En un raro momento de sinceridad, ayer [30 de abril], el presidente en funciones de Ucrania Turchynov admitió que sus fuerzas eran «impotentes» para sofocar los disturbios en el este de Ucrania, conforme se incrementa la insurgencia pro-rusa. Por otra parte, admitió que las fuerzas de seguridad de Ucrania no eran fiables y «algunas de estas unidades ayudan o cooperan con grupos terroristas.» Ahora, el objetivo sería evitar que la insurgencia pro-rusa se propague a las regiones de Jarkiv y Odesa. Esto equivale a una declaración de derrota.
Ni siquiera han pasado dos semanas desde el «histórico» acuerdo de Ginebra del 17 de abril entre los gobiernos de Ucrania, Rusia, la Unión Europea y los Estados Unidos. Éste fue recibido por los medios de comunicación occidentales con un suspiro de alivio y aclamado como un gran avance para frenar la escalada de la crisis ucraniana. En realidad, más allá de este aluvión de propaganda y de optimismo falso, uno no podía dejar de notar el nerviosismo de los funcionarios de Estados Unidos y la sonrisa sardónica de sus homólogos rusos. De hecho, no ha habido acuerdo, salvo el que los EE.UU. abandonaran cualquier queja sobre la anexión de Crimea por Rusia, que ahora es un hecho indiscutible.
Los fieros discursos de «¡habrá consecuencias!» de Kerry se elevan y disipan como el aire caliente. Maniobrero consumado, Putin está moviendo sus piezas en el tablero de ajedrez de la diplomacia con la habilidad de un Gran Maestro. Los puntos obtenidos por la diplomacia rusa en el juego de poder en torno a Ucrania están desafiando la paciencia de los imperialistas estadounidenses, pero estos últimos se han colocado exitosamente en una situación que es insostenible. Sus amenazas vacías no disuaden a Rusia, porque no pueden estar respaldadas por una acción seria.
Parece increíble que los estadounidenses pudieran imaginar sentarse alrededor de la mesa de reuniones en Ginebra, intercambiar sonrisas y una conversación cortés con el otro lado, y lograr por medios diplomáticos lo que no han podido lograr sobre el terreno. Esta estúpida ilusión subestimó seriamente tanto la determinación de Moscú como de la verdadera correlación de fuerzas en Ucrania. Al final, el acuerdo quedó reducido a trocitos de papel incluso antes de que la tinta se secara.
El acuerdo negociado en Ginebra proclamó ruidosamente que todos los edificios ocupados por los insurgentes pro-rusos en el este de Ucrania debían quedar libres y los grupos armados entregar sus armas ¡Eso era muy contundente en palabras! Sin embargo, no hubo ninguna mención en la letra pequeña de quién se suponía que iba a llevar esa decisión a la práctica para que nada de eso siguiera pasando.
Unas horas después de que se hizo el anuncio, Denis Pushilin, jefe de la autoproclamada República Popular de Donetsk, se encogió de hombros y rechazó el acuerdo con el argumento de que el gobierno ucraniano era ilegal, y agregó con una fuerte dosis de ironía que cumplirían encantados el acuerdo una vez que el gobierno hubiera abandonado sus inmuebles ocupados ilegalmente en Kiev. La misma actitud desafiante reverberó en los puestos de control de los rebeldes en todo el área de Donetsk, envalentonados por las victorias que se habían anotado sobre el terreno.
Humillante derrota del ejército ucraniano
Lo que el circo de Ginebra estaba tratando de encubrir era el fracaso vergonzoso del gobierno ucraniano el 16 de abril en recuperar el control de los puestos de control de los rebeldes en Slaviansk y Kramatorsk. El intento se produjo después de días de ultimátums que nunca se pudieron cumplir. Una campaña masiva de propaganda del gobierno para demostrar que las «milicias terroristas» y la participación directa de Rusia estaban detrás de la insurgencia en el este había fracasado claramente. Eso puede haber tenido el efecto de espolear hasta un estado de ánimo de beligerancia histérica a una minoría de la opinión pública ucraniana nacionalista. Pero eso rápidamente se desinfló y se convirtió en ira y frustración por el fracaso manifiesto del Gobierno en acompañar su duro discurso con una acción igualmente dura.
Por otra parte, los mensajes amenazantes que salían de Kiev tuvieron un efecto electrizante en la población de la región del sudeste de Ucrania. La gente en esa región de habla predominantemente rusa se sintió alarmada por la amenaza implícita del ataque de un ejército bajo las órdenes de un gobierno que la mayoría de ellos consideran ilegítimo. Pero los días pasaban y los ruidos beligerantes procedentes de Kiev no producían ninguna acción. Está claro que el gobierno no estaba seguro de poder confiarle a sus tropas que hicieran el trabajo sucio en el sureste del país. Los acontecimientos posteriores demostraron que esta aprehensión estaba bien fundamentada.
