Un cónclave tiene lugar en México. En nombre del pueblo, pero sin contar con el beneplácito de éste, un selecto grupo de 17 decide el futuro de Venezuela, un país maltrecho, anémico e históricamente signado por llevar a cuestas el lastre de un capitalismo atrasado. Los mismos políticos que promovieron las sanciones imperialistas y los burócratas enriquecidos por la corrupción, golpistas de gobiernos paralelos y reformistas devenidos en neoliberales, se sientan cara a cara, presentándose ante el mundo como los salvadores de la patria. Son los rubricantes del pacto de México.
Durante el último ciclo de negociaciones, culminadas el 7 de septiembre, se acordaron cosas tan “concretas” como la soberanía de Venezuela sobre el Esequibo y la resolución de los problemas sociales del pueblo. Pero, usando una fraseología platónica, en un mundo de sombras nada es como se presenta a simple vista. La naturaleza de las cosas es caprichosa y le gusta esconderse. De los 7 puntos planteados en el memorándum de entendimiento puede deducirse una necesidad vital para ambas agrupaciones políticas: Supervivencia. Las facciones del gobierno (encabezadas por el demagogo Jorge Rodriguez) y los partidos de la plataforma unitaria, saben de su pronta caducidad histórica, de su destino penitente, de su estructura osificada.
Estas tendencias, empujadas por fuerzas fuera de su control, apresuran la marcha hacia un pacto de gobernanza. El consenso es ungido por la narrativa liberal de respeto al estado de derecho. Esta baratija ideológica no es otra cosa que la preservación del Estado burgués, de sus fuerzas armadas represivas y las relaciones de producción de un capitalismo atrasado y rentista como el venezolano. El asunto de fondo se reduce a establecer garantías electorales, mutuamente acordadas, para definir cuál de esos dos sujetos controlará el Estado, defenderá el orden establecido para beneficio de la élite y cuál potencia extranjera resulta mejor posicionada.
El señor Rodríguez, convertido en príncipe de la demagogia y la charlatanería, apunta en sus declaraciones: “el trabajo es dónde encontramos puntos de confluencia, en dónde encontramos acuerdos concretos”. Nosotros nos preguntamos ¿y qué puede existir de común entre estos factores? La historia conoce todo tipo de transformaciones. Hoy por hoy los viejos jerarcas del PSUV tienen pocas diferencias con sus enemigos ideológicos de ayer. Llegados a este punto, podemos afirmar que la política en común de cada uno es: entreguismo, expolio y acumulación privada.
El segundo ciclo de negociaciones fue presentado como una victoria: “Lo volvimos a lograr en México”. Lenin respondería: “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”. ¿Qué se puede lograr para el trabajador común y corriente en negociaciones desarrolladas entre los representantes de la vieja burguesía comercial y los nuevos ricos del gobierno?
En México se conforma un nuevo Estado mayor. Los burgueses de ayer y de hoy van al encuentro para reorganizar la guerra contra el pueblo. Examinemos más de cerca los actores del conciliábulo Mexicano.
Entre la contrarrevolución vestida de rojo y los verdugos históricos
Por un lado tenemos a los representantes del gobierno bonapartista de Nicolás Maduro.
Hay que partir del hecho de que la revolución no fue completada. No se expropió a la burguesía para planificar la economía, ni se desmanteló el Estado burgués para establecer una genuina democracia obrera (que sometiera bajo control popular a la burocracia). Sobre esta base, los dirigentes bolivarianos terminaron por convertirse en una casta privilegiada de nuevos burgueses. Esta realidad develará con el tiempo unos intereses contrapuestos a las aspiraciones de los campesinos sin tierra, los obreros de las ciudades industrializadas y de la gente común de los barrios caraqueños.
El carácter gendarme del Estado burgués se fue fortaleciendo con la crisis internacional de los hidrocarburos, la guerra económica, la hiperinflación y la crisis general de la economía venezolana. Con el rápido deterioro el pueblo pasaría de la combatividad colectiva a la supervivencia individual, siendo el Estado un supremo rector que distribuye desigualmente la miseria.
De esta manera castraron a la Revolución Bolivariana de todo contenido radical y colocaron las conquistas del proceso bolivariano bajo la guillotina. Para lograrlo contaron con todos los poderes de un nigromante moderno; alianzas con los sectores privados, empleo de los órganos de seguridad del Estado, control de todos los medios públicos y privados, la maquinaria-electorera del PSUV y un ejército de burócratas, fiscales, jueces y hasta fuerzas parapoliciales, como el CUPAZ.
