Este artículo representa el pensamiento político de Ricardo Flores Magon (1873-1922), destacado pensador socialista que con toda justicia es considerado como el precursor ideológico de la Revolución Mexicana. Fundador del Partido Liberal Mexicano. En su periódico «Regeneración», plasmó las bases políticas que logró unificar a la oposición contra la oprobiosa dictadura de Porfirio Díaz.
Antes y después de haberse iniciado la lucha armada que dio al traste con la dictadura en 1911, fustigó abiertamente el despotismo y los vicios de aquella sociedad tan desigual: Por una parte, la burguesía poseedora de todos los derechos políticos, económicos y sociales; y del otro lado, los pobres, sumidos en un estado semi-feudal, donde a su decir, México era el país de los inmensamente ricos y de los inmensamente pobres.
Al lado de una ilustración adquirida por algunas clases, se ofrecía la negrura de la supina ignorancia de otras. Había gente que trabajaba para un solo amo toda su vida; criados que desde niños ingresaban a una casa del patrón y se hacían viejos en ella; peones que no conocían siquiera los límites de la hacienda, donde nacían, crecían, trabajaban y morían, y que no se alejaban más allá de donde pudieran oír las vibraciones del campanario de la hacienda donde era invitado a rezar; niñas para la servidumbre, para el inicio sexual de los «Señoritos» y para los viejos de la santa burguesía. La trilogía maldita que envilece e idiotiza al pueblo:
El Capital, la Autoridad y el Clero.
LLamado por Madero en 1911 para que aceptara el cargo de Vicepresidente del gobierno provisional, se negó rotundamente. Aducía que si no se expropiaban los latifundios, todos los gobiernos después de Díaz, serían siempre guardianes de los intereses de la burguesía.
Perseguido y encarcelado por todos los gobiernos derivados de la Revolución, se radicó en Estados Unidos como exiliado político, a los 49 años murió trágicamente en una prisión de Texas donde cumplía una larga e injusta condena acusado de «Conspiración». No quiso obtener los beneficios de la libertad concedida a cambio de la negación de sus principios, ni los honores con que suele compensarse una claudicación a tiempo.
El desarrollo posterior de la Revolución Mexicana, le dio la razón en cuanto al estado de miseria en que seguiría el pueblo mexicano, sino se tomaban medidas radicales que los beneficiara: Madero, presidente de 1911-1913, hacendado explotador de peones, timorato, indeciso, no quiso o no pudo desvincularse de sus nexos oligarcas; murió asesinado por Huerta. Victoriano Huerta, antiguo militar de Porfirio Díaz, presidente de 1913-1914, derrocado por Carranza. Venustiano Carranza, hacendado y antiguo senador durante la dictadura, presidente de 1914-1920, murió asesinado. Alvaro Obregon, presidente de 1920-1924, murió asesinado en 1928 tras su reelección. Pancho Villa, aunque no fue presidente, entró triunfante a la ciudad de México en 1914 junto a Carranza y Zapata. Mantuvo una discreta rebeldía contra Carranza y se retiró a su hacienda. Murió asesinado en 1923. Comentario especial merece Emiliano Zapata, Irreductible, líder indiscutido de los campesinos, seguidor de las doctrinas de Flores Magón, promulgó el Plan de Ayala, y la expropiación de tierras para repartirlas entre los campesinos.
Ante las promesas incumplidas, se enfrentó a Madero, Huerta y Carranza. Murió asesinado por el Coronel Guajardo en 1919, en una celada ordenada por Carranza.
Una basta y torpe legión de caudillos sin el menor esbozo ideológico, que se creían con derecho a gobernar amparados sólo en su prestigio militar y que por pertenecer a las mismas clases dominantes no fueron capaces de modificar las estructuras sociales. EL Gatopardismo de Lampedusa: Modificar todo, para que nada cambie. Cuasi eterna enfermedad caudillesca, del cual Latinoamérica es testigo de excepción. El artículo que transcribo fue publicado en el periódico Regeneración, el 11 de Febrero de 1911, en plena efervescencia de la Revolución Mexicana.
La Guerra Social
Ya no tienen razón de ser las revoluciones netamente políticas. Matarse por encumbrar a un hombre al Poder es sencillamente estúpido. En nuestra época el personalismo sólo puede ganar adeptos entre los ignorantes o entre los cazadores de posiciones y de prebendas. La república burquesa ya no satisface a los hombres inteligentes y de buena fe. La república burguesa sólo satisface a los políticos, a los que quieren vivir a expensas del pueblo trabajador; pero a la luz de la filosofía moderna es un anacronismo cuya existencia sólo es justificada por la ignorancia de las masas y la mala fe de las llamadas clases directoras de la sociedad.