Tropas ucranianas y vehículos blindados intentaron finalmente entrar en las dos ciudades en la mañana temprano del 16 de abril. Pero esta prevista demostración de fuerza de inmediato se convirtió en una muestra de debilidad. Los vehículos blindados fueron rodeados por una población enojada, gritando desafiante e insultando a los soldados ucranianos confundidos y desanimados.
Un comandante de tanque fue visto realizar llamadas telefónicas desesperadas a su comandante en jefe: «Estoy rodeado por un gran número de personas ¿Qué debo hacer?» La respuesta del oficial al mando no se conoce, pero no se disparó un tiro y al final los vehículos blindados fueron abandonados a la multitud jubilosa. Un soldado ucraniano gritó desde lo alto de un tanque: «Estoy en contra de todo esto», conforme saltaba de su vehículo, y se unió a los manifestantes. Sus compañeros pronto siguieron su ejemplo y en cuestión de minutos, la demostración de fuerza terminó.
Que las fuerzas armadas ucranianas estén dispuestas a enfrentarse a una invasión rusa aún está por verse, pero los soldados ucranianos comunes no están desde luego dispuestos a abrir fuego contra su propio pueblo. Durante toda la mañana, los informes y videos que hicieron circular los periodistas independientes en las redes sociales mostraban a soldados ucranianos desmoralizados que abandonaban sus tanques y se desarmaban, yéndose con la cabeza agachada frente a cientos de furiosos residentes locales y algunos milicianos rebeldes mal armados (ver: Intento de Ucrania de retomar el Este fracasa miserablemente).
Las fuerzas armadas ucranianas fueron enviadas sin preparación seria. Muchos de los soldados que fueron enviados contra los insurgentes procedían de una región cercana y algunos de ellos se quejaron de que no habían sido alimentados adecuadamente durante semanas. Las consecuencias de esta humillación, que se harán más evidentes en el próximo período, tendrán efectos nocivos duraderos. La autoridad del gobierno sobre los oficiales y los soldados, que nunca fue particularmente fuerte, ya ha alcanzado nuevos mínimos a los ojos de los soldados rasos, e incluso entre los oficiales del más alto rango.
La hipocresía de Occidente
La campaña en los medios occidentales que trata de culpar de todo a Rusia apesta a hipocresía. Los portavoces de la Casa Blanca se refieren solemnemente a los principios del derecho internacional que prohíben la injerencia en los asuntos de otras naciones, en su condena de las acciones de Moscú en Crimea, y de alguna manera se las arreglan para decir esto con una cara seria. Cómo puede justificarse la violación brutal de Irak y Afganistán para cumplir con estos mismos principios, debe seguir siendo un misterio. Pero siempre fue el objeto de la diplomacia cuadrar el círculo, manteniendo que lo negro es blanco y hacer las declaraciones más escandalosas sin ruborizarse.
Durante más de dos décadas el imperialismo estadounidense ha rampado por todo el mundo, invadiendo países, derrocando gobiernos, intimidando a Estados soberanos y espiando a sus aliados, bombardeando, asesinando, torturando y en general lanzando su peso por todas partes. Todo esto estaba, naturalmente, en plena conformidad con los principios del derecho internacional. Pero si cualquiera trata de resistirse a ello, entonces Washington eleva inmediatamente un tremendo grito en el cielo. Se comporta como un matón del colegio que se ha acostumbrado a salirse con la suya, pero cuando recibe un puñetazo en la nariz sale corriendo hacia la maestra para quejarse de que es víctima de un ataque no provocado.
Los estadounidenses son culpables de exhibir un doble rasero escandaloso. Apoyaron activamente el derrocamiento del gobierno de Yanukovich, que presentaron (como siempre en estos casos) como un movimiento por la democracia, a pesar del hecho de que elementos abiertamente fascistas tuvieron un papel clave en el hecho. Ahora, cuando la gente de la región del sudeste de Ucrania toma el control del funcionamiento del gobierno local y expulsan a los representantes de Kiev por los mismos medios, insisten en que es un acto ilegal y el trabajo de agentes rusos.
Los trabajadores del sudeste de Ucrania no se hacían ilusiones con Yanukovich, pero son amargamente hostiles al nuevo gobierno de Kiev, cuya primera acción fue la derogación de la ley que dio a la lengua rusa el estatus oficial a nivel regional. Esto fue como sacar un trapo rojo a un toro para los ucranianos de habla rusa. El rechazo fue tal que el presidente en funciones Turchynov se vio obligado a declarar que vetaría el proyecto de ley que deroga la anterior ley lingüística.
Para empeorar las cosas, los niveles de vida se han reducido y los precios se han elevado, especialmente el combustible. Para colmo de males, los oligarcas vinculados a la nueva camarilla en el poder en Kiev fueron nombrados rápidamente gobernadores en las regiones del sur y del este. De ahí que el tercer hombre más rico del país, Kolomoisky, fuera nombrado gobernador de Dnipropetrovk, mientras que Serhiy Taruta, el 16º hombre más rico del país, fue nombrado gobernador de Donetsk. Como resultado, hay un gran descontento. Toda la región se ha convertido en un polvorín sólo a la espera de una chispa que provoque una explosión. No fue el Kremlin quien encendió el polvorín, sino las acciones de la camarilla gobernante de Kiev y sus amos imperialistas.