Sin embargo, luego de 8 años de su asunción, Nicolás Maduro se encuentra muy lejos de solventar los problemas estructurales de la economía Venezolana: Hiperinflación, déficit fiscal, deuda pública, colapso de los servicios públicos, corrupción generalizada y la caída en picada de la producción petrolera (en esto último retrocedimos a la producción de 1945).
La burocracia estatal ya no puede mantenerse en el poder empleando los viejos métodos facilitados por la renta petrolera. Requiere para su moribundo cuerpo un soporte vital que pueda engullir nuevas fuentes de divisas. De allí la aplicación de un draconiano ajuste económico que incluye: déficit fiscal 0, flexibilización laboral, pulverización salarial, condiciones legales ventajosas para la inversión extranjera, apertura de bodegones, privatizaciones, Zonas Económicas Especiales, ley antibloqueo, el Arco Minero del Orinoco, entre otras cositas; capitalismo salvaje bajo la consigna: ¡Sálvese quien pueda!
No obstante el gobierno se encuentra paralizado. Su margen de maniobra sigue siendo reducido y la falta de creatividad es evidente. Las sanciones unilaterales, financieras y comerciales impuestas por EEUU, apartan a los dirigentes gubernamentales de los principales circuitos de deuda internacional, limitan el intercambio comercial y minan la confianza de las empresas extranjeras: La inestabilidad, la fragilidad y la desconfianza no son aliadas de la seguridad burguesa, hecho fundamental para las inversiones.
Es una fotografía poco halagüeña e insostenible en el tiempo. Por esa razón los altos jerarcas de la burocracia han tratado por distintas vías de ganar la confianza de los imperialistas norteamericanos. Depositan sus esperanzas en la flexibilización o eliminación de las sanciones. Tratan de demostrar por todos los medios que ellos pueden administrar la economía a favor de sus transnacionales americanas, incluso sacrificando, con mayor capacidad que la derecha tradicional, a la clase obrera. Las brutales medidas de ajuste fiscal del gobierno, como el memorándum 2792, son una evidencia de ello.
En los cálculos del PSUV se mantiene la siguiente ruta: Incluir a la oposición de derecha en la contienda electoral (primera victoria), vencerla o por lo menos generar un resultado favorable en dichas elecciones, y finalmente conquistar legitimidad internacional para anular las sanciones imperialistas sobre el comercio, la economía y las finanzas. De esto último podrá deducirse el siguiente paso del PSUV: “Ven a nosotros FMI y ayúdanos a salvar a la patria”.
Por otro lado tenemos a la oposición de derecha encabezada por los partidos del G4: Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática y Voluntad Popular. Estos residuos históricos subsisten por una combinación de causas. Algunas de ellas; el oxígeno otorgado por el gobierno, las políticas antipopulares que empujan a las masas hacia los brazos de la derecha, y la ausencia de una alternativa de izquierda con capacidad de llenar el vacío dejado por el PSUV.
Fracasaron en todos los intentos violentos de aplastar a la Revolución Bolivariana. Desde 1998 perdieron absoluto control del Estado y hasta dilapidaron con una facilidad inaudita el apoyo acumulado en las jornadas guarimberas de 2014-2017. La estrategia abstencionista solo ha fortalecido aún más a un gobierno con estrechos lazos con China y Rusia. Biden, el jefe mayor, ha dicho basta, es hora de lograr medirse con las fuerzas del “régimen de Maduro”, y vencerlas. Con acuerdo de por medio, existe la posibilidad de recuperar al gobierno por vías electorales; la desmoralización y desesperación del pueblo se encuentra en sus cínicos cálculos.
Debemos advertirlo: estos intentos de restablecer los principios de una “democracia burguesa” tiene sus patas cortas. Al igual que la democracia representativa del puntofijismo este nuevo acuerdo busca objetar cualquier referente democrático fuera del modelo ofrecido por las mesas de diálogo en México. Con la exclusión de la izquierda se evidencia la farsa del primer punto del memorándum, “Derechos políticos y garantías electorales para todos”, a lo que nosotros respondemos, ¿Y los derechos Políticos de Eduardo Samán y su candidatura a la Alcaldía de Caracas?
La cosa del 21 de noviembre se reduce a lo siguiente: Para el PSUV se trata de vencer de “buena lid” a la oposición de derecha, recuperando la legitimidad necesaria para anular las sanciones imperialistas. De esa manera dispondrán más libremente del oro, de los mecanismos de deuda y de los activos confiscados; Oxígeno, oxígeno y más oxígeno. Para la oposición de derecha se trata de salir de la inercia, recuperar terreno electoral y plantearse como una alternativa anti madurista para los venezolanos, con miras a un nuevo asalto al poder.
