atentado terrorista en una escuela el 1 de septiembre de 2004. Querían que los osetios asumieran los terroristas ingushis y provocar una nueva guerra civil, que podría haber ocurrido en 2004 y aún puede ocurrir en el futuro. Los osetios que abandonaron su tierra y trabajaron durante dos o tres generaciones, que tampoco tienen otra parte a donde ir, también tienen unos derechos que necesitan ser considerados. Es una cuestión sensible y complicada.

Tomemos el caso de Osetia del Sur: no es un estado homogéneo. Antes del último conflicto era una mezcla completa de aldeas georgianas y osetias. Los intentos de resolver la cuestión nacional sobre bases capitalistas inevitablemente llevarán a la limpieza étnica como ocurrió en Yugoslavia. En el pasado, los georgianos y los osetios vivían juntos en paz, como hicieron los serbios y croatas antes de la ruptura de Yugoslavia. El ascenso del nacionalismo es el resultado inevitable de la restauración del capitalismo. Esto producirá una pesadilla en el Cáucaso como lo hizo en los Balcanes. La absorción de Osetia del Sur en la Federación Rusa no solucionará nada porque el capitalismo ruso no tiene nada que ofrecer a los pobres y parados osetios. No tardarán mucho en desilusionarse. Lentamente, la población se dará cuenta de que sólo han cambiado un amo represor por otro. La frustración entre los jóvenes parados será un terreno muy fértil para el crecimiento del terrorismo. Creará nuevas contradicciones y preparará el camino para nuevas explosiones.

Las acciones de Rusia en Georgia no han solucionado nada y crearán un sentimiento general de injusticia. La pregunta debe ser la siguiente: «¿Qué pasa con los miles de ingushis que han tenido que abandonar sus casas obligados por los osetios?» Durante la guerra muchos ingushis decían: «No es nuestra guerra». Stalin plantó las semillas para muchos conflictos en el Cáucaso. Su política nacionalista despiadada durante los años treinta y cuarenta llevó a la liquidación de las naciones chechena e ingushi. Este hecho puso las bases para las guerras recientes en Chechenia y la inestabilidad general que hoy existe en toda la zona. Después de año de combates sangrientos, actualmente Chechenia está demasiado agotada para luchar otra guerra con Rusia, aunque en cuestión de diez años podría resurgir de nuevo la cuestión de la independencia de Chechenia.

Rusia mantiene la inestabilidad en Cáucaso por la fuerza militar y el miedo. Al mismo tiempo que Rusia estaba «liberando» a Osetia del Sur, sus servicios de seguridad intimidaban a activistas pro derechos humanos en Ingusetia y Daguestán. Sus métodos difieren poco de los utilizados por los separatistas y terroristas. Esta situación en el futuro provocará una intensificación de los conflictos naciones en el Cáucaso. Realmente no hay solución más que una revolución socialista y el restablecimiento de una Federación Soviética Transcaucásica sobre la base de la absoluta igualdad, las relaciones fraternales y el control democrático de los trabajadores y campesinos, las únicas clases que no tienen interés en conquistar las tierras de otros pueblos y oprimir a otras naciones.

La masa de trabajadores y campesinos corrientes de Georgia no quieren luchar por el control de Osetia del Sur. Los reservistas georgianos que fueron llamados a filas desertaron, dicen que los soldados georgianos pedían perdón por la invasión. Pero las acciones del ejército ruso bombardeando ciudades como Gori provocarán repulsión y odio hacia Rusia. De igual manera, la expulsión de campesinos georgianos y el incendio de sus casas y pueblos avivarán las llamas del revanchismo georgiano y hace el juego a los chovinistas. Este tipo de cosas prepara guerras futuras.

 

¿Cuál es la solución?

 

Los marxistas reconocen el derecho de las naciones a la autodeterminación. Es un derecho democrático, como cualquier otro derecho democrático, y como tal debe ser apoyado por la clase obrera. Sin embargo, como explicó en muchas ocasiones Lenin, no es un derecho absoluto que debamos apoyar inevitablemente en todas y cada una de las circunstancias. Marx y Engels en 1848-1849 apoyaron las luchas naciones de los polacos y húngaros pero no apoyaron las de checos y sur-eslavos. La razón era que en ese contexto determinado, la lucha de liberación nacional de los polacos y húngaros iba dirigida contra el zarismo ruso y servía para debilitar su fuerza en Europa (y especialmente en Alemania), mientras que los eslavos del sur y los checos eran utilizados por el zarismo ruso y el imperio austriaco para fortalecer a la reacción y aplastar a los polacos y húngaros. En otras palabras, su actitud ante la cuestión nacional y el derecho de autodeterminación estaba dictada por las condiciones concretas de la lucha de clases internacional.