Durante muchos meses, la prensa occidental ha tratado de retratar el llamado Movimiento Maidán de color rosa, como un movimiento por la «democracia». La prensa occidental ha ocultado vergonzosamente el protagonismo de las organizaciones abiertamente fascistas y nazis en el derrocamiento de Yanukovich. Los elementos fascistas están presentes en el gobierno de Kiev y dictan muchas de sus políticas, incluyendo el intento de prohibir la lengua rusa. Han comenzado a reescribir la historia que presenta a los Banderistas, que colaboraron con los nazis y perpetraron atrocidades contra los rusos, los polacos y los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, como héroes nacionalistas. Los reaccionarios en Kiev marcan a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos como «esclavos» o lacayos rusos. Al Teniente de Alcalde de Lviv, en el oeste de Ucrania, Iryna Farion, le gusta referirse a los rusohablantes como «criaturas».
Ningún político occidental podría salir indemne con este tipo de lenguaje. Sin embargo, la gente en Occidente, que se nutre de los informes de prensa de los medios de comunicación, no puede tener ni idea de cuán lejos ha llegado la reacción en Ucrania. Por lo tanto, cuando ven los informes de hombres armados apoderándose de los edificios del gobierno, en el sureste del país, la única explicación que se les da es que todo es obra de fuerzas siniestras enviadas desde Moscú.
Kiev, Lviv y otras ciudades de Ucrania occidental están en las garras de un Terror Blanco. Los comunistas son golpeados y sus oficinas saqueadas y quemadas por bandas fascistas. Por ejemplo, las oficinas de Kiev del Partido Comunista (KPU) fueron saqueadas por los matones de extrema derecha del neo-nazi Sector Derecho y las «Autodefensas» de Maidán el 9 de abril, y más tarde esa noche sufrió un ataque incendiario. Las oficinas del KPU también fueron atacadas en Lviv y otras ciudades. Miembros del Parlamento del partido de extrema derecha Svoboda (parte del nuevo gobierno) golpearon al director de la emisora de televisión estatal y lo obligaron a renunciar. Los mismos parlamentarios de Svoboda le dieron una paliza al líder del Partido ComunistaSymonenko mientras se dirigía a la Rada a criticar a los nacionalistas ucranianos de derechas. Oleg Tsarev, un candidato presidencial que dice representar a las regiones del Sur y del Este, fue golpeado por matones de extrema derecha después de una aparición en la televisión y luego otra vezcuando visitó Mikolayiv.
El 27 de abril, una marcha en Lviv celebró el aniversario de la fundación de la división SS de Galitzia de voluntarios ucranianos, responsables de llevar a cabo el asesinato en masa de judíos y otros. La marcha fue organizada por Svoboda, que es el primer partido de la región y, como hemos dicho antes, parte de lacoalición de gobierno en Kiev.
De todo esto, ni una sola palabra se imprime en la prensa occidental. Esta conspiración escandalosa de silencio sobre el reinado de terror en la Ucrania occidental contrasta con los informes descaradamente distorsionados y unilaterales sobre los «terroristas», «agentes rusos» y «separatistas» del sureste del país.
No sólo el partido de extrema derecha Svoboda es parte de la coalición de gobierno, sino que uno de sus miembros, Oleh Makhnitskiy, ostenta el cargo de Fiscal General. Andriy Parubiy, fundador del neonazi Partido Social-Nacionalista, luego respetable político burgués de derechas y «comandante de las Autodefensas de Maidán», es ahora el Secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa.
La pequeña burguesía nacionalista fanática de Ucrania occidental está impulsada por un odio ciego a todo lo que huela a Rusia. Pero no ofrece ninguna solución a los problemas candentes de la población ucraniana. El sueño de que Ucrania podría resolver sus problemas mediante el acercamiento a Occidente ha sido expuesto de inmediato como una ilusión sin esperanza. La ayuda que se ha prometido por Occidente para apuntalar a sus títeres en Kiev (en cualquier caso, una cantidad miserable) ha llegado con condiciones. Están exigiendo «reformas», lo que significa recortes brutales en las condiciones de vida y los servicios sociales. El ministro de Finanzas Oleksandr Shlapak ya ha prometido una «reforma estructural», «liberalización» y «reducir el déficit presupuestario» – ¡y no se necesita hablar griego para saber lo que implica un memorando del FMI y de la UE!
Todo esto aleja aún más a los hombres y mujeres trabajadores de Donetsk, Lugansk, o Jarkiv, que ahora miran con envidia los salarios más altos y las mejores condiciones de vida de sus homólogos en la Federación Rusa. De ahí que los supuestos patriotas ucranianos hayan logrado meter una cuña sólida entre el Oeste y el Este de Ucrania, lo que puede poner en peligro la existencia misma de Ucrania como nación.