El Esequibo y los intereses imperialistas
Pero detrás de estos “patriotas” interlocutores hay un poder más avasallante: los intereses de los capitales extranjeros gringos, rusos y chinos sobre América Latina. No deberían sorprendernos los primeros acuerdos parciales rubricados: el reconocimiento de la soberanía venezolana sobre el Esequibo; territorio rico en recursos naturales.
La verdad de la verdad; no se trata de que esa parte limítrofe sea o no de Venezuela. Lo que se busca acordar es otra cosa y debe leerse entre líneas: indiferentemente de quien ocupe las riendas del Estado, sea el PSUV o la Mesa de la Unidad Democrática. Ambos partidos y coaliciones, están dispuestos a entregar las riquezas de nuestro suelo “soberano” al capital extranjero, siguiendo las tradiciones más desvergonzadas de la burguesía criolla.
La vieja burguesía y los nuevos ricos no tienen la fuerza, ni el espíritu moral para combatir los apetitos de las potencias imperialistas y formar un proyecto nacional de industrialización y desarrollo propio. El papel de la élite económica venezolana se reduce a la de un alfil en un tablero geopolítico más grande que contempla: control de mercados, recursos naturales y zonas de influencia.
El gobierno de Estados Unidos apela a elecciones libres y observables por organismos “independientes”, no porque sea un defensor de la democracia. Ellos anhelan recuperar su patio trasero con el menor de los costos económicos y políticos posibles, sin tener que repetir otro Afganistán.
Las cosas que no se discuten en México
Las negociaciones en México se hacen con una discrecionalidad traficante y gansteril. Lejos de sembrar confianza cosecha suspicacia por doquier. Más allá de los 7 puntos planteados en el memorándum de entendimiento y de las caritativas buenas intenciones las cosas de mayor interés para los trabajadores no se discuten en México. Y eso es por una simple razón: la clase trabajadora no está representada en esas mesas, no tiene voz, ni voto.
Por ejemplo, se habla de derechos políticos y garantías electorales para todos. Pero al mismo tiempo se inhabilitan, de la noche a la mañana, a las candidaturas de la izquierda, se encarcelan a los trabajadores que luchan y se violentan los derechos humanos más elementales. Se habla de convivencia social mientras se arman grupos parapoliciales como el CUPAZ, o cuerpos de exterminio como el FAES, que amedrentan a las protestas obreras y populares en Caracas. Es más, se habla de conciliación pero con impunidad: Con Guaidó, López y Guevara libres.
Acá tampoco se pone en tela de juicio el retroceso que significa las ZEE; percibir un salario inferior a 2 dólares, los graves problemas nutricionales que afectan a nuestros pueblos, las detenciones de los trabajadores, los graves problemas estructurales del sistema público de salud, entre otras cosas: El punto central de la agenda de negociaciones se reduce a lo electoral, es decir; “quítate tú para ponerme yo. Nosotros competiremos por ser los sujetos que mejor apliquen los programas de contrarreformas, entreguismo, recortes y ataques contra el pueblo”. En el fondo, lo de México es una negociación entre verdugos y nuestro cuello, que es su verdadero objetivo.
Al no discutirse los problemas de fondo que asfixian a la población (tales como la desigualdad social, el colapso de los servicios públicos, la corrupción, la miseria, la hiperinflación, los malos trabajos y la contención salarial), los mecanismos de expolio y acumulación privada de capital seguirán reproduciéndose. La pobreza generalizada aumentará por un lado mientras la riqueza más opulenta y grosera de un pequeño grupo de comerciantes, burócratas y empresarios aumentará por el otro.
La necesidad de formar un partido revolucionario
Mientras los trabajadores Venezolanos; el campesino, el pescador, el obrero de la fábrica, el vendedor ambulante, la mujer soltera que sale todas las mañanas a trabajar, no cuenten con un partido propio, un programa y unos métodos de lucha correctos, seguirán siendo materia prima para la explotación. Nada, ni nadie, nos representa en México. Allá solo se preparará una nueva embestida contra el pueblo trabajador: más carestía, opresión y violencia de clase.
Nosotros no nos rendimos cobardemente. Decidimos combatir con todas nuestras fuerzas y en el escenario que sea. Debemos agitar entre el pueblo por sus reivindicaciones económicas fundamentales, pero también realizar una labor de propaganda dedicada a la lucha política por el socialismo y la democracia obrera. Debemos fundirnos con los trabajadores y encontrarnos con ellos en cada batalla.
La única manera de vencer a nuestros verdugos, de desenmascararlos y enviarlos al basurero de la historia, es a través de la independencia política de la clase trabajadora. Solo de esa manera podremos defender nuestros intereses de clase de manera efectiva, organizar la lucha con métodos adecuados a nuestro papel en la producción económica, y generar una lucha política tenaz contra los renegados del PSUV y sus aliados de la plataforma unitaria.