Para nadie es un secreto, al menos para nadie que quiera ver, que los cabecillas del Partido Socialista Unido de Venezuela se encuentran en una encrucijada: o aceptan que se convirtieron en dirigentes neoliberales, cómplices y partícipes de la descomposición propia del Estado burgués y que, en consecuencia, ya el pueblo no los quiere; o cual personas enfermas de poder, desconocen la realidad y se tornan más coercitivas. Por acciones cada vez más recurrentes, ya nos podemos imaginar qué camino tomarán.
Amenazas, atropellos, represión, campañas de difamación, judicialización de luchas sociales y, la nueva, acusaciones de “incitar al odio” a los que se atrevan a disentir con la política que vienen practicando los dirigentes del PSUV, son solo algunas de las muchas acciones que viene ejecutando el actual gobierno.
Sin embargo, esto se aplica solo contra el pueblo, porque varias son las concesiones que se le vienen haciendo a los actores políticos de la oposición derechista, como lo es la firma del decreto de “indulto” por parte del mismo presidente Maduro. Pareciera que se ha convertido en un delito que el pueblo piense en este país y, aún más grave, que se atreva a expresar lo que piensa.
Entonces, ¿dónde quedó esa política de inclusión que les daba voz a todos? ¿Por qué ahora los que se atreven a expresar el descontento con la realidad que se sufre desde las entrañas del pueblo son poco patriotas? Por lo que se vislumbra, el patriotismo que el gobierno está buscando instaurar es uno basado en un sistema dominador y de implementación del miedo, para así debilitar las individualidades, quebrantar los diversos grupos de lucha social y aislar a los conjuntos de personas que se manifiestan, en función de acabar con la protesta del pueblo trabajador.
Curioso este accionar, puesto que coincide con el del sistema económico más sanguinario de todos los tiempos. En palabras de Pablo Neruda: “El capitalismo y el imperialismo se cubren con una máscara que dice ¨mundo libre¨ y bajo esa máscara se esconden el terror, la represión de clase, la perversidad social”.
Es evidente que los dirigentes del PSUV no solo se enamoraron del poder y sus prerrogativas, sino que, además, su necesidad de control a través de ese poder se les está saliendo de las manos. Tal situación los ha hecho perder la perspectiva de lo que tenían que hacer, que no era más que instaurar un sistema de gobierno social, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Además, castigan al que haga frente a su falta de claridad. Ello amerita la consolidación y avance de una verdadera Alternativa Popular Revolucionaria que encamine nuestro proyecto social, y unifique todas nuestras luchas, puesto que el gobierno hace tiempo que no está al tanto de lo que pasa en las bases (no es de extrañar, ellos ahora son parte de la nueva burguesía; lo que, por cierto, los convierte en el enemigo histórico del proletariado).
Nosotros, el noble pueblo trabajador, que somos los que sufrimos la cotidianidad pueril impuesta por una política rentista, de alta dependencia a las importaciones, la pésima administración pública, las constantes injusticias, sin mencionar la corrupción, ni somos ciegos ni estúpidos, y ya estamos cansados.
No se confundan, la «benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien», como diría Antonio Machado. Tenemos conciencia plena de nuestros derechos y nuestras facultades, de las luchas que hemos conquistado, del papel que jugamos en este proceso histórico y de a dónde queremos llegar, como para que una amenaza nos subyugue. Así que, mientras más nos jodan, mayor será nuestra resistencia.