La situación se ha deteriorado hasta tal punto, y la población de la región del sudeste está tan enojada y desafecta, que cualquier intento del gobierno de Kiev de recurrir a la violencia contra ella, se traduciría en una guerra civil muy sangrienta. Hasta ahora, todos los intentos del gobierno de Ucrania para hacer valer su autoridad en el sureste del país han terminado en una farsa.
La insurrección en el sureste del país
Aquellos que piensan que es Rusia la que mueve los hilos en el sureste de Ucrania son culpables de un grave desconocimiento de las complejidades de la región, de su composición nacional y social, y de su relación histórica con Rusia. La región de Donbass comprende el 10 por ciento de la población de Ucrania, pero produce el 25 por ciento de las exportaciones ucranianas. Sus habitantes, abrumadoramente personas de habla rusa, son en su mayoría de composición proletaria, trabajando en las minas, el acero y en las plantas químicas y fábricas de maquinaria. Desconfían profundamente de los movimientos tedentes a separar a Ucrania de la esfera de influencia rusa y colocarla bajo el control del imperialismo occidental. Desde el punto de vista económico, la integración de Ucrania en la Unión Europea significaría la ruina para sus industrias, que dependen en gran medida de las exportaciones al mercado ruso.
Los trabajadores de Donetsk no necesitan a Vladimir Putin para que les digan que sus industrias se cerrarán una vez que Ucrania se una a la UE. Pueden ver lo que ha sucedido en países como Hungría, Rumania y los Estados bálticos, que se han unido a la UE. Por otra parte, la integración de Rusia en la economía capitalista mundial ha llevado a la exportación de recursos naturales, con el cierre resultante de miles de fábricas. El problema aquí no es un problema nacional, sino un problema del propio sistema capitalista. La ruina económica, el desempleo masivo y la carestía de la vida afectan a todos: a los étnicamente ucranianos, rusos, armenios o húngaros – todos son víctimas de la crisis del capitalismo y del imperio de los oligarcas.
Al problema económico hay que añadir la cuestión de la opresión nacional y lingüística. Desde el punto de vista de los rusohablantes, la dominación de los nacionalistas ucranianos de la parte occidental del país representa una amenaza potencial para el estado de la lengua rusa, y la probabilidad de que las personas en el sureste del país se conviertan en una minoría nacional oprimida y en ciudadanos de segunda clase en su propio país. ¿Es, por tanto, sorprendente que deban tomar medidas para defenderse?
¿Es esto una repetición de Crimea?
Washington se queja de que la incautación de los edificios del gobierno ha sido llevada a cabo por soldados profesionales bien armados. Pero la evidencia no apoya estas quejas. Si bien no es imposible que agentes rusos hayan estado activos en la región (de hecho, sería sorprendente si no lo estuvieran – como sería sorprendente que la CIA no estuviera activa en Kiev), los informes de la cobertura televisiva y de prensa indican que estas acciones son obra de la población local y de grupos de milicias armadas locales. El hecho de que estén «bien armados» no es de extrañar teniendo en cuenta el hecho de que los cuartes del ejército y las comisarías de policía han sido asaltados y sus armas extraídas. De hecho, en muchos casos, la policía local se ha pasado al lado de los rebeldes, portando sus armas consigo.
Tampoco está claro que Putin realmente tenga la intención de enviar sus tropas a la frontera. La revista Time cita a Vyacheslav Ponomariov, un fabricante de jabón que tomó el título de «alcalde del pueblo» después de tomar el poder en Slaviansk: «Necesitamos armas, ¿entiendes? Nos estamos quedando sin nada menos sin espíritu», él ha rogado ayuda a Rusia, pero al parecer su petición ha sido ignorada. Time comenta:
«Su milicia, admite, está formada en parte por voluntarios que han venido de Rusia, Bielorrusia, Kazajstán y otras partes de la antigua Unión Soviética. Pero los gritos de Kiev de una insurgencia separatista alimentada con dinero, armas y tropas del gobierno ruso están fuera de sincronía con la realidad en Slavyansk.
«Combatientes bien armados como Mozhaev constituyen una pequeña minoría de la fuerza de Ponomariov, tal vez unos pocos cientos de hombres a lo sumo, con una proporción justa de cosacos entre ellos. Conocidos como «hombres verdes» por los uniformes de camuflaje que usan, estos miembros de la milicia no están tan bien ejercitados y equipados como las tropas rusas que ocuparon Crimea el mes pasado. Si hay una presencia militar rusa en la actualidad en Slavyansk, se ha mantenido o está ahora fuera de la vista del público.» (Exclusivo: Conozca a los separatistas pro rusos de Ucrania oriental, Time, 23 de abril)
Los elementos activos en la toma de edificios gubernamentales locales representan un número relativamente pequeño – tal vez unos pocos miles en total. Sin embargo, esta no es la cuestión decisiva. El elemento más importante en la ecuación es la actitud de la mayoría de la población. A pesar de que no pueden tomar parte activa en la insurrección, está claro que la mayoría de las personas consideran favorablemente las acciones de los insurgentes. No hay informes de grandes manifestaciones en apoyo al gobierno de Kiev ni de ningún movimiento serio para expulsar a los rebeldes de los edificios ocupados. Y en el caso de un ataque de las fuerzas enviadas desde Kiev, esta simpatía pasiva se convertiría muy pronto en ira y en apoyo a la intervención militar rusa.
