Éste artículo de Jorge Martín fue escrito en septiembre del 2014 y publicado en el primer número de “Proceso: revista crítica de izquierda” de la Escuela de Gobierno Hugo Chávez Frías de la gobernación de Mérida
“La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.” (Carlos Marx, La Guerra Civil en Francia, 1871)
Se cumplen ya 16 años desde la victória electoral de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de 1998, un acontecimiento que se puede considerar como uno de los puntos de inicio de la revolución bolivariana (que obviamente hunde sus raíces en la insurrección popular del “Caracazo” de 1989 y el fallido levantamiento cívico popular de Febrero de 1992, entre otros).
La revolución bolivariana tiene en su haber una serie de logros muy importantes en el terreno de la mejora de las condiciones materiales de las masas (particularmente en la educación, la salud, la vivienda y la alimentación), en el terreno del avance en el nivel de organización y conciencia política de las masas y también en el terreno de su propio desarrollo y clarificación ideológica.
No es necesario extenderse en el terreno de los logros materiales de la revolución, pero sí vale la pena mencionar algunos que hablan por sí solos: la extensión de la atención sanitaria al conjunto de la población con las diferentes fases de la Misión Barrio Adentro, aplicada con el apoyo de miles de médicos y personal médico cubano; la extensión del sistema educativo en todos sus niveles, incluyendo la erradicación del analfabetismo; un plan masivo de construcción de viviendas para entregarlas a las famílias que las necesitan.
En el terreno de la organización y conciencia política de las masas, hemos visto una transformación extraordinaria, que es además la característica fundamental de todo proceso revolucionario. Afrimaba el revolucionario ruso León Trotsky en el prólogo a su Historia de la revolución rusa: “El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. …. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.” (León Trotsky, Historia de la revolución rusa, 1929-32, nuestro énfasis)
En la derrota del golpe de estado de Carmona en abril del 2002, en la derrota del paro-sabotaje patronal del 2002-03, de las guarimbas del 2004, del referéndum revocatoria, en la lucha por la reforma agraria, en las batallas por el control obrero en Invepal, Inveval y tantas otras empresas, en la lucha por la renacionalización de SIDOR y por el control obrero en la industria básica de Guayana y tantas otras experiencias, la principal característica ha sido justamente la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos. Las masas de trabajadores y campesinos, las mujeres de los barrios, la juventud revolucionaria, han demostrado una y otra vez un alto nivel de conciencia política de sus intereses generales y de la necesidad de participar directamente en lugar de delegar en otros.
Se han creado literalmente decenas de organizaciones revolucionarias de diferentes tipos y ámbitos, desde los Comités de Tierra Urbana y los Círculos Bolivarianos, a Escuelas de Formación Política, Consejos Revolucionarios de Trabajadores, Sindicatos Bolivarianos, organizaciones campesinas, de barrio, culturales, deportivas, de jóvenes y un largo etcétera.
Millones de personas que anteriormente nunca habían participado en política se han implicado directamente en decidir su propio futuro porque han sentido que esta era su revolución y que ellos eran los que estaban tomando el poder en sus propias manos.
Este nivel de conciencia y de organización es más importante que los propios logros materiales a la hora de explicar la capacidad de resistencia de la revolución ante los constantes embates de la oligarquía y el imperialismo. El 12 y 13 de abril del 2002, cientos de miles de trabajadores, amas de casa y jóvenes revolucionarios salieron a las calles, rodeando el Fuerte Tiuna, la 42 Brigada Paracaidista de Maracay, en las plazas Bolivar de pueblos y ciudades, y alrededor del Palacio de Miraflores. No estaban defendiendo ninguna conquista material (que en aquél entonces todavía no se había logrado), sino la revolución en sí, es decir a un presidente que ellos habían puesto en el poder y que sentían que representaba directamente sus intereses y la posibilidad de transformar la realidad, contra una oligarquía que representaba el pasado y su exclusión de la vida política.