Al abordar la cuestión nacional y el derecho de autodeterminación hoy, debemos adoptar el mismo método científico de Marx, Engels y Lenin. En cada caso debemos preguntarnos: ¿Este proceso ayuda o estorba a la causa de la clase obrera y de la revolución socialista internacional? Debemos atravesar las nubles de la retórica sentimental y moralista sobre las «pequeñas naciones pobres», «los agresores y las víctimas», «la ayuda humanitaria» y las «misiones de paz», y aprender a detectar los intereses de clase que hay detrás de las cortinas de humo de la diplomacia. Debemos preguntarnos ¿en qué interés se está llevando a cabo esta guerra? Y como dicen los abogados: ¿Cui bono? (¿Quién gana con ello?). Entonces no cometeremos ningún error.

En el caso actual, si nos preguntan si apoyamos el derecho de autodeterminación de Georgia la respuesta será afirmativa. El pueblo georgiano tiene el derecho a decidir su propio destino y vivir pacíficamente en su propia patria sin miedo a una agresión extranjera. Debemos decir que habría sido mucho mejor mantenerse dentro de la Unión Soviética y haber luchado por un verdadero régimen de democracia soviética, como en la época de Lenin y Trotsky, y reconstruir la vieja Federación Soviética Transcaucásica, con plena autonomía y derechos iguales para todas las repúblicas constituyentes. Naturalmente, tendría que ser una unión voluntaria y estar garantizado el derecho a separarse. Pero estamos convencidos de que los beneficios de este federación habrían sido tan obvios que no habría surgido esta cuestión.

Existían problemas claramente serios con la vieja Unión Soviética como degeneró con Stalin en líneas burocráticas-totalitarias. Pero el significado de aquellos problemas palidece cuanto se compara con los horrores que han seguido a la ruptura de la URSS. Guerras interminables, terrorismo, paro, pobreza y desesperación: estas han sido las consecuencias reales del movimiento hacia el capitalismo en el Cáucaso. En lugar de una unión voluntaria y fraternal, tenemos odio y lucha fratricida que enfrenta hermano con hermano, hermana con hermana, tenemos militarismo sangriento que malgasta la riqueza producida por el sudor y el trabajo de la clase obrera, tenemos chovinismo rabioso que incita a los trabajadores de una nacionalidad a masacrar a los de otra.

Sí, reconocemos el derecho de los pueblos de Georgia a la autodeterminación, pero no incondicionalmente. No defendemos su derecho a oprimir a otras pequeñas naciones, como los osetios o abjasios. ¿Defendemos el derecho de autodeterminación de abjasios y osetios? Sí, lo hacemos. Pero ¿qué tipo de autodeterminación es la que depende totalmente de las ayudas de Moscú y se permite ser utilizado como pequeña moneda de cambio en las intrigas diplomáticas de Moscú para oprimir y subvertir a los georgianos? ¿Qué significa esto para el avance de la causa del socialismo y de la clase obrera? ¡Nada! Este tipo de «autodeterminación» es un fraude y una mentira. Es simplemente una cortina de humo conveniente que oculta las ambiciones y avaricia de una gran potencia, es decir, Rusia, que quiere recuperar sus viejas posesiones en el Cáucaso. La absorción de estos pueblos en Rusia les dará la misma «autodeterminación» que disfrutaban los chechenos, es decir, ninguna en absoluto, como tampoco hay autodeterminación real en Osetia del Norte, Daguestán o en cualquier otra región de Rusia.

Sobre la base del capitalismo no hay una solución duradera a la cuestión nacional, ya sean en el Cáucaso, en los Balcanes o en Oriente Medio. Cualquier intento de «resolver» la cuestión nacional sobre la base del capitalismo sólo puede llevar a nuevas guerras, terrorismo, «limpieza étnica» y nuevas oleadas de refugiados, en una espiral violenta de violencia y opresión. La cuestión del derecho a regresar de todos los refugiados nunca se puede solucionar sobre bases capitalistas. Inevitablemente significará un aumento de la competencia por los escasos recursos, empleos, viviendas, asistencia sanitaria, educación y otros servicios. Si no hay suficientes empleos y viviendas para todos, será más combustible para las llamas de las tensiones religiosas o nacionales. Las reformas parciales no resolverán el problema. Es necesaria una solución por completo. ¡No se puede curar un cáncer con una aspirina!