Una encuesta de opinión, realizada a principios de abril por el Instituto Internacional de Sociología de Kiev en 8 regiones del sur y del este de Ucrania, dio una visión muy interesante sobre el estado de ánimo de las masas. En las 8 regiones en su conjunto, el 69% de la gente considera ilegal al presidente Yanukovych. El 49.6% considera ilegítimo al gobierno de Yatsenyuk (y otro 13%, parcialmente ilegítimo), con una cifra que aumenta al 72% en Donetsk y al 70% en Lugansk. En cuanto a la forma de Estado que prefieren para Ucrania, el 45% está a favor de la descentralización del poder con un 24,8% adicional a favor de la federalización, y más del 86% en apoyo al principio de la elección de los gobernadores regionales (en oposición a su nombramiento desde Kiev). En cuanto a las relaciones con Rusia y la UE, el 42% apoya unirse a la Unión Aduanera con Rusia (llegando al 72% en Donetsk y al 64% en Lugansk), frente al 24% que apoya la adhesión a la Unión Europea.
Tal vez la pregunta más interesante, lo que demuestra el potencial de una alternativa de clase, es la relativa a las propiedades de los oligarcas. En el conjunto de las 8 regiones, el 41% dice que los bienes adquiridos ilegalmente por los oligarcas deben ser nacionalizados, pero un 24% adicional dice que todas sus propiedades deben ser nacionalizadas, con sólo el 4% que contesta que la propiedad privada debe ser respetada.
El 19 de abril, la revista Time publicó lo siguiente, lo que da una idea del estado de ánimo de la mayoría pasiva:
«Deduk, la abogada local, no estaba tan segura. Sentada en un banco con su hijo Stepan en el borde de la manifestación, ella dijo que la mayoría de las personas que conoce se contentan con quedarse al margen, y si Rusia llega y conquista la región, como lo hizo con la guerra de Crimea el mes pasado, lo más probable es que se encojan de hombros y lo acepten como su destino. «La gente se olvida de todos los horrores a los que nos hemos enfrentado bajo Moscú durante la Unión Soviética», dice ella. ‘Todo lo que recuerdo es que los salarios se pagaban y que la atención médica era gratis’.»(Donetsk saluda la Crisis de Ucrania Con un encogimiento de hombros, Time, 19 de Abril)
¿Qué quiere Putin?
La turbulencia en el este de Ucrania ha aumentado los temores de Occidente a que Rusia pueda repetir la toma del control de la península de Crimea. La presencia de 40.000 soldados rusos en la frontera presta considerable importancia a esos temores, a los que Occidente no tiene respuesta posible. Su impotencia se reveló de una manera absurda cuando la OTAN envió recientemente una fuerza masiva de no menos de 600 soldados estadounidenses – ¡a los Estados bálticos! En primer lugar, no hay absolutamente ninguna indicación de que Rusia tenga intención de invadir los Estados bálticos, y si la tuviera es poco probable que la presencia de 600 infantes de marina, incluso si todos fueran Rambo, resultara de alguna eficacia. Este es un ejemplo de la altura de la idiotez diplomática y militar de los EEUU.
En cualquier caso, parece probable que los objetivos de Putin son más limitados y sutiles que eso. De hecho, las acciones de Rusia no son ofensivas sino de carácter defensivo. Desde la caída de la URSS, el imperialismo de EE.UU. ha estado llevando a cabo una estrategia a largo plazo para separar a una ex-república soviética tras otra de la esfera de influencia rusa. Pero ahora, en el caso de Ucrania, Moscú ha decidido no ceder un ápice. Rusia le está diciendo a Occidente: «¡Hasta aquí llegaste, y no más allá!» Está decidida a evitar que Ucrania se escape de la órbita económica y militar de Rusia.
Los estadounidenses y la UE quieren hacerse con el control de Ucrania, mientras que los rusos quieren mantenerla en su ámbito de influencia. El objetivo de Occidente es más difícil de conseguir, mientras que el de Rusia es mucho más fácil. Ella no tiene que invadir Ucrania, ya que tiene muchas otras armas en su arsenal, especialmente las económicas. Con el fin de presentar sus políticas de una manera razonable, el Kremlin ha presentado lo que parece ser una demanda muy moderada: la adopción de un sistema federal de gobierno que dé mucho más poder a los gobernadores en toda Ucrania.