Millones pasaron por privaciones materiales durante el criminal paro-sabotaje patronal durante las navidades del 2002. Miles de trabajadores, habitantes de las comunidades y elementos revolucionarios de la guardia nacional rodearon y defendieron las instalaciones petroleras y miles de trabajadores de PDVSA se activaron para tomar la empresa y reactivar la producción. Tampoco estaban defendiendo los módulos de Barrio Adentro, la misión Robinson, ni las Vivivendas Socialistas que no existían todavía. Estaban ejercitando su poder, irrumpiendo de forma violenta en el gobierno de sus vidas y su futuro.
En el terreno de la definición ideológica también la revolución bolivariana ha dado pasos adelante de gigante. Cuando el presidente Chávez llegó al poder el 1998 su programa era uno de progreso social, renovación democrática y soberanía nacional. Un programa progresista sin duda, que conectaba con las aspiraciones de cambio más profundas de las masas pero que no planteaba de manera explícita un desafío al capitalismo ni tampoco al imperialismo.
Fue la propia experiencia práctica de la revolución la que la empujó hacia adelante. Cuando el presidente Chávez propuso las 49 leyes habilitantes en diciembre del 2001 inmediatamente la oligarquía y el imperialismo empezaron a preparar un golpe de estado. Las leyes que se proponían no eran, en sí mismas, tan radicales ni anti-capitalistas. Se trataba de una serie de reformas progresistas en el terreno de la reforma agraria, la pesca, acompañadas de la toma de control directo del consejo de administración de PDVSA.
El carácter parasitario, rentista, retrógrado y servil del imperialismo de la oligarquía venezolana (es decir, los terratenientes, capitalistas y banqueros) no podía permitir ni siquiera esos avances limitados. Más aún, cuando la elección de Chávez había ido acompañada de una movilización de las más amplias masas populares que se estaban organizando a todos los niveles, un proceso que el propio presidente impulsaba y amplificaba.
Esa oligarquía además contó con el apoyo abierto del imperialismo (no sólo el de EEUU, sino también de la Unión Europea y particularmente el de la antigua potencia colonial, España). La conclusión era ineludible: no se podía llevar adelante ninguna transformación seria que mejorara las condiciones de vida de las masas y permitiera el progreso general del país sin enfrentarse al poder de la oligarquía y el imperialismo.
El 16 de mayo del 2004, ante una enorme movilización revolucionaria de repudio al paramilitarismo y la reacción, el presidente Chávez declaró que la revolución bolivariana adquiría un carácter anti imperialista. Unos días antes se había descubierto en una finca cercana a Caracas a un grupo de paramilitares colombianos con un plan para asesinar al presidente. Era el colofón de la campaña de guarimbas de los meses de febrero y marzo que representaban una nueva embestida reaccionaria contra la revolución.
“La Revolución Bolivariana después de cinco años y tres meses y un poco más de gobierno, y después haber pasado por varias etapas, ha entrado en la etapa antiimperialista, esta es una revolución antiimperialista y eso la llena de un contenido especial que nos obliga, sí, que nos obliga al pensamiento claro y a la acción no sólo en Venezuela sino en el mundo entero,» declaró el presidente Chávez en aquella ocasión.
Unos meses más tarde Hugo Chávez declaró el carácter socialista de la revolución y la necesidad de superar el capitalismo. En enero del 2005, en un discurso en la clausura del Foro Social Mundial en Brasil Chávez afirmó: “Cada día estoy más convencido, sin ninguna duda en mi mente y como han dicho muchos intelectuales, de que es necesario trascender al capitalismo. Pero el capitalismo no puede trascendido desde dentro del propio capitalismo, sino a través del socialismo, el verdadero socialismo, con igualdad y justicia.”
Ese discurso abrió un debate muy amplio sobre el socialismo, que implicó a millones. Fue también en aquél período cuando se produjeron las primeras expropiaciones, de latifundios, pero también de empresas que sus empresarios habían abandonado (como en el caso de Invepal e Inveval) y que sus trabajadores querían poner bajo control obrero.