La república burguesa es un cadáver. Murió desde el momento en que al hacerse la declaración de los «Derechos del Hombre», todo se garantizó, menos la igualdad social de los seres humanos que componen las naciones, y un cadáver no tiene derecho a inficcionar el ambiente: Hay que enterrarlo. El deber de los verdaderos revolucionarios es cavar una fosa y arrojar en ella la república burguesa.
La igualdad social, que es el sueño generoso de todos los hombres emancipados, se conseguirá conquistando el derecho de vivir, y ese derecho consiste en la facultad que todo ser humano tiene de aprovechar los progresos alcanzados por la ciencia y por la industria en la producción de todo lo que hace agradable la existencia y es útil al desarrollo integral de la raza humana.
El derecho de vivir es lo que queremos conquistar los liberales; ya no queremos orgullosos señores de la tierra y mustios esclavos de la gleba; ya no queremos señores feudales, verdaderos amos de la horca y cuchillo. ¿Quieren vivir en la tierra los señores terratenientes? Que la trabajen al igualde los que hasta aquí han sido sus esclavos, los oprimidos peones.
Una revolución que no garantice al pueblo el derecho de vivir, es una revuelta de políticos a quienes debemos dar la espalda los desheredados. Necesitamos los pobres una revolución social y no una revolucón política, esto es, necesitamos una revolución que ponga en las manos de todos, hombres y mujeres, la tierra que hasta hoy ha sido patrimonio exclusivo de unos cuantos mimados de la fortuna.
Pero, hay que entenderlo bien, la solución del problema debe quedar a cargo del proletariado. Si encomendamos la solución de él a las clases directoras de la sociedad, nos dirán que la aplacemos hasta que se haga la paz, hasta que se constituya un Congreso que «decrete» la felicidad de los habitantes de México, y una vez más en la historia de nuestras esperanzas defraudadas habremos hecho el papel nada envidiable de carne de cañón.
No; la sangre está corriendo ya a torrentes, y bien pronto esos torrentes serán ríos donde se habrán vaciado las vidas de muchos hombres buenos, y es necesario que ese derroche de energía, de vida y de generosos impulsos sirvan para algo más que el entronizamiento de otro magnate. Es necesario que el sacrificio de los buenos tenga como resultado la igualdad social de los que sobrevivan, y un paso hacia esa igualdad es el aprovechamiento de los productos de la tierra por todos los que la trabajen, y no por los amos. Si los amos quieren gozar de los productos de la tierra, que empuñen tambien la azada; que entren al surco con los trabajadores; que rieguen también con su sudor la tierra, hasta hoy empapada solamente por las lágrimas, el sudor y la sangre de la plebe.
La igualdad ante la ley es una farsa; queremos la igualdad social. Queremos oportunidad para todos, no para acumular millones, sino para hacer una vida perfectamente humana, sin inquietudes, sin sobresaltos por el porvenir.
Para el logro de estos beneficios no sólo se opone Díaz; se opone también el Capital y se opondrá cualquier otro gobernante que elijan las masas, cualquiera que sea el nombre del candidato y por bueno que sea personalmente. Para eso los liberales estamos dispuestos a variar el curso de la actual insurrección. El mal no es un hombre, sino el sistema político y económico que nos domina. Si el mal fuera un hombre, bastaría con matar a Porfirio Díaz para que la sdituación del pueblo mejorase: pero no es así. Puede desaparecer la odiosa personalidad del Dictador Mexicano, y el pueblo seguirá siendo esclavo: esclavo de los hombres de dinero, esclavo de la autoridad, esclavo de la ignorancia y de la miseria. Puede desaparecer el sanguinario tirano; pero el nuevo Presidente, quienquiera que él sea, tendrá listo el ejército para asesinar a los trabajadores cuando éstos se declaren en huelga; tendrá listas las cárceles para castigar a las víctimas del medio que han delinquido por culpa del medio social que nos ahoga; tendrá listos los jueces con sus odiosos libracos, tan blandos para los ricos, tan duros y crueles para los pobres. Puede morir el tirano; pero el sistema de opresión y de explotación quedará vivo y el pueblo seguirá siendo desgraciado.
Como ya lo he dicho otras veces, el Gobierno no es sino el gendarme del Capital, el torvo polizonte que cuida las cajas fuertes de las aves de rapiña de la banca, del comercio y de la industria. Para el Capital tiene sumisiones y respetos; para el pueblo tiene el presidio, el cuartel y el patíbulo.
No esperemos, pues, nada bueno del gobierno que llegue a implantar se después de esta Revolución. Si queremps libertarnos, obremos por nuestra cuenta tomando posesión de la tierra para trabajarla en común, y armémonos todos para que si alguna tiranía arrebatarnos nuestra dicha, estemos pronto a defenderla.
Agrupaos, pues, todos los deseheredados, bajo las banderas igualitarias del Partido Liberal. Contribuid para el fomento de la Revolución Liberal, que de su fuerza depende la felicidad y la libertad de quince millones de seres humanos. PAN, TIERRA Y LIBERTAD.