Dicha estructura debilitaría al gobierno central de Kiev, y se aseguraría una Ucrania que no fuera anti-rusa. En la práctica, ello equivaldría a la Finlandización de Ucrania. Sea cual sea el gobierno que llegue al poder en Kiev, no podría hacer nada sin tener en cuenta la opinión de Moscú. Y no habría absolutamente ninguna duda de que Ucrania no se uniría jamás a la OTAN ni a la UE. Sin embargo, como es difícil que Washington y Bruselas acepten este resultado, ahora lo mejor que puede hacer Rusia es esperar.
¿Y ahora qué?
Qué pasará en las próximas semanas es imposible predecirlo con certeza. Lo único que es seguro es que el imperialismo ya ha sufrido una derrota y que no será capaz de recuperarse de ella.
Hay una serie de opciones diferentes – ninguna de ellas muy apetecible para Occidente. La primera posibilidad depende del resultado de las próximas elecciones presidenciales del 25 de mayo. Rusia ya ha tenido éxito en la desestabilización de estas elecciones en gran medida, y en poner en duda la legitimidad de quien resulte electo. El nuevo régimen será débil y estará bajo fuerte presión de Moscú. Si Rusia no puede obtener un candidato de su agrado, seguirá adelante con su demanda de una constitución federal que le permita ejercer un veto sobre las políticas exterior, económica y militar.
Hasta el momento, ninguno de los candidatos está aliado públicamente con Moscú. Mijail Dobkin, el candidato del Partido de las Regiones (el partido de Yanukovich) sería el favorito de Moscú, pero tiene poca o ninguna posibilidad de ganar. Por otro lado, está Yulia V. Tymoshenko, que fue una de las dirigentes de la llamada Revolución Naranja, pero que convenientemente forjó una estrecha relación de trabajo con Vladimir Putin cuando era primera ministra. Hasta el momento se ha mantenido en un segundo plano, pero en el futuro podrá ser presentada como una candidata de «compromiso».
En cualquier caso, ningún líder ucraniano se atreverá a enfrentarse a Putin, quien tiene en su mano los suministros de petróleo y gas, y 40.000 soldados en la frontera y una influencia dominante sobre una gran parte de la población ucraniana. Por otra parte, las economías de Rusia y Ucrania están inseparablemente unidas: un tercio de las exportaciones de Ucrania van a Rusia.
El segundo resultado es aún peor para Occidente. Si el gobierno de Kiev no es capaz de recuperar el control de sus regiones orientales, podría terminar en una situación similar a la que ocurrió en Crimea. Si el pueblo del Este y del Sur celebraran un referéndum sobre la conveniencia de unirse a Rusia, el resultado sería casi seguro una mayoría a favor de la secesión. Ucrania como la conocemos, por tanto, dejaría de existir.
Ya los insurgentes de Donetsk han anunciado que van a celebrar un referéndum el 11 de mayo. Sin embargo, es evidente que Moscú no ratificó de inmediato la propuesta. Putin se comporta con cautela, manteniendo abiertas todas las opciones. Si es capaz de lograr sus objetivos sin el alto costo de una acción militar ni de hacerse cargo de una economía ucraniana en bancarrota y pagar las cuentas, él obviamente lo preferiría. Sin embargo, la inestabilidad inherente a la situación significa que él no es totalmente libre para decidir.
Esto nos lleva al tercer resultado: una invasión a gran escala ¿Es esto probable? Durante meses, los medios occidentales han estado generando una campaña de propaganda histérica sobre la presunta agresión militar rusa en Ucrania. Sin embargo, tal agresión militar hasta ahora no se ha materializado. Las tropas congregadas en el lado ruso de la frontera han sido puestas en escena con una serie de maniobras cerca de la frontera ucraniana, pero nada más.
Las últimas declaraciones de los estadounidenses y de los rusos parecen sugerir que detrás de la escena se está tratando de llegar a un compromiso. Ayer Putin declaró que Rusia no tenía ninguna intención de invadir Ucrania. Es posible que esto sea sólo un farol. Antes de cada guerra los dirigentes de los estados contendientes siempre hacen declaraciones similares antes de lanzar un ataque. Sin embargo, en este caso no hay ninguna razón para dudar de la sinceridad de las intenciones de Putin.
En este momento, Putin no tiene necesidad de invadir Ucrania, puesto que ya ha logrado su principal objetivo. Quienquiera que se encuentre a la cabeza del gobierno de Kiev ahora debe entender muy claramente que no puede hacer nada sin el permiso de Moscú y que todas las declaraciones altisonantes de solidaridad por parte de Washington y Bruselas no cuentan prácticamente para nada cuando se trata de enfrentarse a Rusia.