De manera inevitable, la lucha por mejorar las condiciones de vida generales de las masas ponía en el centro de la discusión la cuestión de la economía y de la propiedad de los medios de producción. Quedaba claro ante los ojos de millones que dentro del marco del capitalismo no era posible resolver los problemas de miseria, pobreza, malnutrición, analfabetismo y atraso económico que acuciaban a la mayoría de la población.
En las elecciones presidenciales del 2006, Hugo Chávez dijo abiertamente que la opción no era entre su persona y el candidato opositor Manuel Rosales, sino entre capitalismo y socialismo. Fue uno de los mayores caudales de votos que nunca haya recibido la revolución bolivariana: 7,3 millones, un 63% con una participación electoral del 75%.
Y sin embargo, 8 años más tarde, a pesar de todos los logros conseguidos, la revolución no ha sido completada. Venezuela sigue siendo un país capitalista, en el que la producción por el beneficio privado sigue dominando la economía, y el viejo aparato del estado burgués, aunque debilitado, sigue existiendo y no ha sido reemplazado por una nueva institucionalidad revolucionaria.
La oligarquía y el imperialismo siguen conspirando contra la revolución bolivariana y cuentan para ello con el control de sectores decisivos de la economía.
El revolucionario francés Saint-Just, uno de los principales dirigentes político y militares de la gran revolución francesa advertía que “los que hacen una revolución a medias no hacen más que cavarse una tumba”.
Debemos preguntarnos, ¿qué medidas serían necesarias para completar la revolución? Y sobretodo ¿por qué no se han tomado todavía?
Las medidas a tomar son claras y además fueron ya enunciadas por el propio presidente Chávez en numerosas ocasiones: el establecimiento de una economía socialista y la abolición del viejo aparato del estado burgués. Ya en el 2007, después de la victoria electoral de diciembre del 2006 y durante la juramentación del nuevo gabinete, Hugo Chávez habló de los 5 motores de la revolución socialista, insistiendo una y otra vez en la necesidad de “desmontar” el “viejo estado burgués que todavía está vivito y coleando” y de levantar un “estado revolucionario” un “estado socialista”.
Abolición del estado burgués
¿De qué estamos hablando? La experiencia de la Comuna de Paris de 1871 nos da una idea clara de qué tipo de estado requiere una revolución socialista. Fue esa misma experiencia la que llevó a Marx y Engels ha hacer una modificación al Manifiesto Comunista. En su prólogo a la edición alemana de 1872 de ese texto afirman que sobre la base de la experiencia de la Comuna de París, “donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses” quedó demostrado que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”.
La experiencia de la revolución bolivariana confirma plenamente la validez de esta observación. Sobran los ejemplos de cómo el viejo estado burgués de la IV República (que sigue “vivito y coleando”) sirve para sabotear la iniciativa revolucionaria de las masas y bloquear incluso leyes e instrucciones del propio gobierno. Desde jueces que liberan a corruptos y les ayudan a escapar, a funcionarios que bloquean el registro de un sindicato o inspectores de trabajo que están al servicio de los patronos, hasta oficiales de la guardia nacional que están del lado de los terratenientes, por mencionar sólo algunos casos.
No es por casualidad que el ejemplo de la Comuna de París fue estudiado en detalle por Lenin cuando los bolcheviques estaban justamente preparándose para la toma del poder en Rusia. En “La Guerra Civil en Francia”, Carlos Marx explica las principales características de la Comuna:
“si París pudo resistir fue únicamente porque, a consecuencia del asedio, se había deshecho del ejército, substituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal contingente lo formaban los obreros. Ahora se trata de convertir este hecho en una institución duradera. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.
“La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del Gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado.” (C, Marx, La Guerra Civil en Francia).
Es decir:
1) la elección y revocabilidad en todo momento de los representantes públicos
2) ningún funcionario público puede ganar un salario mayor que el de trabajador
3) la supresión del ejército permanente por el pueblo en armas
Este es un programa simple que permitiría romper el espinazo del viejo estado burgués y empezar a construir, en la práctica, un estado comunal, revolucionario. Si ningún cargo público gana más que el salario de un trabajador (se podría acordar que fuera el salario de un trabajador cualificado) eso excluye automáticamente a los carreristas, arribistas y corruptos y además garantiza que el representante no se separe de las condiciones de vida y los problemas de aquellos a los que representa. La revocabilidad en todo momento garantiza también que cuando un representante deja de representar las opiniones de aquellos que lo eligieron, en lugar de tener que esperar cinco años hasta las siguientes elecciones, se le pueda reemplazar por otro que represente más fielmente su voluntad.
