Desde que los conquistadores españoles fueron expulsados de este continente han existido ideas de libertad y unión para Latinoamérica. Podríamos hacer un repaso, comenzando por Simón Bolívar, pasando por José Martí, el Che Guevara, y llegar hasta Hugo Chávez. Todos ellos tenían la idea de ver una América libre y hermana, en la que el Imperio no pudiera subyugar a sus hijos, ni lograr, por medio de ardides, que entre ellos se esclavizaran.
Actualmente, a los políticos de muchos países les encanta llenarse la boca hablando de una supuesta independencia, de la idea de la soberanía adquirida por la lucha armada hace cientos de años, de una falsa libertad. Grandes festejos se realizan con tal de que el pueblo quede convencido de que no hay nada más por qué luchar. Les hacen creer que son independientes. Sin embargo, ¿son realmente los países latinoamericanos libres y soberanos?
Dice Goethe que «quien no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años, se queda como un ignorante en la oscuridad y vive sólo al día.» Pues bien, si queremos tener elementos para contestar la anterior pregunta planteada, deberíamos regresar en la Historia algunos años.
Históricamente, Latinoamérica ha sido un pueblo explotado. No ya sólo por los conquistadores europeos, sino también por Estados Unidos, una vez que Europa reconoció la independencia de los países de este lado del Océano Atlántico. Recordemos el golpe de Estado de 1973 en Chile, al entonces presidente Salvador Allende. La dictadura de Pinochet, impuesta por Richard Nixon, dejó más de 40 mil víctimas, según reconoce el actual gobierno chileno. «No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo», mencionó Henry Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional durante el gobierno de Nixon y principal promotor de la dictadura pinochetista, además de futuro premio Nobel de la Paz.
Podemos recordar la dictadura de Videla, también apoyada por el gobierno estadounidense, que dejaría 30 mil muertos y desaparecidos. Hablaríamos también del golpe de Estado a João Goulart, a Jacobo Árbenz, o las guerras civiles generadas por ellos mismos en El Salvador o Nicaragua, que dejarían espeluznantes masacres descritas por Noam Chomsky en su libro Lo que el Tío Sam realmente quiere. Sería necesario también recordar el movimiento estudiantil reprimido brutalmente el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, México, por orden de un presidente que trabajaba para la CIA con el nombre clave de Litempo 2. Es inevitable sentir escalofríos al escribir estas líneas.
El Imperio se extendió a lo largo de toda América, y cuando siente que un país decide sacarse el yugo, no lo tolera y ferozmente se arroja contra él. Tenemos ahí el ejemplo de Cuba, el primer país que decidió ponerle un alto a Estados Unidos, y hasta el día de hoy, después de 50 años, se mantiene impuesto un criminal bloqueo económico. Otro ejemplo es el intento de golpe de Estado a Hugo Chávez, realizado el 11 de abril de 2002. En fin, si me dedicara a listar los crímenes que el gobierno de Estados Unidos ha cometido contra Nuestra América, no terminaría nunca.
Cualquier persona podría apresurarse a expresar que las dictaduras impuestas por Estados Unidos han terminado, y que la situación ha cambiado. Sin duda alguna existen países latinoamericanos que han conseguido sacar al Imperio de sus fronteras. Sin embargo, no es así para una gran parte de América Latina.
Hace unos días, se publicó un informe realizado por el Grupo de Trabajo para Asuntos Latinoamericanos, una coalición estadounidense dedicada a la política exterior. En este se habla sobre las «relaciones militares» que existían con Latinoamérica. Así se le llama a que los ejércitos de México y Colombia sean entrenados por militares estadounidenses, o que aviones no tripulados (drones) estadounidenses sobrevuelen los territorios de estos países. ¿Soberanía? Para el gobierno mexicano y colombiano eso no existe.
Mencionemos además que la «guerra» contra el narcotráfico en México es promovida principalmente por el gobierno de Estados Unidos, y ha dejado más de cien mil muertos, sin mencionar las condiciones de inseguridad y violencia que se han generado. Tampoco nos olvidemos de las bases militares que E.E.U.U. tiene en países como Chile, Perú, Costa Rica o Paraguay.
Es clara la dominación que aún existe en algunos países latinoamericanos. El Imperio se ha sentido cómodo remplazando las dictaduras militares por «gobiernos democráticos» que están a sus órdenes. Se reemplazó el pinochetismo por el brutal neo-liberalismo, promovido por Piñera y su gobierno. Se les colocó una máscara democrática a los gobiernos autoritarios mexicanos, donde aún se imponen presidentes que sirvan a los intereses yankis. El control viene ahora desde medios tecnológicos, como declaró Edward Snowden hace algunos meses. Se borró de la memoria de gran parte de la población el abuso del que han sido víctimas. Se sustituyó en la mente de las personas el 11 de septiembre de 1973, por el 11 de septiembre de 2001.
Sin embargo, una gran parte de América Latina está resurgiendo, luchando por su libertad, por destruir ese yugo imperialista. Deben unirse todos los países de Nuestra América, pueblos hermanos con un pasado en común. Es hora de finalizar el proyecto de Simón Bolívar, recordando que ningún gobierno será capaz de realizar esta empresa, pues es el pueblo quien hace la Historia. Como lo dijo José Martí: «Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.»