Sin embargo, como hemos explicado en artículos anteriores, el desenlace de la crisis de Ucrania tiene una lógica propia, que no puede ser fácilmente controlada por Kiev, Moscú o Washington. Cuanto más débil sea el gobierno de Kiev, más inclinado estará a recurrir a medidas desesperadas. Enfrentado a la desintegración potencial del ejército ucraniano, el gobierno de Kiev ha comenzado a reunir una fuerza armada alternativa. La Guardia Nacional ya ha aumentado su número mediante la incorporación de las Autodefensas de Maidán y de otros grupos paramilitares armados. Si eso no fuera suficiente, el Ministerio del Interior ha anunciado la creación de unidades territoriales o batallones de autodefensa, compuestos por la escoria de la sociedad ucraniana: fascistas, ultranacionalistas, lúmpenes, delincuentes y todo tipo de aventureros dispuestos a asumir las acciones más extremas y brutales que los soldados rasos se negarían a realizar. Los nazis del Sector Derecho ya han anunciado que se unirán al Batallón Donbas a fin de «luchar contra los separatistas».
Esta medida es una expresión de una desesperación que nace de la impotencia. No es difícil imaginar lo que una milicia armada como ésta podría hacer si fuera enviada al Sureste de Ucrania. El espectro de Yugoslavia levanta su fea cabeza: masacres y limpieza étnica, una ola de refugiados hacia el Este y el Oeste y todas las consecuencias inevitables de la guerra civil. En estas condiciones, cualesquiera que sean las intenciones de Vladimir Putin, una intervención rusa sería inevitable.
Las consecuencias para Rusia
Una invasión de Rusia sería un asunto muy arriesgado para Vladimir Putin. Su apoyo se elevó a más del 70 por ciento después de la anexión de Crimea. Pero eso se logró sin violencia y sin la pérdida de un solo soldado ruso. Los habitantes de Crimea dieron la bienvenida al ejército ruso como libertadores y esta fue la impresión que se da a la gran mayoría del pueblo ruso. Después de décadas de humillación nacional, el pueblo ruso exhaló un suspiro colectivo de alivio. Vladimir Putin pudo disfrutar del brillo del sol de aprobación de la opinión pública rusa – por lo menos por un tiempo.
Muchos en la izquierda en Rusia se encuentran en un estado de ánimo de depresión profunda. Ellos ven el surgimiento del sentimiento nacionalista entre la clase obrera y desesperan. Pero la izquierda rusa, en general, está completamente divorciada de la clase obrera y no puede encontrar un lenguaje común con ella. No es cierto que los obreros rusos se hayan convertido en reaccionarios porque expresen simpatía por sus hermanos y hermanas oprimidos de Ucrania y su hostilidad hacia el fascismo ucraniano.
Por otra parte, el estado de ánimo de la sociedad puede cambiar rápidamente. En 1914, el estado de ánimo patriótico de la sociedad rusa era mucho más pronunciado de lo que es hoy, y sin embargo, sólo tres años después, los mismos trabajadores que ondeaban la bandera zarista agitaban la bandera roja y luchaban por el poder soviético.
Aunque el ejército ruso, sin duda infligiría una dura derrota al ejército ucraniano en una guerra, la victoria no le saldría barata como en Crimea. Habría muchas bajas rusas y mucho peor estaría por venir. La amargura y el odio nacional generados en un conflicto de este tipo duraría por generaciones y produciría frutos venenosos en forma de actos terroristas y atrocidades. La experiencia de Chechenia muestra que una victoria militar puede ser más costosa que una derrota.
Las consecuencias económicas, no sólo para Rusia y Ucrania, sino para todo el mundo serían incalculables. La supuesta recuperación de la economía mundial es anémica y frágil. El auge febril en los mercados de valores es un reflejo de la especulación financiera desenfrenada, no de un crecimiento económico sólido. La burbuja especulativa puede estallar en cualquier momento, sumiendo a la economía mundial en una recesión profunda. Los mercados odian la inestabilidad de cualquier tipo y una invasión rusa de Ucrania sería, sin duda, la señal para una estampida en los mercados financieros. La más afectada sería la propia Rusia.
Putin puede permitirse el lujo de reírse de las lastimeras «sanciones» con que amenaza cobardemente la Unión Europea, pero él debe estar seriamente alarmado por la salida de capitales de los mercados rusos ($ 60 mil millones en el primer trimestre de 2014) y la caída del rublo. La economía rusa ya está en recesión (tras haber caído un 0,3% en el primer trimestre de 2014). El costo financiero de una invasión y una caída severa de la economía rusa podrían revertir rápidamente su nivel de aprobación favorable – un tema muy cercano a su corazón. El héroe de Crimea rápidamente se transformaría en el hombre que causó la ruina de Rusia. Una crisis económica tendría un efecto moderador sobre la clase obrera rusa que sacudiría y disiparía rápidamente los vapores de intoxicación patriótica. El terreno estaría preparado para un nuevo auge de la lucha de clases en Rusia. Esta es la explicación de la repentina y sorprendente conversión de Putin al «pacifismo».
Nosotros condenamos las acciones reaccionarias e hipócritas de los imperialistas occidentales en lo que se refiere a Ucrania. Están dictadas únicamente por los intereses egoístas de los imperialistas norteamericanos y sus títeres en Bruselas y Berlín. No tienen ningún interés en el destino del pueblo de Ucrania que es un mero peón en sus cálculos cínicos.