Finalmente, la supresión del ejército permanente y su sustitución por un sistema de milicias, es decir “el pueblo en armas”, garantiza que el ejército no se pueda usar contra el pueblo sino que esté a su servicio. A pesar de que en Venezuela se ha avanzado bastante en purgar las fuerzas armadas de elementos contra-revolucionarios (muchos salieron por su propio pie durante el episodio de la plaza de Altamira en el 2002), la lealtad de los mandos y oficiales a la revolución bolivariana no está garantizada de forma automática. Hemos visto como destacados oficiales se pasaban al lado de la contra-revolución (como en el caso del general Baduel) e incluso recientemente se desbarató una conspiración golpista que implicaba a mandos de la fuerza aérea y otros.
Expropiación de la oligarquía y el imperialismo
En el terreno de la economía, como Chávez explicó claramente en el Plan de la Patria Socialista, Venezuela sigue estando dominada por el sistema capitalista. A pesar de la recuperación de PDVSA y de que algunos sectores estratégicos están en manos del estado (en algunos casos a través de nacionalizaciones o re-nacionalizaciones), la burguesía nacional y multinacional sigue teniendo en sus manos palancas clave de la economía. Entre ellos, gran parte del sector bancario y asegurador, la mayor parte de la industria manufacturera, la producción y distribución de alimentos, etc.
Es además una burguesía parasitaria, apátrida y rentista, que aumenta su riqueza principalmente sobre la base del robo, la especulación, el mercado negro, el sobreprecio, el contrabando, el cadivismo, y que lejos de reinvertir su ganancia en el desarrollo del aparato productivo del país se declara en huelga de inversiones y se prefiere llevarse su capital a Nueva York, Londres, Miami, Panamá o Bogotá.
Durante años se han hecho por parte del gobierno bolivariano repetidos llamamientos al empresariado nacional a invertir y a jugar un papel productivo. Todos han caído en saco roto. La burguesía no se puede reconciliar con la revolución mientras la revolución siga siendolo. Es decir, lo que empuja a la burguesía en su conjunto a oponerse a la revolución bolivariana es precisamente que la revolución es una amenaza a su poder, privilegios y propiedad. Un capitalista en renovar su planta productiva sino está seguro de que mañana “sus” trabajadores no van a decidir formar un sindicato revolucionario, exigir sus derechos y como parte de la lucha formar un consejo de trabajadores y aplicar medidas de control obrero. Si además, los obreros están envalentonados por las declaraciones del presidente a favor del control obrero y por decisiones anteriores de nacionalizar empresas en lucha (SIDOR, Inveval, Invepal, etc), queda claro que el capitalista no piensa que este sea un “marco favorable” para hacer negocios.
Por otra parte, los intentos de regular el mercado capitalista para proteger los intereses del pueblo trabajador, particularmente las medidas de control aplicadas a partir del 2003 después de la derrota del paro-sabotaje patronal, han llegado a su límite. La experiencia ha demostrado de manera palpable que no se puede regular el “libre mercado” capitalista. Al control de precios la clase capitalista ha respondido con el sabotaje, el acaparamiento, el desvío de la producción a otros rubros, el contrabando, el mercado negro, etc.
Al control de cambio la clase capitalista ha respondido con la fuga de capital, la estafa a Cadivi (creando empresas de maletín, importando contenedores de chatarra), el sobreprecio, el desvío de dólares al mercado negro, etc.
En las recientes reuniones con los empresarios en las llamadas “mesas de paz económica” la clase capitalista ha dejado claras cuales son sus exigencias: la liberalización de precios, el libre cambio del dólar, el fin de la inamovilidad laboral y la “flexibilización” de la ley del trabajo. Es decir, poner fin a todas aquellas medidas que la revolución aplicó para defender al pueblo trabajador y darle a los capitalistas la posibilidad de explotar el trabajo asalariado sin ninguna traba.