Es totalmente posible para los pueblos del Cáucaso vivir juntos en paz y armonía. ¿Por qué no debería ser así? Estas naciones vivieron juntas durante cientos de años. Tienen una larga tradición de coexistencia pacífica y puede reconstruirse de nuevo con buena voluntad por todas las partes. Sin embargo, esta perspectiva es totalmente imposible bajo el capitalismo. Requiera una ruptura completa con el régimen burgués. Lo que hace falta es regresar al programa y la política de Lenin y la Internacional Comunista, cuando aún era una verdadera organización revolucionaria. La Rusia zarista fue una prisión para las nacionalidades. Los bolcheviques resolvieron la cuestión nacional después de 1917 cuando los trabajadores y campesinos derrocaron el viejo régimen opresor y tomaron el poder en sus manos.

Antes de 1917 existía una terrible lucha étnica entre los azeríes y los armenios, caracterizada por pogromos sangrientos de armenios en Bakú, alentada por los capitalistas y las autoridades zaristas. Muchos habrían dicho que era imposible para los azeríes y armenios vivir juntos en paz, pero demostró estar equivocado. Los bolcheviques organizaron la Federación Soviética Transcaucásica, con repúblicas soviéticas autónomas. Sobre la base de relaciones fraternales e igualdad completa, los viejos odios nacionales pronto quedaron relegados.

Citaremos un ejemplo llamativo. Hay un enclave armenio dentro de Azerbaiyán llamado Nagorny Karabakh. En 1923, el secretario general del Partido Comunista de Azerbaiyán ofreció el control de esta región a Armenia, pero los armenios no aceptaron. ¿Por qué? Porque consideraban que el problema nacional se había solucionado y no daban importancia a la cuestión de Nagorny Karabakh. Después de la ruptura de la URSS, sin embargo, la cuestión de Nagorny Karabakh se puso en primera línea de las relaciones entre los gobiernos nacionalistas burgueses de Azerbaiyán y Armenia. Estalló la guerra y aún continúa, aunque con menos intensidad que antes. Muchas personas han muerto o han sido expulsadas de sus hogares, la enemistas nacional entre azeríes y armenios ha aumentado, envenenando las relaciones entre dos países pequeños.

¿Es esta realidad la que quieren los pueblos del Cáucaso? ¡Por supuesto que no! Este espléndido pueblo quiere vivir en paz con sus vecinos. Anhelan la estabilidad y relativa prosperidad que disfrutaban en los días de la Unión Soviética, a pesar de todos los problemas y deficiencias. Hace unos años fui a San Petersburgo y me invitaron a un pequeño bar (y tienda) propiedad de un georgiano. El personal estaba formado por personal de distintos países del Cáucaso: azeríes, armenios, etc., Nos sentamos alrededor de la mesa, comiendo y bebiendo cerveza juntos. Entonces, inesperadamente, me pidieron que pronunciara unas palabras políticas. Yo no estaba preparado e intenté negarme pero insistieron. Así que decidí hablar sin diplomacia y dije más o menos lo siguiente:

«Estamos reunidos aquí alrededor de esta mesa, gente de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, comiendo, bebiendo y conversando juntos como verdaderos amigos. Así es como debería ser. Conozco el Cáucaso, es como un jardín maravilloso. Debería ser un paraíso sobre la Tierra. Pero en lugar de serlo se ha convertido en un infierno. Hay constantes guerras donde hermanos se matan entre sí. ¡Eso es lo que el capitalismo ha traído al Cáucaso! Sabemos que en la URSS había muchas cosas equivocadas. Pero nadie puede negar que la economía nacionalizada planificada dio a todo el mundo un empleo y una casa. Y había paz entre los pueblos. Lo que hace falta es una revolución socialista, el verdadero socialismo basado en la economía planificada nacionalizada pero con una genuina democracia obrera, una federación socialista basada en la total igualdad y las relaciones fraternales».

Cuando terminé de hablar observé que las personas alrededor de la mesa estaban visiblemente conmovidas. Algunas tenían lágrimas en los ojos. Recordaban cómo eran las cosas y las comparaban con la situación intolerable que hoy reinaba en su maravillosa patria. Estoy firmemente convencido de que la aplastante mayoría de la clase obrera del Cáucaso reaccionaría exactamente de la misma manera. Este es el único mensaje que puede dar esperanza a los pueblos: el mensaje internacional revolucionario del marxismo.

Londres, 11 de septiembre de 2008.