Pero sería un grave error tener ilusiones en las intenciones de Putin y la camarilla del Kremlin. Están utilizando el deseo natural de la población rusohablante del sudeste de Ucrania con el fin de ejercer presión sobre el gobierno de Kiev. Ellos también buscan controlar Ucrania y proteger «los intereses de Rusia»; es decir, los intereses de los grandes oligarcas capitalistas que han saqueado Rusia, al igual que los oligarcas ucranianos (tanto los de habla ucraniana como rusa) han saqueado Ucrania. La clase obrera no puede dar ningún tipo de apoyo a ninguno, sino que debe mantener en todo momento una posición de clase independiente.
¿Nacionalismo o lucha de clases?
En las últimas semanas, incluso la prensa occidental se ha visto obligada a admitir que, mientras que el Movimiento Maidán estaba compuesto predominantemente por elementos de clase media y de la pequeña burguesía, el movimiento en el sureste del país tiene una sólida composición obrera. Las recientes huelgas de los mineros de la región de Donbass son una indicación de las posibilidades de una acción de clase independiente.
Sin embargo, la cuestión nacional amenaza con cortar por la mitad la lucha de clases, lo que lleva a la posibilidad de que el movimiento de masas en el sureste del país sea manipulado por elementos sin escrúpulos y los oligarcas de habla rusa que van a jugar la carta nacional para la defensa de sus propios intereses egoístas. Peor aún, la amenaza de los nacionalistas ucranianos extremos, incluyendo nazis y fascistas descarados, puede favorecer el desarrollo de las tendencias ultranacionalistas rusas y de los elementos fascistas de las Centurias Negras, de carácter igualmente siniestro. Ni que decir tiene que todas estas tendencias son enemigas de la clase obrera, ya marchen bajo la bandera ucraniana o rusa, y hay que oponerse a ellas por todos los medios.
La situación sigue siendo extremadamente inestable y volátil. El resultado final es incierto. La retórica violenta de las publicaciones ucranianas nacionalistas está en total contradicción con los discursos tranquilizadores de los diplomáticos y el acuerdo de Ginebra. La formación de una milicia ucraniana fascista es una amenaza directa a la clase obrera. Las fuerzas que se han desatado no pueden ser controladas fácilmente.
Apoyamos plenamente el movimiento de los trabajadores de la región del sudeste de Ucrania para armar y organizar su defensa contra el gobierno reaccionario de Kiev y contra las bandas fascistas que están organizando pogromos bajo su protección. Apoyamos el movimiento de ocupaciones de edificios gubernamentales para hacerse cargo de la administración local y expulsar a los gobernantes corruptos y reaccionarios.
Sin embargo, los trabajadores deben estar vigilantes para asegurarse que sus valientes acciones no sean usurpadas por elementos burgueses sin principios y voraces que se visten con la bandera de rusa con el fin de hacerse con el poder para sus propios fines corruptos. Nuestra consigna debe ser: «¡Abajo los oligarcas burgueses!». Es indiferente si hablan ruso o ucraniano.
El movimiento revolucionario de los trabajadores del sudeste de Ucrania sólo puede tener éxito si se extiende a los trabajadores del resto de Ucrania. Eso nunca puede suceder si se limita a un programa nacionalista puramente ruso.
De la misma manera que la vista de las banderas fascistas y Banderistas en Maidán repelió al pueblo de Crimea y del sureste del país, la presencia de ultranacionalistas rusos, cosacos y elementos de las Centurias Negras en las manifestaciones con las banderas monárquicas rusas alarman y repelen a la gente en otras partes de Ucrania. Nuestra bandera no es la bandera de Ucrania ni la bandera de la contrarrevolución capitalista en Rusia, sino la bandera roja de Lenin, la bandera de Octubre, la bandera del internacionalismo proletario revolucionario.
Por esta razón, sería un grave error pedir la intervención militar rusa. Nada podría estar más calculado para separar a los trabajadores y campesinos de habla ucraniana y empujarlos a los brazos de la reacción. La división del cuerpo vivo de Ucrania no serviría a los intereses de los trabajadores del Donbas ni a los de Kiev y Lviv. Tal medida sería devastadora para todos los involucrados y tendría consecuencias de largo alcance, nacional e internacionalmente.
La clase obrera del sudeste de Ucrania puede hablar en ruso, pero no tienen ningún interés en la división de Ucrania, lo que sería un desastre para todos, excepto para un puñado de ricos oligarcas y mafiosos.
Es necesario unir a todos los trabajadores de Ucrania en un programa que combine las demandas democráticas revolucionarias con las demandas de expropiar a los oligarcas. Sólo una política de clase puede cortar por la mitad la locura nacionalista y unir a la clase obrera en la lucha revolucionaria común.
¡Ni guerra entre los pueblos, ni paz entre las clases!
¡Expropiación de los oligarcas ladrones bajo el control democrático de los trabajadores!
¡Por una Ucrania socialista, unida e independiente!
1 de mayo de 2014