Si el gobierno bolivariano hace concesiones significativas en este terreno, eso tendrá dos efectos: 1) los capitalistas se van a sentir fuertes y van a exigir más concesiones; 2) el pueblo trabajador va a ser golpeado, llevando a la desmoralización, desmovilización, escepticismo y apatía hacia la revolución. Eso representaría una amenaza mortal a la propia existencia de la revolución.
En realidad la situación no es difícil de diagnosticar. Mientras la revolución mantenga su dinamismo la oligarquía la verá como una amenaza. Mientras la oligarquía controle palancas fundamentales de la economía las va a usar para sabotear la economía. Los intereses generales de la mayoría de la población entran en conflicto directo con los intereses particulares de una minoría de grandes propietarios de los medios de producción (industria, banca y tierra).
De esto se deduce que la única solución que beneficia a la mayoría de la población es justamente la expropiación de la oligarquía. Lenin insistía, refiriéndose a abolición del estado burgués que estas medidas “atañen a la reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la sociedad, pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia en conexión con la «expropiación de los expropiadores» ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en propiedad social.” (Lenin, El Estado y la Revolución, 1917).
De hecho, la expropiación de los grandes capitalistas no es solamente una medida necesaria para poder poner la producción al servicio de la sociedad, sino que además es una medida de justícia democrática. Si uno toma la lista de las 300 o 400 personas que firmaron su asistencia a la juramentación del golpista Pedro Carmona “el breve”, en su gran mayoría impunes, es decir de aquellos que violentaron de manera ilegal la voluntad democrática de la mayoría, y se expropia sus empresas, haciendas y bancos, por ese acto se estaría asestando un golpe de muerte al capitalismo en Venezuela.
En cualquier revolución, la cuestión de la propiedad es crucial. Nos referimos aquí, claro está, a la propiedad de los grandes medios de producción, no de la propiedad individual del que tiene un carro, un apartamento o un abasto. El propio Saint-Just al que hemos mencionado antes afirmaba:” La revolución nos conduce a reconocer este principio: que el que se ha mostrado enemigo de su país no puede ser propietario en él.” (Saint-Just, 1794)
En la propia Venezuela, el general de hombres libres Ezequiel Zamora afirmaba claramente: “La propiedad del pueblo se respeta, es sagrada. Lo que debe secuestrarse son los bienes de los ricos, porque con ellos hacen la guerra al pueblo, hay que dejarlos en camisa” (Ezequiel Zamora). Y eso es justamente lo que estamos argumentando. Si las gandolas de Polar se usaron para trancar las vías en las guarimbas del 2004, si Polar controla la producción de harina de maíz precocida y usa ese control para acaparar, esconder la producción, sabotear la distribución de ese y otros alimentos básicos, la solución es simple: “exprópiese esa vaina” por decirlo en el lenguaje criollo que solía usar el presidente Chávez.
¿Están maduras las condiciones?
¿Porqué entonces no se han aplicado todavía esas medidas? Claramente hay algunos que están en contra. Dentro del movimiento bolivariano están aquellos que se declaran “socialistas” porque eso es lo que dijo el presidente, pero que en realidad no son sino meros socialdemócratas, que creen que es posible reformar el sistema capitalista, limar sus aristas más asperas y hacerlo de alguna manera “más amable”. A ellos ya les respondió el presidente Chávez cuando dijo que “Es imposible un capitalismo con rostro humano, es como drácula caminando por la calle de día, eso no existe.”
Otros sin embargo avanzan otro argumento: las condiciones no están dadas en Venezuela. Queremos ir hacia el socialismo pero no se puede. En su reciente libro “La Economía Política de la Transición al Socialismo” el camarada Jesús Faría expone ese argumento cuando dice:
“Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que uno de los principales obstáculos para un desarrollo más acelerado de las transformaciones sociales en el país descansa en la debilidad organizativa, política e ideológica de la clase obrera, incapaz de cumplir en la actualidad con su rol de principal fuerza motriz del progreso social.”
Y advierte contra la tentación de ir demasiado deprisa: “La impaciencia, el desconocimiento de la realidad, la lectura errónea de la coyuntura pueden apresurar cambios para los que no estamos preparados, bien sea porque no estamos en capacidad de dirigir aún o porque pueden generar contradicciones de gran capacidad desestabilizadora, que superen nuestra capacidad de controlar.”
Como consecuencia de ello, propone un período prolongado de coexistencia del sector estatal de la economía con un sector privado: “Sin embargo, mientras la economía socialista no pueda asumir el peso fundamental del desarrollo nacional, no podrá ignorar el desempeño del sector privado. Esto es de crucial importancia, ya que el sector capitalista de la economía convivirá por largo tiempo con el socialista.
“Es preciso explicar que si bien el Estado no fomentará el desarrollo capitalista, tendrá que considerar la presencia del sector privado en el diseño de las políticas públicas. Sin subordinarse a la lógica capitalista, tendrá que generar políticas dirigidas a mejorar su desempeño, dentro de lo cual cabe destacar la necesidad de estimular la actividad productiva, que supere su rasgo eminentemente parasitario.”
Lo que se está planteando es que el estado deberá estimular a los capitalistas para que dejen de ser parasitarios. Creemos que ésta línea de argumentación es errónea por varios motivos:
1) la clase obrera y las más amplias masas del pueblo pobre y trabajador han demostrado una y otra vez su capacidad y nivel de conciencia, salvando la revolución en todos los momentos clave
2) además, no se aumenta el nivel de conciencia de la clase obrera si la burocracia bloquea sistemáticamente su iniciativa revolucionaria, aplastando el control obrero, impidiendo el desarrollo de los consejos de trabajadores, etc
3) más que el peligro de la impaciencia, la revolución bolivariana se enfrenta al peligro de que la paciencia de las masas ante una revolución que no se completa y que no toma medidas decisivas contra sus enemigos se agote, dando paso a la desmoralización y la apatía de las masas, lo que prepararía inevitablemente el terreno para una victoria de la contra-revolución
4) la burguesía no invierte sino tiene garantizada su tasa de ganancia, la propia existencia de la revolución es una amenaza a la misma, ninguna política del estado va a estimular la inversión productiva del sector privado (a no ser que sea una política que elimine la propia revolución)
Sin duda, la aplicación de las medidas que proponemos para la abolición del estado burgués y la expropiación de la propiedad privada de los medios de producción se enfrentaría con la oposición acérrima de la oligarquía y el imperialismo, “generando contradicciones de gran capacidad desestabilizadora”. Eso es inevitable y además ya se ha dado en numerosas ocasiones en los últimos 16 años.
Lo que hay que hacer es crear las condiciones para enfrentar esa desestabilización. En primer lugar, la dirección revolucionaria debe explicar la situación claramente a las masas. Una discusión amplia de una ley habilitante que vinculara los problemas concretos de las masas (desabastecimiento, inflación) con la expropiación de la oligarquía tendría un eco entusiasta. Eso debería de ir acompañado de una campaña de agitación en los barrios, las fábricas y las universidades del país, con la creación de Comités de Defensa de la Revolución y Comités de Control Obrero, para enfrentar el inevitable sabotaje con el que la oligarquía respondería a ese tipo de medidas. Sólo con la movilización revolucionaria del pueblo trabajador se puede garantizar la aplicación práctica de medidas legislativas revolucionarias.
Una movilización revolucionaria en defensa de medidas decididas contra la oligarquía generaría un amplio entusiasmo más allá de las fronteras del país, ayudando a levantar las fuerzas necesarias para defender la revolución también de sus enemigos externos. En última instancia la revolución bolivariana sólo puede ser victoriosa si se completa con la abolición del capitalismo y se extiende más allá de sus fronteras.
El revolucionario francés Hébert lo explicó de manera clara y aguda: “»Los moderados han enterrado más víctimas que aquellas que cayeron ante el acero de nuestros enemigos. Nada es más dañino en una revolución que las medias tintas»”